tag:blogger.com,1999:blog-73387768048210123222024-03-12T18:03:44.778-07:00DRY GINGinebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.comBlogger185125tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-43711381369410989782015-02-26T02:05:00.000-08:002015-02-26T02:05:07.793-08:00El hombre sobre mi concienciaHace más de veinte años que vive dentro de “La insoportable levedad del ser”. Se me olvida que está allí hasta que saco el libro de la estantería, y se abre siempre por la página en la que se esconde la fotografía desde la que me mira fijamente, sonriendo siempre. Trabajaba en un periódico y disfrutaba su trabajo. La verdad es que disfrutaba con todo lo que hacía: jugando al baloncesto, haciendo fotografías, bailando. Era un bailarín brillante, de esos que en escena atrapan todas las miradas. También las atrapaba fuera del escenario. Y fuera de la pista. Y fuera donde fuera. Sonreía y desbordaba vida. Inventaba proyectos de trabajo constantemente y me llamaba a cualquier hora para contármelos. Hicimos planes para encontrarnos de nuevo pero la guerra lo hizo imposible. No volví a saber de él. Nunca supe si luchó, aunque estoy segura de que lo hizo, ni cómo ni dónde. Tampoco supe nunca si resultó herido, si murió, o si pudo vivir. No sé si ha podido volver a sonreír como lo hacía. Y aunque sé que no podría haber hecho nada, que no estaba en mi mano salvarle, cuando me mira, atrapado en su fotografía, su sonrisa se vuelve dura y el alma se me llena de dolorosa culpabilidad. Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-87149801906290605112015-02-11T13:02:00.001-08:002015-02-13T10:01:48.783-08:00De película de zuto Pinocho cumple años, 70. Hay que ver, el pobre, que en 70 años todo el mundo le recuerda como un mentiroso de narices (jejeje). Y eso que hizo más cosas, eh, que pasó de ser un tarugo a un niño de verdad (a ver, esto no es muy reseñable, que por lo que tengo visto y comprobado los niños de verdad son bastante taruguetes), escapó del vientre de una ballena (igual a Collodi y al autor de La Biblia les habría venido bien haberse visto unos documentales sobre costumbres alimentarias de las ballenas, no sé), se salió solito de los vicios y dejó de beber y de fumar sin chicles de nicotina ni grupos de apoyo ni nada. Le ayudó un hada (azul, como los príncipes y los pitufos), vale, pero lo hizo. Y total, para qué, si todos le recordamos solamente por haber dicho alguna que otra mentira. Que tampoco es tan grave. A ver, ¿quién no ha mentido alguna vez? Es verdad que hay personas con más tendencia que otras, por ejemplo mi hija Kenya, que desde chiquitilla ha tenido mucha afición a mentir descaradamente. Para que se hagan una idea, tenía poco más de dos años la criatura cuando un día se descolgó con que no quería ir a casa de sus abuelos porque su abuela le pegaba con un palo en los ojos. A JB y a mí nos dio mucha risa cuando lo dijo pero había que ver a mi suegra, que era toda una dramaqueen, haciendo una escena que ni Margarita Xirgu; lloró, echó mocos, amenazó con desmayarse, siguió llorando, echó más mocos todavía… un espectáculo. Y Kenya, lo de contar trolas no ha parado de hacerlo, eh, es mi hija y la quiero y todo ese rollo, pero miente a nivel olímpico, para qué lo voy a negar. Lo bueno es que como todos lo sabemos no nos creemos ni la mitad de las cosas que nos dice. Yo me lo tomo con tranquilidad pero está feo. Mentir está feo y yo no lo hago. Quédense tranquilos, que yo no les miento. Otra cosa es que a la hora de contarles las cosas elija resaltar determinadas cosillas y pasar otras por alto. Pero eso no me convierte en una mentirosa. Lo digo porque ha habido más de una ocasión en la que alguno de ustedes ha dudado de lo que les contaba, e incluso ha habido quien directamente lo ha puesto en tela de juicio (no quiero dar nombres para no acusar, pero empieza por Alma y termina por Leonor), que todavía recuerdo aquella vez que tuve que colgar los vídeos del jabalí aquél que se bañaba en las piscinas de Torrox. Y si han dudado de cosas así, qué no harán esta vez. Pero es cierto, eh, y quien dude que le pregunte a mi amiga Pepi.<br />
<br />
Pepi vive a tres calles de mi casa. La semana pasada murió su madre y estaba bastante triste, así que no me sorprendió que me llamara el viernes y me invitara a merendar el sábado por la tarde. “Querrá que le haga compañía” pensé yo. Me extrañó un poco que me dijera que fuera en chándal, concretamente con el chándal más viejo que tuviera, pero pensé que era un trastorno ocasionado por la pena, que cosas más raras se han dado. Como además el chandalismo me encanta (aunque no lo practico nada, eh, que les veo venir) obedecí y me planté en su casa con un pantalón viejo de chándal que se dejó JB y un forro polar que no sé de dónde salió ni me importa. Pepi me abrió la puerta vestida más o menos como yo, o sea, hecha una mamarracha, pero lo que me extrañó no fue eso, lo que me extrañó fue que no estaba tristona ni desanimada ni nada. A ver, lo del chándal es rarísimo porque Pepi va siempre más arreglada y más bonita que un sanluis, si hasta lleva uñas de gel con brillantitos incrustados y todo, pero como yo achacaba el chandalismo a lo de la pena y tal, pues encontrarme aquella querencia al chándal sin que hubiera trastorno por medio sí me sorprendió. Pepi no sólo no estaba triste sino que estaba bastante más parlanchina (todavía) de lo normal. Nos tomamos una tetera con dulces mientras charlábamos de nuestras tonterías, y nos bebimos la última gota de té, Pepi se puso seria.<br />
<br />
- Gin, tengo que pedirte un favor muy grande. Pero muy grande muy grande. Yo sé que te va a sonar rarísimo, y estás en tu derecho de negarte, pero lo necesito.<br />
<br />
- A ver, dime.<br />
<br />
Yo estaba intrigadísima y a la vez un poco alarmada, que mi imaginación tarda nada y menos en dispararse y ya estaba yo montándome unas películas de impresión. Pepi siguió contándome, muy seria.<br />
<br />
- Tú sabes que ha muerto mi madre.<br />
<br />
- Sí, sí, lo sé, mujer, si estuve en el entierro.<br />
<br />
- Sí, eso, el entierro, a eso iba. A mi padre le incineramos, así que no hubo problema, pero mi madre quería que la enterráramos con su madre. Como mi abuelo murió en África y le enterraron allí mi madre siempre decía que no quería dejar sola a mi abuela.<br />
<br />
- Ajá.<br />
<br />
- Así que cuando murió mi madre llamé al de la funeraria para meterla con mi abuela. Y van y me dicen que no puede ser porque no cabe.<br />
<br />
- ¿Cómo que no cabe?<br />
<br />
- Eso, que no cabe, que como ya hay más familiares enterrados allí, que o sacamos a alguno o que no cabe. Me daban también la opción de ampliar la concesión con otra tumba, pero era carísimo. Carísimo carísimo, vaya, y encima no estaba ni cerca.<br />
<br />
- Ya… ¿y cómo lo solucionaste? Porque yo recuerdo que a tu madre la enterramos en la tumba familiar. O sea, que cupo.<br />
<br />
- Sí, sí, claro que cupo, porque sacamos a uno, concretamente a mi abuela. Ya ves tú, tanta historia con que no quería dejarla sola y al final la desalojó de la tumba. Claro que no ha sido por su gusto, que por ella no… vaya, que ella se habría tirado al mar antes que sacar a su madre de allí, pero claro…<br />
<br />
Pepi se estaba empezando a ir por los cerros de Úbeda, y cuando le pasa es peligrosísima porque salta de unos temas a otros sin transición, ni orden, ni concierto, ni ná de ná.<br />
<br />
- Sí, sí, me hago una idea. ¿Y qué habéis hecho con la abuela?<br />
<br />
Ahí Pepi cerró la boca y la apretó tan fuerte que le salieron unas arrugas feísimas a los lados y yo pensé que igual hasta rompía una muela y todo. Se levantó muy seria y me dijo: “Ven”. Y yo, claro, fui.<br />
<br />
Bajamos a la planta baja. Entró en la habitación que usa para guardar las cosas del verano: las tumbonas, las cosas para limpiar la piscina, la colchoneta inflable, las sombrillas, las esterillas… en fin, los cachivaches del verano que en invierno lo único que hacen es estorbar. Se paró en medio de la habitación, y me señaló con la barbilla. Yo miraba por todos lados sin entender nada, y ella seguía dando barbillazos. Me fijé. Lo que Pepi me señalaba era una loneta que normalmente usaban para cubrir la mesa y las sillas de madera y protegerlas de la humedad, y que en ese momento estaba encima de una especie de cajón alargado. <br />
<br />
- ¡Pepi, no será verdad!<br />
<br />
Pepi asintió.<br />
<br />
- No jodas, Pepi, ¿Qué te has traído a la abuela muerta a casa?<br />
<br />
- ¿Y qué iba a hacer, Gin? Si tenía que enterrar a mi madre, y no daba tiempo a nada, y además la tumba era carísima, y encima estaba en la otra punta del cementerio. Así que firmé los papeles, la metimos en el coche y me la traje.<br />
<br />
- Ya me habría gustado a mí verte atravesar la ciudad con una caja de muerto llena en el coche. ¿Y qué vas a hacer con ella?<br />
<br />
- Pues por eso te he llamado, Gin. Necesito que me ayudes porque yo sola no voy a poder y no me va a dar tiempo, que igual en cavar se tarda mucho.<br />
<br />
- ¿Qué qué???<br />
<br />
