sábado, 19 de abril de 2008

No quieres aves... toma dos huevos (¿me persiguen?)

Lo confieso: yo odiaba los dibujos animados de Heidi. También odiaba a Marco, pero a Marco le odiaba por llorón, por enmadrado, por consentido, por inconsciente, y por tener a un monito como mascota, con la de piojos y bichos que eso tiene. A Heidi la odiaba porque llevaba fenomenal eso de vivir en una cabaña de piedra en la que no había cuarto de baño ni agua caliente y estaba encantada de dormir en el pajar sin importarle ni el frío ni lo molestísimo que es eso que siempre hay ratones, y las pajillas se quedan duras y por la mañana te duelen los huesos, y beber leche de cabra directamente de la teta, sin hervir ni ná, y pasarse el día descalza clavándose piedrecitas en los pies. Además la detestaba por esa vocecilla de pito que tenía. Que independientemente de que no la tragara me sepa las canciones de la serie en japonés (que mis hijas se descojonan cuando se las canto, y pretenden que las cante cuando vienen sus amigos, como si fuera un loro amaestrado, las muy malvadas) es cosa aparte.

Ese mundo idílico de Heidi es totalmente mentira. Se lo digo yo que cuando era pequeña pasaba los veranos en una aldea de las montañas, y no había cuarto de baño ni agua caliente, ni televisión, ni calefacción, ni lavadora, ni teléfono, ni nada, y aunque muchas cosas eran divertidas había otras que resultaban francamente molestas. Por ejemplo, entre las divertidas estaba lo de ir a lavar la ropa al río. La verdad es que lo pienso ahora y eso de pasarte un rato largo arrodillada en una piedra (con un cojín debajo, vale, pero piedra al fin y al cabo) con las manos metidas en un agua que baja del deshielo espantando renacuajos a base de restregar ropa contra una laja (no, no usábamos lavaderas de madera, no, eran de piedra) y luego retorcerla con toda la saña del mundo para sacarle hasta la última gota de agua posible, y acarrear después hasta casa un barreño o un cubo lleno de ropa pesada como un collar de melones, pues como que divertido no lo veo, pero entonces nos parecía lo más de lo más y nos tirábamos media mañana lavando bragas y perdiendo calcetines cauce abajo. Eso estaba entre lo divertido. Entre lo no divertido, pues volver a casa con la única luz de la linternita de petaca pisando boñigas y sapos. O tener que bajar a la cuadra a hacer nuestras necesidades al calor de los animales.

Yo creo que de ahí viene la manía que le tengo a las aves, sobre todo a las aves de corral, aunque no soporto a ninguna. Háganse una idea e imagínense que tienen que hacer pis (comencemos con eso, de momento) agachaditos en una cuadra con poca luz, el suelo de tierra (y cacas de animal) y rodeados de ganado de todo tipo. Como para que no salga el chorrito. Y cuando por fin sale ven que se les acercan las gallinas mirándoles de lado (yo sé que las pobres no pueden mirar de frente porque tienen un ojo a cada lado de la cabeza pero eso no hace que me den menos grima) y haciendo ruidos irreproducibles. Anda que no me he meado yo veces encima por ponerme de pie a toda prisa. Y de otros menesteres no hablemos que se pueden imaginar el grado de estreñimiento que se adquiere solamente de pensar que tienes que tirarte un rato en cuclillas espantando gallinas y demás, y encima sin caerte. ¿A que ustedes no se imaginaban eso cuando veían Heidi? Pues yo sí. De entonces me viene este asco a las aves. A todas, porque como dice Madagascar, puestos a detestar, yo a lo grande. Y por supuesto, como no me gustan, el destino está empeñado en amenazar con meterlas en mi vida a toda costa.

A primeros de semana JB se puso a podar los árboles del jardín, que buena falta les hacía, y volvió con un misterioso tesoro en una bolsa. Mira que podía ser un montón de cosas, yo qué sé, desde un cargamento de limones hasta ramos de lilas, un gatito nuevo (no sería la primera vez), e incluso un frasco de perfume para mí, yo qué sé, pero no, antes de abrirlo yo sabía lo que era.

-No habrás traido un nido.

Se le puso carita de culpable.

-Y encima tendrá hasta huevos.

