viernes, 6 de enero de 2012

Acuarius

Lo confieso: me gustan los anuncios. Sí, puedo hasta decirlo más fuerte. Hola, me llamo Ginebra y me gustan los anuncios. Ay, qué bonito, les oigo decir a todos “te queremos, Ginebra”. Pues sí, me gustan los anuncios, sobre todo ahora que no los ponen. Bueno, para mí hace mucho que no los ponen porque yo me aboné a una cadena de pago en cuanto salió. Creo que debí ser la tercera persona en abonarse (la primera, el dueño de la cadena, y la segunda su madre, fijo). Y no lo hice por los anuncios, no, aunque todo el mundo ha pensado siempre que ésa fue la razón y yo nunca me he molestado en desmentirles. La verdad es que fue porque la programación en general me parecía una porquería, y lo único que veía salvable eran los anuncios. Ahora, de cuando en cuando, pongo una cadena de ésas en las que te fríen a publicidad y me meto los spots casi en vena, como que aprovecho para hacer pis cuando empiezan los programas. Es que no me digan ustedes que no, hay anuncios estupendos. Y digamos lo que digamos, lo que dicen siempre es cierto, un poquito adornado pero cierto. Por ejemplo, hay una serie de anuncios que terminan diciendo “el ser humano es extraordinario”. Ay, qué gran verdad. Yo lo compruebo casi a diario. Vaya, que no hay día que no lo masculle un par de veces, cosa que generalmente me molesta mucho porque preferiría que la gente fuéramos todos más normalitos y más llevaderos. Porque la extraordinariez, quieran que no, a veces, muchas veces, es molestísima.

Como me gusta la Navidad, y hacer regalos (qué pasa, me gustan muchas cosas a la vez), hace cosa de un mes decidí regalar a mis padres un calendario con fotos de la familia. Es fácil: seleccionas unas cuantas fotos, eliges el modelo de calendario que quieres, y las mandas a través de Internet a una empresa que a cambio de unos euritos te envía un calendario más chulito que la mar. Tú se lo regalas a tus padres (por ejemplo), y quedas divinamente. Dicho y hecho. Puse a mis hijas y a mis hermanas a buscar fotos y monté un calendario digno de arrancar a cualquier madre lágrimas como garbanzos. Bueno, a cualquier madre no, a la mía, que para eso las fotos eran de sus hijas y nietos.

La primera parte del proceso fue estupenda: yo pagué (esto no fue estupendo, la verdad), y ellos me enviaron el calendario. O, mejor dicho, juraron que me habían enviado el calendario, porque pasaban los días y aquí no llegaba ningún paquetito ni nada. Así que decidí llamar a la empresa de mensajería que, según la imprenta, se encargaba del envío, y que estaba en Barcelona. O sea, en Barcelona estaba la mensajería, no el paquete, aunque yo no lo tenía tan claro. La telefonista encantadora, oigan, más maja que las pesetas, me pidió el código de seguimiento del envío. Se lo dí, y comprobó dónde podía estar el paquete.

- Aquí me aparece que se entregó correctamente y firmó la recepción una tal Ginebra J.
- Ya. Señorita, yo soy Ginebra J., y si hubiera recibido el paquete no estaría reclamándolo.
- Ahhhhhh… a ver, un momento….

Tirorirorí, ta riroriro (ahí me enchufó el minuet de Boccherini, el que todos nos sabemos gracias a la miel de la granja San Francisco, y me entretuve canturreándolo tan contenta).

- ¿Señora? Sí, a ver, es cierto que no firmó Ginebra J. (“claro que no, tía, si ya te lo había dicho yo” pensé, pero no dije nada), sino Guillem P.
- Nop, aquí no hay ningún Guillem.
- Ahhhhhhh… a ver, un momento…

Y de nuevo me dejó canturreando la miel de la granja otro ratito.

- ¿Señora? Sí, a ver, que ciertamente no fue Guillem P. sino que la recepción la firmó Joan G.
- Pues tampoco tenemos ningún Joan.
- Ahhhhhhh… a ver, un momento…

Hala, más miel.

