miércoles, 11 de febrero de 2015

De película de zuto

Pinocho cumple años, 70. Hay que ver, el pobre, que en 70 años todo el mundo le recuerda como un mentiroso de narices (jejeje). Y eso que hizo más cosas, eh, que pasó de ser un tarugo a un niño de verdad (a ver, esto no es muy reseñable, que por lo que tengo visto y comprobado los niños de verdad son bastante taruguetes), escapó del vientre de una ballena (igual a Collodi y al autor de La Biblia les habría venido bien haberse visto unos documentales sobre costumbres alimentarias de las ballenas, no sé), se salió solito de los vicios y dejó de beber y de fumar sin chicles de nicotina ni grupos de apoyo ni nada. Le ayudó un hada (azul, como los príncipes y los pitufos), vale, pero lo hizo. Y total, para qué, si todos le recordamos solamente por haber dicho alguna que otra mentira. Que tampoco es tan grave. A ver, ¿quién no ha mentido alguna vez? Es verdad que hay personas con más tendencia que otras, por ejemplo mi hija Kenya, que desde chiquitilla ha tenido mucha afición a mentir descaradamente. Para que se hagan una idea, tenía poco más de dos años la criatura cuando un día se descolgó con que no quería ir a casa de sus abuelos porque su abuela le pegaba con un palo en los ojos. A JB y a mí nos dio mucha risa cuando lo dijo pero había que ver a mi suegra, que era toda una dramaqueen, haciendo una escena que ni Margarita Xirgu; lloró, echó mocos, amenazó con desmayarse, siguió llorando, echó más mocos todavía… un espectáculo. Y Kenya, lo de contar trolas no ha parado de hacerlo, eh, es mi hija y la quiero y todo ese rollo, pero miente a nivel olímpico, para qué lo voy a negar. Lo bueno es que como todos lo sabemos no nos creemos ni la mitad de las cosas que nos dice. Yo me lo tomo con tranquilidad pero está feo. Mentir está feo y yo no lo hago. Quédense tranquilos, que yo no les miento. Otra cosa es que a la hora de contarles las cosas elija resaltar determinadas cosillas y pasar otras por alto. Pero eso no me convierte en una mentirosa. Lo digo porque ha habido más de una ocasión en la que alguno de ustedes ha dudado de lo que les contaba, e incluso ha habido quien directamente lo ha puesto en tela de juicio (no quiero dar nombres para no acusar, pero empieza por Alma y termina por Leonor), que todavía recuerdo aquella vez que tuve que colgar los vídeos del jabalí aquél que se bañaba en las piscinas de Torrox. Y si han dudado de cosas así, qué no harán esta vez. Pero es cierto, eh, y quien dude que le pregunte a mi amiga Pepi.

Pepi vive a tres calles de mi casa. La semana pasada murió su madre y estaba bastante triste, así que no me sorprendió que me llamara el viernes y me invitara a merendar el sábado por la tarde. “Querrá que le haga compañía” pensé yo. Me extrañó un poco que me dijera que fuera en chándal, concretamente con el chándal más viejo que tuviera, pero pensé que era un trastorno ocasionado por la pena, que cosas más raras se han dado. Como además el chandalismo me encanta (aunque no lo practico nada, eh, que les veo venir) obedecí y me planté en su casa con un pantalón viejo de chándal que se dejó JB y un forro polar que no sé de dónde salió ni me importa. Pepi me abrió la puerta vestida más o menos como yo, o sea, hecha una mamarracha, pero lo que me extrañó no fue eso, lo que me extrañó fue que no estaba tristona ni desanimada ni nada. A ver, lo del chándal es rarísimo porque Pepi va siempre más arreglada y más bonita que un sanluis, si hasta lleva uñas de gel con brillantitos incrustados y todo, pero como yo achacaba el chandalismo a lo de la pena y tal, pues encontrarme aquella querencia al chándal sin que hubiera trastorno por medio sí me sorprendió. Pepi no sólo no estaba triste sino que estaba bastante más parlanchina (todavía) de lo normal. Nos tomamos una tetera con dulces mientras charlábamos de nuestras tonterías, y nos bebimos la última gota de té, Pepi se puso seria.

- Gin, tengo que pedirte un favor muy grande. Pero muy grande muy grande. Yo sé que te va a sonar rarísimo, y estás en tu derecho de negarte, pero lo necesito.

- A ver, dime.

Yo estaba intrigadísima y a la vez un poco alarmada, que mi imaginación tarda nada y menos en dispararse y ya estaba yo montándome unas películas de impresión. Pepi siguió contándome, muy seria.

- Tú sabes que ha muerto mi madre.

- Sí, sí, lo sé, mujer, si estuve en el entierro.

- Sí, eso, el entierro, a eso iba. A mi padre le incineramos, así que no hubo problema, pero mi madre quería que la enterráramos con su madre. Como mi abuelo murió en África y le enterraron allí mi madre siempre decía que no quería dejar sola a mi abuela.

- Ajá.

