miércoles, 5 de marzo de 2008

Buscavidas

Durante un tiempo, mientras estudiaba en la facultad, tuve una especie de “complejo de cigarra”, que no sé si existe o no pero que si no existe debería y por si acaso no existía no importa que ya lo he inventado yo. La culpa de mi complejo no era mía sino de mis compañeros, que se dividían en tres grupos: los que querían ser Miguel de la Quadra Salcedo (uno lo consiguió), los que querían ser Pérez Reverte, y los que querían ser José María García. También estaban los que no sabían lo que querían ser pero pensaban que al salir de allí conseguirían ser algo, pero esos andaban siempre muy perdidos y ni hostilizaban ni nada.

A mí me acomplejaban los que sabían a quién querían parecerse porque estaban todos poseídos por un extraño frenesí profesional y parecían rivalizar en a ver cuál de ellos hacía más prácticas laborales. Claro, como no había mercado para todos al final terminaban pasándose los veranos escribiendo sucesos en el periódico comarcal de su zona o pinchando discos de madrugada en las radios más perdidas de la España rural. Yo no le ví nunca mucho color a aquello y preferí dedicar mis ratos libres a cosas mucho más lúdicas (bueno, también di rienda suelta a la esquizofrenia lingüística y correteaba del Instituto Británico a la Asociación España URSS a ver qué aprendía) como la música y el baile, con lo que me gané unas cuantas miradas descalificadoras por parte de mis compañeros, miradas que recogí y convertí en el “complejo de cigarra” del que hablaba antes.

Menos mal que lo de ir de sufridora y de víctima me aburre casi tanto como llorar y tardé menos de dos días y medio en recordar a Freud (“todo complejo es una mentira”) y quitarme el problema de encima. Total, si luego salimos de la facultad todos igual de cruditos y al final resultó que mis horas y noches de faranduleo me fueron más útiles que todas las prácticas en redacción del mundo, porque uno de los primeros sitios en los que trabajé fue una revista de arte donde se juntaba la fauna más rara del mundo mundial (y mira que entonces había gente rara en Madrid), como Luis “el engrasador”.

“El engrasador” venía a ser algo así como el chico para todo, o sea, que lo mismo te recogía un paquete en un museo que descargaba cajas de folios, o nos servía de conductor cuando teníamos que ir fuera de la ciudad. Yo reconozco que me divertía muchísimo ir con él, sobre todo porque al ser una revista de arte “el engrasador” estaba normalmente fuera de lugar y dejaba al personal de museos y galerías de arte ojipláticos perdidos. Lo de “el engrasador” venía de sus otros trabajos. Y es que Luis era el mejor buscavidas que me he topado jamás, y una de sus ocupaciones era recorrerse los comercios ofreciéndose para engrasar los cierres de los escaparates. Y colaba. Que se sacaba un dinerito, vaya. Luego, cuando había terminado de engrasar lo que se pusiera por delante, se recorría los bares y restaurantes vendiendo rosas. Ahora todo pichigato vende rosas pero entonces aquello no lo hacía casi nadie, y menos tipos de metro ochenta con la nariz rota y pinta de gladiadores. Era un peligro porque cuando me lo encontraba en algún local por la noche se ponía contentísimo y se sentaba en mi mesa a tomarse algo ante el pasmo de quien estuviera conmigo. A mí me encanta la gente que se las ingenia así de bien.

La otra tarde H. y yo decidimos aprovechar esta especie de pre-primavera que se nos ha venido encima y nos fuimos a comer a la playa, al griego. Estábamos digiriendo al solecito una de las mejores moussakas que he comido los últimos cinco años cuando se acercaron dos potos gigantes y una schefflera. A mí lo que me extrañó no fue que las plantas caminaran porque a pesar del ouzo ya me había imaginado que llevaban detrás dos señores sujetándolas; a mí me extrañó que las hubieran sacado a la calle en un día tan soleadito, porque aquí lo que se estila es sacar las plantas a la calle en cuanto caen cuatro gotas, que fue una de las cosas que más me chocaron cuando llegué aquí (tengan en cuenta que yo venía de un sitio sin problemas de agua y me hacía mucha gracia eso de que las macetas aparecieran con la lluvia, como los caracoles; bueno, me hizo gracia hasta que un día casi me caigo de morros porque me habían puesto un macetón de pilistras en la puerta).

Las macetas, y sus correspondientes porteadores, entraron en el local y salieron a los pocos minutos. Y no les eché mayor cuenta hasta que decidimos irnos a tomar una copa a otro sitio y volvimos a ver el jardín andante, esta vez de un lado para otro. Aquello era como un sketch de Benny Hill, plantas p’arriba, plantas p’abajo, plantas entrando en un local, plantas entrando en otro. Es que sólo faltaba la musiquilla. Además, como eran macetones enormes los porteadores veían poco y mal así que entre eso y que debían pesar como dos burros muertos, iban los pobres resoplando, tropezando con todo lo que se les ponía por delante, y sudando la gota gorda. Ya estaba intrigadísima.

