jueves, 13 de marzo de 2008

Noordwijk

Cuentan las crónicas que hace dos mil años los hombres más altos procedían
de los Países Bajos y eran reclutados por el imperio romano como guardias
especiales al servicio del emperador. Hoy, los holandeses siguen siendo
altos, tanto que según me explica Aafke la KLM ha modificado las medidas de
los asientos en los aviones para adecuarlos a las necesidades de su
población. Aafke me lo cuenta con una media sonrisa mientras yo miro con
algo de asombro a Silvio y a Fernando, quienes se van haciendo más grandes a medida que se aproximan a nosotras. Cuando llegan hasta nuestra mesa les doy la mano y me quedo sentada para evitar el contraste. Sé que es inevitable y que dentro de un rato tendré que caminar, no "codo con codo" sino casi "hombro con cadera", junto a estos dos hombres que superan los dos metros, pero prefiero que ese momento llegue más tarde. Miro alrededor y me doy cuenta de que soy la única que les ha mirado con sorpresa porque soy la única extranjera del bar. Silvio y Fernando trabajan en la universidad; su departamento se dedica a hacer estudios para continuar ganando tierras al mar, y mejorar el afianzamiento del terreno y su aprovechamiento agrícola. Nos hablan de los distintos tipos de cultivo, de las semillas y su tratamiento, de las mareas, y de la constante amenaza que supone el mar. Estamos sentados en una mesa en la calle, y aunque estamos en julio sopla un viento frío que amenaza con tirar las sombrillas incluso cerradas como están. Escucho a Fernando hablar del terrible mar, de este Mar del Norte que nos ofrece sus aguas grises y opacas como si fuera en realidad mercurio, y por un momento puedo imaginar las batallas que ha acogido, los monstruos con que los hombres lo han poblado, y las duras luchas que han mantenido contra él. Mirándolo entiendo también la fascinación que despierta incluso así, o sobre todo así, desafiante, bravío, magnético. Y comprendo entonces que sólo unos gigantes son capaces de medirse con él, ganarle, y mantenerlo a raya.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres fantástica!!

Ginebra dijo...

Gracias, mi niña! Muac!

Anónimo dijo...

Dicen algunos estudios que el sonido penetrante del ir y venir de las olas, provoca en quien las oye, cierta tendencia a la depresión y melancolía. Falsa percepción de quien no sabe entender su lenguaje. Todavía hoy, cuando me siento en el mismo espigón de antaño, sé que las aguas no son las mismas, ni puede haber gigante alguno que termine con su imponente misterio.

Bien, Gin, ya huele a incienso y romero. Buena semana y cuídate.

SH765HT2 dijo...

En efecto, en los países altos son bajos y lo primero que aprenden a decir es "¡¡TÚ ERES MUY MALO!!

Anónimo dijo...

No tiene nada que ver. Pero muerte al tetris geográfico.
L.

Nepomuk dijo...

En la edad media los holandeses "ganaban" la tierra contra el mar, construyendo canales y bombeando agua constantemente a fuerza de molinos de viento.
Así que, como puedes ver, siguen siendo guerreros al servicio del emperador. Sólo que el emperador, en este caso, está hecho de sal y espuma.
Y tiene más mala leche que todos los tiberios juntos.

Ginebra dijo...

cacique:
Sí que huele, sí, pero este año veremos... acabo de tener un pinzamiento en un costado que no sé yo si será ciática o qué.

sh765ht2:
Pero ¿lo aprenden en todos los idiomas?

Lupe:
Engancha ¿eh? Yo todavía no acabo de situar Moldavia en ningún sitio.

Nepomuk:
Hombre, puestos a elegir emperador... casi que mejor éste, sí.
Por cierto, si tienes mail me gustaría hablar contigo y hacerte unas propuestas.