miércoles, 31 de octubre de 2007

Malas compañías

Se había arreglado con cuidado y cuando se miró al espejo se vio perfecta. El cine estaba lleno de parejas y le molestó ver que era la única que salía en solitario un sábado por la tarde. Cenó en una pizzería y constató de nuevo que, junto con otra chica, era la única persona sola del local. Miró a la otra y la compadeció. “Pobrecilla, cuántos granos y qué carita más horrible”. Entró un muchacho. “Este pobre tampoco es feo ni nada”. Cuando se besaron, encantados, felices, pensó que igual estaría bien tener otra compañía que no fuera su belleza.

domingo, 28 de octubre de 2007

El año del cerdo (2)

El segundo cerdo del año se cruzó (literalmente) en mi camino hace unos días, aprovechando un viaje por tierra de lobos con B1 y B2, mis hermanas (ya, es que los dos nombres empiezan por la misma letra, qué quieren). En descargo de todos, del guarro y nuestro (mío sobre todo), diré que era de noche y no se veía ni chispa. Si las compañías de telefonía móvil fueran de verdad y dieran cobertura a toda España no habría pasado nada, pero como son como son, que enciendes el móvil y parece La Parrala (que sí, que sí, que no, que no), pues tuvimos que ir a llamar por teléfono al pueblo de al lado. “Al lado” son quince kilómetros, y mientras nos tomábamos un café la noche aprovechó y nos cayó encima. No sé si han conducido alguna vez por una carretera de montaña en plena noche. Es precioso: se ven tantas estrellas que parece el techo del Imaginarium pero de verdad, sin plástico ni nada; los animales aprovechan y bajan a los prados y a las huertas y se les ven los ojitos brillando como los de la Nancy Selene. En fin, es todo como idílico si no fuera porque no pasas de 40 por miedo a que se te cruce un animal por la carretera y porque además no ves las curvas ni los bordes de la carretera, ni nada. Como que si te descuidas no ves ni el volante. Y encima visualizas los sonidos dándoles a todos la forma de fieras amenazadoras.

Pues así llevábamos ya unos kilómetros, que parecía que lo teníamos todo controlado, y nos estaba empezando a dar la risa floja cuando B1, que iba de copiloto, señala los prados, a la derecha de la carretera, y dice:

- Por ahí parece que se mueve algo.

Efectivamente se movía “algo”, un “algo” grande y rápido, y un momento después el “algo” se nos echó encima con tanta fuerza que casi nos saca de la carretera. Frené, y detuve el coche dejando las luces encendidas por si acaso alguien tenía la descabellada idea de conducir por esa carretera a esas horas imposibles.

- No sé yo si debemos salir a ver. Igual ese monstruo no está muerto. – dijo B1 agarrando la puerta del coche y sin ninguna intención de abrir.
- ¡No me digas que hemos atropellado otro bambi!- casi gritó B2 dando otra prueba de lo nefasto que ha sido el señor Disney en nuestras vidas.
- Oye, bonita, que el ciervo de este verano lo atropellaste tú.
- Calla, que todavía lloro cuando me acuerdo.
- Pero si no lo mataste ni nada, que eres una manta hasta para atropellar bichos.
- No, no lo mató, lo dejó agonizando, que fue peor, que luego tuvimos que pasarle por encima dos veces para rematarlo y no veas cómo nos dejó el coche de sangre y de guarrerías.- B1 puede ser muy gráfica cuando quiere.

B2 estaba poniendo carita de echar lágrimas a la de ya así que abrí la puerta del coche.

- Bueno, si no venís a ver no vengáis, pero yo quiero saber qué se nos ha echado encima y si nos ha hecho algo en el coche.

Y bajaron las dos. Justo detrás del coche, un jabalí adulto se atravesaba en medio de la carretera.

- ¡Osti, hemos matado un jabalí!
- Bueno, de momento lo has atropellado, que muerto muerto no sabemos si está. Deberíamos comprobarlo.
- Ya. ¿Porque si no está muerto lo vamos a reanimar? ¿Le haces tú el boca a boca o qué?
- Qué graciosa, Gin. Si no está muerto…
- Sí, como con tu ciervo: si no está muerto, a rematarlo ¿no? Pues esta vez lo apuntillas tú.

B2 no puede soportar la idea de matar un bicho, de hecho no prueba el cordero desde los tres años en recuerdo de “Macaco”, un borreguito blanco y bastante cariñosito que vivió con nosotros unos meses, justo hasta que llegó el día de Santiago y nos lo comimos al horno, que estaba riquísimo de morirse, por cierto, así que otra vez torció el morrito. Menos mal que esta vez no amenazó con llorar. Miré el jabalí, que ni se movía ni nada.

- Yo creo que está tieso perdido, pero voy a comprobarlo.

Cogí un palo, me acerqué con cuidadito y más miedo que vergüenza, no lo voy a negar, y le di un toquecito en la barriga. Nada. Aquello estaba más quieto que otra cosa. Le di un par de toquecitos más y cuando me convencí de que estaba más muerto que el pollo de Ramón (curiosos ver "Los formidables Kalandrian") me acerqué del todo y le di con la bota. B1 y B2 se acercaron también. La cosa pintaba muy mal porque si el jabalí hubiera estado herido nada más se habría quitado él solito de la carretera, pero claro ahora a ver quién lo movía, si debía pesar más de 150 kilos. Y ni hablar de dejarlo tirado atravesado en medio de una carretera de montaña oscura, para provocar un accidente al próximo coche que viniera y tener que cargar después en nuestras conciencias con a saber qué desastres. Sí, lo veíamos fatal. A todo esto, no hacíamos más que dar vueltas alrededor del gorrino.

