martes, 2 de junio de 2009

Gnomos trepadores

Sobre la familia se han escrito ya tantas sesudeces que todo lo que yo pueda decir sonará a corta-pega sacado de alguna página de sociología pretendidamente seria, o a paja mental buenrollista digna de aparecer en algún libro de autoayuda barata (no voy a nombrar a ningún autor y menos al brasileño ése que me pone enferma para no hacerle ningún tipo de propaganda, que eso me faltaba), o sea que no voy a soltar ningún rollo pseudofilosófico sobre las relaciones familiares y tal, pueden respirar tranquilos. En la genética tampoco voy a entrar, básicamente porque aunque me parezca algo apasionante y me pueda quedar hipnotizada con los guisantes de Mendel, no entiendo ni un pimiento del tema. Pero vaya, entre o no entre, las familias son el caldo de cultivo de costumbres, o ritos, o llámenlo como corresponda, la mar de curiosas. Afortunadamente la mayoría son únicas y solamente se producen en la familia. Con suerte cuando el individuo se independiza esas costumbres de mantienen en estado latente y solamente se desarrollan cuando el individuo se encuentra sumido en el entorno familiar. En la mía hay varias pero no se las voy a contar todas porque no me da la gana, me limitaré a una que me parece totalmente inofensiva a la par que entretenida: ver casas. Sí, lo confieso, nos gusta ver casas, independientemente de que vayamos a comprar o alquilar alguna. Es ver un cartelito de “se vende” o “se alquila” en algún edificio que nos guste y como que nos pica la curiosidad y no paramos hasta que entramos en el inmueble y lo cotilleamos enterito. Como sé que JB no se asoma nunca por aquí voy a confesar que de cuando en cuando llamo a algún número y me acerco a ver alguna casa, por aquello de quitarme el mono. Eso estando en casa, imagínense lo que es ir de vacaciones; si me dejaran me compraría una casa en cada pueblo, en cada ciudad de las que he estado. Vamos, que Tita Cervera a mi lado se iba a quedar chica; tendría más casas que zapatos, que ya es (sí, vale, comprar zapatos es otra manía que cualquier día me hará destronar a Imelda Marcos y entrar en el libro de los records). Claro que, como ya dije antes, ésta es una manía inofensiva que incluso reporta ventajas. Por ejemplo, gracias a esta necesidad casi patológica de ver casas encontramos la que nos gustaba; vale que tardé tres años, pero mereció la pena. Y mientras, lo pasé estupendamente viendo casas en los sitios más raros de la ciudad, que cada vez que le decía a JB que viniera a ver algo se echaba a temblar y ponía los ojos en blanco aunque luego terminaba reconociendo que le gustaban todas y que habríamos podido comprar cualquiera de ellas si no hubieran estado en lo alto de un monte lejano únicamente comunicadas por un camino de tierra que atravesaba varios arroyos con tendencia a desbordarse con cada jornada de lluvia. Sí, lo reconozco, no soy nada sociable, el gen de la convivencia vecinal se me debió espachurrar en alguno de los estadios de mi formación porque no se me activa ni p’atrás. Como en mi familia todos son más sociables que una manada de delfines a veces he dudado de mis orígenes pero vaya no tengo más que mirarme al espejo y mirarles después a ellos para darme cuenta de que soy de la familia (todos tenemos la misma carita) pero en eso he salido rematadamente tarada. Y la cosa es que cuanto más convivo con los vecinos más me arrepiento de no haber comprado cualquiera de aquellas casas lejanas, aisladas y felizmente solitarias.