- ¿Señora? Sí, a ver, que no fue Joan G. (“toma ya, qué sorpresa,maja”) sino Lluís A.

Como veía que me volvía a chutar la miel de Boccherini, y se me habían pasado las ganas de canturrear, decidí abreviar el proceso.

- Mire, señorita, esto es un pueblo de Málaga. En la calle tenemos un par de Antonios, un Miguel, un Alejandro, y hasta un Yerai. Pero nombres de esos que usted me está diciendo no tenemos ninguno.
- Ahhhhhhhh… ya veo… un momento, que voy a hablar con el repartidor…

Y esta vez me dejó esperando en el silencio más absoluto, sin miel ni nada.

- ¿Señora? Sí, a ver (esta chica debía tener convalidada la primera frase de la conversación porque siempre empezaba igual) que me dice el conductor que está cerca del pueblo ése (toma ya, “el pueblo ése”) y que se va a acercar a la casa en la que recuerda haber hecho la entrega para intentar recuperar el paquete.
- … (durante unos segundos no pude decir nada ¿intentar recuperar el paquete?)
- ¿Señora? Sí, a ver, si a lo largo de esta tarde no le entregan el paquete llámeme mañana a primera hora. ¿De acuerdo?
- Qué remedio, señorita, qué remedio. Hala, hasta mañana.

Vale, yo ya sé que ésa no es la actitud adecuada, y que con tan poca fé, cómo van a resolverse las cosas, pero es que todo me parecía rarísimo y ya me imaginaba yo al repartidor recorriéndose las calles de algún pueblo de por ahí intentando recuperar el paquete. Claro, lo mejor era imaginar la cara que habían puesto los afortunados que hubieran recibido un calendario lleno de fotos de mi familia, que reconozco que estaba comida de curiosidad por saber qué habían hecho con él. Porque hombre, yo recibo un calendario de los bomberos y no lo suelto así me digan que va a venir a verme Jiu Yacman (más vale bombero en mano…) pero si recibo un calendario de los Gómez Martínez (un poner, eh, no se me mosqueen los Gómez Martínez), pues como que no lo cuelgo, vaya.
La mañana siguiente lo primero que hice fue llamar a la empresa de mensajería.

- Buen día, señorita… Marta, ¿verdad?
- Buenos días. Emmm… sí… Marta… ¿y usted es…?
- Ginebra J. Hablamos ayer.
- ¿Qué no le entregaron el paquete?
- Pues no, no entregaron nada.
- Ay, qué mal me sabe! Es que me dijo el mensajero que se equivocó y lo entregó en el número 17 de esa misma calle.
- ¿Y por qué???

En ese momento llamaron al timbre de la puerta y era el repartidor así que salí a echarle el puro del siglo. Y se lo eché, claro. Y más cuando me empezó a contar que había entregado el paquete en el número 17 porque no vio mi número y pensó que se lo habían comido. O sea, muy lógico, claro, el Ayuntamiento acostumbra a comerse números en las calles, vaya, que todos conocemos cantidad de números fantasmas. Hombre, hombre, aquello me pareció para matarlo. Sobre todo porque me lo contó con una sonrisa de oreja a oreja y se quedó tan pancho después de aquella explicación demencial. Yo dudaba entre retorcerle el cuello o clavarle un tacón en el estómago cuando se abrió la puerta del número 17 y salió una señora a mirar el buzón. Yo aproveché y me acerqué corriendo, seguida de cerca por el mensajero inútil. La vecina (nueva, se mudaron hará un par de meses) me miró sonriendo amistosamente, que ya tiene mérito porque si a mí se me acerca una loca correteando seguida de un mensajero con la misma sonrisa de las patatas risi, cierro la verja del tirón. Ella no, ella fue cantidad de arriesgada y me escuchó atentísima para luego decirme que no, que ella no había recibido ningún paquete, y su marido tampoco. Luego buceó más duramente en su memoria y se acordó de que el día de la entrega el que estaba en la casa era su hijo adolescente. Y nos invitó a pasar para preguntarle a él directamente. Así que entramos el mensajero y yo y la seguimos por el pasillo. Llamó a la puerta y el hijo abrió al estilo adolescente, es decir, abriendo la puerta lo justito lo justito para que asomara la cabeza nada más. A mí siempre que mis hijas lo hacen me entran ganas de tirar bruscamente del pomo pero no lo hago porque igual se les cae la cabecita o algo. El muchacho nos miró y no movió un músculo, pero titubeó un poquillo.