- Puesssss... ¿y si lo metemos en el maletero y nos lo llevamos? Así nos deshacemos del cadáver. – B1 ve mucha televisión, me parece a mí.
- Sí, cuidado, no vaya a ser que la Interpol vaya tras nuestras huellas por un jabalí despeluchado.
- Hombre, si viene el negro del CSI yo me dejo investigar entera.

Otra vez nos empezó la risa tonta. Dijimos unas cuantas chorradas más y nos pusimos manos a la obra. Había que vernos intentar coger el jabalí sin cogerlo porque a mí, desde que me picó una garrapata, eso de tocar un animal peludo desconocido con las manos nunca ha terminado de convencerme del todo, a B2 no le importa coger lagartos, iguanas, cocodrilos y asquerosidades así, pero el guarrillo le daba un poco de asco, y B1 ponía todo su empeño pero como no pesa ni 50 kilos (ella, claro) pues la pobre no consiguió mover ni media pezuña del fiambre. Al rato, y después de que B2 y yo claudicáramos y metiéramos las manos en la pelambrera del animal para intentar levantarlo, estábamos las tres sudorosas y jadeantes, y el bicho no se había movido nada.

- Mmmm... ¿y si nos limitamos a empujarle y tirarle por la cuneta?
- Pues mira, sí.

Nos pusimos las tres a empujar como tres olímpicas pero ni por ésas. Aquello no había manera de moverlo, así que nos sentamos a pensar qué hacer mientras nos fumábamos un cigarrito. De repente oímos una voz profunda:

- Eso os pasa por conducir como locas.

Se nos pusieron los pelos de punta.

- ¿Eso lo ha dicho el jabalí???
- ¡Venga ya!
- Pues tu me dirás...
- No sé, pero yo no hacía un jabalí con la voz como de Constantino Romero.

Nos arrejuntados las tres instintivamente. Y otra vez la voz:

- Si esperáis unos minutos, que recobre la respiración, lo soluciono yo.

Estábamos a punto de echar a correr, claro, pero si lo hubiéramos intentado seguro que no habríamos podido ni mover las piernas. Eso sí, ni por ésa nos callábamos. Es algo que no hemos podido hacer nunca, estar calladas cuando estamos las tres juntas.

- ¿Ha dicho que va a recobrar la respiración? – B1 era toda ojos.
- Sastamente maja, eso ha dicho.
- Mira, escuchándole otra vez no se parece tanto a Constantino Romero.
- Vale, pues como resucite me desmayo, yo aviso.
- ¿Qué? ¿Echamos a correr ya, o esperamos alguna señal?
- Pues mirad, miedo me da un rato pero si resucita va a ser un espectáculo, yo no me lo quiero perder así que me quedo. Pase lo que pase.
- Hija, pues qué ganas de pasar miedo, ya podíamos echar a correr como locas de una vez.

Pero era verdad: yo no estaba dispuesta a marcharme, que no todos los días se ve resucitar un jabalí. Bueno, ni un jabalí ni nada, yo nunca he visto resucitar nada; y pensándolo fríamente casi mejor porque no sé yo cómo iba a reaccionar, pero me da que muy bien de la cabeza no me iba yo a quedar. En ésas el jabalí comenzó a moverse hacia la cuneta. Como resurrección era un poco chapucera y quedaba rarísima y de lo menos garboso que se pueda uno imaginar porque no se movía; nada de ponerse de pie entre haces de luz y campanas celestiales ni nada de eso. El jabalí se arrastraba, pero seguía tieso perdido. Las que sí nos movíamos éramos nosotras tres, que íbamos avanzando, pasito a pasito, a medida que el cuerpo se alejaba. Al llegar a la cuneta, el cuerpo desapareció. Nos acercamos a mirar y una sombra saltó a la carretera, justo delante de nosotras. Claro, los gritos los escucharon en Sebastopol

- Pero ¿queréis callaros? ¡Panda histéricas que sois las tías, por Dios!

Miguel, el furtivo, no sabía cómo calmarnos y no dejaba de soltar improperios, también a voces, claro, porque si no no había manera de oirse. Cuando amenazó con largarnos un par de tortas y le vimos remangarse nos callamos las tres y nos echamos a reir, sin transición ninguna. Pasamos de los gritos a las carcajadas y Miguel siguió diciéndonos de todo hasta que terminó riéndose él también. Al final le ayudamos a esconder el jabalí entre unas escobas y la mañana siguiente, nada más amanecer, volvimos unos cuantos para llevarnos el cadáver al pueblo y hacer un asado. Tal que Obélix, pero sin bardo. Y rico... rico.

jueves, 25 de octubre de 2007

El año del cerdo (1)

Unos horteras. A la hora de decorar, los chinos me han parecido siempre unos horteras, con tanto mueble lacado de colores imposibles y tanto doradito, que entras en un salón y los muebles lanzan destellos que parece que han espurreado por la habitación no un diente sino la dentadura entera de Pedro Navaja. Y de los bichos que ponen por las paredes mejor no hablamos, que hasta mi hermana B2, que se pirra por las iguanas y coge sin pestañear con sus propias manitas cuanto lagarto osa entrar en la casa (y vive Dios que entran unos pocos y son gordos como gatos, los jodíos) cree que se pasan con los dragones. Que es que vas a un chino y se te corta la digestión del miedo porque a ver que me digan a mí que no acojona eso de comer con un dragón enseñándote los dientes por encima del hombro, que encima les ponen siempre a todos unas dentaduras descomunales. Y este año, el del cerdo, además, están los locales llenitos de gorrinos a cual más espantoso.

