lunes, 18 de febrero de 2008

Sabores del mundo

Yo no soy muy de traerme trabajo a casa. De cuando en cuando algo cae, o porque la fecha de entrega se me eche encima, o porque así, parapetándome tras la excusa de que tengo que trabajar, puedo encerrarme durante horas sin que nadie me moleste. JB sí es más de traerse trabajo. No es que me moleste. Hombre, si trabajara quitando tripas a los pescados, o capando cerdos, por ejemplo, pues sí, le montaría un pollo que temblaría el misterio cada vez que viniera con trabajo a casa. Pero como lo que se trae son guiris, y nos divierten bastante, le perdono el trabajo extra que me suele suponer su visita. Porque siempre los trae a comer o a cenar, claro.

La semana pasada me dijo que tenía tres japoneses muy majos y que si se los traía a cenar. Y dicho y hecho, el viernes por la noche fue a buscarlos a la ciudad y se presentó con ellos en casa. Nada más entrar en el jardín se deshicieron en reverencias. Al principio era muy divertido porque parecía que tenían un muellecito en la cintura y no paraban de doblarse. Ellos hacían una reverencia, nosotros otra, ellos correspondían, nosotros (desconcertadísimos) hacíamos lo propio, y así hasta que entre dientes le pregunté a JB cómo se paraba aquello y él me dijo que no hiciéramos más reverencias. Mano de santo. Fue parar y ellos hacer lo mismo. Un descanso total, vaya.

Una de las cosas que más nos gustan son los regalos que traen los guiris a casa. Entiéndanme, no es por los regalos en sí sino porque son lo más curioso del mundo mundial. Una vez unos holandeses trajeron dos cajas de cerveza, y hace dos meses una holandesa y una danesa nos trajeron una bolsita con bulbos de tulipán y un paquetito que nos entregaron excitadísimas y que cuando lo abrimos vimos sorprendidísimos que contenía dos tabletas de turrón, El Lobo para más señas. Las chicas nos explicaron que era la primera vez que habían comido aquello y que les parecía un manjar de lo más exótico. Claro que la palma se la llevó una sueca que nos trajo como regalo, primorosamente envuelto, un cortaquesos, y nos dijo que era el mismo cortaquesos que usaba su familia en Suecia, que lo había visto en una ferretería y no había podido resistir la tentación de llevarnos algo muy suyo. Lo que no nos explicó fue por qué, además del cortaquesos, nos había traído media docena de pañitos de cocina blancos y con un estampado de cerecitas bonísimas que se fueron por el desagüe de la lavadora al primer lavado con lejía blanca. Para mí que los paños de cocina eran para ella misma, que se le había olvidado sacarlos de la bolsa y que cuando los desenvolví les hice tantas fiestas (María Guerrero parezco yo a veces) que parecía que nos hubiera traído un jamón de pata negra, y claro, la chiquilla no se atrevió a pedírmelos.

Después de la tanda de reverencias los japoneses nos entregaron, con mucha ceremonia, un tetra brick (como lo oyen) de dos litros de sake, y un paquetito de galletas. Lo del sake lo interpretamos a la primera, además de porque ellos dijeron sake y lo señalaron así como treinta veces, porque en el cartoncito venía en japonés y en inglés. Un detalle. Podían haber hecho lo mismo con las galletas, que sólo tenían letras en japonés, de esas que parecen casitas, y nos enteramos de lo que era porque Izumi, una de las japonesas, dijo lacónicamente “esto galleta”. Tuvimos otro intercambio de reverencias y huí a la cocina a ver si ponía en orden el cerebro, que como no lo tengo acostumbrado a semejante subeybaja amenazaba con salirse por la cuenca de un ojo o por uno de los boquetes de la nariz. JB y los niños se encargaron de enseñarles la casa y los nipos se dedicaron a admirar absolutamente todo emitiendo unos sonidos guturales a modo de cruce entre gruñido e intento de sacarse un gargajo de la garganta. JB ya nos había avisado de que eso lo hacen mucho, pero todas sus escenificaciones, siendo buenísimas, no nos habían preparado para aquello.
Yo les escuchaba desde la cocina, muerta de risa, y de pronto entró Madagascar corriendo.

- Oye, que los chinos están haciendo fotos a todo.
- No son chinos, que son japoneses, y déjales que hagan fotos, si eso es lo que hacen los japoneses, mujer: fotos.
- Ya, pero es que están haciendo fotos a los muebles, a los cuadros, a los cajones del aparador, y hasta a tu foto en bolas.

Aquello me pareció un poco exagerado así que fui a mirar. Efectivamente, en ese momento Kasuko, otra de las japonesas, se dedicaba a capturar con su cámara la única fotografía que tenemos puesta en un marco, que no es otra que una foto mía desnuda y luciendo la barriga correspondiente al noveno mes de embarazo de Kenya. Puse una mano delante.

- Mira, Kasuko, ven, que Madagascar te va a enseñar sus muñecas.

Madagascar se resistió un poco porque hace años que no juega con muñecas pero accedió a exhibir todas sus Bratz. Mientras, escuché la vocecita penetrante de Bruno.

