miércoles, 4 de julio de 2007

Yo quiero ser...

Érase que se era, en los tiempos remotos en los que andaba yo peleándome con las hormonas de la adolescencia, que sufría una especie de esquizofrenia lingüística consistente en estudiar al mismo tiempo inglés y ruso. Bueno, entendámonos, al mismo tiempo no: primero, de 3 a 4 iba a inglés, y de 5 a 7 iba a ruso. De 3 a 4 el Instituto Británico me ilustraba sobre las vidas de Peter and Mary, que eran la pareja más insulsa que imaginarse pueda, en la que ella creo que era ama de casa, o secretaria, y él era oficinista, y luego la Asociación Hispanosoviética me abría los ojos a un mundo apasionante donde Anna Petrovna era (agarraos) ¡gruísta!, e Iván Ivanovitch era ingeniero (nunca supimos de qué ni falta que nos importó).

A mi aquello de gruísta me fascinaba (por lo peculiar, claro) pero no le veía el chiste por ningún sitio. Ahora es otra cosa. Ahora de mayor quiero ser Anna Petrovna. Os cuento.
Han vuelto, como prometieron (los obreros, claro). Al principio hablaba con ellos con la espalda pegada a la pared pero parece que lo de "volveremos a dar por el culo" no pasaba de ser una amenaza por aquello de inquietar al personal y tenernos calladitos, así que poco a poco hemos cogido confianza. Y todo ha ido más o menos bien, oye, con contratiempos de lo más tontorrón. Que si "zeñora, que ha saltao una chihpa y habemoh quemao un poco el naranho". Que si "zeñora, que ze noha roto un ladrillo del muro". Que si "zeñora, que zi puede amarrar a loh perroh, que nozan quitao una camiza"...

En fin, pequeñeces, ya digo. Porque todo todo ha sido una nimiedad comparado con el momento del desembarco. El desembarco de la excavadora. Qué momento. El Iván, el maquinista (que tiene edad de estar en el instituto, si todavía tiene marcas de espinillas) subido a lo alto de la balaustrada del jardín dirigiendo la operación; su tío manejando la grúa, y la excavadora sobrevolando el espacio aéreo del jardín de mi vecina (ligeramente acojonadilla, todo hay que decirlo, porque a cada poco los obreros gritaban al tiempo "aaaaaaaaaaaaaay" y la verdad es que imponía un poquillo) hasta que ha aterrizado grácilmente (por decir algo) sobre la terraza del jardín. No exagero si os digo que en ese momento se han escuchado aplausos procedentes de las demás casas. Iván, orgulloso, ha aparejado la excavadora como si estuviera enjaezando un pura sangre y cuando la tenía lista me ha mirado y ha dicho: "Venga, morena, sube". Y yo al principio desconcertada porque me veía como la morena de la copla a lomos de la excavadora (y como que no...) pero luego animada porque he visto que no, que era la excavadora para mi sola, como un camionero de España recorriendo las autovías, me he subido y hasta he amagado una maniobra. Amagar, porque cuando me han visto entusiasmada me han chistado: "Vale, vale, que luego la rompes y nos regañan a nosotros". Pero qué momento. Allí, subida en la excavadora de la Srta Pepis (es diminuta, solamente 2.500 kilos), remangada, con las manos en el volante y mirando ponerse el sol, he entendido de golpe a Anna Petrovna. Y yo de mayor quiero ser kranobtchistcha. Toma!

NOTA: la autora quiere dejar claro que la transcripción del ruso al español se le ha dado siempre de pena. Pues eso.