martes, 19 de junio de 2007

Demasiado corazón

Cuando le conoció el corazón le dio un vuelco, como a todos los enamorados. Al principio le hizo gracia pero luego, al ver que aquellos saltos en el pecho se acentuaban con su presencia, decidió protegerse y se apartó de él. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, pensó. Y se acabaron los sobresaltos, y le nacieron sensaciones nuevas. Comenzó sintiéndose el pulso en los lugares más insospechados y se asustó pensando que el corazón se le movía de sitio en el cuerpo. Poco a poco se acostumbró e incluso pasó tardes divertidas jugando al escondite con ese órgano errante que un día le latía desde las yemas de los dedos y otro le bajaba por el estómago, le recorría el vientre, amenazaba con escapársele por el ombligo, y parecía estar siempre buscando. Con el tiempo se le serenó, se asentó en el pecho, y notó cómo los latidos le nacían allí y se expandían cada vez más lejos, como hacen las ondas al tirar una piedra en el agua. Cada vez más lejos, cada vez más fuerte, hasta que no fue capaz de oír más sonido que su palpitar. Cuando el corazón llenó todo su cuerpo intentando salir a buscar a aquel que le hacía saltar y comprobó que estaba encerrado en aquel envoltorio olvidado, se detuvo. Tras la autopsia el médico solamente dijo “demasiado corazón”. Nadie comprendió nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Gin, quizá llego demasiado tarde, pero quería decirte que me gusta como escribes. Acabo de empezar a leer tu blog y te aseguro que le seguiré la pista.
Un saludo. Edda.

Ginebra dijo...

Gracias, edda, nunca es tarde, nunca es tarde.