viernes, 12 de octubre de 2007

Basureros (súper) intrépidos

El camión de la basura volcó y la mañana siguiente, a primera hora, vino una cuadrilla municipal y asfaltó la curva. El resto de la calle la dejaron con sus socavones, sus baches, sus piedras, pero la curva les quedó más bonita que un San Luis. Los vecinos teníamos dos opciones: o dejábamos la calle como estaba en un alarde de mala idea y esperábamos a ver si tras el siguiente vuelco el Ayuntamiento asfaltaba todo, o asfaltábamos nosotros, y como los basureros son criaturas del Señor con padre, madre, y demás gente que les quiere (y una mala leche considerable), decidimos eliminarles riesgos y echamos una capa de asfalto preciosa en la calzada. Además pusimos luces y de todo, para que vieran bien. Y entonces los jodíos eligieron una ruta alternativa y dejaron de pasar. Al principio nos cagamos en todos sus muertos pero luego reconozco que nos vino bien porque nos quitamos los ruidos y los olores del camión.

Ayer me levanto como las gallinas y me voy a trabajar, y justo cuando estoy pegando sorbos al segundo café suena mi móvil y encuentro al otro lado a JB absolutamente atacado de los nervios que me grita que se ha quedado encerrado en casa y no puede salir. Sin inmutarme ni medio pelo le dejo que se desahogue dos nanosegundos y le cuelgo sin contemplaciones para llamar a Loli, la mujer que limpia en casa de la vecina. Loli me dice que en diez minutos se acerca a darle las llaves. Llamo a JB para darle la buena nueva y no me coge el teléfono. Como sea que JB es de esas personas que cuando suena un teléfono en lugar de descolgarlo se dedica a mirarlo y contar los timbrazos (dice que hasta seis aguanta el nuestro), pensé que allá él con sus manías y me quedé tan pancha pensando que ya le daría Loli las llaves. Pero no, eso habría sido lo fácil, y tratándose de hombres había que elegir la opción más difícil.

JB me había llamado por aquello del desahogo pero sin ninguna intención de escucharme así que lo de que Loli le llevaría las llaves ni siquiera le llegó al cerebro. Y allí estaba él acordándose de toda mi familia y echando espumarajos por la boca cuando oye un ruido familiar pero ligeramente olvidado. Efectivamente, el camión de la basura que bajaba despacito despacito, como regodeándose en el asfalto, calle abajo. Las neuronas de JB se ponen a trabajar a toda velocidad y diseñan un plan genial: pedir a los basureros que abran el coche y cojan las llaves de repuesto de la casa, así que se pone a gritar y efectivamente el camión para a la puerta.

El plan era bueno pero para llevarlo a cabo JB tenía que lanzarles las llaves desde la reja del salón hasta la calle. Parece fácil si no fuera porque las llaves tenían que sobrevolar las escaleras de entrada (así como treinta, las he contado varias veces pero como me parece una chorrada me pierdo siempre) y la cancela del jardín. JB saca el brazo por la reja del salón, toma impulso, lanza, y... las llaves van a caer en el jardín del vecino. “No pasa ná, hefe”, grita uno de los basureros, y se pone a trepar por el muro del jardín del vecino ayudado por los compañeros, tal que si fueran unos castellers vestidos de verde reflectante. Ayudado por la cocker de los vecinos (la cual, como suele, estuvo ladrando hasta casi quedarse afónica) el basurero encuentra las llaves aclamado por sus compañeros y por JB, que asomaba la cabecita entre los barrotes del salón como si fuera el prisionero de Zenda, y se dispone a salir. Y misma operación: los compañeros que vuelven a montar una escalerita humana y el basurero que desciende con las llaves en la boca (yo he visto que los uniformes están llenos de bolsillos pero a saber para qué los usan) para, rescatadas las llaves de emergencia que había en el coche, abrir la cancela tan pichi, subir las escaleras, y darle las llaves tanto de la casa como del coche a JB, quien una vez libre como los pajaritos se comprometió a pagarles unas cañas mañana la tarde siguiente y se marchó a trabajar más contento que unas pascuas.

Yo sé que habría sido más caritativo callar, pero ninguna pudimos evitarlo. Cuando a la hora de comer JB terminó de relatarnos las peripecias basureriles se encontró con tres pares de ojos que le miraban asombrados y con la risa asomando por todos lados.

- ¿Qué pasa?- preguntó un poco mosqueado.
- Em... que no sé por qué tuvieron que trepar por el muro pudiendo entrar por la puerta.
- Porque si metes el brazo entre las rejas no tienes ángulo de tiro y fallé el lanzamiento.- JB me lo explicó como si yo fuera a educación especial.
- Esto... ya... - (aquí mis hijas ya no pudieron aguantar las carcajadas) -pero es que lo que no entiendo es por qué les lanzaste las llaves en lugar de abrirles la cancela directamente con el portero automático...

JB se molesta un poco todavía cada vez que amagamos unas risas pero yo estoy frita por ver a los basureros (la tarde siguiente para la cerveza prometida es hoy) y pedirles que nos hagan unos números de equilibrio de esos que hemos descubierto que saben hacer.

2 comentarios:

T dijo...

Acabo de enterarme de que tiene usted casa abierta al público.

¡Mujer, en estos casos, se pasa un aviso!

Ginebra dijo...

Bueno, ya me conoce, no soy nada exhibicionista.
Beso, me alegra verla por aquí.