viernes, 16 de octubre de 2009

Comer en Londres

Llevo todo el día caminando y los pies están empezando a quejarse por el simple procedimiento de mandarme aguijonazos de dolor intermitentes. Como les conozco sé que si no hago caso será peor y acabarán criando ampollas así que me siento un rato en un parque. Hace frío, y hay mucha humedad, pero estoy contenta. Me gusta Londres en otoño. Me he pateado dos mercadillos y he encontrado cosas sorprendentes. Mi madre no soporta la idea de que compre en los mercados de segunda mano, sobre todo ropa, pero a mí me fascina la posibilidad de curiosear en los montones donde todo lo que encuentras es impredecible. Voy a ir a comer al restaurante en el que trabaja Beatriz. Es un restaurante italiano. Me ha dejado la dirección esta mañana, junto con un pequeño planito, así que llego sin problemas. Hay mesas vacías de sobra porque aunque he llegado antes de la hora de comer española, es ya tarde para los ingleses. Beatriz está guapa con el uniforme blanco y el delantal largo, negro. Me recomienda un par de cosas y le digo que mejor me traiga lo que ella considere. La pasta está buena, sabrosa y abundante, el vino blanco, seco como a mí me gusta, está fresco, y el pan está todavía caliente. Entra un grupo de seis españoles. Se sientan en la zona de Beatriz y les lleva las cartas. No puedo evitar escucharles. Ninguno de ellos habla inglés y para ellos las cartas resultan indescifrables. Beatriz se pone a su lado y les pregunta, en inglés, si saben lo que van a tomar. Ellos dicen “güait, güait” mientras señalan los distintos platos con aire interrogante. Beatriz les explica, igualmente en inglés, lo que lleva cada plato y ellos están cada vez más confundidos. Me levanto y me acerco. Les pregunto si necesitan ayuda y me miran como si se les hubiera aparecido la Virgen. Me preguntan si puedo traducirles la carta y les digo que tranquilos, que ya se lo hace la camarera. Miro a mi hermana, quien suspira y les explica la carta plato por plato mientras me mira con carita de fastidio consciente de que se ha quedado sin propina.

9 comentarios:

Edda dijo...

Jajaja, típico de hermanas. Y usted es la pequeña. Como si lo viera :-))

Rodericus dijo...

No he tenido el privilegio de pisár
la cápital del Imperio, pero todo el mundo que conozco que ha vuelto de allí siempre han estado comiendo en un restaurante Italiano, Griego, Portugués y hasta Libanés.
¿Realmente la cocina Inglesa tradicionál es tan mala?.
Y yo de tu hermana, te retiraba la palabra un pár de dias, el placér de fastidiar un poco a unos paisanos garrulos debe ser geniál.

si, bwana dijo...

El único sitio donde he conseguido comer bien en Londres, y que lo han cerrado según me dicen era un local pequeño,que regentaban unos judíos frente al Windmill Theater, donde preparaban unoa sandwiches de auténtico rosbif inglés, fabulosos.
Me gustaría pasarme por ese restaurant italiano que recomienda, el último que visité me dieron un pasticho con la pasta cruda.

Carmen Neke dijo...

Pero qué mala condición, Ginebra. Espero que su hermana la dejara sin postre y sin grappa, por jodía.

núria dijo...

Nunca es aburrida la vida con una hermana.

Luis dijo...

Pues yo creo que quien tiene "mala baba" es la hermanita Beatriz...por qué no les habló en español desde el principio?????

Anónimo dijo...

Es que comer en Londres cada día está más complicado.

Ginebra dijo...

Edda:
No, soy la mayor, tengo el mando. Muajajajajaaaaaa

Rodericus:
La comida inglesa no es mala, es que no es ni comida siquiera, al menos la de la calle, que luego tienen algunos platos que se dejan comer la mar de bien.

Bwana:
Le preguntaré la dirección a mi hermana.

Neke:
La mala fue ella que no se compadeció de los pobrecillos, que ni siquiera sabía decir plis ni ná.

Nuria:
Y con dos ni le cuento.

Luis:
Ea, es lo que yo digo! Ella decía que si hablaba en español con todo el mundo nunca aprendería bien inglés pero yo creo que era puritita mala leche ná más.

Piterpsí:
Ay, es cierto, hay sitios en los que cada vez es más complicado comer.

Rodericus dijo...

Vale, ahora entiendo esa pose impasible (van restreñidos), y sobre todo, las "trompas" de sangria que pillan por aquí entre visita y visita turistica a álgun monumento ó museo.Cuando llenan la panza a gusto se sienten seguros y empiezan a levantar el codo a discreción.
Por no hablar de las paellas precocinadas que les colocan, y los estacazos que les sacuden por una cerveza en el Paseo de Gracia.