domingo, 21 de octubre de 2007

Maharas

Cuando yo vivía en Madrid solía encontrarme cerca de mi casa a los seres más volaos de la creación, desde gente que no es que hablara sola sino que incluso discutía consigo misma y encima a voces (hubo uno que se pegaba mamporros y todo), hasta personas educadísimas que se empeñaban en llevarme las bolsas de la compra y sostenerme el paraguas mientras caminaba. Uno incluso me limpió los zapatos mientras esperaba el autobús. Estaban zumbadísimos, ya digo, y no es que yo tuviera un imán especial para este personal sino que vivía cerca de una residencia psiquiátrica (“casa de reposo” lo llamaban eufemísticamente) y no solamente dejaban salir a los internos inofensivos sino que de cuando en cuando se escapaba alguno entre el bullicio de las visitas.

Una vez vi salir a la carrera (es un decir, claro) a un venerable anciano con bastón vestido con un pijama imposible de pollos rojos. A los pocos minutos salían corriendo (y estos sí que corrían) de la residencia dos celadores tamaño armario vestidos de blanco y una enfermera preguntando por “un loquito que se nos ha escapado”. Lo de que primero salieran los armarios por las calles corriendo que se las pelaban y luego vinieran a preguntar por dónde había escapado el viejecillo me pareció un procedimiento un tanto peculiar pero pensé que todo se pega. De lo que no me enteré fue de por qué tenían encerrado a aquel señor, porque la enfermera, después de preguntarme, me empezó a contar lo bien que se comía en la residencia, y que si las monjas se portaban superbien con los internos, y qué sé yo cuántas bobaditas más, que tuve que decirle que lo sentía mucho pero que o seguía paseando hacia los árboles o que el perro le iba a terminar meando a ella en los zapatos, y conseguí huir. Sí me enteré de que al final consiguieron pillar al abuelo y a sus pollos rojos y los devolvieron a la residencia porque me lo contaron al día siguiente en la panadería.

O sea, en Madrid era normal encontrarme con majarones en el barrio. Y fuera del barrio me encontraba muchos más, pero teniendo en cuenta mi profesión, pues también era normal. Pero de un tiempo a esta parte la cosa está empezando a preocuparme.

Ayer estaba en un bar del pueblo, más o menos cerca de casa (todo lo cerca que puede estar teniendo en cuenta que casi vivo en pleno campo), bebiéndome una cerveza y leyendo el periódico, cuando entra un hombre y se sienta a mi lado. Esto, que a algunos puede parecerles normal, a mí me extrañó muchísimo, sobre todo porque el bar estaba vacío y tuvo que arrastrar la banqueta para poder situarse codo con codo. Que me dio un poco de mal rollo, todo hay que decirlo.

- Hay que ver lo difícil que está esto de aparcar el coche.
- Psí…
- Es que no hay manera de encontrar un sitio, eh, pero no se preocupe que esto se va a arreglar ya mismo.
- …
- Le voy a contar un secreto: lo de los aparcamientos nos lo van a arreglar ya mismo los extraterrestres.
- ¡…!
- Verá usted, hay un planeta que no le puedo decir el nombre porque es mu difícil de pronunciar, que de cuando en cuando manda unas naves a la tierra a liberar sitios.
- ¡¡¡...!!!
- Sí, prenda, sí. Ellos llegan con sus naves y se llevan unos cuantos coches, si puede con su gente dentro para que no se compren otro coche, y así dejar sitios libres. Sé de buena tinta que están planificando una llegada masiva de naves para liberar unos cuantos cienes de sitios de golpe y dejar el pueblo perita.
- ¿...?
- Pues mira, prenda, así al pronto no te lo puedo decir porque comprenderás que estas cosas no las van publicando en los periódicos, pero estate atenta que es para ya mismito. Eso sí, si quieres, como tengo influencias, puedo hacer que no te lleven el coche ni ná.
- ¡¿...?!
- Nada, nada, yo te hago una marca y listo. ¡Hala! Es tardísimo, me voy a ir marchando, que es hora de comer. Cuídate, prenda.

Se levantó y se fue tan pinturero y tan fresco dejándome con la boca tan abierta que si me hubieran metido una sandía entera me habría cabido fijo. Y fue salir y el camarero, que nos había estado escuchando (a ver, no nos iba a escuchar, si no había nadie más y el hombre pegaba unas voces tremendas) sacó dos vasitos y una botella de coñac, sirvió dos chupitos, se acercó a mi mesa y me alargó uno. Nos los bebimos de un trago, y dijo:

- Ojú, pero cuantísimo majarón suelto, eh. ¡Mira que decir que sólo con unos cienes de sitios libres van a solucionar el problema! Si como no se lleven más de cinco mil…

Menos mal que justo cuando empezaba yo a levantarme para salir huyendo me guiñó un ojo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El término "perita" me suena... a ver si va a ser en mi pueblo!Sobre todo dp de que una muy buena amiga que trabaja en un psiquiátrico de Málaga me dijera: "Niña,no veas la de majaras que hay en tu pueblo..."
Por cierto, yo tb vivo ahora casi en mitad del campo, así que a ver si vamos a ser vecinas y todo, "jave"? ( "sabes" en malagueño apurao)
Buenos días

Ginebra dijo...

Nuuvé que sí.