jueves, 22 de noviembre de 2007

Chicago

Metida en la cama noto cómo se mueve la habitación. No son imaginaciones mías. El hotel se mueve. Es un edificio basculante, pensado para resistir los fuertes vientos del invierno. Estamos a finales de enero y según me dice Rafael este año el frío y el viento están siendo especialmente fuertes. Los edificios altos, altísimos, se balancean de forma imperceptible; casi nadie se da cuenta pero yo lo noto. Y me da miedo. Para alguien que como yo tenga vértigo y miedo a las alturas, estar en una habitación con una pared casi entera acristalada en el piso número treinta de un edificio es una auténtica tortura. No hace falta acercarse a las ventanas para ver la ciudad desde lo alto, la veo desde la cama, la veo desde casi cualquier punto de la habitación. Durante el día no me importa, no paro y me olvido de la altura, pero las noches son difíciles así que salgo y procuro volver lo más tarde posible.

Llevo varios días sin dormir y estoy cansada pero no me importa; esta ciudad tiene suficiente energía para mantenerme no sólo en pie sino en constante movimiento. Vista desde arriba la ciudad impresiona; a pie de tierra resulta fascinante. Inicialmente, todos los tópicos que vemos en el cine son ciertos; caminar por sus calles es como moverse por una película, y me envuelve una sensación de familiaridad que si bien al final resulta falsa, al principio me ayuda a situarme y hace que ninguna situación me sorprenda. Rafael, que lleva años viviendo en Nueva York y ha venido estas semanas a trabajar conmigo, me deja hacer, explorar, asombrarme, equivocarme, con un punto de risa en la mirada; disfruta como quien lleva a un niño a su primera visita al zoo.

Me divierte entrar en un burguer y compartir mostrador con una o varias parejas de policías que devoran hamburguesas mientras no paran de recibir mensajes por radio. Me paso media hora bajo el tren elevado solamente por sentirlo pasar. Un camarero me pregunta de dónde soy y luego intenta situar España junto a Argentina. Le explico que está en Europa y se queda un rato pensando para escandalizarme después preguntando si Europa hace frontera con Israel. Encuentro un almacén donde venden levy’s 501 a 10 dólares y vuelvo al hotel con cinco pares.

A los pocos días después de llegar, cuando se me pasa la borrachera de paisajes urbanos, es cuando realmente comienzo a ver la ciudad como es, cuando comienzo a disfrutarla y a sufrirla. Sé que no han cambiado las situaciones sino mi forma de percibirlas. Se lo digo a Rafael y se queda pensativo. La mañana siguiente caminamos por la ciudad; hablamos y hacemos planes de trabajo. Cuando Rafael se detiene no sé dónde estamos. Me dice que ahora es el momento de dominar toda la ciudad. Miro hacia arriba y me quedo clavada en el sitio. Sabe que soy incapaz de subir a lo alto de la Torre Sears pero me coge la mano y entramos en el edificio. Mientras el ascensor sube pienso que, aunque para muchos será una tontería, nunca he hecho nada parecido.

2 comentarios:

SH765HT2 dijo...

Los edificios en Chicago son así de altos porque si no... ¿donde engancharía sus telarañas el Spiderman? ein?

Ginebra dijo...

Um... no lo había pensado. Claro, si no fueran así Spiderman iría por los suelos y sería caracolman... qué cosas...