sábado, 2 de febrero de 2008

Chernobyl

Me citaron a las 9.00 pero llego media hora antes. La hierba de los jardines está todavía cubierta de escarcha. Me gustan las mañanas de invierno en Madrid incluso cuando son tan especialmente frías como la de hoy. Casi diría que me gustan sobre todo cuando son tan frías como ésta. No soporto la impuntualidad, por eso llego demasiado pronto. No puedo tomarme un café (“ven en ayunas” dijeron) así que doy una vuelta por los jardines del edificio.

Entro y el calor me resulta reconfortante. Me indican que suba a la primera planta donde me dirán qué es lo que vamos a hacer exactamente. Varias personas esperan el ascensor. Yo prefiero subir andando porque sólo es una planta y porque más que miedo tengo pánico a los ascensores. En la sala de espera me encuentro a las demás personas que han subido en el ascensor. Todos tenemos la misma expresión, mezcla de expectación y miedo. Nos van llamando uno a uno y nos toman muestras de sangre y orina.

Volvemos a la sala. Una pareja dice que acaba de volver de Finlandia donde han estado una semana. Explican que pensaban estar al menos dos semanas más pero que adelantaron la vuelta cuando tuvieron noticias de la nube radiactiva. Tres mujeres mayores cuentan que ellas vienen de Cracovia. No lo dicen y van vestidas de seglares pero todos nos hemos dado cuenta de que son monjas. Poco a poco todos van diciendo de dónde vienen, y está claro que todos estamos aquí por lo mismo. Seguimos esperando pero, ahora que conversamos, la mayoría están mas relajados. Yo no; lo estaré cuando consiga tomarme un par de tazas de café. En estas situaciones es cuando lamento mi adicción a la cafeína. Finalmente, cuando terminan de tomarnos muestras nos hacen pasar a la cafetería y nos sirven un desayuno.

Después del desayuno se deshace el grupo y cada uno pasamos a distintas salas para hacernos diversas pruebas. Paso por todas sin miedo. Sé que he sido cuidadosa con la comida, con la bebida, con el agua. Me explican la última y el médico me lee el miedo en la cara así que se apresura a asegurarme que se trata de una prueba indolora e inofensiva. Yo le explico que no se trata de miedo al dolor sino de algo muy parecido a la claustrofobia y que meterme durante un buen rato en una especie de ataúd en una habitación casi sellada no es algo que me entusiasme precisamente pero que no se preocupe, que lo voy a hacer sin darles ningún problema.

Me tumbo, me colocan varios sensores, y antes de meterme en la habitación el técnico me dice que quizá escuchar música me relajaría, y que tipo de música prefiero escuchar. Le pregunto si tienen las “Canciones de amor y celda”, de Amancio Prada, y me dice que por supuesto. Cuando cierran la puerta comienza a sonar la música. Sonrío. Sé que a Amancio le encantará cuando se lo cuente. Canturreo las canciones y poco a poco me voy relajando hasta el punto de olvidar por que estoy aquí. Suena una estrofa de Machado y no puedo evitar recordar a Henryck y su pasión por los poemas de Machado y Lorca. Henryck, que no ha podido evitar la nube, que no va a poder escapar de sus consecuencias, que no tendrá la oportunidad de que nadie mida el nivel de radiactividad de su organismo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Un escalofrío ha recorrido mi cuerpo mientras leía su relato. A esto me refería cuando le decía que no todo lo que ocurre cuando se viaja tiene que ser bueno. Pero estoy segura de que de este viaje también guarda buenos recuerdos.

Por cierto, ¿lo suyo no era el té? :)

SH765HT2 dijo...

Bueno, yo también estaba allí, de gira mundial, y, bien, podríamos hablar de una nubecilla. No es necesario exagerar. Yo muté un poco, como habrás podido ver en la foto de mi blog, pero sirvió para que me convirtiera en una estrella mundial.

Jatetú!

CurroClint dijo...

Pasar por un escaner, que te recorre por dentro, en un registro tan interior que te intimida el alma... Aunque sea radiológicamente.
Besos

Anónimo dijo...

Puesto que se cita a don Amancio Prada, voy a permitirme un apunte atropellado en su honor. En 1975 o 76, fíjese usted si no ha habido narices con mocos desde entonces, tuvo la Prenda a bien poner voz e ingenio en favor de un grupo de universitarios desarrapados necesitados de amonedado. Era entonces como supongo que es ahora: tímido, modesto, risueño, regular hablador y con poco pelo. Le acompañaban para la ocasión dos músicos: una muchacha (¿viola o violín?) y un italiano que creo recordar me se llamaba Claudio Gatinoni; recuerdo a este con más precision porque eche un rato con el parloteando en su lengua. Tenia de aquella don Amancio la vena trovadoresca gallega (Rosalia - Celso Emilio Ferreiro... / Adeus rios, adeus fontes.. -Campanas de Bastabales - María Soliña...). Del recital que dio nada puedo decir, pues en el ínterin subí con un amigo a su pueblo berciano para recoger a sus padres a fin de que le vieran... Cenamos todos ensalada, picadillo y morcilla en Casa Lorenzo, establecimiento de recio y honrado comer que tiene asiento en la costanilla que sube de la Plaza Mayor a la Catedral.
Salude a don Amancio otra vez en Salamanca, cuando andaba embebido en el "Cántico" de San Juan de la Cruz. Ni que decir que le escucho y sigo su carrera. Nada más.

Un saludo.

Ginebra dijo...

Edda:
A pesar de todo muy buenos, sí. El té... um... bebo litros de té por las tarde, pero por puro placer; el café lo tomo por necesidad, ya sabe lo que son las adicciones.

sh765ht2:
Yo no muté (o al menos se nota poco) pero a veces cuando escucho las ocurrencias de mis pollos no sé si es que son así de marcianas o que, efectivamente, los efectos de la nube se manifiestan así.
:-)

curroclint:
Claro, es que si esos rayos son capaces de detectar cosas tan invisibles como la radiactividad, seguro que también registraron mi espíritu y mi mente. Menos mal que a veces estoy hueca.
:-)

Don Gaiferos:
Sí que ha llovido desde entonces, sí; sigue siendo tímido, modesto, y risueño aunque más hablador (del poco o mucho pelo no voy a decir nada), y escucharle hablar, y sobre todo cantar, es un placer.