- Vamos a enterrarla en el jardín, Gin. Tú y yo. En la esquina del fondo, donde tengo los rosales. Y luego le pondré un rosal encima, que siempre le han gustado mucho.<br />
<br />
- A ver, Pepi, eso no se puede hacer. Que esto no es como cuando JB enterraba los conejos en el jardín, que hablamos de una persona. ¿Tú te crees que esto es una película de Almodóvar, o qué?<br />
<br />
- ¿De Almodóvar? ¿Cuál? Aaaaaaah… sí… aquélla en la que Penélope Cruz y su amiga puta enterraban al marido que quería acostarse con la hija.<br />
<br />
- Ésa, Pepi, ésa. Tú es que te crees que la vida es como en las películas y no es así, eh. <br />
<br />
- No, mujer, que yo y sé que la vida no es como en las películas, pero mira, esto sí es un poco de película, eh. Tú y yo, Penélope Cruz pidiendo a su amiga puta que la ayude y eso.<br />
<br />
- Tú sueñas, Pepi; en cualquier caso yo sería Penélope Cruz y tú la otra.<br />
<br />
- Bueno, pues tú Penélope Cruz, pero me ayudas ¿vale?<br />
<br />
Y me dejé convencer. Así que salimos al jardín con un par de linternas y nos pusimos a cavar intentando no hacer mucho ruido para que los vecinos no se enterasen. Tampoco hacían falta tantas precauciones porque el viento era tan fuerte que no se escuchaba otra cosa. Al rato nos cansamos.<br />
<br />
- Pepi, esto no va a salir bien, eh. Mira el rato que llevamos y no avanzamos nada. Aquí no cabe la caja ni de coña.<br />
<br />
- Em… estaba pensando… ¿la abrimos y la volcamos tal cual? Seguro que no hay más que cuatro huesitos, y eso en el agujero que hemos hecho cabe de sobra.<br />
<br />
- ¡Tú estás loca!<br />
<br />
- Pues hala, hay que seguir cavando.<br />
<br />
- Bueno, vale, pero la abres tú que para eso la muerta es tuya. Y vamos a ponernos guantes.<br />
<br />
- ¿Por si las huellas y eso?<br />
<br />
- No, mujer, por el asco.<br />
<br />
- Ah, sí.<br />
<br />
La verdad es que yo esperaba mucha más resistencia pero no costó nada abrir la caja. Pepi se asomó y lanzó una maldición. Dentro de la caja había otra caja un poco más pequeña.<br />
<br />
- ¡Toma ya! ¡Como las muñecas rusas!<br />
<br />
- Pues ésta tampoco cabe, creo; habrá que abrirla también.<br />
<br />
Y Pepi abrió la segunda caja. Dentro había una bolsa un poco birriosita. Pepi la cogió (“Menos mal que se te ocurrió lo de los guantes, Gin, porque sí que me da un poco de repelús”) y la lanzó al agujero. Mientras caía, los huesos sonaron como una maraca rota, como un sonajerillo de niño chico. A Pepi no sé, a mí me dio un poco de mal rollo, pero se me pasó enseguida porque no nos costó nada rellenar el agujero y poner el rosal encima y todas las zarandajas que quería Pepi.<br />
<br />
- Vale, Pepi, hecho. ¿Y ahora qué vas a hacer con las cajas?<br />
<br />
Miramos el ataúd y la caja interior.<br />
<br />
- Si las rompemos un poco las puedes quemar en la chimenea.<br />
<br />
- Ay no, Gin, que eso me da mucho yuyu<br />
<br />
- Joé, Pepi, ¿acabamos de enterrar a tu abuela en el jardín, metida en una bolsita de mierda y no te ha dado yuyu?<br />
<br />
- No, no mucho, la verdad. Habrá sido la adrenalina ésa.<br />
<br />
- Pues tú me dirás, porque no las vamos a sacar al contenedor de la basura, que enterrar gente en los jardines está prohibido. Vaya, está prohibido enterrar animales, que no veas el pollo que montamos cada vez que se nos muere un gato y tenemos que enterrarlo, así que de las personas ni hablamos. Y como saques las cajas al contenedor va a cantar mucho que alguien ha enterrado a alguien. Y tu madre ha muerto hace poco así que te van a investigar la primera. Te pillan fijo. <br />
<br />
Pepi me miraba asintiendo.<br />
<br />
- ¡Ya lo tengo! Las rompemos un poco y desparramamos los trozos por distintos contenedores.<br />
<br />
Vale, era de locos pero después de la noche que llevábamos no me sonó ni mal. Tampoco tardamos tanto en desarmar las dos cajas, pero las dejamos reducidas a tablones, que no era plan de provocar un infarto a los basureros. Y así, escachítas, cabían fenomenal en el maletero de su coche. Bueno, iban un poco justas; habrían ido mejor en el mío, que es más grande, pero me negué. Decidimos que diseminaríamos los trocitos por contenedores que nos pillaran lejos lejísimos. Una estaría al volante, con el motor en marcha, mientras la otra dejaba los tablones en el contenedor. No le dí opción a Pepi: conduciría yo y ella descargaría los tablones, que para algo era su muerta. Y tan fácil que resultó. Como hacía una noche perruna total, venga a soplar viento, venga a soplar viento, y frío a rabiar, no había un alma por la calle, así que nadie nos vio delinquir repetidamente. <br />
<br />
Y quien no me crea que le pregunte a Pepi.<br />
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<br />
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Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-20021514960058376532015-02-04T09:26:00.000-08:002015-02-04T09:26:07.047-08:00SinestesiaLas palabras tenían sabor, y se extendía a las personas por el nombre. Así, en el colegio, le cayó bien Dorita porque sabía a tortilla de patata, y como las acelgas le asqueaban, detestó a Adolfo. Al crecer la cosa se complicó. Hugo era chocolate negro, Marcos nata y hojaldre fresco, Rafael la mejor fideuá, y Javier una empanada casera. No necesitaba ni besarlos, pronunciaba sus nombre y se sentía caníbal. Conoció a Santiago un invierno de resfriados continuos y sentidos atrofiados. Cuando llegó el verano se habían paladeado tanto mutuamente que no notó que Santiago sabía profundamente a almendras.<br />
<br />
Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-13463389219297157042015-02-01T08:59:00.000-08:002015-02-01T08:59:08.436-08:00Bichos, bichosAyer estuve viendo “Noé”. Bueno, más que verla la estuve mirando, que al poco de empezar me dio la risa y se me fue la cabeza a mis cosas. Saqué un par de cosas en claro: una, que a Russell Crowe le van los personajes así como brutillos y de época, que vestido de normal pierde mucho, y dos, que si en vez de encargarle la cosa del arca a Noé Dios me la hubiera encargado a mí, lo habríamos llevado claro. Ya me veo yo:<br />
<br />
- Gin, ¿qué tal llevas mi encargo?<br />
- ¿Lo del arca y los animales? Bien, bien, diosito, sobre eso quería yo hablarte. <br />
- Tú dirás.<br />
- Pues que yo sé que tú les tienes cariño porque los has creado a todos y eso, pero que he pensado que no vamos a llevar gallinas. No me gustan nada las gallinas, huelen fatal, y además ya llevamos avestruces, que ponen huevos mucho más grandes. No necesitamos esos bichos asquerosos para nada<br />
- …<br />
- Y ya que estamos, las palomas tampoco deberían venir. Ni los loros, ni los grajos. Te he hecho una lista de animales que igual nadie echa de menos.<br />
<br />
Vaya, que habría reducido la lista de especies animales a la mitad. Y no habría pasado nada, seguro. De hecho, yo me habría ahorrado las fiebres mediterráneas, porque las garrapatas se habrían quedado en tierra. Ya habrían podido llorar y gritar con su vocecita chillona de garrapata “Gin, llévanos, por favor por favor”, que habría dejado que se ahogaran tan ricamente. Y luego, otra cosa que nunca me ha quedado nada clara. Dos animales de cada especie. Dos. O sea, perros dos. Vale, dos, pero ¿de qué modelo? Que ya me imagino yo luego teniendo que explicarle a Dios unas cuantas cosas.<br />
<br />
- Gin, ¿dónde están los chihuahuas?<br />
- Ah, ¿qué los chihuahuas también tenían que venir?<br />
- Claro.<br />
- Dijiste dos de cada especie. A ver, que si tenías especial predilección por alguno igual tenías que haber sido un poco más exacto en las instrucciones, eh, y no dejarme elegir a mí.<br />
- Ya que estamos. Dije dos, ¿por qué hay media docena de cerdos?<br />
- Ah, no, no, dos son para perpetuar y eso; los demás son para el camino, que a ver dónde se ha visto una excursión sin bocadillo de jamón ni nada.<br />
<br />
