domingo, 16 de septiembre de 2007

El Hoggar

Conduzco despacio intentando esquivar los baches para evitar molestias a Chenani. De cuando en cuando no puedo evitar coger alguno y entonces se sujeta el brazo sin descomponer el gesto ni emitir ningún gemido.

En el hospital de Tamanrasset nos dijeron ayer que las quemaduras curarán pronto pero que durante unos días le dolerán y tendrá que tener cuidado para que no se le infecten. El hospital está atendido por monjas francesas y la dotación médica es tan escasa que durante la semana que ha estado ingresado a Chenani solamente le ha visto un médico en dos ocasiones: cuando ingresó y ayer noche, cuando le dieron el alta. Anoche el médico estaba visiblemente cansado y respondió tan escuetamente a mis preguntas que cuando se marchó la hermana Marie vino rápidamente a hablar conmigo.

La hermana me ofreció una taza de café y me insinuó la posibilidad de aplazar nuestro viaje unos días, al menos hasta que las quemaduras de Chenani cicatrizaran un poco. Negué con la cabeza y ella asintió también sin decir nada. Ambas sabemos. Para un targui del desierto ya ha sido bastante humillante pasar una semana encerrado en el hospital. No podemos retenerle más. Nadie ni nada podría hacerlo.

Esta mañana, al despedirnos, la hermana me ha dado un paquetito de forma un tanto clandestina. Vendas, desinfectante, esparadrapo, gasas… lo necesario para hacerle a Chenani las curas diarias, tal como ella misma me ha enseñado estos días.
Antes de salir hacia Djanet llamo a Serguei para que hable con Chenani. Hace tiempo que son amigos y gracias a Serguei he podido contar con Chenani como guía en el Hoggar. Me alejo discretamente y no sé qué se dicen, pero cuando Chenani me devuelve el teléfono, Serguei solamente me desea que disfrute el viaje. Ni recomendaciones ni frases de alarma. Eso me tranquiliza.

Avanzamos despacio y en silencio. Chenani me va señalando el camino con la mano y me dice dónde y cuándo parar. Cuando empieza a anochecer nos detenemos y monto una tienda bajo las órdenes y la supervisión de Chenani. Sé lo humillante que debe resultarle no poder hacer nada, depender de una mujer, europea además, pero no hace comentario alguno. Después de cenar, delante de un té fuerte y azucarado, y mientras le limpio las quemaduras y le cambio los vendajes, le pregunto por el Tassili N’ajjer, el destino de nuestro viaje.

Empieza dándome respuestas cortas y poco a poco se va extendiendo. Me habla del Hoggar, de las montañas, y de las pinturas antiguas, me las describe, me relata la vida de los diferentes pueblos que han pasado por allí, habla de la vida de su pueblo, de la belleza y la dureza de la vida en el desierto, de los vientos, de la sensación de recorrer la tierra montado en su mehari, de su familia, y de la necesidad de mantener las raíces. Le escucho sin decir nada, llenando constantemente los vasos de té, y cuando termina me mira y es otro. Sonríe por primera vez. Nos sonreímos en silencio escuchando el viento.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ginebra... ¿Stark? ;-)

Ginebra dijo...

Modestia aparte yo soy más guapa.
:-)