lunes, 14 de enero de 2008

El mar albanés

Yannis me mira y se ríe a carcajadas. “¡Menuda marinera estás hecha!”. Luego se arrepiente, atenúa la risa y la convierte en una sonrisa. Coge un limón y se sienta a mi lado. Lo exprime poco a poco entre mis labios para que pueda beber sus gotas sin tener que levantar la cabeza. “Pobre, pobre” murmura con el mismo tono con el que se usa para calmar a un niño pequeño. Me acaricia el pelo. Luego se levanta y coge de nuevo el timón.

He estado mareada desde que embarcamos en el velero, hace ya dos días. Al principio se trataba de un mareo violento, todo me daba vueltas, la cabeza, el estómago; vomité asomada a popa hasta vaciarme. Entonces el mareo se convirtió en un tiovivo suave que a ratos me impide incluso incorporarme para beber. De comer ni hablamos. Yannis aprovecha los ratos libres, que son muchos, para sentarse a mi lado y procura reconfortarme, pero procura no hacerlo cuando está comiendo porque el mero hecho de verle hacerlo consigue que me sienta peor. A veces consigo incorporarme y bebo algo; cuando no tengo más remedio me arrastro, casi literalmente, al aseo. Llevo dos días tumbada, con los ojos cerrados, casi sin moverme. De cuando en cuando Yannis me mira y mueve la cabeza. No se explica que sea la misma persona que la semana pasada le ayudó a remontar una tormenta, aunque no muy fuerte, sin arrugarse. Yannis no sabe que tengo un trastorno vascular que en algunas ocasiones me provoca vértigos. De hecho tampoco yo lo sé todavía. Para mí es igualmente misterioso pero el doble de molesto que para él.

Me siento floja, sin fuerzas ni ganas de tenerlas. A pesar de ello, cuando noto el sol en la piel y abro los ojos y veo el cielo de un azul tan insultante que parece que me está provocando, que me está diciendo “venga, cobarde, levántate y únete a la fiesta”, me siento bien.

Mi mareo no altera los planes de cruzar a Albania, aunque ahora Yannis tendrá que hacer todo el trabajo él solo. Anochece y sigo despierta. Hay luna llena. Yannis me señala unas estelas fosforescentes que parecen acompañarnos. Delfines. Nos acompañan un buen rato. Cuando saltan levantan espuma brillante, como pequeños fuegos artificiales de agua. Al rato Yannis se sienta a mi lado. Me dice que vigile atentamente a ver si vemos las luces de la costa. Acostumbrada a la Costa del Sol me sorprende cuando veo un par de lucecitas mortecinas. Yannis me felicita “si no llegas a verlo nos habríamos desviado de rumbo” y me explica que lo único que hay en ese tramo de costa es un pueblo pequeño casi sin luz eléctrica.

Echamos el ancla y descubro que puedo incorporarme sin problemas. El mareo ha pasado por completo. Yannis me sugiere un baño rápido para despejarme y me sumerjo entre fosforescencias encantadas. De nuevo a bordo Yannis me prepara un té. De pie, en cubierta, aún mojada, fresca, con la cabeza despejada y reconfortada por el té, miro hacia la costa corfiota y nunca Corfú me ha parecido ni me va a parecer más hermosa.

4 comentarios:

SH765HT2 dijo...

A mi lo que mas me jode de estos viajes en lancha es remar. Lo del té ya está mejor. Espero que te hayas mejorado de tu estómago en marejadilla. Aunque eso de ir remando hacia Albania... ¿no sería mejor que Yannis y tú fueseis remando hacia Italia, que pertenece a la UE? Ein ?

Anónimo dijo...

Algún día me enteraré de tu oficio...con el beneficio que te da el poder/saber contar esas historias, por muy mareada que una esté.
Saludos
Cacique

Ginebra dijo...

SH765HT2:

Uf, es que remar es cansadísimo, se te ponen los brazos que pareces un levantador de pesos búlgaro.

cacique:

Pues anda que no es fácil adivinarlo!
salud

Anónimo dijo...

Fácil adivinarlo? Pues ya ve usted cómo adiviné el tatuaje del trébol ese, así que...