Lo dicho, menos mal que se encargó Noé porque vaya estrés y vaya desastre si me hubiera encargado yo, entre los que no me gustan y los que se me habrían olvidado, faltarían la mitad de los animales. Claro que igual no era ni malo. Por ejemplo, no habría cotorras que me cagaran en el tendedero, ni me pasaría media vida peleándome con los marditos roedoreh que quieren instalarse en mi casa. Y ya me gustaría eso, eh, que nos hemos tirado un par de meses peleando con ratoncitos variados. Bueno, no sé si han sido variados o ha sido solamente uno pertinaz como la sequía franquista, o qué. Lo que sé es que una mañana estaba desayunando en casa cuando vi un ratoncito corretear alegremente por el comedor y meterse debajo de la lavadora. No me sorprendí ni nada, que no es la primera vez que me encuentro uno en casa. De hecho, una vez tuvimos una plaga de ratones en una casa en el centro de la ciudad. Estaban por todas partes y aunque eran muy monos y no hacían nada terminamos por rendirnos y nos marchamos. Claro, esa vez me dio más igual porque no era mi casa, pero ésta no se la pienso dejar a los ratones, así que cuando ví al ratoncito corretear por el comedor me lié a poner trampas por todos lados, pero para nada porque no caía. Cada mañana bajaba al comedor un poco con el corazón partío. Por un lado, con la ilusión de ver al ratoncito pegado en alguno de los cartoncitos con pegamento que se esparcían por el suelo como si el comedor fuera un campo de minas, y por otro con el asco de ver al ratoncito pegado en alguno de los cartoncitos. Una incongruencia, lo sé, pero qué quieren, así soy yo. Una semana estuvimos así: yo poniendo trampitas por las noches, y el ratoncito esquivándolas. Madagascar, que es mala, actualizaba el resultado en la pizarra del comedor: “Gin 0- Ratoncito 6”. Y así hasta que pasó una semana y yo pensé que el ratoncito se había ido igual que había venido, o sea, por la puerta. Ilusa de mí, también pensé que no volvería hasta que un día escuchamos un correteo por dentro del tubo de salida de aire de la campana extractora. Al principio nos reímos un poco, hasta que el ratoncito dejó de corretear por el tubo y empezó a roerlo. Ahí nos planteamos que más valía ayudarle a salir, así que metimos una cuerda por la chimenea de salida del tubo y nos sentamos a esperar a que Ryan (sí, qué pasa, nosotros ponemos nombre a todos los animales que pisan la casa) saliera. Y salió, ya les digo que salió. Escaló por la cuerda divinamente y se metió debajo de una maceta. Y yo creía que con aquello Ryan ya habría escarmentado, pero parece que los ratoncitos con de ideas fijas porque dos días después entró Madagascar en mi dormitorio. Domingo, seis de la mañana.<br />
<br />
- Mamá!<br />
- …mmm???<br />
- Nada, que anoche fui a hacer pis en el baño de abajo y vi un ratoncito que se estampó con la puerta. Por lo visto el pobre quería salir pero no atinó bien.<br />
- Ya! ¿Y?<br />
- No, que he vuelto a entrar en el baño y sigue ahí. Para mí que no es muy listo porque ha vuelto a estamparse contra la puerta así que he metido a la gata en el cuarto de baño y he cerrado la puerta. Te lo aviso por si oyes ruidos raros en el baño.<br />
<br />
Cuando bajé abrí la puerta del cuarto de baño y la Mini salió con cara de ofendida, como mosqueada por haberse pasado allí la noche, pero ni se relamía ni nada, así que cerré la puerta y volví a preparar unas cuantas trampas con pegamento. Cada hora abría la puerta con mucho cuidadito y miraba las trampas esperando encontrar a Ryan pegado en alguna de ellas, pero no había nada que hacer. Ryan era un torpe y se daba con la puerta en la cabeza pero sabía lo que era una trampa. Y mientras yo aumentaba el número de trampas Ryan había urdido un plan para escapar del cuarto de baño, consistente en roer el marco de la puerta como si no hubiera un mañana, y hacer un túnel digno de La gran evasión. Y lo habría logrado si una mañana, al volver de la Facultad, Madagascar no se hubiera encerrado en el cuarto de baño armada con la escoba. Yo la escuchaba desde fuera.<br />
<br />
- Ajá! Estás ahí dentro! (“ahí dentro” era la alfombrilla de la ducha, donde Ryan se había refugiado pensando que nadie le iba a ver pero ignorando que su cuerpo formaba un bultito sospechoso).<br />
- Písale! – grité yo.<br />
- ¿Con las zapatillas de toalla? Estás loca!<br />
- Pues tú me dirás qué haces.<br />
<br />
No me lo dijo exactamente, pero lo fui adivinando sin problemas.<br />
<br />
- Ven aquí y no corras, que te voy a dar igual! <br />
- Ay, pero es que es monísmo! ¿No me lo puedo quedar? ¿De verdad hay que matarlo?<br />
- Que no corras, he dicho!<br />
- Deja de dar vueltas al lavabo!<br />
<br />
Plas! Plas!<br />
<br />
- Ja! Te he dado!<br />
- Mamá! O le he matado o se hace el muerto! ¡¡¡!!! Que está vivo! Jodío, qué buen actor eres! Me habías engañado.<br />
<br />
Plas! Plas! Plas!<br />
<br />
- Ja! Ahora sí que estás muerto!<br />
<br />
Héctor y yo entramos en el cuarto de baño y nos encontramos a una Madagascar triunfante junto al cadáver de un ratoncito adorable.<br />
<br />
- Pero qué masacre es ésta! Si el ratón es minúsculo y hay sangre hasta en los azulejos de las paredes!<br />
<br />
Héctor no daba crédito. Madagascar nos lanzó una mirada glacial y masculló algo así como “haberlo hecho vosotros, inútiles”, mientras se iba a la cocina a prepararse la comida tan campante. Cuando terminamos de limpiar el cuarto de baño nos la encontramos terminando de comer.<br />
<br />
- Pero ¿ya has comido? ¿no has esperado a nadie?<br />
<br />
Madagascar me miró muy seria.<br />
<br />
- Yo gran cazadora. Mujer, tú comer después.<br />
<br />
<br />
Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-46882209386750914752015-01-27T04:47:00.000-08:002015-01-27T04:47:17.527-08:00DescolocadoÉl amaba profundamente el orden. Trabajaba como reponedor en un híper y disfrutaba colocando cajas, alineando latas, ordenando estantes. En su casa cada cosa tenía un sitio y cada sitio estaba pensado para una cosa. Tenía ordenados todos sus pensamientos, sus emociones, y los momentos para disfrutarlas. Ella vivía en el desorden. Ponía el mundo patas arriba y lo volvía a recolocar sin orden ni concierto. Manejaba sin esfuerzo sus sentimientos y se movía a gusto en la improvisación. Temeroso de que pudiera desordenarle, la echó de su vida. Pero cuando ella se fue, él nunca pudo volver a colocarse.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-84286215740105263292015-01-25T08:19:00.000-08:002015-01-25T08:19:51.808-08:00PijamismoHace dos días mi compañero de despacho estaba buscando lo que él llamó un “sotocasco”, y cuando me lo describió yo le enseñé lo que eran los verdugos. No los ministros de justicia que ejecutan las penas de muerte y en lo antiguo ejecutaban otras corporales como la de los azotes o el tormento. No, yo me refiero a la acepción nº 11 del DRAE, a saber: “gorro de lana que ciñe cabeza y cuello, dejando descubiertos los ojos, la nariz, y la boca”. O sea, los verduguitos que acompañaron todos los inviernos de mi infancia. Que era llegar noviembre y mi madre me encasquetaba el verdugo azul y no me lo quitaba hasta primavera, que parecía que me habían florecido los rizos de pronto. Ese gorrito fue como una segunda piel sobre mi cabeza, una segunda piel de lana azul que si te estaba un poco chico te apretujaba hasta el cerebro y al quitártelo se te quedaba una marca en la carita formando un óvalo rojo. El verdugo fue el gorrito de mi infancia. Y de la de mis amigos también. Había que ver el patio del colegio, que parecía que habían soltado una manada de alfiles azules. Es curioso, el verdugo era lo único que no estaba incluido en el uniforme pero todas las madres nos ponían uno, como si les supiera mal que la cabeza pudiera diferenciarnos de los demás niños. Todos iguales, de la cabeza a los pies. La verdad es que eso de ir todos iguales no me importaba nada. El uniforme escolar me resultaba de lo más cómodo. Luego, en el instituto, fue curioso porque no había uniforme pero la mayoría de la gente se vestía igual. Una vez leí que durante la adolescencia hay dos tendencias: mimetizarte para integrarte en el grupo, o remarcar tu individualidad para proclamarte ajeno a él. Yo reconozco que siempre he sido de los segundos y he practicado el “amibolismo” a nivel olímpico y en todas sus modalidades, incluyendo, por supuesto, la ropa, para desesperación de mi madre y desconcierto y no poco regocijo de mucha gente. Claro, ya habrán llegado ustedes a la conclusión de que no soy marquista. Incluso tuve una época en la que no solamente no era marquista sino que era antimarquista y me negaba sistemáticamente a llevar cualquier prenda que fuera de alguna marca que estuviera más o menos de moda. Vale que no caí en el feísmo, que era otra de las tendencias de la época, pero durante un tiempo sí milité activamente en el antimarquismo. Y aunque se me ha apaciguado un poco, sigo despreciando llevar una cosa de marca simplemente porque es de marca. Ya, qué quieren, es una pose como cualquier otra. Pero no crean, eh, que esa pose me la quito y me la pongo cuando quiero y no me deja marca ni ná, no es como los verdugos de cuando era chica. <br />
<br />
Por ejemplo, la semana pasada una tienda de una conocida marca de ropa interior puso un cartelito de lo más provocador en el escaparate. Según el cartelito, si ibas a la tienda, te comprabas un pijama y salías con él a la calle, te hacían un descuento del 70% del precio. Cuando vimos el cartel mi amiga Paloma y yo bromeamos a cuenta de nuestros usuarios. A ver, es que últimamente nos viene gente muy rara; sin ir más lejos esa misma mañana habíamos visto a dos muchachas en bata y pantuflas haciendo cola en el mostrador de información. Así que hicimos bromas sobre si decirles que se pasaran por allí. Tres días duraba la promoción. Yo no suelo comprar en esas tiendas, básicamente porque no quepo en sus prendas, así que ni me lo planteé. Y no habría pasado nada si mi compañero de despacho no hubiera dicho las palabras mágicas: “no hay narices…” Miren que yo no soy nada competitiva ni entro al trapo en ningún desafío, y siempre me ha fascinado que Marty McFly montara los pollos que montaba simplemente porque le llamaran gallina, pero dado que me encantan los disfraces y me gusta provocar, fue como si mi compañero me lo hubiera puesto en bandeja.<br />