- ¡A los perros los dejas, que no se comen!

Hitaro le miraba sin comprender por qué aquel pequeñazo le gritaba sin ningún miramiento mientras agarraba a los perros por los collares. Kenya se acercó al niño por detrás y le susurró:

- Los japoneses no comen perro, eso lo hacen los chinos. Los japoneses comen tortuga.

Bruno escuchó aquello y salió pitando a poner las tortugas a buen recaudo ante el pasmo de Hitaro, quien quedó bajo la tutela de una Kenya que enseñaba tanto los dientes en su empeño por mostrar una sonrisa amistosa que más bien resultaba algo amenazadora.

La cena transcurrió sin mayores percances. Los invitados se comieron todo lo que les pusimos por delante (Madagascar dijo después que Hitaro se había servido arroz con calamares en salsa de almendras siete veces, y Kasuko se cepilló ella solita una bandeja con medio kilo de langostinos; el otro medio kilo conseguimos probarlo los demás) lanzando sus gruñidos de entusiasmo para todo: cada vez que probaban algo y a cada comentario que les hacíamos.

Finalmente, y tras el postre, preparé un té y se me ocurrió acompañarlo con las galletas que habían traído así que las coloqué en una bandejita la mar de mona. Es cierto que cuando abrí el paquete me sorprendió que oliera a pescado pero pensé que sería una tara de mi pituitaria, aunque no me suele fallar.

Así que serví el té y cogí una galleta ante la mirada un tanto extrañada, de los japoneses, que no dejaban de mirarme la mano atentamente. Y me dispuse a mojar la galleta en el té, como está mandado. Y justo cuando iba a introducirla en la taza, Izumi la señaló con un dedo y dijo:

-Sabol gamba-

(NOTA: no es un mito, los japoneses y los chinos, como los caribeños, hablan con la ele)

Eso explicaba el olor a pescado. JB estalló en carcajadas y los niños en gritos de asco mientras yo, muy digna, bajaba lentamente la mano y devolvía la galleta a la bandeja.

Al día siguiente probamos las galletas, que nos resultaron repugnantes incluso remojándolas con sake, e intentamos dárselas a la gata, quien las escupió sin dudarlo. Lo intentamos también con las tortugas de oreja roja, que como te descuides te zampan un dedo, y al olerlas se escondieron en lo más profundo del estanque. El único que se atrevió con ellas fue el perro, y nada más comerse una vomitó.

Hoy JB ha vuelto del trabajo con un paquetito de parte de los japoneses. En la nota ponía: Señora, su arroz es el más rico que hemos probado nunca, y somos japoneses, pero mejorará si lo acompañan con esto”. Y al abrirlo nos hemos encontrado tres bolsitas de galletas de gambas.

7 comentarios:

SH765HT2 dijo...

Que casualidad. Mi ultimo post también va de "sabores del mundo" y de japoneses. Hay que ser copiona!!! Te demandaré a la SGAE, al Canon Digital y llamaré a Chuck Norris!

Anónimo dijo...

Domo arigato. Felicidades por el premio y las últimas entradas. Ya de vuelta. Beso y beso.
H.

Anónimo dijo...

Tengo un sobrino que dice que si puede ir a su casa a hacr la tesis de antropología. Que lo del turrón El Lobo y la foto gestante en bolas ya lo ha enviado a The Journal of World Anthropology, subsección cañi events. Y que su carrera va como un tiro.

Anónimo dijo...

"la única fotografía que tenemos puesta en un marco, que no es otra que una foto mía desnuda y luciendo la barriga correspondiente al noveno mes de embarazo de Kenya"

Lógicam no iba a dejar pasar por alto este detalle. Si es que me pones la coña a huevo... Sin embargo, hoy me has pillado con bronquitis, así que opto por callar, antes de rebuznar.
pd. sí, a mí tb me enseñaron de chica a dar las gracias y todo eso, aunq la mayoría de las veces era más bien por educación.

Anónimo dijo...

¡Hola!
jjejejejejee ¿No querías caldo? Pues toma dos tazas, jejejejje
Galletas con sabor a gamba... preguntaré por ello la próxima vez que vaya a mi restaurante asiático favorito.
Besos.AlmaLeonor

Anónimo dijo...

Las galletas japonesas no sé, pero el pan de gambas de los chinos está muy bueno, que es usted muy quejica!
elizq

Ginebra dijo...

sh765ht2:
No, por favor, al chinorris no!

H:
Gracias. Qué bien que haya vuelto, que le echo de menos. Beso

Siberia:
Dígale a su sobrino que vale, pero que venga preparado, que ni el nachional yeografi nos supera.

Cacique:
Anda, pues tengo fotos de cada embarazo pero solamente expongo ésa porque es cuando era más joven y estoy más mona que mona.

Almaleonor:
La verdad es que no he visto ninguna parecida en ningún restaurante. Claro que tampoco quería verlas :-)

Elizq:
El pan de gambas me encanta. Las galletas estaban francamente repugnantes; tenga en cuenta que es como si muerdes una galleta príncipe esperando que sepa a chocolate y te encuentras con que va rellena de morcilla (es un poner)