sábado, 10 de noviembre de 2007

Marea de enanos

Ya sé que cada uno en su casa, y sobre todo de puertas para dentro, hace y pone lo que quiere y lo que puede, a excepción de los que tienen la mala suerte de vivir en esos estados en los que no permiten el sexo oral aunque se practique en una cabaña aislada del mundo en las montañas y bajo siete llaves y siete mantas que impidan enterarse a nadie más que a los que lo disfrutan. A mí me parece de perlas (lo de hacer lo que se quiera, no lo de prohibir el sexo oral) sobre todo porque hay gente que no se contenta con disfrutar de los peores horrores estéticos dentro de su casa y, plenos de orgullo, los colocan también en los jardines para que todos los veamos y podamos descojonarnos a gusto. Bueno, ellos no lo hacen por eso, claro, lo hacen para darnos dos tipos de envidia: por un lado envidia de su poderío económico, y por otro lado envidia por no poder tener semejantes engendros en nuestras casas.

Por ejemplo, la casa de un vecino de mi hermana B1 no tiene desperdicio. En principio era un casoplón normal (todo lo normal que puede ser un casoplón) pero cuando el ruso Vladimir la compró, él y su esposa Galina decidieron que aquello era demasiado sobrio y poco estridente para ellos, y que era menester reformarla, así que cubrieron el perímetro del jardín con unas vallas altísimas que impedían todo tipo de visión. Durante meses la obra fue un misterio porque entre que no se veía nada, que Vladimir y Galina no soltaban prenda (y aunque la soltaran, casi no hablaban español), y que los obreros decían unas cosas más raras que la mar, nadie pudo hacerse una idea de lo que estaban tramando. En descargo de los obreros hay que decir que ni ellos ni nadie podría haber descrito apropiadamente aquello. Baste decir que a ambos lados de la puerta (enorme puerta, por cierto) habían plantado un par de sirenas de tamaño proporcional al de la susodicha puerta, o sea, enormes. Seguro que todos han visto esas figuras así como de cerámica blanca con apliques de colores vidriados. Pues así, así eran las sirenas: cabeza y torso blancos como la nieve, a excepción de ojos y labios, y la cola y el pelo de diversos y vivos colorines con muchos toques dorados por doquier. Espeluznantes, vaya.

El día que nos invitaron a ver las reformas B1 y yo nos quedamos sin habla; yo todavía soy incapaz de articular sonido alguno cada vez que Vladimir me ve y dice “Ginnnnn, gustaaaa” porque entre que no sé muy bien si pregunta o afirma, y que es un mafioso como la copa de un pino casi prefiero que las cuerdas vocales se me hagan no un nudo sino una red entera. Del interior de la casa no daré detalles porque pertenece al mundo de la intimidad de sus dueños y porque me da la risa y cuando me río no puedo escribir bien. Del exterior diré que el jardín está trufaíto entero de enanos, ciervos, y conejos de escayola. Todo con mucho color, claro, no vaya a ser que pases y no lo veas o que después de pasar conserves la vista en condiciones, nunca me ha quedado claro qué opción barajaron al ponerlos.

Mis vecinos son o mucho más pobres o mucho más discretos. Bueno, también tenemos la opción de que sean todos del país, que ya saben ustedes que aquí tendemos a otras horteradas diferentes en las que no voy a entrar no vaya a ser que alguno las practique y la liemos. Claro que está visto que los enanos de jardín no dentro de los límites que imponen la pobreza y la discreción porque han invadido los jardines de la calle. Incluso hay uno que tiene una Blancanieves de escayola (bizca, por cierto) aunque afortunadamente sólo blanca, sin colorines ni ná, y a tamaño proporcional al de los enanos.

La semana pasada desaparecieron todos. Yo no me había dado cuenta pero la presencia de un par de coches patrulla y varios policías que rodeaban a una vecina llorosa y desgreñada que gritaba los detalles de la fechoría llamaron mi atención y me acerqué a ver qué había pasado. Al parecer le habían “limpiado” el jardín y se habían llevado cuanto personaje y figurita lo poblaba, incluyendo la Blancanieves y una tortuga de cerámica vidriada que tenía a un lado del estanque. La policía indagó un poco y nos enteramos de que no sólo habían desaparecido las figuritas de ese jardín sino los de todos los jardines de la zona. Cristo, quien con la sola presencia de su calcetín peneano había conseguido enmudecer a las vecinas, apuntó la posibilidad de que se hubiera producido una migración masiva de enanos hacia climas más cálidos pero los agentes de policía lo desestimaron al momento. Menos mal que no lo planteé yo porque me habrían tachado de loca; pero como a Cristo le consideran un majarón irredento no pasó nada.

Ayer cuando caía la tarde vino Cristo a buscarme muy misterioso. “Coge a los perros y ven” ordenó en susurros, así que lo hice: cogí a los perros (por las correas, en brazos no que pesan un Congo) y salí con él en dirección al torrente la mar de intrigada. El malvado de él no quiso soltar prenda de a dónde me llevaba ni por qué así que yo tenía cada vez más curiosidad.

Después de caminar unos cuatro kilómetros torrentera arriba los vimos. Yo había leído alguna vez sobre ellos y conocía su existencia aunque pensaba que se trataba de una actitud interna más que real, pero no, los grupos de liberación de enanos de jardín son reales, muy reales, y había decidido liberar un montón de figuras en el cauce del torrente. Cristo me miraba divertido, los perros ladraban como posesos a los gnomos con carretilla (a los otros no, es como cuando ladran a la gente, que sólo lo hacen a los carteros y a las señoras con carro de la compra, debe ser una tara que tienen y a estas alturas ni falta que me importa por qué lo hacen así), y yo notaba cómo se me iba descolgando poco a poco la mandíbula por el asombro. Cientos de enanos de jardín, y otros animalitos y Blancanieves, se espurreaban dentro del cauce del torrente; el cambio de luz del atardecer hacía que la imagen resultara un tanto irreal, y entre eso y que el color blanco de los dientes y los ojos de los enanos era un poco fosforecentes y brillaba la cosa ponía la piel de pollo Ramón.

La sonrisa de Cristo crecía cada vez más. De pronto caí en la cuenta.

- ¡Pero están todos dentro del cauce! ¡Cuando llueva y el río lleve agua los enanos van a acabar en la playa!

La imagen de aquellos cientos de enanos esparcidos por la arena de playa y flotando en el agua fue muy fuerte. Yo creo que las carcajadas las oyeron desde mi casa. Tengo unas ganas de que llueva...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay! Voy a tener pesadillas con los enanos de dientes fosforescentes!
Me he reído, cielete.
Muá
JBB

elizq dijo...

Señora Gin, no lo tome a mal, pero comprenderá que se agradeceria foto del alijo.
Si no quiere descubrir el pastel, por lo menos cuando salga el arco iris acérquese a la playa cámara en ristre, SVP!

Ginebra dijo...

JBB:
Es que son terroríficos los enanos
:-)

elizq:
por supuesto que lo haré!

Anónimo dijo...

Por cierto..., tu vecino Vladimir, aparte de al tráfico de enanos, ¿con qué más trafica?

Dasdivania.

Ginebra dijo...

peterpsych:

creo que mejor no saberlo, que estos son de los que a las primeras de cambio te regalan unos costurones en la carita

Do svidania