Así que la mañana siguiente Paloma (que solamente es vergonzosa para bailar en público, por lo demás se apunta a un bombardeo) y yo nos plantamos en la tienda nada más abrir y nos pusimos a elegir pijamas. Cuando fuimos a pagar la dependienta nos miró atentamente.<br />
<br />
- Tienen que salir con el pijama puesto para que les haga el 70% de descuento.<br />
- Ajá.<br />
- No pueden llevar el jersey encima del pijama. Y ya que estamos, la falda tampoco.<br />
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Volvimos al probador.<br />
<br />
- No pueden dejarse las camisetas ni las camisas debajo del pijama.<br />
- …<br />
- No. El pantalón tampoco se lo pueden dejar debajo del pijama. Tienen que llevar el pijama tal cual.<br />
- ¿Nos podemos dejar las bragas y el sujetador, al menos?<br />
- Ja… ja… ja…<br />
<br />
La dependienta debía tener una mala mañana. Pues no le quedaba ná, que solamente eran las 10 y estábamos a principios de semana. Pero como ése no era nuestro problema, nos metimos en el probador y salimos en pijama.<br />
<br />
- Vale, así sí. Metan su ropa en esta bolsa y no se pongan el abrigo hasta que hayan llegado a la esquina.<br />
- ¿Qué???<br />
- Que la promoción dice que mientras estén a la vista desde la tienda tienen que ir en pijama. Pero se lo pueden poner cuando lleguen a la esquina y ya no las podamos ver.<br />
<br />
Y salimos por Calle Larios en pijama.<br />
<br />
- ¿No te da un poco de vergüenza?<br />
- Para nada, mujer, si parece que vamos de uniforme.<br />
- Gin, que los pijamas son de color rosa y llevamos dibujitos de madalenas en las tetas, ¿uniforme de qué?<br />
<br />
Bueno, vale que igual dábamos un poco el cante, pero para mí que nadie se dio cuenta de nada. Cuando llegábamos al trabajo nos cruzamos con las muchachas que iban en bata y pantuflas, las cuales lanzaron miradas apreciativas a nuestros pijamas. Mi compañero, en cambio, abrió tanto los ojos que si no hubiera sabido que los tiene pegados habría esperado verlos rodar por el suelo.<br />
<br />
Cuando llegué a casa enseñé el pijama y conté la historia. A Héctor (que vino a casa pidiendo asilo por una temporada y se ha instalado en el cuarto de invitados) le impresionó poco. Claro que Héctor practica el pijamismo con desesperación y últimamente se ha aficionado a los pijamas de raso. De momento tiene dos, uno de color aguamarina que le regaló una amiga, y otro mío de color rosa con topitos blancos. Como están forraditos de franela por dentro le resultan muy calentitos así que los va alternando para asombro del cartero, que cada día le ve con un modelo diferente. Bruno, que lamentablemente está en esa edad en la que todo le resulta sumamente vergonzoso, dijo que antes muerto que salir en pijama. A Madagascar, en cambio, le brillaron los ojos cuando se enteró de que todavía quedaban dos días de promoción. Es que es una de sus tiendas preferidas.<br />
<br />
La mañana siguiente bajé a información a recoger un paquete y vi entrar a Madagascar en pijama. “He venido a cambiarme aquí, que me voy a la Facultad y no quiero ir así”. Y detrás de ella las muchachas del día anterior, de nuevo en bata y pantuflas, que miraron a Madagascar de arriba abajo, cuchichearon algo, y se nos acercaron.<br />
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- Mira, chiqui, llevas un pijama muy bonito, pero te fallan los zapatos.<br />
- ¿Qué?<br />
- Que no se lleva pijama con zapatos. Ayer tu madre iba igual y no se lo dijimos porque pensamos que habían sido las prisas, pero que no, que no se llevan zapatos con el pijama, que lo sepas, que queda fatal.<br />
<br />
Y qué quieren que les diga, pues que tienen razón.<br />
Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-49745041303814789582015-01-18T11:45:00.002-08:002015-01-18T11:45:17.658-08:00BoicotDurante unos meses de mi infancia estuve yendo al comedor escolar. Ya, ya sé que suena como si quisiera que ahora todos gritaran “Te queremos, Gin”, pero no, déjenlo. Al principio recibí la noticia de lo del comedor con un punto de desagrado porque siempre he tenido un sentido del olfato muy desarrollado y no soportaba los olores que salían de las cocinas y del comedor del colegio. Me sigue pasando, eh, no me gustan nada los olores a cocinas y comedores comunitarios, tipo hotel, residencia, colegio, etc. Y de las personas ni hablemos, que vaya trayectos torturantes me dan en el autobús. Soy muy mía yo para los olores. Pero a pesar del desagrado comprendí perfectamente que mi madre estuviera hasta el pichi de hacer viajes de casa al colegio y del colegio a casa, que vivíamos lejos y ni siquiera hacíamos los trayectos en autobús sino en camioneta, la P13 (Camioneta Periférica 13). La verdad es que se llamaba camioneta porque unía dos barriadas diferentes, pero era exactamente igual que un autobús, que solamente cambiaban el color y el nombre. Yo creo que lo hacían para ver si remarcándonos que vivíamos en el culo del mundo (lo habrán deducido ustedes por lo de “periférica”) nos desanimábamos, abandonábamos nuestros afanes viajeros, y nos quedábamos en nuestro barrio sin obligar al Ayuntamiento a tener que arreglar las carreteras, que eran una porquería y se inundaban cada vez que llovía un poco. A los pequeños eso nos daba igual, a nosotros lo único que nos importaba era que nuestra camioneta no fuera la P2, que nos daba mucha risa y sí que nos habría parecido tela de humillante. Seguro que a más de uno que ha leído esto se le ha escapado un “jejeje” tontorrón. Mi madre era una madre de las de entonces, y su trabajo era ocuparse de su casa y sus hijas, así que se chupaba diariamente cuatro viajes en la P13 cargada de niños porque venían con nosotras tres hermanos, amigos y casi vecinos nuestros. Dado que llevar a cinco niños pequeños por la calle es casi tan difícil como pastorear una manada de pavos, y que teníamos jornada escolar partida con sus actividades extraescolares y todo, mis padres tomaron la decisión de apuntarnos al comedor del colegio. Aquélla fue toda una experiencia. Positiva, eh, que a mí el comedor me gustó bastante, y lamenté que nos quitaran pero parece ser que surgió un dilema como de vida o muerte porque o nos sacaban del comedor o mi hermana se moría por no comer. Anda que no lloró mi hermana; días y noches estuvo llorando, sin comer, sin dormir, venga a echar lágrimas y mocos, así que puestos a elegir mis padres (no sé por qué) escogieron sacarnos del comedor con lo que volvimos a la trashumancia diaria aunque esta vez motorizados, que mi madre se compró un 600 y ahí que íbamos los cinco niños apretujaditos en el asiento trasero y sujetando sobre las piernas de todos un cestillo en el que iba mi hermana pequeña, que era un bebé. Ay, aquello sí que era divertido.<br />
Mi experiencia de comedor escolar fue, pues, bastante efímera, pero satisfactoria. Vale, había cosas que era olerlas y ponérseme los vellos como escarpias del asco que me daban (no daré muchos datos por si es un plato que a alguno de ustedes le disloca, solamente diré tiene tres palabras, que empieza por “guisadillo de” y termina con “patatas”) pero también probé cosas que nunca antes había comido y que me encantaron, como el membrillo y los espaguetti. El membrillo de dislocó desde el principio, pero lo de los espaguetti fue un shock. ¿Cómo podía ser que mi madre nos hubiera ocultado que existían esas cosas tan ricas? A los pocos días había hecho una encuesta y había descubierto que no era cosa de mi madre, sino de todas las madres: ninguna madre preparaba espaguetti. Y además cuando les preguntabas por qué no los ponían todas torcían el morro. Debe ser que para que te dieran el carnet de madre tenías que cumplir una serie de requisitos, como cardarte el pelo de forma inverosímil, y negarte a cocinar cualquier tipo de pasta que no fueran macarrones con tomate y chorizo. Y ojo, que a mí aquellos macarrones me encantaban. De hecho llevo dos años intentando que mi madre me los haga y nada. No quiero contar lo que pasó hace dos años por no hacer sangre (a mí misma, que todavía me retuerzo de rabia cuando lo recuerdo), pero lo de este año ha sido espectacular. <br />
Ocurrió el día antes de mi cumpleaños. Estaba yo en la cocina tan tranquila, como Antonio Molina, preparando arroz con habichuelas para mi cuñado, cuando ví unas chispitas anaranjadas superbonitas bailoteando en la rejilla de la campana extractora.<br />
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- No quiero alarmar a nadie, pero creo que la campana extractora está en llamas.<br />
<br />
A ver, no había llamas de verdad, que ya digo que eran solamente unas chispitas (qué bonitas, qué bonitas) retozonas, pero fue la mejor manera de asegurarme de que tooooda la familia se arremolinara en torno a los fuegos. Me arrepentí un poco, eh, que en dos segundos allá que estaban todos metiendo la cabeza bajo la campana extractora y estorbándome cantidad, que entre que todos querían verlas y algunos (no quiero acusar a nadie pero fue mi madre) intentaban apagar las chispas con un trapo de cocina, yo veía difícil el futuro de mi arroz con habichuelas. Claro que cuando aparecieron llamas de verdad y empezó a salir un humo más negro que el alma de Voldemort, todos sacaron la cabeza de allí y empezaron a proponer soluciones a cual más desquiciada hasta que mi madre y mi hermana B2 optaron por dos soluciones de forma simultánea: mi hermana llamó a los bomberos y mi madre recordó que había un extintor en la escalera. Dicho y hecho, mi padre descolgó el extintor y se lo pasó a mi cuñado, quien tardó medio segundo en depositarlo en las manos de mi hermana, que acaparó extintor y bomberos mientras me recriminaba que yo siguiera pendiente del arroz con habichuelas. Se puso tan nerviosa que nos hablaba a la vez al bombero que estaba al teléfono y a mí, y llegó un punto en el que no sabíamos quién de los dos tenía que mandar una dotación y quién tenía que meterse la cazuela de arroz con habichuelas en el culo, aunque era fácil deducirlo. Al final, y como el bombero le estorbaba, me lo tiró a las manos y se dedicó a escupir espuma con el extintor como una loca. Claro, las llamas duraron nada y menos, y a cambio la cocina se llenó de un humo oscuro que no había manera de ver nada. Y mientras ahí seguía el bombero, pegadito a mi oreja, gritándome que no me preocupara, que ya iba una dotación para allá.<br />
Y en ésas andábamos, intentando que los bomberos se enteraran de que ya no hacían nada de falta, cuando llegaron dos policías a ver qué pasaba. Resultó que uno de los policías conocía a un bombero porque habían estudiado juntos cuando eran chicos así que nos contó que el bombero llevaba la profesión en la sangre, que ya desde muy chiquitillo sabía que quería ser bombero, y que era más bueno que nada. También nos contó que se había casado y que tenía una niña muy chica. Y habría seguido contándonos todos los cotilleos del barrio si el otro no le hubiera recordado que tenían que llamar al SAMUR para que nos echara un vistazo, así que cortó y cogió el teléfono.<br />
<br />
-… sí, sí, son cinco personas, sí… no, niños no, pero hay dos personas de edad…<br />
<br />
Fue escuchar lo de “dos personas de edad” y mi madre, que estaba acurrucadita en un rincón de la escalera pensando en sus cosas, abrió los ojos como un búho. Como un búho enfadadísimo, añado. <br />
<br />
- ¿De edad? ¿Yo una persona de edad? ¿DE EDAD?????<br />
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El pobre policía no sabía dónde meterse y empezó a mascullar algo sobre el protocolo mientras buscaba con la mirada a su compañero, pero éste también tenía un problema porque mi padre había desaparecido.<br />
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- Yo creo que está en la casa.<br />
- Pero ¿cómo que en la casa? ¿cómo que en la casa? En la casa no puede haber nadie, que no hay oxígeno. ¿Qué hace ese señor en la casa? <br />
<br />
Y sí, estaba en la casa preguntándole a un bombero totalmente atónito si le necesitaban para algo o qué.<br />
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- Emmm… mire usted, estamos aquí seis bomberos y dos policías, yo creo que no hace usted falta para nada.<br />
- Bueno, bueno, como quieran. Si me necesitan estoy abajo.<br />
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Luego hubo que explicarles a los bomberos que es que mi padre es del mismo Bilbao, y ahí estuvimos el resto de la tarde todos haciendo bromas sobre la señora de edad y el señor de Bilbao. Y como estábamos poco entretenidos, llegó una dotación del SAMUR dispuestos a medirnos el dióxido de carbono que tuviéramos dentro. Bueno, yo he dicho dióxido de carbono pero a saber qué querían medirnos, que yo de química ando fatal, a mí me dicen que me quieren medir el perbutónido antracítico de niostato y les digo que vale. Y ya saben eso de que el hombre propone y Dios dispone. Los de SAMUR estaban dispuestos pero se quedaron con las ganas porque el aparato medidor estaba roto así que ni cortos ni perezosos llamaron a otra dotación. En menos de diez minutos teníamos la sala como el camarote de los Hermanos Marx: los cinco de la familia, dos policías, seis bomberos, y los ocho miembros de SAMUR. A mis padres les midieron (lo que fuera) y les mandaron ponerse unas mascarillas conectadas a unas bombonas de oxígeno. Luego me tocó el turno a mí.<br />
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- ¿Dónde estaba usted cuando se ha originado el incendio?<br />
- En la cocina, cocinando, pero yo no he sido.<br />
- ¿Y después?<br />
<br />
Aquello parecía un interrogatorio del FBI. Yo me debatía entre confesar quejumbrosamente “pos vale, guilty” o seguir diciendo la verdad. <br />
- He seguido cocinando.<br />
<br />
“Ajá”, murmuró. Levantó una ceja, y yo hice lo propio, a ver si se iba a creer que solamente sabía hacerlo él, con lo que se quedó un momento descolocado, pero reaccionó enseguida e hizo una pregunta más.<br />
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- ¿Ha inhalado el humo?<br />
- Pues mire, fijo que sí porque yo he inhalado todo lo que había en el aire, que a día de hoy no sé discriminar los gases con la nariz.<br />
- Pues hala, maja: bombona.<br />
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Total, que entre unas cosas y otras llegó mi cumpleaños y en vez de macarrones con tomate y chorizo nos tuvimos que apañar con unas pizzas. Miedo me da pensar en qué impedirá que en mi próximo cumpleaños comamos macarrones, porque va a ser difícil superar esto. Igual nos abducen los extraterrestres o algo.<br />
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Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-20003563491763240622013-11-06T10:13:00.001-08:002013-11-06T10:13:41.089-08:00De primera manoQuerido Luis, como nunca tengo nada especial que contar, sueles decirme que mis cartas te resultan aburridas. Bueno, esta vez no creo que tengas motivos para quejarte.
Hoy se ha caído el sol. Ha sido esta mañana, a primera hora. Al principio ha amanecido como cualquier otro día, normal y corriente. Los primeros rayos han aparecido por encima del jardín y yo me he dispuesto a empezar otro día más de esta primavera que se me está haciendo eterna a fuerza de soportar tantos sentimientos desencadenados. De pronto ha habido un chispazo de color blanco en el cielo, y casi sin transición nos hemos quedado a oscuras. Ni sol, ni luna, ni estrellas... En el cielo, la oscuridad más total. En la tierra el espectáculo ha sido impresionante. La primera sensación, por supuesto, ha sido de desconcierto. Los conductores de los coches, cuando han conseguido reaccionar y han encendido las luces de sus vehículos, se han encontrado con que era ya un poco tarde y estaban la mayoría empotrados en el coche de delante. Gritos e insultos, y la impotencia de no ver absolutamente nada. Los que caminábamos por la calle no sabíamos por dónde tirar, porque tampoco veíamos nada. La verdad es que nunca hubiera imaginado que la oscuridad era esto, un mundo de voces, sonidos y olores, de empujones e inseguridad, sobre todo de inseguridad, esa vieja conocida. Nada da más miedo que la oscuridad de los sentidos, sea cual sea el que se te apague. Algunos, buscando la compañía de las voces de los conductores que discutían unos con otros, se han precipitado a la calzada. Otros, muchos, la mayoría, se han quedado inmóviles, como petrificados, optando finalmente por tirarse al suelo a esperar, silenciosos y aterrados, como si en esta guerra contra el miedo a la noche el cuerpo a tierra les fuera a proteger de no se sabe qué peligros. Otros han comenzado a correr y a gritar, chocando unos contra otros, y ha habido muchos que se han agrupado con desconocidos para ayudarse a intentar calmar su temor.
Tras los primeros momentos de desconcierto, los conductores detenidos en medio de las calles han comenzado a encender las luces y la gente ha salido a los portales aunque sin atreverse demasiado a aventurarse más allá de los límites amigos marcados por la luz de los faros, de las linternas. Como era de esperar (y esta vez no ha habido que esperar mucho), el gobierno ha mandado a todos sus efectivos policiales (ahora en los medios los llaman así), y eran muchos, a convencer a los ciudadanos para que volvieran a sus casas cuanto antes, pero eso sí, sin dar información acerca de lo que estaba ocurriendo realmente.
Yo sabía lo que había ocurrido porque, amparada entre las sombras de un castaño de Indias, he escuchado a un policía contárselo a un compañero. Y mi caso no ha sido el único; por todas partes han surgido personas en busca del sol. Mientras algunos buscábamos, las autoridades prohibían la salida de los edificios precintando puertas y apostando agentes en todas las esquinas. Nadie, absolutamente nadie, debía transitar por las calles, y para que todos lo supiéramos han instalado grandes altavoces en los coches de policía repitiendo incansables las consignas. Ha sido como estar en una de esas películas de guerra en las que se establece de pronto el estado de sitio, y me han dado ganas de buscar el café de Rick y pedirle cobijo. Los que buscábamos corríamos el peligro de ser golpeados por las fuerzas de “orden” público por lo que nos movíamos sigilosamente buscando las sombras.
