viernes, 14 de diciembre de 2007

Terrorismo musical

Cuando era pequeña una de las cosas que más me gustaba hacer por estas fechas era abrir el buzón. Llegaba del colegio, abría el cajetín, y subía a casa con un montón de sobres la mayoría de los cuales contenía, por supuesto, los esperados crismas. En mi casa los crismas no se tiraban a la basura; los más bonitos se colgaban en una tira de fieltro verde coronada con una carita de Papá Noel que había hecho yo un año en el colegio (la única manualidad escolar que no resultó espantosa, porque recuerdo que un año hicimos un ángel de pasta de papel y me salió con una carita de zombi que daba tanto susto que la profesora no lo quiso poner ni en la exposición de trabajos del cole, la hijaputa, con lo que me costó pintarle la cara de verde y pegarle los cristalitos fosforescentes en las cuencas de los ojos) y los más feítos se ponían abiertos a los pies del árbol de Navidad. Como ningún año los tirábamos, el montón de debajo del árbol crecía y crecía hasta que unas Navidades nos dimos cuenta de que nos habían invadido la mitad de la sala y como acabábamos de ver una película de invasores del espacio nos entró una especie de paranoia y los metimos todos en cajas de zapatos (gorila, claro) de donde salieron un par de años después para viajar al contenedor del reciclado.

En los crismas había de todo, desde reproducciones de cuadros de pintores clásicos, que eran las que mandaban los bancos y organismos con poderío, y que como a los pequeños nos parecían horribles del todo no dudábamos en pintarrajear en cuanto caían en nuestras manos (háganlo y verán cómo hay vírgenes que sorprendentemente están muchísimo más guapas con un buen bigote; y los niñosjesuses ganan mucho con chaquetitas y vaqueros), hasta dibujitos de Ferrandiz, que eran las que nos mandaban los amigos del cole y del barrio en justo intercambio con las que mandábamos nosotros. Luego estaban las de organizaciones benéficas, que eran las que mandaban mis tíos y los amigos cultos y progres de mis padres. Benéficas solamente había las de UNICEF, que ayudarían a muchos niños pero eran más feas que Pilarita, una niña de mi clase a la que todo el mundo preguntaba siempre si era varón o hembra, y eso que llevaba el uniforme del cole, o sea, su faldita tableada y esas cosas. Ahora, que hay un surtido de organizaciones benéficas que ni las galletas cuétara, y cada una tiene sus propios crismas que compiten en a ver cuál hace el más bonito, pues resulta que no se mandan crismas.

Con la historia ésta del correo electrónico todos los días me encuentro así como veinte felicitaciones virtuales a cuál más historiada. Entre esto y los pogüerpoin de las narices, empalagosos como ellos solos y que me llenan la carpeta del correo de gatitos, perritos, pollitos, y demás bichos tiernos que la gente considera que pueden moverme a la ternura y que sólo consiguen despertar mis instintos asesinos, cualquier día me va a reventar el ordenador; en cambio el buzón del correo postal criaría telarañas si no fuera por los bancos y otras entidades caritativas que se encargan de limpiarlas.

Y andaba yo quejándome hace unos diez días de que “ya no recibimos crismas, qué barbaridad, esto va de mal en peor, ya ni son Navidades ni nada” cuando una mañana escuché al buzón cantar navidadnavidaddulcenavidad. Lo destripé y tenía un sobre dentro una tarjeta cantarina remitida por mi hermana B1. En principio la tarjeta solamente tenía que sonar al abrirla pero por alguna extraña tara del chip sonaba abierta, cerrada, metida en un sobre, debajo de un libro e incluso ahogada en un barreño lleno de agua sucia de fregar. Lo sé porque a las cuatro horas de estar escuchando sin parar navidadnavidaddulcenavidad la gracia que nos hacía al principio dio paso a una sensación de fastidio que se fue tornando en mala leche, con lo que intentamos todo tipo de tretas para que se callara. Incluso Bruno, que al comenzar la tarde se había pasado así como una hora coreando la canción con vocecita de falsete, terminó hartándose de ella y se unió al grupo de los destructores inútiles.

