lunes, 22 de noviembre de 2010

Las cosas de la churra

Esta mañana una compañera del trabajo me ha contado que su prima ha tenido un bebé negro. Nada de negrito, color ligeramente oscurito, café con leche, ni chocolateadito. No, el bebé por lo visto es negro como el culo de un grillo. Muy mono, eso sí. El escándalo, lo que tiene a su prima y al marido lloriqueando todo el día, viene del hecho de que ambos sean de raza blanca. “Pura raza blanca” decía mi compañera. “Fijo que tan pura no era”, he dicho yo, y entonces ella me ha mirado suspicazmente y ha respondido como si fuera gallega. “¿Cómo lo sabes? ¿Te lo he contado ya, o conoces a mi prima?” Le he dicho la verdad: que no tenía ni idea pero que, descartada una posible infidelidad de su prima (si no, no sé a qué tanto lloriqueo en amor y compaña, si hubiera habido desliz en lugar de lágrimas me habría hablado lo menos de gritos, rayos, y centellas), la única posibilidad estaba en algún antepasado de origen oscuro, literalmente. Mi compañera me ha mirado como si yo fuera House, ha hecho un ruidito parecido a “ummm” y se ha puesto a hablarme de los antepasados cubanos del marido de su prima, momento que yo he aprovechado para desconectar de una historia previsible y pensar en guisantes. Mira que me gustan los guisantes. En todos los sentidos. En ese momento me di cuenta de que en el huerto tenemos plantadas dos variaciones de guisantes pero ambos de color verde. Um... creo que hasta ahora no les he hablado del huerto. Bueno, relájense, que no voy a hacerlo (de momento) aunque todo se andará. Yo que siempre había querido sembrar guisantes de colores y ponerme a hacer experimentos con ellos, y a la hora de la verdad solamente hemos puesto de color verde. Vale, ya sé que no iba a ocurrir, pero me hacía ilusión la idea de cruzar guisantes amarillos y verdes y esperar el nacimiento de nuevos individuos a cuadritos, así tipo burberrys. Molaría, anda que sí! Quedarían unos platos la mar de curiosos. Claro que para eso lo menos hay que ser monje agustino y vivir en un sitio frío e inhóspito, por no decir mortalmente aburrido, en el que la mayor distracción posible sea jugar a las mamás y a los papás con plantas. Yo, que encima tengo serios problemas de atención, me he dado cuenta de que a lo más que llego es a mirar fijamente las matas un rato como si así fueran a crecer más, y a intentar calcular si tendremos suficientes guisantes para todas las comidas que quiero hacer con ellos. Lo de los experimentos genéticos con leguminosas, por muy tentador que me resulte, de momento lo tengo aparcado. Además, no tengo más que mirar en casa a mis “guisantes” particulares para ver que, efectivamente, las características se transmiten genéticamente. Pero todas, eh, todas, desde el color de los ojos hasta la forma de coger el tenedor, la risa, la forma de caminar, las manías en la mesa, etc. Y es verdad que heredan todo, lo bueno y lo malo, aquellas cosas nuestras de las que nos sentimos íntimamente orgullosos, aquéllas (NOTA: aquí quiero hacer patente mi descontento con las nuevas normas de acentuación pronominal de la RAE; eso y lo de la ye no me gusta ni medio pelo, así que yo seguiré utilizando las tildes donde siempre ha habido que ponerlas igual que, cuando me pongo a ello, el que me sale es el padrenuestro antiguo, el de mi infancia, que por otro lado es el único que me sé) que nos hacen levantar la ceja en un gesto recriminatorio, y aquéllas que si en el progenitor nos resultan sorprendentes, en el vástago no podemos ni creernos. Mis “guisantes” tienen herencias para poner en todos los apartados, sobre todo en este último. Para no aburrirles, simplemente mencionaré la capacidad de JB para atraer a los frikis que sus hijas han heredado. Y para demostrar que la raza mejora, ellas tienen un radar mucho más amplio. Pongamos que si JB atrae a los frikis a diez kilómetros a la redonda, ellas lo hacen como a cien o doscientos kilómetros. O incluso más.
Y JB no, pero ellas me los traen a casa.

