martes, 22 de julio de 2008

Qué importante es la salú

La niña koala. Durante un tiempo Madagascar fue mi niña koala. Era como un virkiki. Si me sentaba en el sofá, por ejemplo, no pasaban dos minutos sin que se me “arretrepara” sobre la barriga. Y caminando igual porque ella andaba, claro que andaba, pero prefería ir abrazada a mi, así que me pasé unos cuantos años con la niña permanentemente sentada sobre mi cadera como si fuera una gitana o una madre africana. A mí, que soy de naturaleza despegada igual que Kenya (es hipersensible pero ella cariñitos los justos) me gustaba esa “pegajosidad”, esa necesidad de piel. Luego, cuando conseguí que pasara la mayor parte del día con los pies en el suelo, Madagascar iba a todos lados de la mano. Y cuando digo a todos lados quiero decir, literalmente, a todos lados, desde el cuarto de baño a los paseos por la playa. Y yo seguía pensando que qué rica, qué cariñosa me había salido la niña. Hasta que el Disney Channel nos abrió los ojos y convirtió a la niña koala en la niña topillo. Supongo que si JB no se hubiera empeñado en que vieran la televisión en versión original nunca nos habríamos dado cuenta de que Madagascar no veía los subtítulos. Ni los subtítulos ni nada. La pobre no veía tres en un burro, que fue ponerse las gafitas la primera vez y le cambió la cara. “¡Veo!” gritó en la óptica. Fue emocionante, hasta al técnico de la óptica (que debe estar hartito de poner gafas al personal) se le pusieron los vellos de punta. Si estuvimos a punto de abrazarnos y todo. Fue como “El milagro de Ana Sullivan” sólo que en versión pueblo. Y fue ponerse gafas y cortar el cordón umbilical; ya no volvió a ir de la mano a ningún sitio. Y desde que se puso lentillas, todavía menos. En venganza por este desapego cuando estamos en la playa y sale del agua la dejamos que se recorra varias veces la playa de un lado para otro con los ojillos entrecerrados intentando distinguir cuál es nuestro campamento antes de llamarla.

Es curioso porque cuando yo era pequeña llevar gafas o hierritos en los dientes era lo peor que te podía pasar, eran cosas que estaban más o menos al mismo nivel que ser “la gorda”, tener la cara llena de granos, y oler a bicho muerto (sí, en mi clase había una niña que olía como si llevara los bolsillos del uniforme llenos de ratones en pleno proceso de descomposición, la llamábamos “la mofeta” y nadie nos queríamos sentar con ella; hace un par de años me la encontré por la calle y trabaja en Lancóme, en fin). Ahora en cambio lo de llevar hierritos (que ya no se llaman hierritos sino algo así como “brackets”, y tienen gomitas de colores monísimos) o gafas es como muy fashion. Kenya y Madagascar, que tienen la dentadura impecable, jugaban de pequeñas a ponerse tiritas de papel de aluminio en los dientes como si fueran aparatos de ortodoncia hasta que una vez Kenya se tragó una tirilla de papel albal y estuvo preocupadísima hasta que la echó. Desde entonces se acabaron las ortodoncias falsas. Lo de las gafas es otra historia. Y más desde que Madagascar alterna monturas modernísimas de distintos colores. De cuando en cuando a Kenya le entra la necesidad de un cambio estético y se pone pesadísima diciendo que no ve bien y que le duele la cabeza, y así. Total, que no para hasta que la llevo al oculista, le hacen una revisión, le dicen que ve perfectamente y que no necesita gafas, y se busca otro objetivo estético como un corte de pelo.