Cuando vinimos a vivir aquí la calle estaba desierta, éramos los únicos habitantes. A mí, qué quieren, eso me gustaba mucho. No había ruidos, no había coches. Vale, tampoco había rasgos de civilización como que viniera el cartero a menudo (ahora tampoco es que se prodigue mucho, que pasa una vez a la semana), los basureros pasaban día sí día no, la calle estaba sin asfaltar… pero no estaba mal. Poco a poco fueron viniendo parejas jóvenes que se lanzaron sin red ni consciencia ninguna a la aventura de la paternidad y acabaron llenando la calle de niños de todos los tamaños y colores. Los tienen convenientemente encerrados en sus respectivos jardines, sí, pero excepto uno que no habla (porque es pequeñísimo, que ya hablará, ya, como todos) los demás no paran, se pasan el día dando voces. Dando voces y jugando a la pelota, que dicen que juegan al baloncesto pero yo creo que en realidad juegan a contar cuántas veces pueden llegar a colar la pelota en mi jardín y cuánto tardamos en devolvérsela. Porque siempre se la devolvemos, claro, menos una vez que nos cayó justo en la paella y me sentó tan mal que la acuchillé y la rajé entera. Tiene mérito porque lo hice con el cuchillo del pan, que es de sierra. Claro, luego escondimos el cadáver en la bolsa de la basura y les juramos que esa pelota nunca había entrado en nuestro jardín. Desde entonces tienen algo más de cuidado pero siguen practicando la pérdida de pelota en jardín ajeno con un éxito aplastante.

El sábado por la tarde estábamos tranquilamente tirados en el jardín, JB y Cristo debatiendo la conveniencia de sulfatar o no los tomates, cuando capté algo sospechoso en el ambiente. Era el silencio. Todos ustedes saben que en la selva lo más alarmante es la ausencia de ruido. Mientras escuchan los tambores de los negros, los pájaros, los monos, etc., todo va bien, pero cuando no se escucha nada es cuando hay que estar en guardia porque es señal de peligro inminente. Pues aquí igual: el jardín de al lado estaba sospechosamente silencioso. JB y Cristo no se dieron cuenta y siguieron analizando las ventajas de la fumigación. Yo alargué la antena y me pareció captar un ruidillo así como de follaje removido, como si un felino trepara por un árbol, sólo que en vez de un árbol aquello sonaba justamente en las columnas de la pérgola del jardín delantero, entre la glicinia y la madreselva. El ruido fue subiendo, acompañado por un jadeo casi inaudible, un “ayayay” imperceptible, y unos susurros apagados en el jardín de al lado. Pocos minutos después empezaron a caer hojas sobre la mesa del jardín y el movimiento en el follaje fue tan evidente que JB y Cristo interrumpieron el debate y miramos todos hacia arriba.

- No pasa nada, sólo es un gnomo que se ha subido a las plantas.

La información que nos dio Bruno (a pesar del bienintencionado “no pasa nada”) nos alarmó levemente: “los gnomos” es el nombre que dan mis hijas a los cinco (sí, cinco) vecinillos de al lado por aquello de que son muchos y todos diminutos. Que hubiera uno de ellos retrepado en la pérgola del jardín resultaba inquietante. Pregunté directamente:

- A ver ¿hay alguien ahí arriba?

Escuchamos varios síes simultáneos: cuatro procedentes del otro lado del muro y uno de una carita que se abrió paso entre las hojas de la glicinia, sobre nuestras cabezas. Efectivamente era el mayor de los gnomos.

- ¿Pero qué haces ahí???

- He subido a coger la pelota pero no puedo bajar; me da miedo caerme.

Sobre el muro del jardín aparecieron cuatro caritas asustadas. Bruno miraba al gnomo de la pérgola sin disimular su admiración.

- ¿Cómo te has subido? ¿Es fácil?

-Subir es bastante fácil. Entre todos hemos arrimado una mesa al muro y luego he trepado. No hay más que agarrarse a las ramas y las hojas, es muy fácil. Lo que pasa es que no hay suelo y no sé cómo bajar. Me da miedo moverme.

- Pues nada, alguno tendrá que subirse a la escalera y rescatar al chiquillo.

JB meneó la cabeza y se señaló la rodilla.

- A mí no me miréis, os recuerdo que tengo el menisco roto y no puedo hacer muchas alegrías a no ser que queráis llevarme de nuevo a urgencias.

Cristo se levantó. Es que es superdispuesto el hombre.

- Venga, ya me subo yo, que Gin mide metro y medio y no va a llegar a coger al niño. Además es una cobarde que tiene pavor a las alturas. Subo yo; con que me sujetéis la escalera ya me vale.

