domingo, 18 de enero de 2015

Boicot

Durante unos meses de mi infancia estuve yendo al comedor escolar. Ya, ya sé que suena como si quisiera que ahora todos gritaran “Te queremos, Gin”, pero no, déjenlo. Al principio recibí la noticia de lo del comedor con un punto de desagrado porque siempre he tenido un sentido del olfato muy desarrollado y no soportaba los olores que salían de las cocinas y del comedor del colegio. Me sigue pasando, eh, no me gustan nada los olores a cocinas y comedores comunitarios, tipo hotel, residencia, colegio, etc. Y de las personas ni hablemos, que vaya trayectos torturantes me dan en el autobús. Soy muy mía yo para los olores. Pero a pesar del desagrado comprendí perfectamente que mi madre estuviera hasta el pichi de hacer viajes de casa al colegio y del colegio a casa, que vivíamos lejos y ni siquiera hacíamos los trayectos en autobús sino en camioneta, la P13 (Camioneta Periférica 13). La verdad es que se llamaba camioneta porque unía dos barriadas diferentes, pero era exactamente igual que un autobús, que solamente cambiaban el color y el nombre. Yo creo que lo hacían para ver si remarcándonos que vivíamos en el culo del mundo (lo habrán deducido ustedes por lo de “periférica”) nos desanimábamos, abandonábamos nuestros afanes viajeros, y nos quedábamos en nuestro barrio sin obligar al Ayuntamiento a tener que arreglar las carreteras, que eran una porquería y se inundaban cada vez que llovía un poco. A los pequeños eso nos daba igual, a nosotros lo único que nos importaba era que nuestra camioneta no fuera la P2, que nos daba mucha risa y sí que nos habría parecido tela de humillante. Seguro que a más de uno que ha leído esto se le ha escapado un “jejeje” tontorrón. Mi madre era una madre de las de entonces, y su trabajo era ocuparse de su casa y sus hijas, así que se chupaba diariamente cuatro viajes en la P13 cargada de niños porque venían con nosotras tres hermanos, amigos y casi vecinos nuestros. Dado que llevar a cinco niños pequeños por la calle es casi tan difícil como pastorear una manada de pavos, y que teníamos jornada escolar partida con sus actividades extraescolares y todo, mis padres tomaron la decisión de apuntarnos al comedor del colegio. Aquélla fue toda una experiencia. Positiva, eh, que a mí el comedor me gustó bastante, y lamenté que nos quitaran pero parece ser que surgió un dilema como de vida o muerte porque o nos sacaban del comedor o mi hermana se moría por no comer. Anda que no lloró mi hermana; días y noches estuvo llorando, sin comer, sin dormir, venga a echar lágrimas y mocos, así que puestos a elegir mis padres (no sé por qué) escogieron sacarnos del comedor con lo que volvimos a la trashumancia diaria aunque esta vez motorizados, que mi madre se compró un 600 y ahí que íbamos los cinco niños apretujaditos en el asiento trasero y sujetando sobre las piernas de todos un cestillo en el que iba mi hermana pequeña, que era un bebé. Ay, aquello sí que era divertido.
Mi experiencia de comedor escolar fue, pues, bastante efímera, pero satisfactoria. Vale, había cosas que era olerlas y ponérseme los vellos como escarpias del asco que me daban (no daré muchos datos por si es un plato que a alguno de ustedes le disloca, solamente diré tiene tres palabras, que empieza por “guisadillo de” y termina con “patatas”) pero también probé cosas que nunca antes había comido y que me encantaron, como el membrillo y los espaguetti. El membrillo de dislocó desde el principio, pero lo de los espaguetti fue un shock. ¿Cómo podía ser que mi madre nos hubiera ocultado que existían esas cosas tan ricas? A los pocos días había hecho una encuesta y había descubierto que no era cosa de mi madre, sino de todas las madres: ninguna madre preparaba espaguetti. Y además cuando les preguntabas por qué no los ponían todas torcían el morro. Debe ser que para que te dieran el carnet de madre tenías que cumplir una serie de requisitos, como cardarte el pelo de forma inverosímil, y negarte a cocinar cualquier tipo de pasta que no fueran macarrones con tomate y chorizo. Y ojo, que a mí aquellos macarrones me encantaban. De hecho llevo dos años intentando que mi madre me los haga y nada. No quiero contar lo que pasó hace dos años por no hacer sangre (a mí misma, que todavía me retuerzo de rabia cuando lo recuerdo), pero lo de este año ha sido espectacular.
Ocurrió el día antes de mi cumpleaños. Estaba yo en la cocina tan tranquila, como Antonio Molina, preparando arroz con habichuelas para mi cuñado, cuando ví unas chispitas anaranjadas superbonitas bailoteando en la rejilla de la campana extractora.

- No quiero alarmar a nadie, pero creo que la campana extractora está en llamas.

A ver, no había llamas de verdad, que ya digo que eran solamente unas chispitas (qué bonitas, qué bonitas) retozonas, pero fue la mejor manera de asegurarme de que tooooda la familia se arremolinara en torno a los fuegos. Me arrepentí un poco, eh, que en dos segundos allá que estaban todos metiendo la cabeza bajo la campana extractora y estorbándome cantidad, que entre que todos querían verlas y algunos (no quiero acusar a nadie pero fue mi madre) intentaban apagar las chispas con un trapo de cocina, yo veía difícil el futuro de mi arroz con habichuelas. Claro que cuando aparecieron llamas de verdad y empezó a salir un humo más negro que el alma de Voldemort, todos sacaron la cabeza de allí y empezaron a proponer soluciones a cual más desquiciada hasta que mi madre y mi hermana B2 optaron por dos soluciones de forma simultánea: mi hermana llamó a los bomberos y mi madre recordó que había un extintor en la escalera. Dicho y hecho, mi padre descolgó el extintor y se lo pasó a mi cuñado, quien tardó medio segundo en depositarlo en las manos de mi hermana, que acaparó extintor y bomberos mientras me recriminaba que yo siguiera pendiente del arroz con habichuelas. Se puso tan nerviosa que nos hablaba a la vez al bombero que estaba al teléfono y a mí, y llegó un punto en el que no sabíamos quién de los dos tenía que mandar una dotación y quién tenía que meterse la cazuela de arroz con habichuelas en el culo, aunque era fácil deducirlo. Al final, y como el bombero le estorbaba, me lo tiró a las manos y se dedicó a escupir espuma con el extintor como una loca. Claro, las llamas duraron nada y menos, y a cambio la cocina se llenó de un humo oscuro que no había manera de ver nada. Y mientras ahí seguía el bombero, pegadito a mi oreja, gritándome que no me preocupara, que ya iba una dotación para allá.
Y en ésas andábamos, intentando que los bomberos se enteraran de que ya no hacían nada de falta, cuando llegaron dos policías a ver qué pasaba. Resultó que uno de los policías conocía a un bombero porque habían estudiado juntos cuando eran chicos así que nos contó que el bombero llevaba la profesión en la sangre, que ya desde muy chiquitillo sabía que quería ser bombero, y que era más bueno que nada. También nos contó que se había casado y que tenía una niña muy chica. Y habría seguido contándonos todos los cotilleos del barrio si el otro no le hubiera recordado que tenían que llamar al SAMUR para que nos echara un vistazo, así que cortó y cogió el teléfono.

-… sí, sí, son cinco personas, sí… no, niños no, pero hay dos personas de edad…

Fue escuchar lo de “dos personas de edad” y mi madre, que estaba acurrucadita en un rincón de la escalera pensando en sus cosas, abrió los ojos como un búho. Como un búho enfadadísimo, añado.

- ¿De edad? ¿Yo una persona de edad? ¿DE EDAD?????

El pobre policía no sabía dónde meterse y empezó a mascullar algo sobre el protocolo mientras buscaba con la mirada a su compañero, pero éste también tenía un problema porque mi padre había desaparecido.