La culpabilidad le chorreaba ya por todos los poros de la piel, rivalizando en intensidad con el entusiasmo, así que abrió la bolsa y sacó el nido. Muy bonito, tengo que reconocerlo, era un nido perfecto, y por supuesto estaba habitado por tres huevos de color azul turquesa con pintitas marroncillos. Yo sé que las miradas entre gélidas y de asco que les dedicamos no coincidían ni medio con los gritos de júbilo y desbordada ilusión que esperaba JB, pero es que no podía.

-¿No os gustan?
-Emmm... son preciosos, sí, es un azul turquesa francamente bonito.
-Además están llenos, mira, porque pesan.

Ahí no pude menos que visualizar a los embriones a medio hacer y recordar a los vietnamitas comiendo embrión de pato y como dice Bruno “por casi gomito”. La cara de asco debió ser memorable. Lo sé porque ví las de Kenya y Madagascar, que debieron tener un hilo de pensamiento similar al mío. Bruno sopesaba los huevos a ver qué pollo era más gordo, y se los quité porque corrían grave riesgo de rotura y lo único que me faltaba era el cadáver de un pollo a medio desarrollar por el suelo. Puaj.

Ante nuestra reacción cualquiera se habría desinflado, pero estamos hablando de JB, inasequible al desaliento y que dispone de una capacidad de entusiasmo que alcanza límites insospechados. Él en lugar de retirarse cabizbajo a su rincón, se puso a explicarnos lo bonito que iba a ser cuando los minipollos abrieran el cascarón y les viéramos salir y piar de contento. Su discurso se enfrió levemente cuando yo le dije, con toda la frialdad de la que fui capaz, que entendía que él quisiera que los pajaritos que tiene en la cabeza tuvieran nuevos amiguitos con los que jugar pero que si uno solo de esos pollos conseguía nacer no contara conmigo para masticarle lombrices y regurgitárselas después amorosamente en el piquito. Kenya y Madagascar dijeron que ellas tampoco se apuntaban, y Bruno, después de preguntar qué quería decir regurgitar dijo que contáramos con él para coger lombrices pero que no pensaba masticarlas ni nada. JB nos miró con cara de ofendido.

-Sois unas... unas... unas... ahora mismo no me sale nada, pero me habéis desilusionado. Yo pensé que os iban a encantar los huevos.
-A mí me gustan los huevos. Oye, ¿con esto salen tortillas azules?

Bruno no tiene pajaritos en la cabeza pero derrapa mentalmente que da gusto. JB ni siquiera consideró contestarle.

-Pues que sepáis que voy a poner el nido encima del radiador y que los pajaritos van a salir. Y los voy a criar. Y vendrán a comer de mi mano.
-¿Y cómo los vas a llamar?

Madagascar, una vez superada la etapa repugnante de bichos sin plumas, estaba francamente interesada en los pollos. JB aprovechó el resquicio.

-No sé. ¿Por qué no le ponéis nombre cada uno a un huevo?

Kenya aprovechó para soltar un golpe bajo.

-Vale. El mío se llama Cadáver porque seguro que están ya todos muertos.
-¡Ah! Pues entonces el mío que se llame Carroña.

Sólo quedaba Bruno. La mirada furibunda de JB cambió al verle la carita.

-Pues el mío se llama Vivito, y va a ser un pájaro precioso, de colores, y cantará y vendrá a todos lados conmigo.
-¿Pero no eran mirlos negros de esos asquerosos?- Susurró Madagascar justo antes de ganarse un codazo mío.

Y ahí quedó el nido, sobre el radiador y envuelto en una toalla. La mañana siguiente estoy terminando de desayunar cuando veo a Madagascar salir de su habitación en pijama con los pelos tiesos (como siempre) y carita de asombro.

-Buenos días. ¿Qué te pasa?
-Que he abierto los ojos y estoy oyendo cantar pajaritos, y... ¿han salido ya o qué?

Muerta de risa le di la vuelta y la puse mirando a la ventana. Le dio la risa también a ella.

-¡Aaaaaaah! Que son los pájaros normales, los de todas las mañanas...

Han pasado ya varios días desde que JB trajera el nido y esta mañana lo hemos visto moverse levemente (al nido, que JB se mueve con mucho brío, nada de levemente). Como salgan los pollos me voy de casa.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Le ofrezco asilo político, que los urbanitas con instintos medioevoambientales estamos muy pero que muy perseguidos.

El Zorrocloco dijo...

