lunes, 3 de noviembre de 2008

La Sirenita

Lo he comentado ya en varias ocasiones: tengo una especie de imán interior que hace que se me acerquen todos los majarones que andan sueltos por la calle. A JB también le pasa pero como él es marciano se nota menos. Por cierto, y por si alguien tenía dudas les informo: esto de la marcianidad es genético así que si sospechan que alguien de su familia procede de más allá de la capa de ozono vigilen a sus retoños porque hay muchas probabilidades de que no se los trajera la cigüeña sino el doctor Spock o similar. Se lo digo por experiencia que yo tengo en casa dos alienígenas de esos. No pasa nada, no crean, es como todo, que a veces es divertido y a veces no. A mí la mayor parte de las veces me divierte aunque reconozco que los que no saben de qué va la cosa pueden sentirse, digamos, un tanto desorientados así que cuando me siento bondadosa lo voy avisando. Lo que no sé es cómo se las apañan los marcianos y los majaras para que haga lo que haga sea yo la que acabe quedando como la mayor chalada del reino.


Por ejemplo, hace unos días vinieron las niñas con la convocatoria de la primera reunión profesores-padres del intituto. Madagascar traía, además, un papelito que resultó ser un cuestionario que su profesor quería que rellenáramos antes de la reunión para tener las ideas un poco más claras. El cuestionario era una pavada, estaba lleno de preguntas con respuestas obvias, pero aun así me puse a contestarlo como una madre aplicada, y al llegar a “¿cómo diría que es su hijo”? me ví obligada a ser sincera y contesté: “mi hija es marciana”. Luego, cuando le di el cuestionario a Madagascar para que se lo entregara a su tutor, se enfadó ligeramente y dijo que cuando preguntaban “¿qué quiere que sea su hijo de mayor?” no se contestaba “feliz” sino médico, azafata, peluquera, maestro, y cosas así. De la marcianidad no dijo nada; pobre mía creo que la tiene asumida.

Al día siguiente se celebraba el bonito encuentro de padres y profesores con meriendita compuesta por viandas caseras traidas a modo de ofrenda de paz por los asistentes así que cogí el paraguas de La Sirenita (ay qué mono es: tamaño sombrilla de playa y estampado con muñequitos de la película de Disney), me calcé las botas de agua y eché a andar cuesta arriba hacia el instituto. Vianda no llevé, que no me acordé y no tenía nada apropiado. Ya casi me había animado cuando divisé al final de la calle a Antonio El Zajorín. El Zajorín tiene como profesión ésa: ser zahorí (ni se imaginan lo que me costó saber a qué se refería cuando me decía que él era zajorín; hasta que me dijo que era tan bueno que a veces encontraba el agua incluso sin varita no caí en lo que me quería decir) pero como eso se requiere poco, se dedica a lo que se tercie, lo mismo te lo encuentras vareando los olivos de los jardines que pescando, pelando almendras, o limpiando motores de barco. El hombre se pone contentísimo cuando me ve y se empeña siempre en regalarme parte del género que lleve, sea el que sea. El otro día había estado pescando como deduje hábilmente al ver que llevaba los pantalones remangados por encima de la rodilla y chanclas de playa. Que además llevara un cubo en una mano y una red llena de pescados coleando en la otra me facilitó bastante la deducción.

Rápidamente utilicé mi visión periférica para echar una ojeadita a ver si tenía escapatoria pero como no había por dónde escabullirse me resigné a lo imprevisible. Total que El Zajorín me vio, gritó “¡Guap-paaaaaaaa!”, se le alegraron las pajarillas, y se puso a contarme lo bien que se le había dado la mañana de pesca y lo mal que estaba el tráfico que había que ver que estaba la carretera llena de coches que cuando no ibas por la acera te atropellaban y todo. El Zajorín entremezclaba los dos temas de conversación (una frase para uno, una frase para otro) y yo decía que sí a todo con la cabeza concentrada en esquivar la mano derecha del Zajorín, que sobrevolaba mi brazo amenazando con cubrirlo de escamas, restos de gusanillo y otras porquerías, cuando me pareció entender que decía algo así como “y mira qué hermosura de caballas y pargos he cogido, quince en total, y te los voy a regalar por ser tan simpática”. Y aun estaba yo intentando procesar si de verdad habría dicho aquello cuando El Zajorín, aprovechando la bajada de guardia, me plantó una mano en la gabardina y con la otra me colgó la red del mango del paraguas “mira lo bien que vas a llevar aquí los pescaítos” y echó a andar cuesta abajo ligerito; ligerito e inmune a mis gritos de “¡PoramordeDios, Antonio, llévese usted estos pescados!” . Es que ni se dio la vuelta, vaya, levantó el brazo derecho a modo de saludo y sin mirarme gritó: “De nada guap-paaaaaa, ya me dirás si te gustaron”.

