viernes, 16 de noviembre de 2007

Inercia

Todas las mañanas, antes de salir, se daba un último vistazo en el espejo que había junto a la puerta. El accidente había cambiado muchas cosas en su vida pero ella había conservado aquella costumbre de mirarse y seguía sonriendo aunque su cara fuese ahora un muestrario de cicatrices y quemaduras. Un día, mientras esperaba a que la madre firmara un certificado, el cartero la vio contemplarse en el espejo. “¿Por qué no le pone un espejo nuevo a la chiquilla, que ése está roto y ni se ve?” La madre sonrió con tristeza. “¿Qué más da? Si es ciega”.

No hay comentarios: