domingo, 12 de agosto de 2007

El Juan Francisco y la maría

Está claro que se han propuesto volverme loca perdida. Mira que a mi eso que hicieron ayer de arrancar las plantas (incluidas las de maría, ¡ay!), y tirarlas por el monte hechas un atadillo no me pareció ni medio bien. Yo era partidaria de hacer un abandono de plantas selectivo, siempre y cuando seleccionara yo, porque a ver, me parece de perlas que el señor Paco decidiera perdonar a las lechugas y me las separase para el consumo (amos anda, 22 lechugas en un par de días no me las como yo ni por penitencia), pero los rosales y la maría... son otro cantar.

En fin, que lo tiraron todo y allí que se quedaron los cadáveres de las plantas abandonados y solos. Bueno, solos, lo que se dice solos, la verdad es que no. Esta mañana, así como al medio día, hemos escuchado una bronca descomunal en la calle, nos hemos lanzado uno de los señores trabajadores y yo a ver qué pasaba, y hemos visto un camioncito parado en medio de la calle. He dicho en medio por decirlo de manera fina, porque la verdad es que la calle debería haberse quedado con rango de carril porque es lo más estrecho que dan por calle, y el medio es lo mismo que la derecha y la izquierda. Pues allí, en el total de la calle (que es pelín empinada) había un camioncito cargado con jaulitas de pavos (en mi vida había visto tanto pavo junto, vaya, ni en el instituto) despotricando contra algo que no le dejaba pasar. Ese algo ha resultado ser el burro de mi vecino, Juan Francisco. A ver, explico, mi vecino se llama Fede; Juan Francisco es su burro. Pues allí estaba Juan Francisco, el cual buscando la sombra del algarrobo había dado en despatarrarse en la calle.

En descargo de Juan Francisco hay que aclarar que la del algarrobo era la única sombra a la que arrimarse. También hay que declarar que el pobre no parecía el mismo borriquillo alegre y pataleón de todos los días. Como que cuando me he acercado me ha mirado con ojillos telarañeros. Entre eso, el hilillo de baba que le caía por un lado del hocico, y que el pobre hacía esfuerzos tremendos por ponerse en pie pero tenía las patas como de algodón (como Platero sólo que oliendo a burro de verdad), me ha asustado un poco. De pronto se me ha encendido una luz: "a ver, ¿dónde tirásteis ayer las plantas?" Me han señalado y, efectivamente, lo que me temía: Juan Francisco tenía un colocón de maría como he visto pocos. Hemos intentado levantarlo y quitarlo de la calle pero habría resultado más fácil hacer renunciar a Fraga, así que para mi sorpresa el conductor del camioncito se ha remangado, se ha cargado el burro a hombros (de verdad, de verdad) y, entre los aplausos de los vecinos y los señores trabajadores, que estaban ya todos mirando, lo ha dejado tumbado bajo un olivo. Y todavía dicen que Juan Francisco es el burro.

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