Se pueden imaginar que la entrada a la reunión fue de todo menos triunfal: empapada tras el rato de charla, con botas de agua, un brazo lleno de escamas y otras porcadas, y una red llena de pescados coleantes colgada del paraguas-sombrilla con una Sirenita sonriente estampada en lo alto. Una peque de unos tres años me miraba extasiada y le decía a su madre: “Mira, mira, es de La Sirenita, por eso lleva tantos pescados”. Una de las madres asistentes me dijo “Pero Gin, hija, ¿te has traido tó eso para prepararnos chuchi?” con lo que se ganó una MIRADA, y me pareció oir susurrar al tutor de Madagascar “pues si ésta dice que la niña es marciana....” mientras movía la cabeza.

Madagascar está un poco enfadada conmigo.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Los raros son los normales, los no-marcianos. Que, si te fijas, son tres y aburridísimos.
Mi propuesta para la próxima vez: levantas una ceja y preguntas "¿pero nadie trajo carbón para una moraguita?".

Anónimo dijo...

Yo tenía un amigo (bueno, lo tengo, aunque hace mil años que no lo veo) que cuando montábamos en el remonte de las pistas de esquí se sentía pletórico y gritaba a los de abajo a pleno pulmón:
- ¡¡¡Que soy normalllll!!!
Digamos que le gustaba epatar. COmo dato no se si anecdótico añadiré que marciano no se si es, pero lo que sí es, es psiquiatra.

Anónimo dijo...

(le puse un correíto, Gin) (a la dirección esa que tiene ahí fuera, que no sé si la usa)

Anónimo dijo...

Jamía, tenía que haber explicado usted para los no iniciados que en nuestra tierra existe la bonita costumbre de dejar que los locos anden a sus anchas por las calles, ocupados en las tareas más acordes con su talante e idiosincrasia: plantarse en medio de la carretera a esquivar coches, sentarse en una esquina a cantar flamenco y tocar palmas, sentarse en el muro del arroyo a decirle adiós a todo el que pasa...

Y en ese contexto quiere usted que la tomen en serio cuando dice que su hija es marciana??? Va usted lista!!!

Almudena dijo...

Que pasa, ¿los demás padres no van a la lonja a por pescado? Envidiosos es lo que son, que al precio que está y a usted se los regalan. Anda y se chinchen.

Y lo de la niña, pues ya sabe lo que se dice "el que a los suyos se parece, buena honra merece" :)

Un besuco.

Anónimo dijo...

Gin, la venganza de los marcianos puede ser tremenda :-)

oveja dijo...

que desagradecida, con lo caro que está el pescao..ya ves namás porque te haya llenao el brazo de tripas y escamas..qué escrupulosa hija
gin, tienes las mismas aspiraciones futuras pa tus niños que yo.
y enhorabuena por esa capacidad extrasensorial de deducción

Anónimo dijo...

Cuando, de camino al instituto, usted cogió el paraguas de La sirenita ya estaba propiciando e imantando situaciones atípicas. Y además lo sabía, que la veo reirse por lo bajini.

Ginebra dijo...

Lupe:
Toma ya corporativismo marcianil.

Siberia:
Uy qué pobre! Seguro que no hay mejor modo de sentirte normal que ser psiquiatra.

Neke:
Jo, a los que se dedican a esquivar coches los odio, que algunos lo hacen fatal y luego pasa lo que pasa.

Anjanuca:
Sí que van, eso sí, lo que creo que no hacen es llevarse los pescados de paseo a las reuniones con los profesores.

Edda:
Ay, eso me temo... ando temblando.

Oveja:
Puaj, estuve oliendo a pescado... tela, vaya.
Y sí, gracias, estoy pensando en dedicarme a detective.

Eider:
Mmmmmm.... jejeje

argamenon dijo...

¡Olé todo lo que en usted (que seguro que es mucho) sea susceptible de ser olé! ¿Cabe en mente sana algún deseo mejor que el que nuestros hijos sean felices de mayores? Está claro que es la única respuesta acertada a una pregunta tan tonta y, sobre todo, tan atentatoria contra la libertad personal. Y ¡olé! también por su resolución de no amedrentarse ante nada, pareciendo mitad Mery Poppins, mitad Neptuno.
Por favor, avíseme cuando se decida a publicar para todos, si es que no lo ha hecho ya, y no sólo para los privilegiados que la conocemos por este medio. Será un placer tenerla entre mis autores preferidos.