No sé por qué he ido al Retiro. Ha sido una intuición, la seguridad de que entre los lugares amigos que me han cobijado en mis momentos duros encontraría la respuesta. Como era de esperar, las puertas estaban cerradas, pero no ha hecho falta que saltara la verja porque afortunadamente todavía no han arreglado todos los barrotes rotos y me he colado por uno de los huecos. Dentro me ha resultado fácil moverme entre los arbustos y esquivar las patrullas que deambulaban por el paseo de coches. Huyendo de un agente he encontrado a un hombre escondido detrás de un árbol, una de esas grandes acacias que tanto nos gustan, y juntos hemos conseguido burlar a otro policía, el último que hemos visto hasta llegar al estanque. Allí el espectáculo era impresionante. Una luz dorada iluminaba el paseo, y las barcas, ancladas en el centro del lago, se movían balanceándose lentamente entre rayos ocres. En el fondo, una bola brillante deslumbraba a los peces y calentaba el lodo. No lo hemos pensado ni un momento y, sin decirnos nada el uno al otro, hemos cogido una de las barcas que están siempre en la orilla, ya sabes, ésas que los barqueros desechan por viejas. Al empuñar los remos nos hemos mirado un momento, y sin dudar hemos echado la barquita al agua.
Nunca hubiera imaginado que nadar bien fuera tan útil. Tras desnudarnos silenciosamente, nos hemos sumergido en seguida. El agua estaba caliente y la sensación del calor del agua contra la piel hacía que el corazón palpitara más lentamente, con calma, como si todo el tiempo del mundo fluyera alrededor nuestro y pudiéramos esquivarlo sólo con flotar desmayadamente en él. Si me hubieran dado a elegir, habría preferido no volver a salir nunca, y quedarme para siempre en ese mundo silencioso y solitario, cálido y protector. La piel se nos veía dorada, y cada gota brillaba descomponiendo los colores. Hemos buceado alrededor de la gran bola dorada y hemos descubierto que estaba un poco enredada en las algas del fondo del estanque, así que hemos intentado cortar sus ataduras tirando con las manos. Es curioso...las algas, recias y duras, parecían deshacerse cuando las tocábamos, como si estuvieran esperándonos. Una vez liberados los rayos, le hemos dado un leve impulso y el sol ha empezado a flotar lentamente, sin prisa, como haciéndose rogar. ¿Sabes? estaba caliente, pero no quemaba, y las palmas de las manos se nos han quedado del color del oro viejo. Al fin el sol ha conseguido subir hasta la superficie y se ha quedado detenido flotando sobre el agua, esperándonos, hasta que nos hemos acercado. Se dejaba llevar sólo con el roce de nuestros dedos, como si quisiera que le tocáramos, como si necesitara el contacto con nuestros cuerpos. Lo hemos empujado a la orilla y lo hemos secado, despacito, con mimo, acariciándole, con la ropa que habíamos dejado en la barca. Poquito a poco se ha vuelto ligero hasta despegar en el aire, elevándose lentamente, desperezando de nuevo la mañana, y a medida que subía, las casas y los árboles se iluminaban como si amaneciera otra vez.
Cuando ha alcanzado su posición normal, ya sabes, por encima de los abedules de la explanada de las bicicletas, la policía nos ha cercado aprovechando que estábamos absortos mirando la ascensión. Nos han detenido por inmoralidad manifiesta aduciendo desnudo público y nos han llevado a la comisaría que hay al lado de mi casa. Nos han interrogado y luego, paradójicamente, y sin explicarnos nada, nos han condecorado, y hemos salido en el periódico, aunque estoy segura de que esta parte ya la conoces porque habrás visto mi foto en todas las primeras páginas.
Quitando esto, por aquí todo sigue igual que siempre. Un besazo.
PD.- Los peces del Retiro han dejado de ser las carpas tristes y grises de siempre y se han vuelto dorados, igual que las palmas de mis manos. Además, ya lo verás cuando vuelvas, el pelo se me enciende de oro en cuanto anochece. Pero, por favor, esto último no se lo cuentes a nadie.
Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-55422745419223517512013-10-24T09:55:00.002-07:002013-10-25T04:57:42.981-07:00La vida NO sigue igualJulio Iglesias no me gusta, no me gusta nada. Y ustedes dirán, “mira ésta, tanto tiempo sin dar señales de vida y aparece para decir esto”. También pensarán “y a nosotros qué nos importa”. Incluso habrá quien haya dicho “pero ¿por qué???” con aire así como sorprendido y escandalizado. Ya, no, si igual tienen razón pero como es mi blog se aguantan. No me gusta Julio Iglesias. Es blandito, tiene voz de chirla, y canta cosas que no van conmigo. La vida sigue igual, dice. ¿Igual que cuándo, a ver? La vida no sigue igual para nada. Al menos la mía. Desde que no me leen en mi vida han cambiado muchas cosas, desde mi estado civil hasta el color de pelo de mis hijas, y sepan que si no he asomado antes ha sido para no tener que contárselas, que bastante tienen ustedes con lo suyo.
La vida, definitivamente, no sigue igual, aunque hay cosas que reaparecen de cuando en cuando (desafortunadamente más cuando que cuando); vienen a ser como ese pepitogrillo que les ponían a los chuliguays al lado para que les susurraran lo del memento mori: recuerda que eres mortal. En mi vida hay varios susurradores de esos, lo que pasa es que en mi caso no susurran sino que tienden a ser un poco escandaleras, y todavía no sé muy bien lo que quieren decirme porque lo del memento mori como que no va a ser, no. Como ustedes son bastante listos e inteligentes, habrán adivinado ya que los susurradores de mi vida son los animales, los obreros, y las situaciones absurdas. Bueno, también están los majarones, pero estos igual es mejor meterlos en las situaciones absurdas y así nos ahorramos un epígrafe más, que yo no los pongo porque no me gusta y soy desordenada por naturaleza, pero el día que me caiga de la moto y me dé un aire como a San Pablo a saber, igual me pongo a hacer listas de todo, y cuanto más simplificadito lo tenga, mejor. Quedamos, pues, en que animales, obreros, y situaciones absurdas. A veces vienen de uno en uno y miren, se pueden soportar e incluso hasta se pueden controlar. Lo malo es que me da que son listillos y eligen agruparse, sin que las combinaciones tengan reglas fijas ni restricciones de ningún tipo. Se pueden imaginar (ni loca me pongo yo a enumerarlos) los posibles resultados: todos ellos espeluznantes. Estas semanas tocan obreros, concretamente en su versión cristaleros.
Como es una larga y triste historia no se la voy a contar en detalle, y eso que se ahorran; baste con que se queden que el techo del comedor de mi casa está formado por ocho planchas de cristal de las cuales se rompieron tres durante uno de los inviernos más lluviosos que hemos tenido en los últimos años. Si lo pienso bien es curioso que viva en la Costa del Sol y que todos los problemas que tenga en la casa sean siempre a causa de la lluvia. No me quiero imaginar lo que sería si viviera en Seattle. Pues que después de pasar todo el invierno comiendo con el paraguas abierto, y después de comprobar que es un desastre que se moje la instalación eléctrica de la casa, a finales de verano vinieron a cambiar los cristales rotos y pusieron unos nuevos, muy bonitos, pero mucho mucho, bonitos y totalmente distintos a los anteriores pero ni nos importó, que cada plancha de cristal costaba un congo y además me da mal rollo quitar algo que está en perfecto estado de uso solamente por estética. Y una vez cambiados los cristales todo era alegría, alegría, y pan de Madagascar, como dice Ariel. Hasta que volvió a llover, concretamente anteayer, y me saltaron las alarmas cuando vi a la perrita (perrita nueva, ¿ven cómo la vida no sigue igual?) beber agua de un minicharquito en el comedor. Me faltó tiempo para mandar a mi contratista un mensaje lastimero cuajadito de smileys que lloraban como magdalenas. Llamarle no, porque eran las 6:15 de la mañana y no quiero que me odie, al menos no mucho. Mi contratista (que por cierto es un clon del doctor House sólo que en versión “señor sonriente que canturrea las canciones de las pelis disney cuando trabaja”, lo cual da mucho yuyu aunque mucho más yuyu daría si pusiera siempre la cara de mala ostia de House, claro) me respondió con otro mensaje en el que me decía que el cristalero iría por la tarde. Hablamos de la tarde de ayer. Que el cristalero iría a mi casa, hala, así sin consultar si iba a haber alguien o no. Vale que Luciano, el contratista, se sabe de memoria el horario de mis clases de pilates (¿ven? ¿ven cómo la vida no sigue igual?) y de danza (ídem) pero vaya, que al principio pensé que se había arriesgado mucho mandando al cristalero a casa sin preguntar antes.
Y hala, ahí que fui toda la tarde como las locas: que si ahora come corriendo en veinte minutos para ir a recoger al monitor de pilates, que se ha quedado sin coche y como vaya en autobús nos dan las uvas esperándole, que si pásate una hora retorciéndote por el suelo, saltando, haciendo el enanito, y haciendo ejercicios que estoy segura de que están prohibidos por la Convención de Ginebra, y corretea después con el coche como una loca montaña abajo para llegar a casa antes que el cristalero. Madagascar me informó a gritos desde no sé muy bien dónde de que no había venido nadie antes que yo, y me senté en el jardín. Y fue como si el tiempo se detuviera para siempre. Los minutos se deslizaban uno tras otro, despacísimo, tomándose su tiempo, incluso regodeándose en el trayecto. Y yo los veía pasar por el simple procedimiento de mirar fijamente el reloj. El tiempo detenido. De esas cosas que cuando pasan en las películas son preciosas, pero que cuando te pasan te ponen de los nervios. Y de los nervios estaba dos horas después, cuando constaté que anochecía y que no, que el cristalero no había venido en toda la tarde y que ya no iba a venir. Y que el cielo se estaba volviendo a poner negro de nubes. Y que encima no tenía yogures en la nevera, gran drama donde los haya.
- Madagascar, me voy a comprar yogures! Si viene el cristalero le escupes de mi parte!- grité al vacío. Y desde el vacío me llegó un “¡vale!” lejanísimo. Y me fui.
