martes, 12 de junio de 2007

Playa

Hay algunos domingos de playa en el pueblo que resultan impagables.

10.40 am. El día promete ser tranquilo, el agua tiene ese puntito de frescor que te pone los pelos (también) de punta cuando entras, y los vecinos de sombrilla son una pareja de extranjeros de mediana edad que hablan en susurros. Voy a empezar a leer el periódico cuando un camión ("Frutas Bori: melocotones de Almogía") aparca (es un decir), y de la parte trasera se baja una de esas familias que son como las caras de Belmez: que no te crees que existen de verdad hasta que aparecen sin aviso y te dejan marcado para toda la vida. Parecían un batallón pero solamente eran once: tres marías de buen año, dos maridos, tres niñatos como recién salidos de las películas de El Vaquilla (los tres con el Cautivo tatuado en la espalda a tamaño natural, que se daban la vuelta y parecía aquello un desfile de Cristos), dos maris en miniatura, y una abuela vestida de negro que llevaba una faja (negra) hasta las rodillas y un perrillo orejón en brazos. Bueno, también bajó el camionero, Bori, pero solamente para ayudar al desembarco de la legión familiar; luego se subió al camión, que tenía que entregar unas cajas de fruta y se fue después de prometer que volvería a por ellos sobre las nueve. Esto lo sé porque Bori se molestó en gritarlo muy fuerte desde la cabina del camión, no fuera a ser que alguno nos quedáramos sin saberlo. En realidad todos tuvieron la amabilidad de efectuar todas sus conversaciones a gritos para que no nos perdiéramos un minuto de espectáculo.

Bori se marchó (haciendo sonar el claxon del camión, mooooc, mooooc) y las marías tardaron solamente diez minutos en montar un tenderete a base de colchas y sábanas viejas unidas con pinzas donde cobijaron dos mesas de aluminio con sus respectivas sillas, y empezaron a sacar tarteras y más tarteras de comida (y eran solamente las 11.00 am). La abuela no ayudó porque llevaba en brazos al perrillo ("eres muuuu lihta tú, omá" le decían las marías sin parar de colocar cosas) y cuando aquella especie de carpa de circo estuvo lista (por Dios, los gitanos del Circo Rubí, que actuaban en el descampado frente a mi casa cuando era pequeña, se habrían avergonzado de la cantidad de colorines y estampados que tenía aquello) puso al perrillo en el suelo. Claro, el perrillo tardó medio minuto en salir pitando playa arriba playa abajo saltando por encima de las toallas de todo el mundo, así que la abuela optó por atarlo justo en el postecillo de una señal que tenía dibujado un perro tachado con una cruz.

Una maría sacó de una bolsa de plástico una sandía enorme como el mundo y le encargó a los niñatos que la enterraran en la orilla para que estuviera fresquita, y que la vigilaran (será para que no huyera nadando la pobre porque a ver quién iba a robar semejante bola) así que se pusieron a jugar al fútbol. "Mira, omá, mira, como el mono Burgos" gritaba Cal-los, y echaba una pierna al aire y se dejaba caer de costalazo en la arena. Así todo el tiempo, sin tregua. Las mini-maris se pusieron a jugar a las casitas y empezaron a barrer levantando tal polvareda que nuestros vecinos de sombrilla (los extranjeros) casi mueren asfixiados. En éstas las maris y uno de los maridos empiezan a ovacionar a Paco, el otro marido, que había ido a la gasolinera a por hielo y volvía cargado con cinco bolsas. Paco deja el hielo, se lía una toalla a la cintura y cuando se la quita aparece ataviado con una braga de agua de las que se llevaban hace 30 años y que ya resultan (afortunadamente) imposibles de encontrar. Fijo que era con la misma que iba a Torremolinos cuando era un chaval. Bueno, pues enciende un cigarrito, grita "me voy a dar un paseo", y se marcha por la orilla con aire de Tarzán mirando a todas las bollycaos de la playa. Yo miro a JB, "¿se lo dices tú, que hablas como ellos?" Y él ni se inmuta, "déjalo, ya lo pregonará una chillona de éstas". Efectivamente, cuando Paco vuelve de su paseíto, una de las maris chilla (con ese timbre de voz inconfundible que utilizan para llamar a los niños a merendar y que tan bien imitan Los Morancos) "Pacooooo... ponte bien el mandao, que llevas un güevo fuera del bañador". Creo que todos metimos la cara en la arena para reirnos a gusto.

Ahí se oyen gritos por la playa y por una vez no eran ellos sino el hombre de las pasas, que baja todos los días andando desde una cortijada con un burrito cargado de pasas, uvas moscatel y vino de Málaga. Paco y el cuñao le compran una garrafita de vino de Málaga y mientras lo abren y se lo beben (por Dios, que era vino dulce, calentorro, y hacía un calor de muerte, sólo de pensar en beberse aquello y daban ganas de vomitar) suben a las minimaris al burro. Claro, estuvieron luego todo el rato rascándose porque el borriquillo tenía pulgas. Y en medio de ese ambientillo así como de feria merdellona se oye un alarido (otro más), y es que Cal-los (el de "omá, mira, como el mono Burgos") había efectuado su enésimo costalazo pero esta vez encima de la sandía. Ahí no me enteré muy bien porque gritaron los once a la vez (y el perillo se infló a ladrar) pero parece que Cal-los se había roto algo y había que llevarle al centro de salud, pero claro, como Bori ("melocotones de Almogía") no volvía hasta las nueve, montaron al niñato en el burrito de las pasas y se fueron en peregrinación al centro de salud dejando a la abuela con las minimaris y el perrillo en la playa. Os juro que habría dado cualquier cosa por verlos llegar al centro de salud, pero JB no me dejó ir.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajjajaja. Muy bueno el primero. (He empezado por arriba) Sólo una cosa: Bélmez (de la Moraleda) es con b. Me ha gustado mucho. Me haré asiduo. Beso H.

Ginebra dijo...

Corregido, gracias. Lo de las caras me ha asustado tanto siempre que me da miedo incluso escribir el nombre del pueblo.

núria dijo...

Dios como me he reido!
La playa que yo frecuento es muuuy aburrida!
elizq