- Jo, qué trabajo más cansado, repartir macetones.

H., que estaba cómodamente recostadito en su sillón, y tomando el sol con los ojitos entrecerrados, los abrió y echó una miradita rápida.

- Como me digas que quieres una la vas a llevar tú, aviso.

Se me conectaron todas las neuronas y no se me hizo la luz: fue como si cortilandia entero se me hubiera encendido en el cerebro.

- No me irás a decir que las venden.

H. movió la cabeza divertido.

- ¿Que las venden por los locales? ¿Como las chinas que van vendiendo rosas por los restaurantes? - (es que últimamente todas las que venden rosas por las noches son chinas, con lo que ni entiendes el precio ni ellas te entienden lo que preguntas ni ná) – Venga ya, hombre, si son macetones enormes, eso cómo va a ser, quién va a comprarse un macetón por la calle, con lo que pesan, con lo que abultan, menuda barbaridad, a quién se le ocurre pensar que va a sacar pasta así.

H. se había incorporado y asentía muerto de risa. En la acera de enfrente los potos y la schefflera se cruzaban con una familia. En menos de dos minutos, y tras un regateo rapidísimo, los potos habían cambiado de porteadores y se alejaban paseo abajo. Durante un rato nos estuvimos riendo del tema. Cuando volví a casa me encontré a JB la mar de contento.

- He bajado al pueblo a por tabaco y mira lo que he comprado en la calle. Baratísima, oye, y no he tenido ni que ir al vivero ni nada.

La schefflera, más alta que yo, ocupaba una de las esquinas del comedor.

16 comentarios:

buscema63 dijo...

¿Conoces la historia del minero y la chica yeyé?
;-)
H.

Anónimo dijo...

En serio?? Eso quiere decir que ya mismo están por aquí los maceteros. Que estamos a dos pasos. A lo mejor se vende ya por aquí y no me he dado cuenta con el despiste.
Buscema63:
¿Qué historia de qué minero y chica yeyé? Cuéntela, cuéntela.

Ginebra dijo...

buscema63:
No me tientes... que no respondo (y la liamos) jajajajaja

cacique:
Pues si ves un poto con pies no lo dudes: ya están ahiiiiiií.

Nepomuk dijo...

Pues...yo no quiero ir por aquí llevando a la gente al lado oscuro pero... macetones de marihuana y entonces sí que hacen negocio.

Con las familias que se llevan tan pichis la planta decorativa a casa, y con las nofamilias que se llevan tan pichis la ilegalidad (ole) a casa.

Ginebra dijo...

nepomuk:
A mi me vendría bien un par de macetones de esos, que hace un par de semanas el perro se comió toda la ilegalidad del jardín y se pilló un colocón de narices.

SH765HT2 dijo...

Yo el otro día iba por la calle y vi a un tipo con una secuoya cargada al hombro. Le dije, ¿cuánto vale? son diez mil, me dijo. Muy caro, le dije. Vale, me dijo, te la regalo a cambio de comprar un tiesto de begonias. Ok, vale. O sea que ahora soy el único virus de internet que tiene una secuoya en su comedor.

Anónimo dijo...

¿Habéis visto una perdiz colocada con maría? yo sí, pero no fue mi culpa.Sobre movidas de esas hay una peli q es la monda. El jardín de la alegría.
Joer, qué pasa con la historia del minero y la chica yeyé.

Ginebra dijo...

Sh765ht2:

¿Y te cría muchos bichos? La secuoya digo, es que yo no me atrevo a poner una por si acaso empiezan a salirle monos o así.

Cacique:

Una película divertida, sí. Lo del minero y la chica yeyé... no es apto para menores, creo, tiene sexo y muchas risas.

Anónimo dijo...

Y entonces ¿a qué espera para contarla Gin?.

En cuanto al relato, creo que JB le leyó el pensamiento :-)

Ginebra dijo...

edda:

:-)

Anónimo dijo...

Será "ia puchi" la tía... si puedo ser hasta tu hermana "mayor".

Ginebra dijo...

Cacique:

Ejem, de mayor nada, en todo caso podrías ser mi hermana más alta, y no sé si sobrepasarás a B1 y B2.

SH765HT2 dijo...

Monos, no, pero ardillas, no veas. El otro dia me encontré a una dentro de la nevera comiendose la mantequilla.

Ginebra dijo...

sh765ht2:

Hala, menuda gorrona! Nada, nada, acabas de convencerme, no pongo ninguna cosa de ésas en casa.

Anónimo dijo...

¡Hola!
Llego un poco tarde pero chica ¿me podrías decir que es una pilistra?
Me acabo de acordar yo de un conejo que nos comió toditas las plantas de la terraza.........a lo mejor hasta lo cuento y todo.
Besos.AlmaLeonor

Ginebra dijo...

almaleonor:

Como pilistras (que es como las llaman aquí) no las va a encontrar por ningún lado pero si pregunta por las aspidistras seguro que tiene más suerte.