Y compré los yogures. Y me olvidé del cristalero y la madre que lo trajo. Y todo fue bien hasta que al meterme en el coche para volver, la tarjeta del coche salió volando (es que mi coche es supersofisticadodelamuerte y no tiene llave, no, tiene una tarjeta que lo hace todo: abre puertas, arranca el coche, vuela...) y aterrizó debajo del coche de al lado. Me agaché y ahí estaba, justo en medio. Miré alrededor a ver si había algo que pudiera utilizar para empujarla y sacarla pero ná. A ver, ¿qué esperaba encontrar en medio de un parking? ¿un bracito extensible? Bueno, también podía haber un palo de escoba viejo, o un trozo churretoso de madera, o algo, díomío, algo que me permitiera recuperar mi tarjeta.
Les juro que lo intenté todo para sacar la llave sin tener que reptar como una lagartija (y desde aquí afirmo que lo de “accio tarjeta” no funciona un pimiento, y que como todos los conjuros sean igual de malos los libros de Harry Potter van a ser una mentira como una catedral) hasta que tuve que rendirme y arrastrarme debajo del coche estilo comando, avanzando los codos poquito a poco hasta que los bajos del coche toparon con la parte más sobresaliente de mi yo posterior, o sea, que no me cabía el culo debajo del coche, y eso que era un todoterreno, que son más elevaditos y dejan más hueco. Y como ya estaba en una situación ridícula y sospechaba que si achuchaba un poco conseguiría meter el culo pero a saber si luego lo iba a poder sacar, y además ya llegaba con los deditos a la tarjeta, empecé a recular, también al más puro estilo comando, acompañando cada centímetro de retroceso con un montón de palabrotas dignas de ser olvidadas para siempre jamás. Y justo estaba ya a punto de incorporarme más contenta que unas pascuas cuando vi unas zapatillas de deporte junto a mi cabeza. Y pegadas a las zapatillas unas piernas, y a continuación un tronco, y una cabeza con su correspondiente nariz, boca abierta, mandíbula descolgada, ojos desorbitados... A ver, que yo entiendo que ver un culo adosado a tu coche es raro, y ver luego emerger de debajo de tu todoterreno querido a una señora malhablada, despelujada perdida, y cubierta de suciedad (asco de suelo, eh) es como un tanto raro, pero vaya, que podía haber disimulado, que me dio la risa a mí y me fui soltando carcajadas como si hubiera sido él el que hubiera hecho el soberano ridículo en lugar de haber sido yo. Farfullé algo tipo "quesemehacaídolatarjetadelcocheperoyalaherecuperadonopasanadanopasanada", me monté en mi coche, y me fui tan pichi.
Acaban de llamarme. Que mañana viene el cristalero. ¡¡¡A temblar!!!
Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-62589940317099435602013-03-24T11:40:00.000-07:002013-03-24T11:40:08.759-07:00EscribiendoMe pides que te escriba mis sentimientos, mis pensamientos sobre ti y mi deseo se encabrita al recordar tu cuerpo sobre el mío, debajo, junto a él, tu cuerpo triunfante, dominado, compañero. Te quiero, sobre todo te quiero, y quiero decírtelo porque las palabras de amor no estorban. No creo que sobre ninguno de los momentos que hemos pasado juntos, ni los buenos ni los malos, todos los atesoro, porque uno sobre otro van formando nuestra historia. Me pides que escriba y lo hago pero sabiendo que no recibirás nunca esta carta porque mi amor no cabe en ningún sobre.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-61440592506094175662012-01-26T09:20:00.000-08:002012-01-26T09:22:30.762-08:00RecolecciónRecorría la playa sin mirar el horizonte. Todos los días se perdía entre los restos que el agua dejaba en la arena y los miraba preguntándose si debía llevárselos a casa y ponerlos encima de la puerta o en el lateral de la cama, junto a los libros. Sabía reinterpretar aquellos objetos abandonados y darles de nuevo sentido, darles un sentido nuevo. Incorporaba a la suya aquellos gastados trozos de vida ajena y los convertía en propios. Empezó a ver cosas suyas tiradas por la arena. Un día vio que alguien recogía uno de sus restos, y se sintió rico.<br /><br />(Lo siento, Siberia, sólo me salieron cien)Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-14553945884895091772012-01-13T01:13:00.000-08:002012-01-13T01:15:38.799-08:00Galleria Degli UffiziHacemos el camino entre Pisa y Florencia de noche. Enrique dormita y yo no dejo de mirar por las ventanillas esperando vislumbrar algo que no sea la oscuridad. De cuando en cuando pasamos cerca de una casa iluminada y veo fugazmente una habitación, una escalera, un porche. Los pueblos, colgados en las faldas de las montañas, parecen estampas navideñas a pesar de que estamos en verano. Por la mañana, con luz, veré los perfiles suaves de las montañas; de momento no veo más que lucecitas.<br />Enrique se despierta cuando estamos entrando en Florencia. Yo estoy entusiasmada; después de tanta oscuridad la ciudad me parece una fiesta de luz. Y eso que la ciudad parece desierta. Tendremos que llegar al centro para encontrar las calles llenas de gente. Enrique me mira divertido, la verdad es que no dejará de mirarse así hasta que volvamos. Y creo que es normal porque yo seguiré entusiasmada hasta que volvamos. E incluso después.<br />A la Galleria degli uffizi llegamos temprano por la mañana. Tenemos pase así que nos saltamos las colas, que incluso a esa hora dan la vuelta al edificio. Me gustan los techos altos, y en Florencia son altísimos. Cuando hemos subido cuatro tramos de escaleras empiezo a plantearme si de verdad me gustan tanto, pero son dudas fugaces. Me acerco a una ventana. Dentro, las maravillas de la Galleria; fuera, el Ponte Vecchio. Síndrome de Stendhal. Le digo a Enrique que me quiero quedar a vivir aquí y él, sin mirarme, echa un vistazo al reloj y me contesta que tengo hasta las dos para que se me pase la tontera.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-86666642473333947402012-01-06T13:27:00.000-08:002012-01-06T13:31:20.361-08:00AcuariusLo confieso: me gustan los anuncios. Sí, puedo hasta decirlo más fuerte. Hola, me llamo Ginebra y me gustan los anuncios. Ay, qué bonito, les oigo decir a todos “te queremos, Ginebra”. Pues sí, me gustan los anuncios, sobre todo ahora que no los ponen. Bueno, para mí hace mucho que no los ponen porque yo me aboné a una cadena de pago en cuanto salió. Creo que debí ser la tercera persona en abonarse (la primera, el dueño de la cadena, y la segunda su madre, fijo). Y no lo hice por los anuncios, no, aunque todo el mundo ha pensado siempre que ésa fue la razón y yo nunca me he molestado en desmentirles. La verdad es que fue porque la programación en general me parecía una porquería, y lo único que veía salvable eran los anuncios. Ahora, de cuando en cuando, pongo una cadena de ésas en las que te fríen a publicidad y me meto los spots casi en vena, como que aprovecho para hacer pis cuando empiezan los programas. Es que no me digan ustedes que no, hay anuncios estupendos. Y digamos lo que digamos, lo que dicen siempre es cierto, un poquito adornado pero cierto. Por ejemplo, hay una serie de anuncios que terminan diciendo “el ser humano es extraordinario”. Ay, qué gran verdad. Yo lo compruebo casi a diario. Vaya, que no hay día que no lo masculle un par de veces, cosa que generalmente me molesta mucho porque preferiría que la gente fuéramos todos más normalitos y más llevaderos. Porque la extraordinariez, quieran que no, a veces, muchas veces, es molestísima. <br /><br />Como me gusta la Navidad, y hacer regalos (qué pasa, me gustan muchas cosas a la vez), hace cosa de un mes decidí regalar a mis padres un calendario con fotos de la familia. Es fácil: seleccionas unas cuantas fotos, eliges el modelo de calendario que quieres, y las mandas a través de Internet a una empresa que a cambio de unos euritos te envía un calendario más chulito que la mar. Tú se lo regalas a tus padres (por ejemplo), y quedas divinamente. Dicho y hecho. Puse a mis hijas y a mis hermanas a buscar fotos y monté un calendario digno de arrancar a cualquier madre lágrimas como garbanzos. Bueno, a cualquier madre no, a la mía, que para eso las fotos eran de sus hijas y nietos. <br /><br />La primera parte del proceso fue estupenda: yo pagué (esto no fue estupendo, la verdad), y ellos me enviaron el calendario. O, mejor dicho, juraron que me habían enviado el calendario, porque pasaban los días y aquí no llegaba ningún paquetito ni nada. Así que decidí llamar a la empresa de mensajería que, según la imprenta, se encargaba del envío, y que estaba en Barcelona. O sea, en Barcelona estaba la mensajería, no el paquete, aunque yo no lo tenía tan claro. La telefonista encantadora, oigan, más maja que las pesetas, me pidió el código de seguimiento del envío. Se lo dí, y comprobó dónde podía estar el paquete.<br /><br />- Aquí me aparece que se entregó correctamente y firmó la recepción una tal Ginebra J.<br />- Ya. Señorita, yo soy Ginebra J., y si hubiera recibido el paquete no estaría reclamándolo.<br />- Ahhhhhh… a ver, un momento….<br /><br />Tirorirorí, ta riroriro (ahí me enchufó el minuet de Boccherini, el que todos nos sabemos gracias a la miel de la granja San Francisco, y me entretuve canturreándolo tan contenta).<br /><br />- ¿Señora? Sí, a ver, es cierto que no firmó Ginebra J. (“claro que no, tía, si ya te lo había dicho yo” pensé, pero no dije nada), sino Guillem P.