viernes, 27 de noviembre de 2009

El hombre del autobús

No sé quién es. Ni siquiera sé cómo se llama. Pero sé muchas cosas de él. Sé en qué países ha vivido, cómo son las relaciones con sus padres, cuánto hace que no ve a sus hijos, cómo le gustan las mañanas, que prefiere el frío al calor, que le gusta conocer a todo tipo de gente, que no califica a las personas en general sino individualmente, ni juzga a los países por una parte de sus habitantes. Sé que le gusta hablar y le desagrada que la gente de aquí le mire con una cierta prevención por ser extranjero. Por eso le gusta hablar conmigo, porque tampoco soy de aquí. Sé que se ducha por las mañanas, aunque esto no me lo ha contado, esto lo sé porque es el hombre que mejor huele en el autobús, huele a una mezcla de gel y colonia. También sé de dónde es y esto tampoco me lo ha dicho, pero no hace falta, no hay más que oírle hablar. No sé quién es. Ni siquiera sé cómo se llama. Él tampoco sabe quién soy yo, ni cómo me llamo, pero cada mañana cuando llega a la parada del autobús me saluda, hacemos un par de comentarios sobre el tiempo (para él todas las mañanas son lindas, aunque en realidad sea de noche cerrada y caigan chuzos de punta) y luego me habla de él, de su vida. Y ocurre de una manera natural y finaliza cuando llega el autobús. Nunca nos sentamos juntos, no seguimos hablando durante el trayecto, cuando llegar el autobús nos despedimos deseándonos un buen día (en realidad él me desea “que tenga un día lindo”) y cada uno nos dedicamos a leer nuestros libros. No sé quién es ni cómo se llama, pero el hombre del autobús convierte los momentos vacíos de espera en pequeñas novelas.

7 comentarios:

si, bwana dijo...

Un interesante relato, aunque tal vez fuera más ajustado llamarle "el hombre de la parada", me permito sugerir.

Anónimo dijo...

En la parada del autobús, un nutrido grupo espera, en apretada fila, para subir al vehículo. Le llega el turno a una bella joven, quien viste altas botas y chaqueta a combinación con una estrecha minifalda de cuero.
La joven se percata de que el escalón de acceso al autobús es tan alto que la escueta faldita que porta le va a impedir subir. Sonrojada, se lleva las manos atrás, buscando la cremallera.

La localiza, la baja un poco y se dispone a subir.

Nada! Todavía la falda le impide levantar la pierna para alcanzar el escalón.

Mira avergonzada al chofer, sonríe tímidamente y, de nuevo, se lleva las manos atrás y baja un poco más la cremallera.

Pese a todo, aún la faldita le impide levantar la pierna para subir en este nuevo e inútil empeño.

La gente que espera en fila comienza a incomodarse y a protestar.

Un tipo grandote que esperaba su turno detrás de ella, toma a la muchacha, súbita y ágilmente, por la cintura, y la sube al autobús cual una pluma. La muchacha, furiosa, se vuelve al desconocido y le reclama:

- ¿Cómo se atreve a tocarme? ¡Descarado! Yo no sé quién es usted... Fresco!

Y el hombretón, encogiéndose de hombros, le responde:

- Bueno, señorita, pensé que después de haber tratado de abrirme la bragueta dos veces seguidas... ya éramos amigos, ¿no?

Lucrecia Borgia

Edda dijo...

El nombre es lo que menos dice de la persona. La imagen dice algo, pero poco. Lo que realmente define a la persona son sus palabras. Y esas muchas veces no nos llegan porque nos quedamos sólo con su imagen y casi siempre salimos perdiendo.

Anónimo dijo...

Eso de que la belleza está por dentro, etc, etc. Tópicos, no son más que tópicos. No hay nada como ser guapo como yo, aunque también tiene, de vez en cuando, sus inconvenientes.

¿Cierto Doña Gin?

Gabriel Ramírez dijo...

Pues como yo. Todos los días te deseo un lindo día y hacemos el trayecto leyendo nuestros libros. Qué casualidad.

Señorita Puri dijo...

Igual lo ha puesto ahí el ayuntamiento para amenizar las esperas...

Ginebra dijo...

Bwana:
Mmm... igual sí.

Lucrecia Borgia:
Juá.

Edda:
Pero eso, lo que nos perdemos, no lo sabemos nunca.

Carlos Fox:
Pues sí, lo de la belleza interior es una chorrada porque a ver quién me ha visto a mí el bazo para decir que soy bonita por dentro.

Gabriel:
Hombre, muy igual muy igual...

Miss Puri:
Sería lo único bueno que hubiera hecho el Ayuntamiento.