La mañana siguiente el asunto había adquirido tintes dramáticos porque en el silencio de la noche la canción se escuchaba por toda la casa y como cada vez que alguno intentaba alejarla de su dormitorio la colocaba cerca de otro, al poco el afectado se levantaba y la volvía a trasladar. Así como a las cuatro de la madrugada intenté dejarla en el punto más alejado del jardín consiguiendo que a los cinco minutos los perros aullaran como posesos así que tuve que volver a meterla en la casa, momento que la gata aprovechó para salir por patas, cosa que en condiciones normales no habría hecho ni borracha porque es llegar las once de la noche y parece que la grapan a los cojines del sofá. Total, que la tarjeta se pasó toda la noche encima de la chimenea, cantando más contenta que la mar.

Desayunamos en silencio (navidadnavidaddulcenavidad sonaba desde la chimenea) mirándonos con ojos vidriosos y conscientes de que cualquier comentario podía romper el frágil equilibrio de nuestros nervios y convertirnos en unas cuantas cajas de bombas. “Habrá que tirarla a la basura así se contamine la tierra de aquí a Pekín” dijo JB. Y lo intenté, pero cuando bajé a tirar la tarjeta me encontré a los basureros y estos, en un arranque de ecología me dijeron que los chips no se podían tirar a la basura. Y hala, de vuelta a casa. Navidadnavidaddulcenavidad. Y entonces vi la luz. Bueno, en realidad a quien vi fue a Cristo, que volvía de comprar frutos secos en el mercadillo, y que después de descojonarse sin reparos de nuestras penalidades me dijo: “hija, Gin, pues endósasela a alguien que te caiga mal y listo”. Fue decirlo y mirarnos los dos levantando una ceja: ajá, ya sabíamos a quién le iba a calzar la postalita.

En cuanto llegué a casa reuní a los niños y les di las instrucciones precisas para que se acercaran en plan comando y, sin que nadie les viera, dejaran la tarjeta en el jardín del concejal de urbanismo del pueblo. Creo que nunca les he visto obedecer con más rapidez.

Ayer me encontré con Salvador, el farmacéutico, y me comentó que el concejal echaba chispas. Parece que llevaba dos días con dolor de cabeza y escuchando un pitido constante hasta el punto de que incluso había llamado al médico.

-¿Y? pregunté con toda la despreocupación que pude, porque la verdad es que al oir lo del pitido se me habían disparado las alarmas.
-Nada, el hombre ha estado atiborrándose de medicamentos y al final resulta que era una tarjeta de Navidad de esas que suenan, que pitaba porque debía tener el chip algo estropeado.
-¿Y dónde estaba?- Ahí tragué saliva y me acordé de las caritas de satisfacción de los miembros de mi comando después de cumplir la misión.
-Detrás del sofá del salón.
No dije nada. Es que ni siquiera moví un músculo.
-La cosa es que está con la teoría de la conspiración en lo alto porque dice que eso no es suyo, que alguien lo ha puesto ahí y que...
Salvador se interrumpió y me miró fijamente.
-Tú no sabrás nada ¿verdad, Gin?
Las carcajadas de los dos debieron oirse hasta en Moscú.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

jozu! q suzto ser vejina de uté! jaja e ma bujrilla uste q su chaveah!!

mia: http://www.elfyourself.com/

pa q pegue el su tebrol ehe tatujao y lo envie como crihma a su hermana...;p

Buen finde!!

SH765HT2 dijo...

Un ángel con la cara verde y cristales fluorecentes en los ojos... interesante... ¿hay fotos?

Ana dijo...

No hay mejor destinatario para el chip asesino.
Los concejales de urbanismo se lo merecen todo.

Enhorabuena al comando!!!
Beso :)

Anónimo dijo...

Recuérdeme que le cuente lo de una novieta mía que tenía un reproductor de video en el que se había encallado la peli "Gremlins" y no se podía sacar ni cambiar a modo TV.
Gracias por las sonrisas y muchos besos.
JBB

Ginebra dijo...

cacique:

Un poco de respeto sí que nos tienen los vecinos, sí.
Me he hecho un elfo!!! Es feo como qué, peeeeero...

sh765ht2:

Pedro Navaja, le llamábamos (por aquello de que los ojos alumbraban como el diente del susodicho) y teníamos una foto, sí, pero una noche decidí romper mi foto de comunión porque salía feísima y al rato me dí cuenta de que había roto la de Pedro Navaja (imagínese cómo salía yo en la de comunión, puf) Me dio una pena!

un árbol:

Todito todo se merecen. No puedo con ellos.

JBB:

Ya está tardando, querido. Jo, como tiene el blog parado no hay manera de leerle, eh.