domingo, 18 de mayo de 2008

Kasserine

Tengo sed. Intento beber pero cuando me llevo la botella a la boca el coche pilla un bache y el agua se me derrama por la barbilla y el escote. El conductor, Miguel, me ve por el retrovisor, se ríe y se me pide disculpas. Miguel no se llama Miguel, tiene un nombre impronunciable para mí pero es exactamente igual que el Miguel Bosé que cantaba “Linda”, y todas las turistas españolas se lo dicen de modo que cuando se presentó lo hizo directamente así: “Miguel, como Bosé”. Miguel disfruta con su trabajo. Le gustan los turistas, dice que los turistas no se plantean complicaciones; cuando vienen son felices porque están de vacaciones y nunca hablan de problemas ni se lamentan porque no ganan suficiente para mantener a su familia o porque no puedan casar a una hija. Además, Miguel dice no ser hombre de permanecer mucho tiempo en el mismo sitio; prefiere moverse aunque nunca demasiado lejos, quiere tener todo bajo control pero que nadie ni nada le controle a él. Le gusta recorrer el país entero aunque prefiere el sur. Me ha prometido que cuando vayamos al sur me llevará a Djenein, conocer a su familia.

Durante varios días hemos recorrido las pistas de montaña de Al Qasrayn sin encontrar casi turistas; únicamente en el paso de Kasserine hemos coincidido con un grupo de ingleses. La mayoría son jubilados. Pertenecen a una especie de club o sociedad que estudia la segunda guerra mundial y han decidido hacer un tour para conocer los escenarios africanos de la contienda. Están siguiendo los pasos de los americanos que desembarcaron en Marruecos. Miran y fotografían el escenario de la derrota intentando imaginar el desastre. Se recuerdan cosas mutuamente, cuando uno duda siempre hay varios dispuestos a recordar por él. Me cuentan que mañana viajarán a Tatauin y que el viaje finalizará en Djerba, donde piensan descansar unos días antes de volver a Inglaterra.

Dejamos a los ingleses recordando la historia y salimos rumbo a Tozeur pasando por Gafsa. Aunque la idea de volver al desierto me estimula no tengo ninguna prisa por llegar; no quiero perderme ni un minuto de estas pistas de montaña, áridas, abruptas, a veces invisibles, siempre a punto de borrarse y sin embargo tan permanentes, tan atemporales que parece que están aquí desde antes de que existiera el país. Salah, el guía, me explica que Gafsa es una ciudad bonita pero poco visitada por el turismo. Dependiendo del día a Salah esto de parece bien o fatal. Respecto al turismo tiene el corazón partido. Por un lado le parece que el desarrollo turístico va a convertir el país en un parque temático anulando la riqueza de su cultura y no quiere convertirse en títere de los europeos; por otro sabe que es una buena salida económica para el país y además se siente orgulloso de mostrarlo a los visitantes. Las contradicciones de Salah aumentan en su vida personal: no quiere vivir fuera fura de Túnez pero en Barcelona tiene una novia embarazada de seis meses. A veces Salah está poseído de amor patrio y rechaza cualquier cosa que venga de Europa. Otras veces se deja arrastrar por el desánimo y no ve otra salida a la falta de desarrollo del país que no sea la europeización. Pero sea cual sea su estado de ánimo Salah está siempre encantado de hablar de la cultura del país. Y lo hace con orgullo.

Cuando Salah ve mis dificultades para beber en marcha sonríe y me dice que a medida que vayamos bajando las carreteras serán diferentes, pero no especifica si eso quiere decir que serán mejores o peores. De momento siguen siendo firmes. Estamos bajando por la ladera de una montaña. Salah está hablándome de la época dorada del renacimiento cultural tunecino cuando Miguel detiene el todoterreno. Un arroyo atraviesa la carretera y, en medio, hay una furgoneta atascada. A ambos lados del arroyo esperan varios vehículos. Bajamos y nos acercamos a ayudar. Nos dicen que anteayer hubo tormentas en Argelia y estos son los efectos de la lluvia. Miguel y Salah se meten en el cauce del arroyo para echar una mano a los que intentan sacar la furgoneta. Yo me siento y miro. Un grupo de niños corretea alrededor nuestro; me miran y sonríen, no se acercan a pedir monedas como en otros países. Les ofrezco chicles y se sientan conmigo. Saco la cámara y les fotografío. Me fotografían ellos a mí. Vemos las fotos y nos reímos. Jugamos. Me enseñan una canción Una mujer se acerca. Va dando una naranja a cada niño. También a mi me da una.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Estas excursiones son muy imaginativas, señora Gyn. Hay que llevar un salakof cuando se va a esas zonas tan áridas del desierto, que el sol golpea el cuero cabelludo sin ninguna piedad.

Ginebra dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ginebra dijo...

Peter:
Me lo ha preguntado varias veces y siempre le he dicho que no, que no son imaginativas pero es usted muy dueño de creerlo o no.
No lleve salakof por allí que se reirán de usted.

SH765HT2 dijo...

A ver, Ginebrita: tirarse el agua encima del escote en pleno desierto, donde no hay ni font-vella. ni chiringuitos, ni siquiera una fuente en condiciones... ¿sabes que te pueden "llover" las críticas por ello?

Jojojojojo y + jojojojo

Ginebra dijo...

Sh765ht2:
Ya, pero peor es echarte encima cocacola o alguna porcada de ésas, que te quedas pegajosa del todo.

Anónimo dijo...

Maravilloso Túnez!!
Gracias por traerme el recuerdo de un viaje fantástico.
¿¿Un salakof??? Mucho mejor un turbante, y que ellos te lo coloquen!!!
Besos mil.

Ginebra dijo...

Amoskaia:
De nada, estoy a ver si convenzo a tus padres para que vayan allí en lugar de a Israel.

Abel Granda dijo...

Me gusta mucho su forma de contar; la imagen del final de este post, me hizo leer uno anterior.
No le eche la culpa a los Carlos, es que los gatos tienen una endiablada habilidad para esas cosas.
Gracias.

Ginebra dijo...

El lenguaraz:
Gracias.