lunes, 17 de diciembre de 2007

Manolo

Hace dos días, cuando salí de casa para ir a trabajar, comprobé cuatro cosas
importantes, a saber:

1.- que caía una lluvia de esas que parece que no pero te acabas calando a
los diez minutos
2.- que a las 6.45 de la mañana, cuando se funde alguna farola la calle se
queda más negra que el culo de un grillo
3.- que los autobuseros del pueblo se pasan el horario por el forro y además
bajan la cuesta follaos perdidos
4.- que Manolo nos ha dejado.

Lo de la lluvia no merece comentario alguno (cómo me han quedado los pelos
con la humedad sí, pero lo voy a obviar), y sobre la oscuridad de la calle y
los autobuseros sin reloj se podrían decir muchas cosas y todas ellas
feísimas así que mejor no decir nada. Manolo merece comentario aparte.

No sé si he comentado alguna vez que ¡¡¡NO ME GUSTAN NADA LAS AVES!!! Pero nada de nada, vaya. Ya puede tratarse de cisnes, gaviotas, gallinas,
pollitos de colores, jilgueros, o canarios. No me gustan nada, me dan un
asco tremendo. Algunas, además, me dan un repelús no de miedo pero sí de
inquietud (fíjense en cómo nos miran las gallinas; claro, yo entiendo que
tienen un ojo a cada lado de la cabeza y así no hay manera de mirar
de frente como un ave de bien, pero tienen una forma de mirar que pone los pelillos de punta).

JB, en cambio, cuando era pequeño criaba canarios así que le gustan mucho y
está frito por poner un volador en el jardín, a lo que me he negado con
tanta vehemencia como a poner un gallinero y patos en el estanque. Aun no
gustándome, y para que vean que soy buenísima, una vez consentí en tener
canarios en casa. Dos: Currito y Piolina. Muy amarillos, muy cantarines, muy
monos hasta que Currito fue abducido por el espíritu de un velociraptor y se
lanzó al cuello de Piolina dejándola más tiesa que una pinza de la ropa.
Luego el muy asesino escapó aprovechando que JB tenía que abrir la jaula
para sacar el cadáver. Intentamos capturarlo echándole una toalla por encima
pero sólo conseguimos que los perros, en la excitación del momento, la
destrozaran a dentelladas. Después del episodio de los canarios los niños
estuvieron calladitas una temporada pero unas semanas después volvieron a la
carga pidiendo un periquito.

Y en ésas llegó Manolo a nuestras vidas, hará ya año y medio, una mañana de
verano en la que yo acababa de aterrizar de un viaje de trabajo y me
entretenía en deshacer el equipaje. "Qrrrrr, qrrrrrr" (o algo parecido)
escuché a mis espaldas, tan cerca que me di la vuelta para ver en la ventana
un bicho verde que a los dos nanosegundos estaba convenientemente guardadito en la jaula de los canarios.

Cuando volvieron los niños del colegio, salí a recibirles con aire triunfal.

-¡Mirad, enanos, os he conseguido un periquito!.
-¡Qué grande!- dijo Bruno asombrado.
-Me pido que es para mí- grito Kenya. Madagascar se limitó a acariciarle la cabeza con uno de esos deditos larguísimos que tiene.

A JB le bastó una ojeada para chafarme el momento estelar.
-Ejem, Gin, no es un periquito, es un loro.

Vale, quedó clarísimo que entiendo menos de aves que de peces, que ya es decir, y que me dan una gallina de Guinea diciendo que es una paloma de Groenlandia y me lo creo. Menos mal que llevar un loro a casa sube muchos más puntos que llevar un periquito.
Y que me hubiera entrado un loro en casa no me extrañó mucho; en el pueblo hay bandadas de loros "escapados de tiendas" o de "barcos importadores", según dónde se escuche la leyenda urbana.

Manolo resultó ser un agapornis roseicolli acostumbradísimo a vivir en cautividad que nos saludaba por las mañanas y nos daba “conversación” cuando estábamos cerca. Era tan sociable que nos dio pena que se aburriera y decidimos llevarlo al jardín botánico del colegio de los niños. Dicho y hecho. Manolo quedó instalado en un volador para pájaros en el que ya vivían cinco periquitos, dos jilgueros, y un bicho marrón del que me dijeron el nombre así como seis veces y las seis lo olvidé en un decir “pío”. Por supuesto, Manolo fue el superstar del volador; todos los niños iban a ver al lorito, le daban pipas, le decían cosas a ver si las repetía (afortunadamente no porque son unos macarras y lo más suave que decían era marica), le acariciaban las plumas… en fin, Manolo eclipsó a los demás plumíferos y estaba encantado. Pero, ay, como nada es eterno, todo terminó cuando llegó la primavera y los pájaros entraron en celo. La verdad es que es comprensible, el pobre Manolo viendo a sus compañeros pisándose todo el día, pues claro, él también quiso pisar a todas las periquitas de la jaula. Por intentarlo, lo intentó incluso con un periquito macho y con el bicho marrón, que por cierto graznaba como si estuviera poseído. Y si hay que entender a Manolo, hay que entender también a las periquitas, que huían como locas de aquella especie de dinosaurio volador. Supongo que es como si el yeti intentara violar a una niña de diez años. La cosa es que los profesores tenían que ir persiguiendo a los niños para que asistieran a las clases porque claro, dado que los acosos de Manolo eran mucho más interesantes que las tablas de multiplicar, el volador tenía más público que el cine de barrio. Al final una llamada de la dirección del centro puso a Manolo en su sitio, es decir, en mi casa de nuevo. Y ahí siguió Manolo, tan contentito como antes a pesar de que su única superfan fija era la gata, que se pasaba los días mirándolo fijamente como si la hubiera hipnotizado. Hasta que la otra noche Manolo decidió abrir la puertecita de la jaula (ya… menos rollo, que todos han visto parque jurásico y saben que los velociraptores abrían las manivelas de las puertas, y mi Manolo era mucho más listo que esos bichos de aquí a Pekín) y volar hacia el infinito y más allá.

Ayer, a mediodía, aprovechando un clarito, vimos una bandada de loros sobrevolando el pueblo. Y juraría que el último, el más chiquito, era Manolo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vamos que Manolo, como no se comió un rosco en el cole, se fué a buscar novia ¿no?, ay, si ya dicen que pueden más un par de ......en fin :))
Ah, me encantan los nombres de sus niños jajaja.

SH765HT2 dijo...

Un crack, ese loro. Lo podrían poner a conducir los autobuses de tu pueblo jajaja!

Ginebra dijo...

edda:

Hay quien dice que Manolo era un macarra, pero qué va, fue la necesidad ná más. Él no era ningún pajarraco.
Gracias, no soporto los nombres compuestos, los nombres de vírgenes, y los susceptibles de ser acortados o mutados en un diminutivo.

sh765ht2:

Mmm... no se me había ocurrido... pero sería un puntazo, fijo.