lunes, 12 de noviembre de 2007

Nessebar

He viajado toda la noche, primero de Madrid a Sofia, y después desde Sofia
hasta Burgas en un bimotor de hélices pequeño como un autobús que ha
aterrizado cuando amanecía. Todor me está esperando en el aeropuerto para
llevarme a su casa, en la ciudad antigua de Nessebar. Al llegar allí dejo
las cosas, desayuno un poco y me echo un rato pero la luz es tan brillante que soy incapaz de coger el sueño así que tomamos otro café y salimos a la calle. La ciudad es preciosa, toda de madera. Todor me cuenta que ha heredado la casa de sus abuelos y que se siente muy afortunado por poder vivir aquí; dice que las antiguas casas de madera se están revalorizando y se venden por pequeñas fortunas pero que no tiene intención de vender el alma de su familia. Recorremos las calles mientras Todor me explica la historia de la ciudad, y después de comer en el puerto decidimos pasar la tarde en Bourgas.

Hace mucho calor, necesito beber. Todor me señala un termómetro: sólo 33
grados. Me explica que es normal que la sensación térmica sea mucho más alta
porque la humedad es del 100%. Paramos en un puestecillo y compramos un
helado de pera; todos los puestos ofrecen helados artesanos de fruta fresca.
No hay helados de chocolate ni de vainilla pero se puede elegir entre todas
las frutas de temporada de la zona, desde melocotones hasta albaricoques,
manzanas, peras... El té también es bueno y se encuentra en todos sitios.
Fuerte, azucarado y muy caliente quita inmediatamente la sed.

Mañana tengo una cita en la Universidad así que nos acercamos para ver la
mejor combinación de autobús y conocer el sitio. Uno de los amigos de Todor,
Stefan, da clase allí, así que le llama y se ofrece a enseñarnos las
distintas dependencias del recinto. Luego le acompañamos a su casa para
dejar unos libros. Es pequeña pero muy agradable. Se lo comento y me dice
que a pesar de que es realmente diminuta es una de las casas mejor equipadas que conoce y que tiene muchas comodidades. "Tengo hasta una nevera, ¿has visto?" Efectivamente, la nevera está en medio del salón, junto al televisor, y encima hay un velero de madera y dos fotografías. Sobre la televisión hay media docena más de fotos. Alabo la nevera y cuando no me ven la abro, y veo que está vacía. Me doy cuenta de que ambos electrodomésticos, la televisión y la nevera, están desenchufados. No pregunto.

Les invito a cenar y entramos en un restaurante pero solamente tienen uno de
los platos que ofrece la carta. Me explican que depende del día de
abastecimiento. Cuando llegan los distintos productos puedes encontrar todos
los platos de la carta, y a medida que se van agotando las opciones
disminuyen hasta que vuelven a reponer los víveres. Entramos en otro
restaurante y nos pasa lo mismo así que optamos por comprar comida en los
puestos de la calle: algo que ellos llaman pizza y parecen cocas recién
hechas, y bocadillos de pan ácimo. La comida está caliente y Stefan me asegura que sabrá al menos tan bien como huele, lo cual me parece difícil. Todor sugiere que vayamos a comerlos al parque.

El parque está lleno de gente. Hay quien solamente pasea y quien, como
nosotros, se sienta en la hierba a cenar. Poco a poco se va poniendo el sol
pero las farolas continúan apagadas. Empiezan a encenderse diminutos puntos
de luz y me doy cuenta de que son linternas. Todor y Stefan sacan del
bolsillo dos linternitas y las encienden. Me explican que para
ahorrar energía todas las tardes cortan la luz en la ciudad. Entonces
entiendo la nevera vacía de Stefan.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mil Gracias por la nueva reflexión q me ha producido tu historia.

Ginebra dijo...

A ti.