jueves, 6 de marzo de 2008

Burgas

Viajamos bordeando montes por una carretera que hace poco más de una hora
dejó de serlo para convertirse en un carril de tierra. Vamos despacio y
tenemos las ventanillas cerradas para evitar la polvareda que levanta la
camioneta que llevamos delante, así que el calor empieza a ser agobiante.
Cuando Todor ve coches aparcados a ambos lados del camino se detiene y
estaciona él también. Sacamos un par de mochilas; desde allí hasta la
explanada de la romería nos toca ir andando pero la caminata merece la pena
aunque solamente sea para disfrutar del ambiente. Por todos lados hay
familias enteras vestidas con trajes tradicionales y cargadas con bolsas
enormes llenas de comida y mantas para sentarse en la hierba. Algunos montan caballos cubiertos con cintas de colores de la cabeza a la cola pero la
mayoría vienen en camioncitos y furgonetas destartaladas, e incluso en carros, también adornados con cintas y flores, y tirados por bueyes de
cuernos enormes.

Según nos vamos acercando a la explanada aumentan los puestecillos de dulces, fruta y limonada fría. De uno de ellos sale un olorcillo familiar a churros. Me acerco y veo que venden una especie de masas fritas que luego recubren de azúcar. Compramos unas cuantas, que nos entregan en un papel de periódico, y las comemos mientras observamos. Pacientemente, Todor responde a todas mis preguntas, riendo ruidosamente con alguna de ellas. Me cuenta el origen de la romería y la razón de que se celebre aquí, en un sitio aparentemente alejado de todo excepto de la frontera turca, que está a poco menos de cien metros y me explica que la mayoría de los asistentes a la fiesta viven en aldeas vecinas pero que son todos búlgaros; no hay ningún turco. Sonrío. Sé que en eso búlgaros y griegos son iguales: detestan a los turcos.

Por todos lados escuchamos música hecha con instrumentos tradicionales: acordeones, gaitas, flautas, y tambores. Sorprendentemente escuchamos también una trompeta. Nos acercamos y creo retroceder en el tiempo. Es como estar viendo de nuevo al Circo Rubí, a los gitanos que acampaban en el descampado frente a mi casa y se pasaban el día ensayando sus números, sólo que esta vez la estrella del circo no es una cabra que sube y baja escaleras sino varios perrillos y un oso pardo que baila al son de la trompeta. El oso está sujeto por una cadenita que le cuelga de una argolla que lleva en la nariz. Su cuidador me ofrece la cadena para que haga bailar al oso y lo hago con un cierto temor. El oso se deja llevar dócilmente. Cuando el número termina su cuidador le acerca un cubo de plástico lleno de cerveza. La gente se dispersa y Todor y yo nos quedamos a conversar. En el circo trabajan cuatro generaciones de la misma familia. Mientras ellos hablan miro al oso, que ha terminado la cerveza y está tumbado a nuestros pies, y le acaricio. “Es un oso precioso; se nota que es búlgaro” le digo provocándole. Él sonríe. “Es un oso especial. Hace dos días era turco. La semana que viene será griego. Es especial. Como yo.”

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Hago/pago lo que sea a cambio de la oportunidad de acariciar a un oso (si está domesticado, mejor).
L.

Ginebra dijo...

lupe:

Una experiencia única, la verdad (y las pulgas que tardé tres días en quitarme también fueron únicas) aunque al principio reconozco que no las tenía todas conmigo.

Anónimo dijo...

¡Hola!
Lo del odio de los bulgaros y griegos a los turcos, es verdad absoluta. Conozco a un matrimonio bulgaro y a una chica griega, y ambos me lo han dicho con bastante encono además.
Pero yo estuve en Estambul, y los turcos me parecieron unas gentes encantadoras. En fin.....
Lo de acariciar a un oso... ya me gustaría a mi, ya... envidia cochina me entra.
Besos.AlmaLeonor

SH765HT2 dijo...

Pues yo despues de pasar dos dias en Estambul rodeado de majorettes más peludas que un oso estuve a punto de pedir asilo político en la embajada búlgara, pero soy Sh y estoy en la obligación de quedar bien allí donde voy, porque hay otros virus pero no son como yo.

Ginebra dijo...

almaleonor:

Todos son buena gente; supongo que es el inevitable odio a los vecinos.

sh765ht2:

Uf, en Estambul tuve yo una agarrada en unos baños turcos con la encargada, una bigotuda que se empeñó en afeitarse las axilas con una maquinilla guarrona y oxidada. Monté en cólera al tiempo que intentaba huir del tétanos. Vaya, algo así como Viggo Mortensen en la escena de la pelea en la sauna pero sin rabito.

Quique dijo...

Eres una narradora de historias de maravilla.
Cuesta encontrar blog también escritos como el tuyo.

Anónimo dijo...

No te veo acariciando un oso!!

Ginebra dijo...

Quique:

Muchas gracias. Es lo mejor que podía decirme.

Amoskaia:

Anda, ni yo tampoco me veía. Ya te contaré, ya.

Ana dijo...

Peazo experiencia tocar a un oso!! Yo, a falta de tal, me dejo dar un abrazo de idem!!

Y te mando uno a tí, por si el oso no fue educado y no te recompensó.

Un beso :)

Anónimo dijo...

Pues mi oso favorito es el Oso Yogui, obviamente.

Ginebra dijo...

un árbol:

Mujer, pues entre un abrazo y acariciar un oso te aseguro que el abrazo es mejor (más limpito y tal) así que me quedo con el tuyo.

peterpsych:

Yujujui, Bubu, es que esas cestas de merienda siempre llenas de emparedados marcaron nuestra infancia, eh.