Al principio eso de que fuera el año del cerdo me dejó más bien fría porque pensé que era para los chinos nada más pero empiezo a pensar que con esto de la globalización va a haber cerdos para todos. A mí, de momento, ya me han tocado dos (porque el hombre que se sube en el autobús oliendo a eau de sobac desde las 7 de la mañana no cuenta, es un cerdo pero de otro tipo)

El primer cerdo nos cayó este verano, en plena playa. No lo conté porque entre las cabras, el burro del vecino, el chivo, los conejos, etc., estaba más que harta de bichos (y además me daba cosa porque seguro que el señor Avellana iba a decir que me lo inventaba todo), pero pasar pasó. Ya les digo que pasó. Pasó corriendo por una urbanización playera, se metió en la piscina de un hotel, donde se hizo unos largos, salió por patas del recinto hotelero y siguió correteando por la playa donde aprovechó para pelearse con unos agentes de la Guardia Civil antes de morir dando chillidos.

El chapuzón en el hotel no lo pillamos, no, lo vimos después en la prensa, pero las correrías playeras sí las vimos en vivo y en directo. Si les digo la verdad a mí más que el bicho lo que me asombró fue la reacción de la gente. Porque a ver, una persona en su sano juicio ve salir de los cañaverales un jabalí adulto y se asusta medianamente. Sobre todo porque en esas condiciones se trata de un animal con miedo dispuesto a atacar hasta a su propia sombra, y que cuenta para ello con una fuerza bruta (brutísima) considerable y colmillos afilados. Pues el personal que había en la playa ni susto ni nada, al contrario, estaban encantados. Pero si había padres que decían a los niños: “mira, mira, como el del rey león”, y niños que corrían detrás del jabalí, en plan sanferminero, gritando “¡Pumba, Pumba!” en clara demostración del mal que han hecho y hacen las pelis de Disney, y dando argumentos a cualquier mente sana para dinamitar los estudios y quemar las películas de dibujos animados empezando por Dumbo, que me pone los pelos de punta. La mitad de las marías se lanzaron como locas a recoger los tuppers de comida y ponerlos a buen recaudo, y la otra mitad se plantaron delante de sus mesas con los brazos en jarras mirando desafiantes al jabalí como invitándole a que se atreviera a quitarles los pimientos fritos, la tortilla de patatas, las chuletas, y los pinchitos de cerdo. La verdad, a mi me habría gustado que el jabalí se hubiera lanzado contra alguna mesa, por ver qué pasaba nada más, aunque seguro que habría salido ganando la maría de turno. Y es que cuando una mujer se levanta un sábado a las seis de la mañana para freir cinco docenas de pimientos es capaz de defenderlos con uñas y dientes.

Las correrías playeras del jabalí en busca de la libertad degeneraron en una encarnizada pelea entre el gorrino y los agentes de la Guardia Civil quienes optaron por atropellarle primero y dispararle después con los cetmes. Unos abusones, vaya. Claro, como se pueden imaginar perdió el jabalí; la Guardia Civil no tuvo bajas, solamente un par de heridos leves. Lo que no sé es qué hicieron después con el cadáver, porque llevárselo se lo llevaron, y menos mal porque llegan a dejarlo en la playa y termina el pobre hecho chuletas en los cienes de barbacoas que había (casi una por sombrilla).

NOTA: los que no se lo crean (que sé que los hay) pueden pinchar en el siguiente enlace y ver cómo fue verdad-
http://www.20minutos.es/noticia/269670/0/jabali/piscina/malaga/

domingo, 21 de octubre de 2007

Maharas

Cuando yo vivía en Madrid solía encontrarme cerca de mi casa a los seres más volaos de la creación, desde gente que no es que hablara sola sino que incluso discutía consigo misma y encima a voces (hubo uno que se pegaba mamporros y todo), hasta personas educadísimas que se empeñaban en llevarme las bolsas de la compra y sostenerme el paraguas mientras caminaba. Uno incluso me limpió los zapatos mientras esperaba el autobús. Estaban zumbadísimos, ya digo, y no es que yo tuviera un imán especial para este personal sino que vivía cerca de una residencia psiquiátrica (“casa de reposo” lo llamaban eufemísticamente) y no solamente dejaban salir a los internos inofensivos sino que de cuando en cuando se escapaba alguno entre el bullicio de las visitas.