Así que puse a Kenya a vigilar que el resto de los gnomos no se cayera de la mesa de su jardín, a la que se habían subido para poder asomarse por encima del muro, porque son sus superfans. Es pasar ella y elevarse un coro de vocecitas que gritan “¡Kenya, eres guapísima!” y cosas así. Le tienen adoración total y hacen lo que ella les diga, de modo que estando ella allí ninguno iba a moverse del sitio: cuatro gnomos neutralizados.

Arrimamos la escalera a la pérgola y Cristo se subió en lo alto. En ese momento salió Madagascar y le pedí que me ayudara a sujetar la escalera. Se acercó, miró hacia arriba y empezó a despotricar. A Madagascar le parece fatal que Cristo sea nudista y no se corta un pelo a la hora de dar su opinión. En su descargo diré que la visión de los bajos de Cristo penduleando al aire vista desde el suelo no era el mejor espectáculo del mundo.

Cristo se tumbó sobre las ramas de la glicinia para poder coger al gnomo, que estaba paralizado por el miedo pero no paraba de charlotear con Bruno, y cuando ya le tenía escuchamos un grito que nos habría helado la sangre en las venas si (a) eso pudiera hacerse de verdad y (b) no hubiéramos estado acostumbrados a los chillidos sobrehumanos que lanzan los otros vecinos, los que no son los gnomos. La autora del grito, Seila, una chica colombiana que cuida a los gnomos, se acercó corriendo a la mesa del jardín para bajar a los gnomos antes de que alguno se cayera y se escalabrara.

- Falta uno, Seila, pero no te preocupes que Cristo lo está bajando de la pérgola.

Seila miró hacia donde Kenya señalaba y estuvo a punto de caerse ella misma porque desde donde estaba veía una panorámica perfecta de Cristo, bueno de su culo, sus testículos, y su pene envuelto amorosamente en un calcetín de color butano. La chica lo contempló hipnotizada. Y como es cierto que algunas personas tienen boca de cabra, fue decir “menos mal que la abuela de los niños está durmiendo una siestita” y salir la venerable anciana al jardín para contemplar la masculinidad de Cristo subir y bajar de la escalera sin hacer ni medio gesto.

Luego la abuela se empeñó en invitarnos a todos a helado a modo de agradecimiento. Y antes de irse a su casa Cristo me comentó, muerto de risa, que la abuela le había tocado el culo disimuladamente.

15 comentarios:

Laslo a Sotavento dijo...

¿A quien le toco el culo, a Seila o a la abuela?

Esta escena me recuerda un poco, salvando las distancias entre Cristo y una monja enana, a Amarcord.

Suele ser la interpretación de lo sucedido y no lo sucedido en si, lo que realmente hace historia.

Se la saluda Dña. Ginebra.

si, bwana dijo...

La manía de ver casas la tenía yo con los terrenos. He praparado más de 50 planos de la casa que me quería construír. Cuando al fin lo conseguí, quedé curado totalmente y sin más ganas de repetir la experiencia. Una cosa mala, de verdad.
En cuanto a los gnomos, tendría que agenciarse un Troll, que creo los cuidan bastante bien y los mantienen calladitos.

Gabriel Ramírez dijo...

A mí me ha interesado mucho lo del calcetín naranja.
Es que lo de los gnomos lo tengo muy visto. Tengo cuatro y nada me conmociona.

Edda dijo...

Gin, mis gnomos, además de perder balones en las casas de los vecinos, les amenizan las tardes con partidos de fútbol. Sí porque el gnomo pequeño, mientras juega, narra las jugadas. Alguno debe pensar que Messi, Henry o Etoo pasan las tardes jugando en el jardín de al lado.

Outsider dijo...

He de reconocer que lo del calcetín me ha intrigado...

Por lo demás... yo debo ser tambien un poco antisocial... pues llevo ya un tiempo evitando tener paredes, suelos o techos comunes con ningún vecino.

Siberia dijo...

Cualquier día descubriremos que tras ese enigmático nombre, Ginebra, se esconde en realidad una ala-pivot californiana que domina portentosamente el castellano gracias a un intercambio con una pareja de Estepona. Donde, por cierto, se empapó de color local. Al principio imitaba a Faulkner con eso del sur gringo, pero es indudable que fabulando los alrededores de Estepona ha encontrado un camino sustancialmente mejor. Solo que la jodía insiste en considerarse ala-pivot en lugar de escritora.

