viernes, 7 de septiembre de 2007

¡Se acabaron los animales!

Bueno, vale, son muy graciosos y normalmente me gustan, pero empiezo a estar un poco harta de bichos. Después del episodio del rescate de las cabras, me estaba tomando una cerveza con los albañiles cuando llega el vecino cazador.

- Gin, que si te gustaron los conejos.

Yo omití el hecho de que ya estuvieran convenientemente enterraditos en el congelador y dije que sí, claro, que los vegetarianos disfrutamos especialmente despellejando y comiendo conejo. Y él, dando pruebas de que es de la misma raza que mi suegra y no me escucha cuando hablo, se da la vuelta y me dice:

- Pues mira qué bien porque te he traido tres; por si viene tu familia lo que queda de verano, que les convides.

Vaya por Dios. Y encima estos venían sin congelar ni nada, o sea, los tres conejos muertos y lacios por todos lados. Se fue dejándome de piedra y con los tres conejos grises (también de piedra, pero un poco blanda, digamos de arcilla) en las manos. El capataz de mi obra, que también es cazador, me empezó a aconsejar muy dispuesto él sobre la mejor manera de despellejarlos. Salí de mi petrificación para decirle con voz levemente helada que o se callaba o le daba con los conejos en la cara. Debió notar que no era el momento, porque se calló y todo. Así que coloqué los conejos en el congelador, junto con los otros, esta vez boca abajo desde el principio, que la otra vez los puse boca arriba y mis hijas gritaban cuando abrían el congelador. Yo no sé por qué es menos impresionante ver un conejo de culo que de cara pero después de varias sesiones de gritos ha quedado constatado que lo es. Cualquier día me harto y los sepulto a todos. Ya imagino a los arqueólogos del futuro intrigadísimos intentando averiguar la razón de ese enterramiento conejil colectivo. Jejeje... que piensen.

Al rato, y en medio de la tercera cervecita, llaman a la verja y me encuentro a Paco, el de los bichos, que venía a darme las gracias por haber ayudado a recuperarlos y haber evitado la cárcel a Federico.

- Nada, Paco, hombre, qué menos, anda tómate una cervecita con nosotros.
- Vale, vale, pero espera, que te he traido de regalo una chivita.

Y se baja a la furgoneta dejándome preocupada pensando que a este paso tendré que comprarme un congelador industrial. Pero no, señores, de congelador nada, porque Paco subió al momento trayendo en los brazos ¡¡¡un chivito vivo!!! O sea, vivo, vivo, pero vivo de verdad.

El hombre estaba tan ilusionado que no dije nada pero mi cara debió ser... no sé cómo y prefiero no imaginarlo, pero algo debió ser porque los albañiles empezaron a descojonarse discretamente. Bueno, discretamente al principio porque cuando Paco me colocó el chivito en brazos aquello era ya un jolgorio incontrolado. Y yo seguía petrificada por segunda vez en el día (todo lo petrificada que se puede estar con un chivo gimoteante en brazos) intentando explicar a Paco que era un regalo estupendo pero que casi mejor que lo dejábamos, cuando llegaron mis hijas. Se pueden imaginar. Encantadas con el chivo, claro, que cuando dije que Paco se lo llevaba otra vez se pusieron a gemir haciendo la competencia al bicho. Y los perros, desconcertados pero solidarios que son, también. Entre los bichos gimiendo y los albañiles a carcajada limpia, aquello parecía una película de los Hermanos Marx.

Al final Paco se fue y Calixto (adivinen.... muy bien! es el chivito) se quedó, pero atado, claro, que al principio le dejé suelto y, aparte de que me seguía por el jardín y balaba para que le dejara entrar en la casa, se comió una colada de trapos de limpiar que tenía tendida.

Y lo peor es que, como los niños tienen vacaciones en el cole, el fin de semana tendré el jardín lleno porque los amigos de mis hijas quieren jugar con Calixto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre me pregunté cual era el destino final de los "Bunny suicides". Duda resuelta.

http://biboz.net/bunny-suicides/

Ginebra dijo...

;-)