El último ataque de “gafitis” fue hace un mes así que la semana pasada fuimos al oculista (vale, si yo ya sé que no tiene nunca nada y que estos paseos al médico son inútiles pero ¿y si fuera verdad que la chiquilla no ve y se queda ciega porque no le hago caso?¿eh? que todos hemos leído “Pedro y el lobo”). Total, que allá que fuimos y allá que salimos de la consulta con el diagnóstico de que la niña ve como un lince, y nos subimos al autobús para volver al pueblo. Kenya, que había subido antes que yo, comenzó a andar por el pasillo del autobús extendiendo los brazos para agarrarse a algún lado y dijo “Mamá ven, caramba, que no veo”, a lo que yo contesté “chiqui, mira que te dije que te trajeras el bastón”. Palabra que fue una risa entre nosotras, una broma que llevábamos arrastrando desde que salí de la consulta haciendo de lazarillo a Kenya, que como tenía las pupilas dilatadas no veía lo que se dice nada y llevaba unas gafitas negras como si fuera la Niña de la Puebla, pero cuando dos mujeres se levantaron de sus asientos para cedérnoslos nos vimos incapaces de aclarárselo y nos sentamos aguantando la risa. Ya, que está feo, que con esas cosas no se bromea pero qué le vamos a hacer. Así que Kenya se sentó muy derechita mirando hacia el frente y dando sorbitos de cuando en cuando a su lata de cocacola. Y las mujeres continuaron con su conversación, que más que conversación era un monólogo en el que una de ellas contaba a la otra, con voz altísima y clarísima (como que todos íbamos supercallados escuchándolas), su estado de salud. Bueno, por cierto, buenísimo, que se había hecho todo tipo de pruebas y habían salido satisfactorias. Y de verdad que le habían hecho de todo: un electro, análisis de sangre, un test de sullivan (no sé para qué querrían medirle la diabetes gestacional a una señora que pasa de los sesenta y que no está preñada ni de coña, pero en fin), una eco dopler, una mamografía, una citología, y lo mejor (que dejó para el final): UNA CULOSCOPIA. Ahí la amiga, que había estado callada diciendo solamente “mmmm... aaaaaah... claaaaaaaro” no se pudo contener.

- Mujer, será una colonoscopia o rectoscopia.
- ¿Eso qué es?
- Pues una prueba que te meten un tubo por el recto...
- ¡Aaaaaaaaah, pues no! de rectoscopia nada. ¡Lo mío fue una culoscopia que a mí el tubo me lo metieron por el culo!

Discretísimos, todos en el autobús contuvimos la respiración para no soltar la carcajada. Al otro lado del pasillo yo veía a un muchacho escondido detrás de un periódico que tenía hasta convulsiones y todo. Menos mal que siempre hay una salida.

- Ggggggggghhhhgggg.... (ésta era Kenya)

- ¿Pero qué pasa???
- Ná, que la cieguita está echando espumarajos por la nariz.
- Mujer, no se dice cieguita, se dice “invedente”.
- Pues lo que sea, pero a la niña le sale espuma por la nariz, que digo yo que igual está rabiosa.
- Anda, anda, mujer, qué va a estar rabiosa; es que como no ve no sabe por dónde meterse la lata de cocacola.
- ¡Ains qué pobre que no sabe ni beber! Tch... tch... Y mira cómo se ríe todo el mundo de ella. Qué malos somos. Hala, Mari, vámonos, que ésta es nuestra parada.

Kenya siguió echando cocacola por la nariz mientras se reía como una loca hasta que llegamos a casa. De cuando en cuando alguna de las dos dice “culoscopia” y nos da otro ataque de risa.

14 comentarios:

Pete Vicetown dijo...

Cuando el recto no es recto, si no es culo, es claramente una culoscopia.
Sabiduría popular la de esa mujer.

Un beso.
Pete Vicetown.

núria dijo...

Oiga, ¿paga royalties a sus vecinos?

Si me chivo se los van a pedir...

argamenon dijo...

Delante de los inspectores de hacienda y de las batas blancas de los médicos se me colapsan todas las dendritas y me convierto en un ser inanimado capaz de aguantarlo todo sin enterarse de nada, es decir, en algo menos que en encefalograma plano, que es lo que suelo ser habitualmente cuando estoy animado y consciente. Por ello le puedo asegurar que las mujeres de su pueblo me dejan bizco y admirado por sus conocimientos médicos. A mi me hubieran hecho todo lo que hubieran querido mientras no me hubieran dado la oportunidad de escapar a uña de caballo. Después, ya repuesto de un ataque, - iba a decir inapropiadamente tan frontal-, tan directo, no hubiera sabido darle nombre de ninguna de las maneras: ni técnica ni gráficamente.

Creo que ya se lo había dicho, pero por si no: me encanta su forma de contar las cosas. Invita a leerlas con una media sonrisa refrescante.