- Yo creo que está en la casa.
- Pero ¿cómo que en la casa? ¿cómo que en la casa? En la casa no puede haber nadie, que no hay oxígeno. ¿Qué hace ese señor en la casa?

Y sí, estaba en la casa preguntándole a un bombero totalmente atónito si le necesitaban para algo o qué.

- Emmm… mire usted, estamos aquí seis bomberos y dos policías, yo creo que no hace usted falta para nada.
- Bueno, bueno, como quieran. Si me necesitan estoy abajo.

Luego hubo que explicarles a los bomberos que es que mi padre es del mismo Bilbao, y ahí estuvimos el resto de la tarde todos haciendo bromas sobre la señora de edad y el señor de Bilbao. Y como estábamos poco entretenidos, llegó una dotación del SAMUR dispuestos a medirnos el dióxido de carbono que tuviéramos dentro. Bueno, yo he dicho dióxido de carbono pero a saber qué querían medirnos, que yo de química ando fatal, a mí me dicen que me quieren medir el perbutónido antracítico de niostato y les digo que vale. Y ya saben eso de que el hombre propone y Dios dispone. Los de SAMUR estaban dispuestos pero se quedaron con las ganas porque el aparato medidor estaba roto así que ni cortos ni perezosos llamaron a otra dotación. En menos de diez minutos teníamos la sala como el camarote de los Hermanos Marx: los cinco de la familia, dos policías, seis bomberos, y los ocho miembros de SAMUR. A mis padres les midieron (lo que fuera) y les mandaron ponerse unas mascarillas conectadas a unas bombonas de oxígeno. Luego me tocó el turno a mí.

- ¿Dónde estaba usted cuando se ha originado el incendio?
- En la cocina, cocinando, pero yo no he sido.
- ¿Y después?

Aquello parecía un interrogatorio del FBI. Yo me debatía entre confesar quejumbrosamente “pos vale, guilty” o seguir diciendo la verdad.
- He seguido cocinando.

“Ajá”, murmuró. Levantó una ceja, y yo hice lo propio, a ver si se iba a creer que solamente sabía hacerlo él, con lo que se quedó un momento descolocado, pero reaccionó enseguida e hizo una pregunta más.

- ¿Ha inhalado el humo?
- Pues mire, fijo que sí porque yo he inhalado todo lo que había en el aire, que a día de hoy no sé discriminar los gases con la nariz.
- Pues hala, maja: bombona.

Total, que entre unas cosas y otras llegó mi cumpleaños y en vez de macarrones con tomate y chorizo nos tuvimos que apañar con unas pizzas. Miedo me da pensar en qué impedirá que en mi próximo cumpleaños comamos macarrones, porque va a ser difícil superar esto. Igual nos abducen los extraterrestres o algo.




6 comentarios:

si, bwana dijo...

Después de desternillarme de risa con este relato, ruego encarecidamente que retome el ritmo de sus apariciones en la blogosfera; se la echa de menos.....

ILONA dijo...

Qué bueno volver a leerte, Gin. Y me ha hecho gracia que tu padre sea de Bilbao, del mismo Bilbao. Como yo. Besos.

núria dijo...

Gracias por escribir.
Y por avisar ;)
núria

Carmen Neke dijo...

Qué bien tenerla de vuelta. Pero también puede escribir de cosas simples y cotidianas, no hace fata que monte cada vez semejante pollo para tener algo de lo que escribir en el blog :)

Ginebra dijo...

Bwana:
Con recibimientos así da gusto volver. Yo también le echaba de menos.

Ilona:
Pero del mismo Bilbao, eh?

Núria:
A usted. Siempre.

Neke:
Ay, querida, con lo que me va a mí el espectáculo...

Siberia:
Eso mismo :-)

Anónimo dijo...

Falta la receta de arroz con habichuelas, que se le ha ido el hilo del relato y no nos ha dado detalles.
Bueno, con su vuelta nos apañamos de momento.
Feliz reencuentro con sus fanes.
Eider o algo