Anteayer, por ejemplo, volví a casa de un seminario en IKEA (sin comentarios ni risitas, eh, que les conozco) y me encontré la casa llena de adolescentes. Por un lado, Madagascar estaba haciendo un trabajo de no-recuerdo-qué asignatura con Kevin, Lidia, y Uli (bueno, en realidad el trabajo lo hacían Mada, Lidia, y Kevin, que Uli está escolarizado en casa, él es así de chulo); por otro lado Kenya se había traído a unos amigos de la facultad para hacer un trabajo de lingüística comparada, o algo así.

Cuando llegué ví que entre los cuatro se estaban zampando unas cuantas tabletas de chocolate, con la inestimable ayuda de Bruno. Kevin tenía la cara como descompuesta y me alarmé un poco.

-Anda que... os estáis poniendo ciegos a chocolate. ¿Cómo no has sacado otra cosa para merendar?

-Es que como Uli es vegetariano... no iba a ponerle un bocadillo de jamón o así.

El vegetarianismo de Uli les sirve como excusa para todo, me temo.

-Ya... de jamón no, pero de queso sí que podías, que habría sido mejor que el chocolate.

-Bah! Qué más da?

-Si Kevin no fuera diabético pues sí daría igual, Mada, daría igual, pero mírale, si yo creo que le está dando algo.

Kevin tenía la carita ligeramente desencajada. Le quité un trozo de chocolate que tenía en la mano y se lo metí a Bruno en la boca. Ulises se echó a reir.

-Qué va, Gin, si ahora está bien. Tenías que haberle visto antes, juá.

-El chocolate se lo hemos dado para reanimarle- se defendió Madagascar –Y la culpa la ha tenido Lidia.

Ahí me eché a temblar, que Lidia es tremenda. Lidia en cambio se encogió de hombros y siguió zampando chocolate tan pimpante.

-Venga, Lidia, pregúntale a Gin- dijo Uli con la boca llena de chocolate.

Miré a Lidia con cara de interés.

-Gin, ¿tú sabes si a los chicos se les puede dormir la churra? Digo, igual que se nos duermen las piernas, que luego se te ponen así como si te corrieran hormigas por dentro.

Madagascar y Uli estallaron en carcajadas. Bruno sonrió ampliamente enseñando los dientes llenos de chocolate. Yo me reí también.

-Gensanta, Lidia...!

Desde luego, esta chica es sorprendente. Kevin tenía la carita como si le fuera a explotar el cerebro. La verdad es que le entiendo perfectamente. Yo estaba todavía, ahí, intentando recolocar las neuronas, cuando Lidia me miró interesadísima.

-Ay, mira, ya que estamos, otra cosa, Gin... emmm... a ver... ¿los rubios y los pelirrojos tienen los pelos de la churra rubios y pelirrojos, o los tienen negros como los tenemos todas?

Madagascar y Uli volvieron a carcajearse, que a Uli le saltaban lágrimas y todo. Kevin bajó la cabeza moviéndola ligeramente. Lidia nos miró a todos asombradísima.

-¿Qué pasa??? ¿Qué? ¿Eh? ¿Qué pasa? ¿No me va a contestar nadie, o qué? Que no lo sabéis, ¿no? ¿no?

Yo salí del salón riéndome seguida por Bruno.

-Pst... mamá... ¿qué es la churra?

Suspiré. Bruno tiene la cualidad de incorporar a su vocabulario las palabras más raras, las más incorrectas; ésas que los demás utilizamos a modo de divertimento él las utiliza con toda normalidad, convencido además de que son las que corresponde. Así, llama faluendas a los faros del coche, y dice fotohigiénico y altercalar. Me resigné a la idea de que a partir de ahora no tendría pene si no churra, hasta que apareciera otro término peor.