- Así que cuando murió mi madre llamé al de la funeraria para meterla con mi abuela. Y van y me dicen que no puede ser porque no cabe.

- ¿Cómo que no cabe?

- Eso, que no cabe, que como ya hay más familiares enterrados allí, que o sacamos a alguno o que no cabe. Me daban también la opción de ampliar la concesión con otra tumba, pero era carísimo. Carísimo carísimo, vaya, y encima no estaba ni cerca.

- Ya… ¿y cómo lo solucionaste? Porque yo recuerdo que a tu madre la enterramos en la tumba familiar. O sea, que cupo.

- Sí, sí, claro que cupo, porque sacamos a uno, concretamente a mi abuela. Ya ves tú, tanta historia con que no quería dejarla sola y al final la desalojó de la tumba. Claro que no ha sido por su gusto, que por ella no… vaya, que ella se habría tirado al mar antes que sacar a su madre de allí, pero claro…

Pepi se estaba empezando a ir por los cerros de Úbeda, y cuando le pasa es peligrosísima porque salta de unos temas a otros sin transición, ni orden, ni concierto, ni ná de ná.

- Sí, sí, me hago una idea. ¿Y qué habéis hecho con la abuela?

Ahí Pepi cerró la boca y la apretó tan fuerte que le salieron unas arrugas feísimas a los lados y yo pensé que igual hasta rompía una muela y todo. Se levantó muy seria y me dijo: “Ven”. Y yo, claro, fui.

Bajamos a la planta baja. Entró en la habitación que usa para guardar las cosas del verano: las tumbonas, las cosas para limpiar la piscina, la colchoneta inflable, las sombrillas, las esterillas… en fin, los cachivaches del verano que en invierno lo único que hacen es estorbar. Se paró en medio de la habitación, y me señaló con la barbilla. Yo miraba por todos lados sin entender nada, y ella seguía dando barbillazos. Me fijé. Lo que Pepi me señalaba era una loneta que normalmente usaban para cubrir la mesa y las sillas de madera y protegerlas de la humedad, y que en ese momento estaba encima de una especie de cajón alargado.

- ¡Pepi, no será verdad!

Pepi asintió.

- No jodas, Pepi, ¿Qué te has traído a la abuela muerta a casa?

- ¿Y qué iba a hacer, Gin? Si tenía que enterrar a mi madre, y no daba tiempo a nada, y además la tumba era carísima, y encima estaba en la otra punta del cementerio. Así que firmé los papeles, la metimos en el coche y me la traje.

- Ya me habría gustado a mí verte atravesar la ciudad con una caja de muerto llena en el coche. ¿Y qué vas a hacer con ella?

- Pues por eso te he llamado, Gin. Necesito que me ayudes porque yo sola no voy a poder y no me va a dar tiempo, que igual en cavar se tarda mucho.

- ¿Qué qué???

- Vamos a enterrarla en el jardín, Gin. Tú y yo. En la esquina del fondo, donde tengo los rosales. Y luego le pondré un rosal encima, que siempre le han gustado mucho.

- A ver, Pepi, eso no se puede hacer. Que esto no es como cuando JB enterraba los conejos en el jardín, que hablamos de una persona. ¿Tú te crees que esto es una película de Almodóvar, o qué?

- ¿De Almodóvar? ¿Cuál? Aaaaaaah… sí… aquélla en la que Penélope Cruz y su amiga puta enterraban al marido que quería acostarse con la hija.

- Ésa, Pepi, ésa. Tú es que te crees que la vida es como en las películas y no es así, eh.

- No, mujer, que yo y sé que la vida no es como en las películas, pero mira, esto sí es un poco de película, eh. Tú y yo, Penélope Cruz pidiendo a su amiga puta que la ayude y eso.

- Tú sueñas, Pepi; en cualquier caso yo sería Penélope Cruz y tú la otra.

- Bueno, pues tú Penélope Cruz, pero me ayudas ¿vale?

Y me dejé convencer. Así que salimos al jardín con un par de linternas y nos pusimos a cavar intentando no hacer mucho ruido para que los vecinos no se enterasen. Tampoco hacían falta tantas precauciones porque el viento era tan fuerte que no se escuchaba otra cosa. Al rato nos cansamos.

- Pepi, esto no va a salir bien, eh. Mira el rato que llevamos y no avanzamos nada. Aquí no cabe la caja ni de coña.

- Em… estaba pensando… ¿la abrimos y la volcamos tal cual? Seguro que no hay más que cuatro huesitos, y eso en el agujero que hemos hecho cabe de sobra.

- ¡Tú estás loca!

- Pues hala, hay que seguir cavando.

- Bueno, vale, pero la abres tú que para eso la muerta es tuya. Y vamos a ponernos guantes.

- ¿Por si las huellas y eso?

- No, mujer, por el asco.

- Ah, sí.

La verdad es que yo esperaba mucha más resistencia pero no costó nada abrir la caja. Pepi se asomó y lanzó una maldición. Dentro de la caja había otra caja un poco más pequeña.

- ¡Toma ya! ¡Como las muñecas rusas!