Una vez vi salir a la carrera (es un decir, claro) a un venerable anciano con bastón vestido con un pijama imposible de pollos rojos. A los pocos minutos salían corriendo (y estos sí que corrían) de la residencia dos celadores tamaño armario vestidos de blanco y una enfermera preguntando por “un loquito que se nos ha escapado”. Lo de que primero salieran los armarios por las calles corriendo que se las pelaban y luego vinieran a preguntar por dónde había escapado el viejecillo me pareció un procedimiento un tanto peculiar pero pensé que todo se pega. De lo que no me enteré fue de por qué tenían encerrado a aquel señor, porque la enfermera, después de preguntarme, me empezó a contar lo bien que se comía en la residencia, y que si las monjas se portaban superbien con los internos, y qué sé yo cuántas bobaditas más, que tuve que decirle que lo sentía mucho pero que o seguía paseando hacia los árboles o que el perro le iba a terminar meando a ella en los zapatos, y conseguí huir. Sí me enteré de que al final consiguieron pillar al abuelo y a sus pollos rojos y los devolvieron a la residencia porque me lo contaron al día siguiente en la panadería.

O sea, en Madrid era normal encontrarme con majarones en el barrio. Y fuera del barrio me encontraba muchos más, pero teniendo en cuenta mi profesión, pues también era normal. Pero de un tiempo a esta parte la cosa está empezando a preocuparme.

Ayer estaba en un bar del pueblo, más o menos cerca de casa (todo lo cerca que puede estar teniendo en cuenta que casi vivo en pleno campo), bebiéndome una cerveza y leyendo el periódico, cuando entra un hombre y se sienta a mi lado. Esto, que a algunos puede parecerles normal, a mí me extrañó muchísimo, sobre todo porque el bar estaba vacío y tuvo que arrastrar la banqueta para poder situarse codo con codo. Que me dio un poco de mal rollo, todo hay que decirlo.

- Hay que ver lo difícil que está esto de aparcar el coche.
- Psí…
- Es que no hay manera de encontrar un sitio, eh, pero no se preocupe que esto se va a arreglar ya mismo.
- …
- Le voy a contar un secreto: lo de los aparcamientos nos lo van a arreglar ya mismo los extraterrestres.
- ¡…!
- Verá usted, hay un planeta que no le puedo decir el nombre porque es mu difícil de pronunciar, que de cuando en cuando manda unas naves a la tierra a liberar sitios.
- ¡¡¡...!!!
- Sí, prenda, sí. Ellos llegan con sus naves y se llevan unos cuantos coches, si puede con su gente dentro para que no se compren otro coche, y así dejar sitios libres. Sé de buena tinta que están planificando una llegada masiva de naves para liberar unos cuantos cienes de sitios de golpe y dejar el pueblo perita.
- ¿...?
- Pues mira, prenda, así al pronto no te lo puedo decir porque comprenderás que estas cosas no las van publicando en los periódicos, pero estate atenta que es para ya mismito. Eso sí, si quieres, como tengo influencias, puedo hacer que no te lleven el coche ni ná.
- ¡¿...?!
- Nada, nada, yo te hago una marca y listo. ¡Hala! Es tardísimo, me voy a ir marchando, que es hora de comer. Cuídate, prenda.

Se levantó y se fue tan pinturero y tan fresco dejándome con la boca tan abierta que si me hubieran metido una sandía entera me habría cabido fijo. Y fue salir y el camarero, que nos había estado escuchando (a ver, no nos iba a escuchar, si no había nadie más y el hombre pegaba unas voces tremendas) sacó dos vasitos y una botella de coñac, sirvió dos chupitos, se acercó a mi mesa y me alargó uno. Nos los bebimos de un trago, y dijo:

- Ojú, pero cuantísimo majarón suelto, eh. ¡Mira que decir que sólo con unos cienes de sitios libres van a solucionar el problema! Si como no se lleven más de cinco mil…

Menos mal que justo cuando empezaba yo a levantarme para salir huyendo me guiñó un ojo.

viernes, 19 de octubre de 2007

Formas de ver la vida

La exposición había sido un éxito. Los críticos alabaron la exquisitez de las composiciones, la delicadeza de los trazos y, sobre todo, una originalidad en la atribución de los colores que, según ellos, suponía una nueva visión de las cosas, de la naturaleza, de la vida, mucho más atractiva y estimulante que la real. El público se entusiasmó. Todo el mundo quería tener en su casa aquellos ríos verdes, cielos amarillos, praderas moradas, y niños azules. El artista no entendía tanto revuelo, él pintaba lo que veía. Cogió la carta del médico, y tras leer atentamente el diagnóstico sonrió: daltonismo.

(Para H.)
;-)

miércoles, 17 de octubre de 2007

Ximiao

Llevamos dos días sin salir de la casa porque no cesa de llover. Fuera,
altas montañas y aire limpio. Dentro, una mezcla de olores extraños para mí, poca luz, y frío. Nunca he querido venir a Extremo Oriente. Entiendo la fascinación general por China y Japón pero nunca la he compartido. Al contrario, siempre he sentido un rechazo un tanto irracional por estos países, hay algo que hace que me sienta incómoda. Por eso he evitado siempre aceptar trabajos en Asia. Pero Serguei me ha convencido para que le acompañe unas semanas al noroeste del país. Como dicen las abuelas, si no quieres caldo toma dos tazas.