He de reconocer que Heidi sí me caía bien, pero a Marco no lo soportaba, por los mismos motivos que tú. Qué es eso de que un chiquillo cruce medio mundo a pata con un mono al hombro... ¡Amos anda!

Apuesto dos contra uno a que al menos uno de los pollos vive. Y que al final lo vas a acabar cuidando (ahí ya no doblo la apuesta xD)

Anónimo dijo...

Gin, no se vaya de casa mujer, adopte un gato, ya verá que divertido será cuando nazcan los polluelos :-))

Anónimo dijo...

Yo creo que no hace falta masticar lombrices ni saltamontes. Con pan y leche se crían los pajaritos.

Nepomuk dijo...

Gracias Ginebra, me has traído recuerdos sin darte cuenta. Yo también nací en una casona pelada de lo alto de una montaña, con gallinas comecaca, con orinales, con sábanas llevadas al río y con espuma de leche que se untaba en un pan y se cubría con azúcar.

Y todavía estoy muy lejos de los 25 ¿eh? que tiene más mérito :d

Nepomuk dijo...

... y odio las gallinas, claro... of course.

Anónimo dijo...

Si JB consigue que nazcan los pollitos sobre el radiador, llame al National Geographic!

Anónimo dijo...

Podióoo! Pero por qué ha cogido el nido del árbol y se lo ha robado a la madre????
¿Han nacido ya los pollos?
La historia me trae recuerdos de infancia. Nosotros(los más pequeños)íbamos a los bancales y allí hacíamos agujeros pa cagar ( soy cateta y me sale esa palabra, lo de sus necesidades es una cursilada q no te lo crees ni tú). ¿Has visto la peli Al sur de Granada? cuando llega y pregunta donde tiene el WC y lo llevan a una cuadra con un agujero. Jajja, qué buena la peli, pues un agujero así. La cosa se ponía chunga cuando ya estaba medio lleno y aparecían las moscas de todos los colores o para colmo las avispas y tabarros.

SH765HT2 dijo...

Lavar ropa en el río es divertidísimo; de hecho, es uno de mis deportes favoritos. Siempre miro de guardarme algunos gayumbos en la mochila y me los llevo de excursión el fin de semana para lavarlos en el río con una tabla que tengo de esas de tocar dixieland. No sabes lo que disfruto.

A mi Heidi ni fu ni fa, pero Marco se llegó a hacer pesado. Nunca entendí como le dejaron entrar el mono en la Argentina.

Patrizzia dijo...

Hola,pues la verdad es que yo le tengo la misma manía que usted a esa mezcla de graznidos y excrementos calentitos que son los pajaritos,creame que le comprendo,salos y gracias por visitar mi blog!

Patrizzia dijo...

Ah,si,al parecer se le ha colado un virus en blog,váyase con ojo, je je!

aldara san lorenzo dijo...

jajajajaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa........

¡Que me parto!

(Pues a mi me encantan -Chincha, Nepo!!)

Vivan los pájaros! Hip hip, HURRAAAAAA!!

¡Vivan las gallinas y los avestruces!

¡Arriba los casuarios y los gorriones!

LARGA VIDA A LAS AVES.

JB: eres un hacha, MA-CHO-TE!!!!!

XXDDDDDDDD

Sera Sánchez dijo...

Tengo un amiga que tiene pánico a los pájaros. Y yo, después de hablar con ella, ya no puedo volver a verlos más que como ratas voladoras

Ginebra dijo...

Siberia:
No sabe cómo se lo agradezco.

Zorrocloco:
Pues eso es, anda va un niño con un mono por el mundo. Y no, yo no cuido pollos, de verdad que no.

Edda:
No, si tenía usted que ver a la gata; está fascinada, se pasa el día mirando el nido. Yo creo que se relame y todo.

Lupe:
Um... ¿y no se me pondrán obesos?

Nepo:
Jo, era incómodo, sí, pero qué tiempos, eh.

Elizq:
Uf, pues es lo que más le gustaría, salir en el nachionalyeografic.

Cacique:
Anda que me quejo yo de las gallinas pero lo de estar con el culo al aire y que te lo ronden avispones tampoco tiene desperdicio.

Sh765ht2:
Así están los argentinos porque a saber cuántos Marcos dejaron entrar con sus respectivos bichos.

Patrizzia:
De verdad que me reconforta saber que no soy la única. Y de nada, es todo un placer visitarla.

It:
Rara... pero rara...

Sera Sánchez:
Hombre, yo a pánico no llego (todavía)