Carmen Neke dijo...

¿La abuela también era colombiana o qué? Porque yo no veo a una abuela malagueña haciendo nada disimuladamente.

Cacique dijo...

Jjaja, neke, qué bueno!

Tía, gin, cuándo vaya a mirar casas por la costa, te aviso, vale? pa q me asesores.

Por cierto, aquí en la montaña hay una que lo fliparías, ya te contaré. ¿Tú has visto una casa hexagonal? He tenido que ir al culo del mundo para ver una casa así.Alucinante.

SH765HT2 dijo...

Grrrr! Yo destruiría a todos los vecinos que tienen gnomos en el jardin.

Tampoco te quejes de que no viniera el cartero a tu desértica calle. El cartero suele ser un poco cotilla y el resto de marujas del barrio se enteran de too por culpa de él. Al menos en mi barrio es asín.

O sea.

Maritere dijo...

Buenisima la historia!!
Un gran saludo!

Almudena dijo...

Me ha quedado una duda tremenda: ¿cómo hace para sujetar el calcetín? ¿tirantes? Por cierto, alabo su gusto con el color.

Isadora dijo...

¿Sería demasiado fácil decir que es que Cristo hace siempre milagros, queriendo e, incluso, sin querer?
Pues si es demasiado fácil e irreverente, no lo digo, y chimpún. Pero es que, de verdad, su Cristo sí que hace milagros por lo que usted cuenta.

Anónimo dijo...

En vez de casas curioseo frigoríficos con la avidez de un muerto de hambre, no cojo nada, me incomoda comer en casa ajena, pero me gusta mirar lo que tienen y como lo ordenan, hay quien coloca los artículos por fecha de caducidad. Los objetos más raros coincidieron en una misma nevera, la de una compañera de Universidad que vivía en piso compartido: un pepino con un lazo rosa y un bote de cristal con líquido transparente en el que había la fotografía de una chica. No pregunté, no creí que fuera de mi amiga pero por si acaso (*).

Tiempo después alguien me explicó que era cosa de brujerías, magias para que él vuelva con ella y la "otra" las pase canutas, rituales peligrosos, me advirtió, que no se deben hacer porque después se vuelven contra ti, algo así como colocar tu perfil real con fotos en el facebook.

Arc

(*) Imagino la situación al presentarme con ambos objetos en la habitación y preguntar "¿qué es esto?". "No lo se pero ni se te ocurra..."

Ginebra dijo...

Laslo:
A él, la abuela le tocó el culo a él. En su descargo diré que Cristo tiene un pedazo de culo, muy tocable.

Bwana:
Pues yo no consigo quitarme de ver casas, es un vicio demasiado arraigado, me temo.

Gabriel:
El calcetín ese día era naranja pero los tiene de todos los colores y se cambia a diario, que Cristo es muy limpio.

Edda:
No se lo tome a mal pero cómo me alegro de que no seamos vecinas.

Outsider:
Diga usted que sí, que el contacto con los vecinos suele ser nefasto.

Siberia:
Juá, con lo que mido siempre he jugado de base, querido.

Neke:
Se conoce que ciertas cosas...

Cacique:
¡Hecho! Anda que no lo paso yo bien ni nada viendo casas.

SH765HT2:
Mi cartero es muy sufrido, el pobre, como le persiguen los perros del pueblo y tal...

Maritere:
Gracias, bienvenida.

Anjanuca:
Em... no, tirantes a lo Borat no lleva, no. La cosa es que nunca se le ha caido.

Isadora:
Milagrillos de andar por casa, sí.

Arc:
Jajajajaja... mi hermana hace lo mismo, oiga: llega a una casa y lo primero que hace es entrar en la cocina y abrir la nevera. Cuando no tiene confianza para hacerlo lo pasa fatal.

Anónimo dijo...

Oiga, Doña Ginebra, amí que eso del "Hombre de la Frontera" me recuerda al Kevin Konsner ese en Bailando con Lobos...