Hora de comer. Nos reunimos en la cocina. En total somos ocho. Nos alojamos en casa de unos campesinos de la montaña, una pareja joven. Viven con los padres de él y tienen un niño de diez años: Fan. La madre de Fan, Du, es diminuta, y viene del este. Tiene la piel oscura y el pelo negro y largo, siempre recogido bajo un pañuelo de colores vivos. Da la impresión de que no descansa nunca. Cuando me despierto ella ya lleva horas levantada, y es la última que se acuesta. Se desvive por sus suegros; está pendiente de que no pasen frío en ningún momento y de que no les falte té, les cambia los edredones a menudo, se los mulle... Sonríe a menudo. A veces se queda pensativa durante unos minutos, con la mirada perdida, y su expresión es triste y preocupada. Por medio de Jin, el intérprete, me explica que está embarazada y aunque aquí la política del hijo único no es tan estricta como en las ciudades, le preocupa el bebé. Cuando me confiesa que le gustaría tener una niña le cojo una mano instintivamente. Es la primera vez que nos tocamos, en realidad es la primera vez que toco a alguien de aquí; son reservados, no se permiten confianzas y menos con los extranjeros.

Comenzamos a comer. Du me ofrece un cuenco con algo líquido y caliente. El
primer día, nada más recogernos, Jin nos recomendó que no pensáramos en qué podríamos estar comiendo. "Sólo piensa si te gusta o no". Me lo repito
constantemente pero sigo sintiendo rechazo por la comida. Meto la cuchara en
el cuenco y saco trocitos rojos de algo que parece carne. Recuerdo las
palabras que dijo ayer Fan: "si vuela y no es avión, se come; si anda y no
es un coche, se come; si nada y no es un barco, se come". Aquí todo se come.
La sopa está hirviendo. Todos soplan y sorben ruidosamente y se sirven cosas
indescriptibles de los numerosos platitos que Du ha esparcido frente a
nosotros. Lentamente (soy mala manejando los palillos) consigo comerlo todo y al terminar me lanzo a beber el té con ansiedad. Está fuerte, caliente, y muy dulce, y el estómago me lo agradece.

Por la tarde, como sigue lloviendo y no podemos salir, los abuelos juegan con su hijo juegan al Mah Jong. Jin y Serguei disputan una partida de ajedrez. Du se afana en la cocina. Rechaza mi ofrecimiento de ayudar así que me siento junto a Fan a mirar el Mah Jong. Me parece fascinante. Debo parecer hipnotizada porque Fan me mira y se ríe. Por señas me pregunta si quiero jugar; a él no le dejan intervenir en la partida de los adultos pero conoce el juego perfectamente. Nos retiramos al otro extremo de la sala y comenzamos. Fan está encantado de ser el maestro, de saber más que un adulto, y se ríe constantemente ante mis errores, tanto que su padre le llama la atención. Du sirve té y nos pone un platito de dulces que parecen frutas confitadas. Estamos tan concentrados que no nos damos cuenta de que poco a poco se va haciendo de noche.

lunes, 15 de octubre de 2007

Indigestión

De sobra sabía ella que la tradición mandaba dejar esa noche tres copas de licor para los reales visitantes. Pero era consciente de que no podían permitirse ese gasto así que cuando los niños preguntaron si el líquido ambarino de las copas era coñac del bueno mintió sin pestañear. “Sí, el mejor, es el mejor que hay”. Horas después unos Reyes Magos cansados bebían despacio el té agradeciendo el alivio que suponía para sus estómagos, estragados por costosos licores y dulces. Al día siguiente los niños encontraron junto a los zapatos los mejores regalos del barrio.

viernes, 12 de octubre de 2007

Basureros (súper) intrépidos

El camión de la basura volcó y la mañana siguiente, a primera hora, vino una cuadrilla municipal y asfaltó la curva. El resto de la calle la dejaron con sus socavones, sus baches, sus piedras, pero la curva les quedó más bonita que un San Luis. Los vecinos teníamos dos opciones: o dejábamos la calle como estaba en un alarde de mala idea y esperábamos a ver si tras el siguiente vuelco el Ayuntamiento asfaltaba todo, o asfaltábamos nosotros, y como los basureros son criaturas del Señor con padre, madre, y demás gente que les quiere (y una mala leche considerable), decidimos eliminarles riesgos y echamos una capa de asfalto preciosa en la calzada. Además pusimos luces y de todo, para que vieran bien. Y entonces los jodíos eligieron una ruta alternativa y dejaron de pasar. Al principio nos cagamos en todos sus muertos pero luego reconozco que nos vino bien porque nos quitamos los ruidos y los olores del camión.

Ayer me levanto como las gallinas y me voy a trabajar, y justo cuando estoy pegando sorbos al segundo café suena mi móvil y encuentro al otro lado a JB absolutamente atacado de los nervios que me grita que se ha quedado encerrado en casa y no puede salir. Sin inmutarme ni medio pelo le dejo que se desahogue dos nanosegundos y le cuelgo sin contemplaciones para llamar a Loli, la mujer que limpia en casa de la vecina. Loli me dice que en diez minutos se acerca a darle las llaves. Llamo a JB para darle la buena nueva y no me coge el teléfono. Como sea que JB es de esas personas que cuando suena un teléfono en lugar de descolgarlo se dedica a mirarlo y contar los timbrazos (dice que hasta seis aguanta el nuestro), pensé que allá él con sus manías y me quedé tan pancha pensando que ya le daría Loli las llaves. Pero no, eso habría sido lo fácil, y tratándose de hombres había que elegir la opción más difícil.