- Pues ésta tampoco cabe, creo; habrá que abrirla también.

Y Pepi abrió la segunda caja. Dentro había una bolsa un poco birriosita. Pepi la cogió (“Menos mal que se te ocurrió lo de los guantes, Gin, porque sí que me da un poco de repelús”) y la lanzó al agujero. Mientras caía, los huesos sonaron como una maraca rota, como un sonajerillo de niño chico. A Pepi no sé, a mí me dio un poco de mal rollo, pero se me pasó enseguida porque no nos costó nada rellenar el agujero y poner el rosal encima y todas las zarandajas que quería Pepi.

- Vale, Pepi, hecho. ¿Y ahora qué vas a hacer con las cajas?

Miramos el ataúd y la caja interior.

- Si las rompemos un poco las puedes quemar en la chimenea.

- Ay no, Gin, que eso me da mucho yuyu

- Joé, Pepi, ¿acabamos de enterrar a tu abuela en el jardín, metida en una bolsita de mierda y no te ha dado yuyu?

- No, no mucho, la verdad. Habrá sido la adrenalina ésa.

- Pues tú me dirás, porque no las vamos a sacar al contenedor de la basura, que enterrar gente en los jardines está prohibido. Vaya, está prohibido enterrar animales, que no veas el pollo que montamos cada vez que se nos muere un gato y tenemos que enterrarlo, así que de las personas ni hablamos. Y como saques las cajas al contenedor va a cantar mucho que alguien ha enterrado a alguien. Y tu madre ha muerto hace poco así que te van a investigar la primera. Te pillan fijo.

Pepi me miraba asintiendo.

- ¡Ya lo tengo! Las rompemos un poco y desparramamos los trozos por distintos contenedores.

Vale, era de locos pero después de la noche que llevábamos no me sonó ni mal. Tampoco tardamos tanto en desarmar las dos cajas, pero las dejamos reducidas a tablones, que no era plan de provocar un infarto a los basureros. Y así, escachítas, cabían fenomenal en el maletero de su coche. Bueno, iban un poco justas; habrían ido mejor en el mío, que es más grande, pero me negué. Decidimos que diseminaríamos los trocitos por contenedores que nos pillaran lejos lejísimos. Una estaría al volante, con el motor en marcha, mientras la otra dejaba los tablones en el contenedor. No le dí opción a Pepi: conduciría yo y ella descargaría los tablones, que para algo era su muerta. Y tan fácil que resultó. Como hacía una noche perruna total, venga a soplar viento, venga a soplar viento, y frío a rabiar, no había un alma por la calle, así que nadie nos vio delinquir repetidamente.

Y quien no me crea que le pregunte a Pepi.




11 comentarios:

núria dijo...

Bueno, bueno....me la presentará cuando baje a Málaga, la aviso con tiempo y prepara la cita.

Y qué bien resalta unas cosas y pasa por alto otras.

núria dijo...

Me encanta lo de desmostrar que no soy un robot, aunque hay que darse prisa porque caduca en nah!

si, bwana dijo...

Felicitaciones: uno de los mejores relatos de terror que he leído.....
Y, además, un excelente argumento para una película de miedo.

Carmen Neke dijo...

Pues yo me lo creo. Sin preguntarle a Pepi ni nada. Pero también es verdad que soy de la tierra, yo cualquier cosa que pase en Málaga y provincia me la creo con los ojos cerrados.

Anónimo dijo...

¡¡Por el amor de dios Gin, si yo soy una crédula total!! jajajajajajja
¡¡Y no me había enterado de la vuelta de Dry Gin!! ¡¡Felicidades!!
¡¡joé lo que me he reído!! :D

AlmaLeonor

Anónimo dijo...

Siento mucho que tuviera una noche de perros, pero a mí me ha alegrado el día, hacía tiempo que no me reía tanto.
Albanta.

JuanMa dijo...

Pues te voy a decir una cosa: yo, tratándose de ti, sí que me lo creo...

Un beso.

Anónimo dijo...

Sobre costumbres alimentarias de las ballenas.
Una foto absolutamente auténtica: Pinocho con su ballena (cachalote) comiéndole.
http://cache3.asset-cache.net/xc/204446.jpg?v=1&c=NewsMaker&k=2&d=5047FA587DE1CADEC34FC6786A5E622B3F1A157CBC084937EC9A05EF49B828CD
:)

Ginebra dijo...

Núria:

Ay, sí, véngase!

Bwana:

Miedo y risa :-)

Neke:

Usted sí que sabe!

Alma:

Usted es una Tomasa total

Albanta:

Jejeje, me alegro

JuanMa:

Muac y remuac

Anónimo:

Aaaaaaaaay

Alfonso Millán Quintana dijo...

Jajajajajajajajajaja jajjaja. ....
Vaya tela con la muchacha que conocí en los talleres. Qué arte tienes Gin. Tengo que ponerme al día con tus blog. Ha sido un placer descubrirte.
Un besazo.

Alfonso Millán Quintana dijo...
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