- Emmm… esto… no… yo no he cogido ningún paquete.

Y ahí el mensajero saltó indignadísimo.

- ¿Cómo que no? Si te lo dí yo mismo. Que te he reconocido en cuando te he visto.
- ¿Y por qué no lo has dicho antes? Joé, sí que eres tú rápido.
- Señora, encima de que lo digo… que no está contenta usted con nada, eh.
- Cristian, no estarás mintiendo ¿no?
- Que no, omá, que yo no he sido!
- Las narices que no! Tú tienes el paquete!

El mensajero, indignadísimo, empujó la puerta y entramos todos en tromba en la habitación. Y, efectivamente, el Cristian había recibido mi paquete. Lo sé porque el angelito se había dedicado a recortar del calendario las fotos de Kenya y de Madagascar y las tenía pegadas en la pared. Creo que no he visto a nadie ponerse tan colorado, que parecía que le iba a explotar la cara. Mi vecina pasó por distintas fases, desde el apuro más grande hasta un cabreo monumental con el adolescente, que tuve que decirle que no le diera más pescozones que todavía echaba el cerebro por la boca y era peor. El mensajero intervino para decir que le entendía perfectamente, que qué niñas tan guapísimas, y que si tenían novio. Le fulminé con la mirada antes de que me pidiera que se las presentara y salí de la casa sujetando las fotos desechadas por Cristian (¡¡¡las fotos en las que salía yo!!! adolescentoide repugnante…) con toda la dignidad que pude. En casa, el teléfono seguía descolgado. Me había olvidado de la pobre señorita Marta, que de cuando en cuando decía “¿señora… señora…?” pacientemente.

- ¿Señora…?
- Sí, señorita Marta, sí, aquí estoy de nuevo.
- Emmm… que… ¿le ha pasado algo?
- Sí, señorita, finalmente he recuperado el paquete.

Se lo conté todo, con pelos y señales, mientras la pobre decía “ajá” todo el tiempo. Cuando terminé dije:

- Así que ¿qué le parece?
- Hay que ver… el ser humano es extraordinario…

Les he mandado a mis padres un calendario de gallinas y patos, que ése seguro que no desaparece.

7 comentarios:

si, bwana dijo...

¡Ja, ja, ja! Efectivamente, el ser humano es extraordinario. Y si se trata de un adolescente, además, un prodigio de la Naturaleza.

Carmen Neke dijo...

Usted sí que es extraordinaria, Gin (de sus vecinos mejor no opino, que luego se sabe todo).

núria dijo...

Me tenia intrigadísima el destino de sus calendarios. Vigile a las niñas, ese vecino es de poco fiar.
Que alegria leerla por aquí. Y por allá.

Edda dijo...

Juas, prefiero no imaginar su cara si hubieran sido sus fotos las recortadas. :-))
Me gusta su vuelta. La echaba de menos.

Ginebra dijo...

Bwana:

Un prodigio lamentable. Por cierto, su blog no me deja comentar nada, que lo sepa.

Neke:

Gracias, querida.

Núria:

Pues nosotras estábamos que nos comía la curiosidad. Y ahora no sabemos si que nos coma la indignación o la risa.

Edda:

Buenoooo... si llega a recortar mis fotos llamo a un psicólogo.

Eider dijo...

Mucho la he echado de menos. Feliz revuelta.

JuanMa dijo...

¿A quién no le ha pasado? :)

Un beso.