JB me había llamado por aquello del desahogo pero sin ninguna intención de escucharme así que lo de que Loli le llevaría las llaves ni siquiera le llegó al cerebro. Y allí estaba él acordándose de toda mi familia y echando espumarajos por la boca cuando oye un ruido familiar pero ligeramente olvidado. Efectivamente, el camión de la basura que bajaba despacito despacito, como regodeándose en el asfalto, calle abajo. Las neuronas de JB se ponen a trabajar a toda velocidad y diseñan un plan genial: pedir a los basureros que abran el coche y cojan las llaves de repuesto de la casa, así que se pone a gritar y efectivamente el camión para a la puerta.

El plan era bueno pero para llevarlo a cabo JB tenía que lanzarles las llaves desde la reja del salón hasta la calle. Parece fácil si no fuera porque las llaves tenían que sobrevolar las escaleras de entrada (así como treinta, las he contado varias veces pero como me parece una chorrada me pierdo siempre) y la cancela del jardín. JB saca el brazo por la reja del salón, toma impulso, lanza, y... las llaves van a caer en el jardín del vecino. “No pasa ná, hefe”, grita uno de los basureros, y se pone a trepar por el muro del jardín del vecino ayudado por los compañeros, tal que si fueran unos castellers vestidos de verde reflectante. Ayudado por la cocker de los vecinos (la cual, como suele, estuvo ladrando hasta casi quedarse afónica) el basurero encuentra las llaves aclamado por sus compañeros y por JB, que asomaba la cabecita entre los barrotes del salón como si fuera el prisionero de Zenda, y se dispone a salir. Y misma operación: los compañeros que vuelven a montar una escalerita humana y el basurero que desciende con las llaves en la boca (yo he visto que los uniformes están llenos de bolsillos pero a saber para qué los usan) para, rescatadas las llaves de emergencia que había en el coche, abrir la cancela tan pichi, subir las escaleras, y darle las llaves tanto de la casa como del coche a JB, quien una vez libre como los pajaritos se comprometió a pagarles unas cañas mañana la tarde siguiente y se marchó a trabajar más contento que unas pascuas.

Yo sé que habría sido más caritativo callar, pero ninguna pudimos evitarlo. Cuando a la hora de comer JB terminó de relatarnos las peripecias basureriles se encontró con tres pares de ojos que le miraban asombrados y con la risa asomando por todos lados.

- ¿Qué pasa?- preguntó un poco mosqueado.
- Em... que no sé por qué tuvieron que trepar por el muro pudiendo entrar por la puerta.
- Porque si metes el brazo entre las rejas no tienes ángulo de tiro y fallé el lanzamiento.- JB me lo explicó como si yo fuera a educación especial.
- Esto... ya... - (aquí mis hijas ya no pudieron aguantar las carcajadas) -pero es que lo que no entiendo es por qué les lanzaste las llaves en lugar de abrirles la cancela directamente con el portero automático...

JB se molesta un poco todavía cada vez que amagamos unas risas pero yo estoy frita por ver a los basureros (la tarde siguiente para la cerveza prometida es hoy) y pedirles que nos hagan unos números de equilibrio de esos que hemos descubierto que saben hacer.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Basureros intrépidos

Dicen que normalmente no se suele valorar a la gente en lo que vale. Estoy de acuerdo, pero con reservas. O sea, que sí, que es verdad que la gente suele infravalorar al personal pero que no, que eso les pasa a otros, a mí no, que yo tendré (tiempo verbal de futuro hipotético, que de momento no tengo nada) muchas taras pero el efecto Dunning-Kruger* no. Yo no sólo es que reconozca las habilidades ajenas sino que además no tengo ningún complejo en contemplarlas totalmente embobada y aplaudirlas después con el mayor entusiasmo. Y encima contárselas a los demás para que se enteren bien. Por ejemplo, yo siempre he admirado a los basureros del pueblo, y mi admiración crece sin reservas día a día. Es que los hombres se lo merecen.

Érase que se era que yo llegué aquí cuando era un pueblo todavía más pueblo de lo que es ahora. La verdad es que por número de habitantes hemos alcanzado el status de ciudad (según le dijeron en mala hora a mi hija mayor en el colegio y digo en mala hora porque ahora cada vez que alguno decimos “pueblo” ella nos rectifica “ciudad” y es pesadísimo) pero las infraestructuras urbanas y el criterio para utilizarlas más que de ciudad e incluso de pueblo es así como del cretácico. Pues cuando llegamos era todavía peor: no había farolas en la calle, no había acerado, la mayoría de las casas tenían pozos ciegos... una fiesta, caramba. Menos mal que el Ayuntamiento de cuando en cuando nos daba una alegría. Una noche, por ejemplo, nos regaló un espectáculo estupendo de olor y sonido. Olor y sonido, sí, del color no puedo hablar porque no había luz. Si hubiera habido luz no habría habido espectáculo.

La cosa fue que cada dos noches el camión de la basura se precipitaba calle abajo a toda velocidad sorteando coches mal aparcados y esquivando baches a ciegas. Lo de los baches a ciegas era responsabilidad del Ayuntamiento, que había decidido no asfaltar la calle por no sé qué historias del saneamiento público, y había dejado la calle a oscuras por lo mismo. Lo de los coches mal aparcados siempre he pensado que era una prueba que los vecinos ponían a los basureros, algo así como el “más difícil todavía”.