-El pene, Bruno, el pene, es que Lidia no es muy fina hablando, ya lo sabes.

-Aaaaaaaaaah!

Bruno cerró la boca, se estiró el elástico de la cinturilla del chándal con las manos, con lo que se le cayó un trozo de chocolate por dentro del pantalón, y se lo miró pensativo.

-Pst... mamá... ¿y se me puede dormir???

Ante su carita de preocupación contuve la risa, pero odié profundamente a Lidia.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Café y compañía

Rrrrrrrun... rrrrrrrrun... ññññññññññññññ... pof! (el camión de los congelados acaba de aparcar delante de mi puerta)

Prrrrrr...Prrrrr... (telefonillo)

- ¿Quién es?

- Pilaaaaaaaar...??? (voz de barítono muy cascado por la vida, rara, muy rara para Pilar pero quién soy yo para calibrar los estragos de los resfriados en las gargantas ajenas, si la semana pasada yo misma parecía Darth Vader)

- Hola Pilar, dime.

- No soy Pilar! (el barítono parece ofendidísimo)

- Ah! Yo pregunté quién era y contestó Pilar.

- No, que estoy buscando a Pilar.

- Vive en el número doce.

- Pues eso.

- Sí, pues eso. Éste es el catorce.

- El doce... (voz así como sumamente pensativa, como si acabara de comprender el misterio de los agujeros negros) ¿Y el doce?

- Justo al lado de éste.

- ¿O sea que éste no es el doce?

- No, mire, el doce es otro número distinto, es el que lleva un uno y un dos.

- Ah! Y éste ¿cuál es, que no lo veo?

- (Suspiro) Éste es el catorce, el uno con el cuatro es el catorce.

- Vale, vale, pues llamo al otro, porque será el otro botón ¿no?

- (Suspiro más hondo motivado por el hecho de que SOLAMENTE hay dos botones, en uno de los cuales pone 12 y en el otro 14) Sí, efectivamente, caballero, es el otro botón.

- Anda! Sí que es el catorce. Jejejejeje. Es que no lo veía porque tenía el dedo encima. Jejejejeje. Entonces “apreto” el otro ¿no?

Prrrrrrr... Prrrrr..... (y así hasta diez veces en el telefonillo del vecino)
Prrrrrr...Prrrrr... (de nuevo mi telefonillo)

- ¿Sí???

- Que Pilar no está.

- ...

- ...

- ¿Y...???

- Que qué hago.

- ¿Me lo está preguntando a mí????

- Claro, a ver a quién se lo voy a preguntar, si su vecina no está.

- Y yo qué sé, haga lo que le parezca.

- Es que me habíamos quedado a las seis y a ver qué hago yo ahora.

- Hombre... teniendo en cuenta que son las cuatro tiene usted dos horas para irse, hacer lo que sea, y volver.

- No, no, que el resto de las entregas está en otra ruta; si me voy no vuelvo hasta otro día.

- Pues espérela, qué quiere que le diga.

- (Voz abatidísima) Eso tendré que hacer, esperar.

Prrrrrr...Prrrrr... (telefonillo, escasamente dos minutos más tarde)

- Sí! (este hombre no sabe que yo de paciencia voy fatal, el pobre)

- Que... ¿me va a dejar aquí?

- ¿Cómo???

- Que si me va a dejar aquí en la calle esperando dos horas. Encima que su vecina no está.

- A ver, mire, que no es mi problema que usted haya llegado dos horas antes y mi vecina no esté. A mí me deja y se busca la vida. A ver si ahora va a querer que le invite a un café y todo.

- Hombre... pues a esta hora es lo que pegaría. Y charlamos.

- (El asombro me deja sin habla, así que pausa larguísima)

- ¿Sigue usted ahí?

- (La pausa continúa)

- Señora... señoraaaaa... vuelva!!!

Todavía estoy intentando volver, palabra, pero el asombro no me deja.