Unknown dijo...

Digo, mi hija mayor sigue dándome la mano a sus (casi) diez años, para ir de la cocina al comedor. Y me encanta. Seré mala madre, sin duda. Y no sabré cortar el dichoso cordón (aún) pero no la voy a llevar al oculista. Que no, que no insista!

Anónimo dijo...

Anda q no te está dando de comer pal bló el desparpajo y naturalidad de mi tierra. ;p

T dijo...

Yo voy a pedir una beca de asistente personal suya, de usted. Lo suyo es mejor que un capítulo de Las Chicas de Oro. (Es que hoy se ha muerto Sophía Petrillo y hay que hacerle un homenaje)

Anónimo dijo...

Grandes risas, Gin. Gracias.

Anónimo dijo...

Ay mi niña Koala, como me estoy riendo con todo lo que leo, con Kenia y Madagascar, con el paraguas de parís, el cerebro del cerdo, los romanos que se comen a los cristianos (jajajajajaja), las historias del colegio ... todo me suena familiar, me trae recuerdos, sí sí,vaya sorpresas que se encuentra uno y todo por curiosear un día sobre un palíndromo!

Ginebra dijo...

Pete Vicetown:
Sí... y cuando el culo es torcido tampoco se mete por el recto... ya...
:-) Bienvenido

Núria:
Calle, calle, lo bien que me vienen así de ignorantes.

Argamenon:
¡Toma ya! ¡Dendritas! Ésa es una palabra que me gustaría escuchar pronunciada por estas señoras porque todo parecido con la realidad debe ser pura coincidencia. Verá, creo que hay un tipo de gente al que si hay algo que le guste más que visitar al médico es contarlo después. Y hay gente así a patadas, se lo aseguro.

Me lo ha dicho, sí, pero me encanta que me lo repita :-)
Muchas gracias.

Esther:
Pues yo al principio lo echaba de menos pero no sabe la de cosas que se pueden hacer con las dos manos en lugar de llevar una siempre ocupada por otra manita.

Cacique:
Pozí, hija, entre eso y mi tendencia a reirme...

T:
Muchas gracias, sería usted una asistente de lujo total. Lo de Stelle Getty me ha dado mucha pena; me encantaba esa serie.

Lupe:
De nada, querida, a mandar.

Ivan:
Es que, digan lo que digan, la curiosidad es buenísima.
:-)
Beso

SH765HT2 dijo...

Jaja! Muy bueno. La mofeta de la clase ahora trabaja en Lancôme!

Anónimo dijo...

¿Sabes que alrededor de la mitad de la gente que va al médico lo hace por problemas psicosomáticos? (somatización, hipocondria, ansiedad, etc). Y no les importa las culoscopias, oye.

Curiosamente (es una ironía ¿eh? que aquí las ironías se notan menos), ese fenómeno se da solo en paises del primer mundo. Los del segundo mundo para abajo no tienen patología psicosomática.

Max B. Estrella dijo...

He pasado un momento delicioso con sus vicisitudes; me recordó a mi madre (que era encantadoramente cínica); llegaba yo a casa y mi madre charlaba en la acera con una vecina que le decía:
– Con mi hijo el mayor, tengo un problema cítrico(?)

Sin mover un músculo del rostro, mi madre me miró y me dijo en tono comprensivo-confidente:
–Su hijo no le quiere comer naranjas.

mangeles dijo...

Genial jejjee, es genial...creo que tener una hija koala debe cansar mucho jejejje ...Un beso

Jimena dijo...

Querida Ginebra (nunca hubiera imaginado que escribiría estas dos palabras juntas), ¡cómo me río con tu blog!

Enhorabuena por él.

Esta historia es especialmente buena. A ver si me voy leyendo lo que queda.

Aún recuerdo de vez en cuando con mi madre un día en que íbamos en autobús y un señor contando a todo el que lo quisier escuchar sus desventuras con los médicos, nos aseguró que era un abuelete millonarío, que viajaba en bus por placer (y me lo creo, porque hay que ver lo que disfrutó dando la vara) y después de que los médicos no sabían qué tenía, fue cuando decidió invertir en un panteón en el cementerio del pueblo. Sacó la foto y la mostró a toda la parroquia autobusera.