Aquellas bajadas camioneras eran mejor que la tele. Como que el padre de mi vecina (un anciano muy amable y educadísimo que sin embargo debía tener alguna perversión extraña porque disfrutaba como un enano con el sufrimiento de los basureros) y yo nos asomábamos todas las noches a verles bajar. Bueno, eso las noches de luna porque las otras noches solamente les oíamos. Luego comentábamos la calidad del derrape, la variedad de palabrotas que habían utilizado esa noche... en fin, esas cosas.

La noche del espectáculo afortunadamente había luna llena, así que algo vimos. El camión bajaba más rápido que otras veces. Había que verlo, que daba gloria cómo corría, con su conductor al frente y sus basureros agarraditos a los asideros externos del vehículo gritándole instrucciones al conductor. “Manolo, Manolo, Manolo... la curva, cojones, que nos la damos” chillaban como posesos. Y Manolo no debió hacer ni caso porque dos segundos después el camión cogió un bache descomunal en la curva y volcó en el cauce del torrente espurreando bolsas de basura reventadas por doquier con una mezcla de ruidos y gritos imposible de olvidar. A Bauti, uno de los basureros, le encontramos bajo un olivo casi enterrado en basura, que ni se le veía y nos tuvimos que guiar por los “ay, ay” que gemía el pobre. Bueno, y por el olor. (Continuará)


* El efecto Dunning-Kruger es un fenómeno psicológico descrito por científicos de la Universidad de Cornell (Nueva York, EEUU) según el cual las personas con escaso conocimiento tienden sistemáticamente a pensar que saben mucho más de lo que saben y a considerarse más inteligentes que otras personas más preparadas. El fenómeno, rigurosamente demostrado en una serie de experimentos desarrollados por los psicólogos Justin Krugger y David Dunning publicados en The Journal of Personality and Social Psychology en diciembre de 1999, se basa en los siguientes principios:

1. Los individuos incompetentes tienden a sobreestimar sus propias habilidades.

2. Los individuos incompetentes son incapaces de reconocer las verdaderas habilidades en los demás.

jueves, 4 de octubre de 2007

Instinto

Nunca le habían gustado las mariposas. Odiaba sobre todo sus alas. No le agradaban los colores ni los dibujos, y detestaba especialmente el polvillo, ese pegamento que hacía que se le quedaran adheridas al paladar. Escuchaba a los enamorados entornar los ojos y decir que sentían “mariposas en el estómago” y no entendía que lo dijeran con tal satisfacción. Para ella las mariposas en el estómago presagiaban una digestión dura y desagradable. Dirigió su lengua hacia una mancha azul y la Polyommatus Bellargus desapareció en su boca. Sintió un escalofrío y pensó que a veces ser rana era un asco.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Nazaret

Paseo con Erik por las calles del pueblo mientras Serguei y Paavo trabajan. Hace calor y el polvo se nos pega por todo el cuerpo. Encontramos una fuente y aprovechamos para beber y lavarnos los pies. Nos sentamos en unas piedras y entonces le vemos. Es europeo, como nosotros, y está vestido como mandan los cánones del aventurero aficionado: camisa blanca de manga corta, bermudas de algodón caqui, sombrero blanco de ala ancha también de algodón, mochila, pañuelo blanco al cuello, y botas de piel. Todo ello impoluto, como recién estrenado. Mira con un poco de asombro y desconfianza nuestros pies desnudos sobre las sandalias y todavía mojados pero se acerca y nos saluda en inglés. Erik le responde en un inglés impecable; yo solamente le sonrío. Él pregunta cómo puede llegar a la Basílica de La Anunciación, y antes de que termine la frase le interrumpo para preguntarle en español de dónde viene. Al escucharme se le ilumina la cara y parece un niño perdido que acabara de encontrar a su madre.

Se llama Antonio. Nos explica que es de Logroño, y que ha aprovechado que tiene una prima monja para venir a visitar la zona. Camina con nosotros sin dejar de hablar. Nos cuenta sus impresiones, vacilando un poco al principio y animándose a medida que le escuchamos sin comentar ni censurar sus apreciaciones sobre el país. Dice que se siente inseguro. Curiosamente le dan más miedo los ciudadanos musulmanes que los soldados que se cruza con las calles. Explica que ver los fusiles le tranquiliza; no se le ha pasado por la cabeza que los soldados puedan utilizar sus armas contra nadie en concreto, sino que tiene la sensación de que están ahí para protegerle a él, a Antonio, sin especificar de qué ni de quién.

Erik para un balón viejo, lleno de parches, y corre calle arriba jugando con la pelota para devolvérsela a cinco niños que le jalean y que intentan quitársela cuando llega a su altura. Antonio les mira sonriendo. Le digo que me dé la mochila y se una al juego y lo hace sin dudar. Al rato los dos abandonan y se sientan a beber té. Los niños siguen jugando sin acusar el calor. Antonio me pregunta de dónde he sacado el té. Cuando le digo que lo he comprado en un puesto del mercado me mira con una chispa de alarma. Desde que ha llegado al país solamente ha bebido agua mineral y refrescos envasados.

