miércoles, 4 de marzo de 2009

Rebelión en la granja

Según una página web en una vida anterior fui una filósofa persa con una personalidad artística fuertemente desarrollada y un sentido maternal cercado al cero pelotero. Mola. Claro, a mí porque me importa un pimiento, y lo mismo de contenta me habría puesto si me hubieran dicho que en mi otra vida fui un luchador de sumo con doscientos kilos de peso, pero una amiga entró en la página, puso sus datos, le salió que durante el medievo había sido sepulturero en un pueblo de Rumanía, y se puso de una mala leche tremenda. Al principio yo pensaba que era por lo ser sepulturero e intenté buscarle el lado positivo pero en seguida se me acabaron los argumentos (la verdad es que no pasé de las ventajas de trabajar al aire libre y de que cavar es un ejercicio muy sano que te hermana con la tierra y tal) y ella seguía echando sapos y culebras por la boca. La otra opción era que le mosqueara ser rumano, así que me puse a echarle el puro por racista.

Y resultó. Bueno, resultó a medias. No se le quitó el mosqueo pero al menos dejó de echar espumarajos, y me explicó muy solemnemente que lo que le indignaba era la poquísima seriedad con la que se trataba un tema tan trascendental como la reencarnación. Yo me callé, porque aunque estaba de acuerdo a estas alturas todo el mundo debería ya saber que no hay que creer que lo que aparece en internet va a misa porque a ver qué vas a esperar de un sitio que lo mismo te ofrece ver tus cuentas bancarias que ver videoclips tan suculentos como “Tiene nombres mil”.

Mi amiga aplicó eso del silencio positivo y poco a poco se le fue calentando la boca, y me largó una clase magistral sobre la reencarnación, y el karma, y yo qué sé cuántas cosas más hasta terminar divagando sobre los errores de occidente en la interpretación del budismo. Ya me gustaría contarles aquí las doctas enseñanzas de mi amiga, ya, pero lamentablemente van a tener que seguir viviendo sin ellas por mucho que les cueste porque puse la “carita de interés” en modo automático, y me dediqué a pensar cosas muchísimo más interesantes. De los tres cuartos de hora que estuvo monologando yo solamente escuché el principio, lo de ir cambiando de cuerpo al morir y eso, y el final, cuando reconoció que a ella le convencía más la tradición tibetana del budismo que la zen.

- ¿Y tú por cuál te decantas, Gin?

Dado que me había pillado del todo, que esperaba una respuesta, y que ella me había tenido un rato largo larguísimo diciendo “ajá” mientras cabeceaba como los perritos esos horribles que lleva mucha gente en la bandeja trasera de los coches, aproveché y me lancé a contarle que la verdad es que yo no me he planteado nunca muy seriamente lo de la reencarnación pero que analizándome así por encima no debo creer en ella porque si creyera me traería al fresco la fugacidad de la vida y dejaría para otra vida lo que no pudiera hacer en ésta (como tirarme en paracaídas, nadar entre tiburones, o trabajar como monitora de comedor escolar), mientras que, por el contrario, siempre he pensado que solamente se vive una vez y que la vida es muy corta y hay que aprovechar para hacerlo todo y probarlo todo (menos lo de lanzarme en paracaídas, nadar entre tiburones, o trabajar como monitora de comedor escolar), y que por eso me gustan los cambios, que si por mí fuera me mudaría de casa cada año o, más modestamente, cambiaría de muebles constantemente, que me horroriza eso que llaman “muebles para toda la vida” y por eso soy superfan de IKEA, que tiene unos muebles supermonos, baratos, y que encima me permiten jugar a MacGyver.

- Por cierto, ¿te gustan los sofás que hemos comprado?

Ella parpadeó varias veces, me miró, echó un vistazo al catálogo, y soltó una carcajada.

- Qué morro tienes, Gin, no me has hecho ni puto caso.
- Ya, pero ¿a que son monos los sofás?

Ahí estuvo de acuerdo: los sofás son preciosos, con su respaldito alto para desnucarte a gusto viendo la tele, con sus asientitos bien fijados a la estructura y al fondo para que nadie pueda sacarlos y echarlos al suelo con la excusa de que “en el suelo se está mejor”, con sus apoyabrazos anchos capaces de acoger amorosamente cualquier culo, sea cual sea su perímetro, con sus patitas de madera bien levantaditas del suelo para que la piel no roce el suelo y se pueda barrer y fregar sin echar manchurrones... un primor, vaya.

- ¿Y qué habéis hecho con el viejo?

Dudé antes de contestar porque el asunto está trayendo cola. Claro que la culpa no ha sido nuestra sino de una especie de confabulación cósmica que ha hecho que unas cosas se liaran con otras hasta que hemos llegado al punto en el que estamos ahora.

En esta familia estamos todos muy concienciados: separamos las basuras (pa ná porque no tenemos contenedores diferenciados, pero lo hacemos), tiramos los desperdicios orgánicos a las composteras que JB ha puesto en el jardín (claro, luego van saliendo plantones de tomates y otras hortalizas en las macetas de geraneos), hacemos colchas de pachtwork con la ropa inservible (ejem, las hago yo), etc., y nunca se nos habría pasado por la cabeza tirar muebles viejos al campo, sin más.

La cosa es que fuimos toda la familia a IKEA en plan excursión a comprar los sofás. Querían mandarme a mí de comisionada única pero me negué, que les conozco, y menos mal porque después de tirarse en todos los sofás de la exposición acordaron unánimemente que el que me gustaba a mí era de todo menos cómodo. Hay que reconocer que tenían razón porque el respaldo me llegaba a mí por el sobaquillo, o sea que te pones a ver una película en ese sofá y tienen que hacerte un transplante de cuello, de lo tieso que se te queda. Total, que elegimos sofá y después de apuntar cuidadosamente la fecha de entrega que nos habían dado dejamos a Kenya encargada de llamar a los servicios operativos del Ayuntamiento para que retirasen el viejo el mismo día que lo sacáramos a la calle, que para eso se ha apuntado al World Wild Life o algo así y le mandan periódicamente revistas con alabanzas al oso pardo, al lince, y a una especie de rata tiñosa de color marrón que está en vías de extinción y todavía no sé muy bien si eso les parece horrible o estupendo porque al parecer la susodicha rata se zampa a todos los bichos de corral que encuentra y si puede destroza las cosechas a base de hacer agujeritos en la tierra.

Y Kenya llamó. Y apuntaron la fecha. Y aquí paz, y después gloria. Y llegó el día en que el sofá nuevo debía llegar y tomar posesión del salón, y con mucho esfuerzo, mucho griterío, y el trabajo combinado de toda la familia (Sirio incluido) conseguimos bajar la cuesta de la calle y dejar el sofá viejo convenientemente aparcado junto a los contenedores de basura que hay junto al cauce del arroyo. Daba una mala sensación que te mueres porque es cama y lo habíamos abierto para llevarlo más cómodamente pero dado que los servicios operativos lo tenían que retirar al día siguiente no nos preocupamos mucho y subimos a casa a esperar el sofá, que parecíamos el remake de “Bienvenido mister Marshall”. Toda la tarde se pasó Bruno asomado al muro del jardín oteando el horizonte en espera del camioncillo del transportista. Hasta que se hizo de noche y quedó claro que ni sofá ni nada. Al día siguiente, se me olvidó llamar para preguntar qué había pasado con la entrega y de nuevo Bruno pasó la tarde entera asomadito al muro del jardín. Cuando llegué y les dí la noticia de que me habían dicho que el camión se había retrasado y los sofás tardarían todavía una semana en llegar, a todos se les puso carita de desolación y miraron el hueco del salón.

- ¿Ves como eres una cagaprisas?- JB cuando me regaña no usa el vocabulario fino, no. – Si no te hubieras empeñado en bajar el sofá a la calle podríamos seguir usándolo esta semana.
- Bueno, podemos ir a por él.
- No podemos, enano, que ya se los habrá llevado el Ayuntamiento.
- Qué va, todavía sigue ahí abajo.
- ¿Cómo que sigue ahí abajo?

Miramos alarmados a Kenya.

- ¡¡¡Eh, eh, eh!!!... que yo llamé y les dije muy clarito que vinieran a recoger el sofá el día 7.
- Ya... el día 7... ¡te dijimos el 27!
- Bueno, joé, tampoco es para chillar, que por una semana que esté el sofá en la calle no va a pasar nada.

Pero sí ha pasado. Ha pasado que las cabras de Paco han decidido que un sofá-cama es muchísimo más confortable que su corralillo de tierra, y se están instalando poco a poco. De momento ya han tomado posesión del colchón quince cabras que no paran de balar y dos de los perrillos orejones que Paco tiene a modo de pastores, pero de aquí al día 7 hay tiempo de sobra para que el resto de las cabras y algún que otro perro más se decida también a mudarse, así que si ahora ya es un tanto complicado pasar por la calle esquivando cagarrutas y cabras quejumbrosas, y mirando de reojo a los perros que se vuelven locos a ladrar a todo el que pasa porque deben pensar que queremos afanar las cabras, no quiero pensar lo que será el día que los servicios operativos tengan que pelear con los bichos para retirar el sofá. Ya les contaré.

12 comentarios:

si, bwana dijo...

He pasado un buen rato leyendo la entrada de hoy,; me he reído tanto con la reencarnación como con el sofá abandonado. Felicitaciones.

Don Peperomio dijo...

preciosa espalda!
se puede uno enamorar de una espalda?

Anónimo dijo...

Una cosa. O dos.
1. Has puesto tu foto-tatuaje en perfil. Hum.
2. Lo de las cabras es por la retribución kármica. Seguro que en la otra vida las cabras te regalaron un sofá, de ahí tu "cagaprisas" por soltarlo. Está claro.

núria dijo...

perfil.

(Del prov. perfil, dobladillo).


1. m. Postura en que no se deja ver sino una sola de las dos mitades laterales del cuerpo.

Muy bueno, Gin!
Cosas mas raras encuentra usté por ahí!

Anónimo dijo...

Gin, tenga cuidado con los "ajá" en las conversaciones, cuando no las escucha, porque si van acompañados de un "vale" se puede meter en un lío. Se lo digo por experiencia, yo que no soporto que me saquen sangre, en esa ocasión casi me hago donante por no escuchar.

Anónimo dijo...

Gin,
a) fíese usted de los servicios inoperantes, fíese,
b) y que sepa que, según eso, en mi vida anterior yo era un fornido marinero francés que en mis ratos libres me dedicaba a la magia negra. Que casi prefiero el sepulturero rumano.

Gabriel Ramírez dijo...

Pues a mí el enlace no me funciona. Hablando de enlaces: ya te tengo en el mío de lo más curiosita.

Carmen Neke dijo...

¿Y? ¿Qué tal siguen las cabras en su sofá? Como dios, seguro.

Si tanto renegar de bichos en su bló, y al final le van a dar el premio Félix Rodríguez de la Fuente por su fomento del bienestar de las especies autóctonas de la Axarquía...

Wara dijo...

Pensando, leyendo, pensando, riendo con el karma, la reencarnación, el horóscopo y las cabras.
¡Mira que ceder terreno ante unas cabras...! ¡Pues claro, que en cierta ocasión nos persiguió una por el monte, y bien que le escapamos!

Isadora dijo...

Que me ha encantado, fíjese. He disfrutado desde la primera palabra hasta la última tras haber practicado convenientemente y con cierto éxito el salto con pértiga sobre el suculento videoclip de marras que nos mencionó. Que no, que no tenia el estomago para según qué cosas. El resto, coser y cantar. Me he dejado llevar sin ninguna dificultad por su narración, acomodándome en la primera palabra y desembarcando en la última, plenamente identificada con su exposición y sin ningún sobresalto. Quizás uno si, cuando usted aludía de pasada a la tiñosa y protegible rata, me vinieron a la memoria aquellos simpáticos topillos, seguramente parientes próximos de su protegida, que el año pasado, que no teníamos crisis alguna y podíamos dedicarnos a mayores empresas, se convirtieron en raza maldita y exterminables de nuestros campos sin haber sido ni siquiera mencionados por revista alguna que se preciase. Injusticia manifiesta, seguro. En fin, que tras haber buscado en Internet, que para esto también sirve, un ejemplar de cabra común adaptable y acomodable en sofás-cama desechables y abandonados a su suerte en aceras públicas, por aquello de que en el hábitat en el que me muevo se me quedaron hace tiempo a desmano, lo demás, lo dicho: una delicia como siempre. Es un placer leerle.

Anónimo dijo...

El ikeano es el amigo soltero con monovolumen (¡sí existen!) que trae banquetas y estanterias a las sanguijuelas que desde provincias exigen "muebles y elementos de decoración a preciosa asequibles". El ikeano puede emparejarse pero no tener descendencia porque un niño obliga a colocar silla en el asiento de atrás y eso impide abatir el asiento para dar cabida a los järpen y los dalselv. Los ikeanos están en peligro de extinción y merecen más protección que la rata tiñosa esa que, seamos sinceros, es un poco hijaputa y ni siquiera merece ser apaleada con una balda ekby mossby (29,95€) sino con una antonius de 3€.

Campaña para el homenaje de la embajada sueca a los transportistas no oficiales del Ikea y por la alternativa de hacking (o pirateo) ikeano para todos aquellos alumnos/as objetores/as de la asignatura de Tecnología de la ESO.

Saludos,
Arc

Ejemplos de hacking ikeano:
http://piratasdeikea.blogspot.com/

Ginebra dijo...

Bwana:
Gracias. Mil.

Martín:
Gracias. Y sí, ya le digo que se puede. Si le dijera de las cosas de las que yo me he enamorado...

Cacique:
¡A que mola! Probé a poner una del culo pero no cabía entero.
Lo de las cabras... no sé, no lo había pensado, pero ahora que lo dices...

Núria:
Es que el mundo está lleno de cosas raras, querida.

Edda:
Glups! tomo nota.

Lupe:
Lo de la magia negra puede pero lo del fornido marinero francés no le pega ni chimpún, que tendría que tatuarse el pecho y parecería una merdellona total.

Gab:
¡Ay, ya lo he visto! ¡Qué ilusión!

Neke:
Están tan cómodas que el que se ha llevado el sofá ha sido el cabrero, que dice que ahí están superrecogidas.

Wara:
Es que en realidad el monte es suyo, que nosotros se lo hemos mangado de mala manera.

Isadora:
Gracias. De veras.

Arc:
Jajajajajaja... cuánta razón tiene, alguien debería protegernos. Por cierto, me encanta la dirección de los piratas; en casa están temblando porque ya he anunciado reformas en los muebles.