Doblamos la esquina y el mercado se despliega ante nuestros ojos. Erik sonríe al ver la expresión de Antonio, que mira los puestos con ojos tan abiertos que es un milagro que no se le caigan. La calle está llena de mesas de madera sobre las que se exponen los comestibles, sin más. El vendedor de té está sentado sobre una esterilla, el termo y los vasos en el suelo, junto a un caño del que mana un hilillo de agua que utiliza para enjuagar los vasos una vez utilizados. A su lado un hombre ha desplegado una pieza de tela y ha colocado sobre ella una cabra despellejada a la que trocea tranquilamente haciendo caso omiso de las moscas que le rodean. La sangre de la cabra desagua calle abajo por uno de los canalones que hay a cada lado de la vía junto con el resto de desperdicios líquidos del mercado salpicando a veces las sandalias de vendedores y parroquianos. Huele a carne, y a sangre fresca. Uno de los niños que jugaba con Antonio y con Erik se acerca al vendedor de té y coge dos vasos. Viene hacia nosotros y los prueba. Sonríe, hace un gesto de OK con los dedos y se los ofrece. Y por un momento creo que Antonio va a vomitar o a salir corriendo, pero mira al niño, y se bebe el té.

lunes, 1 de octubre de 2007

Palmero sube a la palma... y cuidadito

(Hoy estoy un poco fatalista así que voy a aprovechar y voy a empezar soltando el rollo de los hados y el destino, aviso, y el que avisa no es traidor, que es avisador.)

Está visto que es inútil resistirse al destino. Si, como decían las abuelas, está de Dios que todo te salga bien, te saldrá, y si has nacido con el futuro torcido no harás nada a derechas. En el caso de JB está visto que no puede dar un paso sin que se crucen en su camino los freakies (o sea, los frikis) más inimaginables. Digo yo que será porque él es un tanto marciano y entre ellos se reconocen. El caso es que incluso cuando no consiguen dar con él directamente se ponen en contacto conmigo. Me niego a pensar que todo se pega, claro, así que insisto en que es cosa de él.

Hace una semana oigo unos gritos al otro lado del muro, “¡Oigan, oigan!”, y me asomo, claro, que para eso es mi muro y asomarme es gratis.

- Que he visto que tenéis palmeras en el jardín.
- Sí, dos, y qué. – Reconozco que el muchacho no había preguntado nada que mereciera el tono chulesco de mi respuesta pero ese día tenía yo ganas.
- Ná, que soy jardinero especializado en palmeras y que si queréis os las podo por muy buen precio.
- Ah, vale, pues espérate un momento.

Y llamé a JB, que es el encargado del jardín. Mientras negociaban eché un vistazo, bueno más que un vistazo le eché un repaso totalmente crítico al palmero y me dio toda la sensación de que acababa de salir del “proyecto hombre”, o similar. Luego JB me lo confirmó.

- Sí, sí, un poco drogadicto era pero está rehabilitándose y lo ha dejado del todo. Ahora vive con su madre y se dedica a ganarse la vida podando palmeras. Le he dicho que venga el sábado por la mañana a primera hora.

Pasó la primera hora del sábado y el palmero no vino. Ni a segunda hora tampoco. Ni a tercera, ni a cuarta ni ná. Al final del día, cuando estaba ya poniéndose el sol y eso, apareció por la casa. Que no había podido venir porque había tenido que ir a una boda con su madre, pero que venía sin falta el domingo a primera hora. Visto lo visto, que lo que él entendiera por primera hora fueran las tres de la tarde no me extrañó ni medio pelo. JB subió al jardín con él y todo parecía ir bien hasta que escuchamos un golpe tremendo. Otras familias en estos casos se habrían precipitado a comprobar qué había pasado, por aquello de ayudar o por lo menos de ver sangre y vísceras desparramadas. Nosotros, en cambio, cuando pasan cosas así nos quedamos muy quietecitos no vaya a ser que efectivamente haya sido algo gore y nos pidan por ejemplo que sujetemos la mano a alguien mientras un voluntarioso enfermero amputa algún miembro con una navajita suiza. Igual es que deberíamos ver más la tele, yo qué sé. La cosa es que nos quedamos esperando hasta que JB entró y, lacónico como suele, dijo:

- Entre el calor y el agobio a Javier (es que los frikis también tienen nombre) le ha dado el mono y se ha caído de la palmera. Ahí le tengo, desmayado perdido. ¿Qué le doy?

Revolví un poco la nevera dividiéndome entre el susto de que un hombre se hubiera precipitado al suelo desde los 10 metros que mide la palmera y le hubiera pasado algo grave, y la risa que me estaban dando los comentarios del pequeño.

- ¿Qué tenemos un mono en la palmera? ¿En cuál, en la grande? Y debe ser malísimo porque ha tirado al jardinero al suelo. Pues yo quiero verlo, que igual es de los de culo rojo. Me lo quiero llevar al colegio. ¿Puedo llevármelo? Que igual muerde a Hugo, que a mi no me deja morderle.

Y salió zumbando al jardín sin dejar de hablar. Hay que disculparle; tiene solamente cuatro años.

- Toma – le dije a JB – Dale estos Aquarius para que se recupere un poco, y mientras voy llamando al centro de salud.

Al rato volvió JB.

- Se los he hecho beber los dos seguiditos y ahora dice que le duele un poco el estómago. ¿Tú estás segura de que esto le va bien?

Mi hija miró las latas vacías.

- Hombre, teniendo en cuenta que es un exdrogadicto que acaba de caerse de una palmera, y le has enchufado dos latas que llevan dos años caducadas… pero tranquilo, que con el dolor de estómago se va a olvidar del golpe seguro.