<br />- Nop, aquí no hay ningún Guillem.<br />- Ahhhhhhh… a ver, un momento…<br /><br />Y de nuevo me dejó canturreando la miel de la granja otro ratito.<br /><br />- ¿Señora? Sí, a ver, que ciertamente no fue Guillem P. sino que la recepción la firmó Joan G.<br />- Pues tampoco tenemos ningún Joan.<br />- Ahhhhhhh… a ver, un momento…<br /><br />Hala, más miel.<br /><br />- ¿Señora? Sí, a ver, que no fue Joan G. (“toma ya, qué sorpresa,maja”) sino Lluís A.<br /><br />Como veía que me volvía a chutar la miel de Boccherini, y se me habían pasado las ganas de canturrear, decidí abreviar el proceso.<br /><br />- Mire, señorita, esto es un pueblo de Málaga. En la calle tenemos un par de Antonios, un Miguel, un Alejandro, y hasta un Yerai. Pero nombres de esos que usted me está diciendo no tenemos ninguno.<br />- Ahhhhhhhh… ya veo… un momento, que voy a hablar con el repartidor…<br /><br />Y esta vez me dejó esperando en el silencio más absoluto, sin miel ni nada.<br /><br />- ¿Señora? Sí, a ver (esta chica debía tener convalidada la primera frase de la conversación porque siempre empezaba igual) que me dice el conductor que está cerca del pueblo ése (toma ya, “el pueblo ése”) y que se va a acercar a la casa en la que recuerda haber hecho la entrega para intentar recuperar el paquete.<br />- … (durante unos segundos no pude decir nada ¿intentar recuperar el paquete?)<br />- ¿Señora? Sí, a ver, si a lo largo de esta tarde no le entregan el paquete llámeme mañana a primera hora. ¿De acuerdo?<br />- Qué remedio, señorita, qué remedio. Hala, hasta mañana.<br /><br />Vale, yo ya sé que ésa no es la actitud adecuada, y que con tan poca fé, cómo van a resolverse las cosas, pero es que todo me parecía rarísimo y ya me imaginaba yo al repartidor recorriéndose las calles de algún pueblo de por ahí intentando recuperar el paquete. Claro, lo mejor era imaginar la cara que habían puesto los afortunados que hubieran recibido un calendario lleno de fotos de mi familia, que reconozco que estaba comida de curiosidad por saber qué habían hecho con él. Porque hombre, yo recibo un calendario de los bomberos y no lo suelto así me digan que va a venir a verme Jiu Yacman (más vale bombero en mano…) pero si recibo un calendario de los Gómez Martínez (un poner, eh, no se me mosqueen los Gómez Martínez), pues como que no lo cuelgo, vaya. <br />La mañana siguiente lo primero que hice fue llamar a la empresa de mensajería.<br /><br />- Buen día, señorita… Marta, ¿verdad?<br />- Buenos días. Emmm… sí… Marta… ¿y usted es…?<br />- Ginebra J. Hablamos ayer.<br />- ¿Qué no le entregaron el paquete?<br />- Pues no, no entregaron nada.<br />- Ay, qué mal me sabe! Es que me dijo el mensajero que se equivocó y lo entregó en el número 17 de esa misma calle.<br />- ¿Y por qué???<br /><br /> En ese momento llamaron al timbre de la puerta y era el repartidor así que salí a echarle el puro del siglo. Y se lo eché, claro. Y más cuando me empezó a contar que había entregado el paquete en el número 17 porque no vio mi número y pensó que se lo habían comido. O sea, muy lógico, claro, el Ayuntamiento acostumbra a comerse números en las calles, vaya, que todos conocemos cantidad de números fantasmas. Hombre, hombre, aquello me pareció para matarlo. Sobre todo porque me lo contó con una sonrisa de oreja a oreja y se quedó tan pancho después de aquella explicación demencial. Yo dudaba entre retorcerle el cuello o clavarle un tacón en el estómago cuando se abrió la puerta del número 17 y salió una señora a mirar el buzón. Yo aproveché y me acerqué corriendo, seguida de cerca por el mensajero inútil. La vecina (nueva, se mudaron hará un par de meses) me miró sonriendo amistosamente, que ya tiene mérito porque si a mí se me acerca una loca correteando seguida de un mensajero con la misma sonrisa de las patatas risi, cierro la verja del tirón. Ella no, ella fue cantidad de arriesgada y me escuchó atentísima para luego decirme que no, que ella no había recibido ningún paquete, y su marido tampoco. Luego buceó más duramente en su memoria y se acordó de que el día de la entrega el que estaba en la casa era su hijo adolescente. Y nos invitó a pasar para preguntarle a él directamente. Así que entramos el mensajero y yo y la seguimos por el pasillo. Llamó a la puerta y el hijo abrió al estilo adolescente, es decir, abriendo la puerta lo justito lo justito para que asomara la cabeza nada más. A mí siempre que mis hijas lo hacen me entran ganas de tirar bruscamente del pomo pero no lo hago porque igual se les cae la cabecita o algo. El muchacho nos miró y no movió un músculo, pero titubeó un poquillo.<br /><br />- Emmm… esto… no… yo no he cogido ningún paquete.<br /><br />Y ahí el mensajero saltó indignadísimo.<br /><br />- ¿Cómo que no? Si te lo dí yo mismo. Que te he reconocido en cuando te he visto.<br />- ¿Y por qué no lo has dicho antes? Joé, sí que eres tú rápido.<br />- Señora, encima de que lo digo… que no está contenta usted con nada, eh.<br />- Cristian, no estarás mintiendo ¿no?<br />- Que no, omá, que yo no he sido!<br />- Las narices que no! Tú tienes el paquete!<br /> <br />El mensajero, indignadísimo, empujó la puerta y entramos todos en tromba en la habitación. Y, efectivamente, el Cristian había recibido mi paquete. Lo sé porque el angelito se había dedicado a recortar del calendario las fotos de Kenya y de Madagascar y las tenía pegadas en la pared. Creo que no he visto a nadie ponerse tan colorado, que parecía que le iba a explotar la cara. Mi vecina pasó por distintas fases, desde el apuro más grande hasta un cabreo monumental con el adolescente, que tuve que decirle que no le diera más pescozones que todavía echaba el cerebro por la boca y era peor. El mensajero intervino para decir que le entendía perfectamente, que qué niñas tan guapísimas, y que si tenían novio. Le fulminé con la mirada antes de que me pidiera que se las presentara y salí de la casa sujetando las fotos desechadas por Cristian (¡¡¡las fotos en las que salía yo!!! adolescentoide repugnante…) con toda la dignidad que pude. En casa, el teléfono seguía descolgado. Me había olvidado de la pobre señorita Marta, que de cuando en cuando decía “¿señora… señora…?” pacientemente.<br /><br />- ¿Señora…?<br />- Sí, señorita Marta, sí, aquí estoy de nuevo.<br />- Emmm… que… ¿le ha pasado algo?<br />- Sí, señorita, finalmente he recuperado el paquete.<br /><br />Se lo conté todo, con pelos y señales, mientras la pobre decía “ajá” todo el tiempo. Cuando terminé dije:<br /><br />- Así que ¿qué le parece?<br />- Hay que ver… el ser humano es extraordinario…<br /><br />Les he mandado a mis padres un calendario de gallinas y patos, que ése seguro que no desaparece.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-68188636314505921582011-07-16T03:07:00.000-07:002011-07-16T03:09:36.309-07:00AniversariosParece que es cierto: veinte (o como en este caso, ventiuno) años no es nada. Es triste.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-78833059518430139142010-12-22T03:43:00.000-08:002010-12-22T03:44:28.094-08:00Adiós 2010, Hola 2011Albaricoque. Cada vez que alguien me pide que piense en una palabra bonita la primera que me viene a la mente es albaricoque. Luego se me ocurren muchas más, claro, y las veo bonitas en sí mismas, independientemente de su significado. Hay gente que cuando se le pregunta por una palabra bonita se pone trascendente y empieza a soltar palabras fijándose en su significado. Eso no lo he entendido nunca. Si las palabras son bonitas por sí mismas, a veces por su sonido, por su forma, por las sensaciones que nos transmite su pronunciación... Me piden que piense en una palabra bonita y me disparo. En cambio con los números me bloqueo. No hay manera de que los vea bonitos o feos. Para mí los números son números y ya está. Todos los años cuando hay que comprar la lotería de Navidad se montan unos pollos increíbles para elegir el número; pero es que la gente discute y todo porque el número que cada uno propone siempre le parece “el más bonito”. Y todos los años, cuando me preguntan si hay algún número que me guste especialmente, me encojo de hombros. Que me da igual, que para mí sólo son números. Ya, supongo que soy de letras. Por eso tampoco he entendido nunca la gente que se emociona cuando empieza un año con determinada cifra. Para mí los años no son buenos o malos dependiendo de la cifra que lleven, sino de cómo salgan. Claro que como los años no se pueden calar como los melones hay que esperar a que acaben para hacer balance. Este que acaba, por ejemplo, 2010, no me ha gustado nada así que estoy deseando que termine, y creo que, a pesar de que tengo memoria de pez, lo recordaré siempre como un año si no negro sí gris oscuro. El año que JB descubrió que la Administración tiene razones que la razón (ni nadie) no entiende. El año que la lluvia echó un pulso al tejado de casa y lo ganó (la jodía), y decidió conquistar techos y paredes poblándolos de mohos espesísimos de un bonito color verde oscuro y un olor repugnante, con lo que tuvimos que descabezar la casa en verano y cambiar el tejado enterito, además de tirar muebles, ropas, y otras cosas de las que no pensábamos habernos desprendido en mucho tiempo. El año que el neurólogo me tuvo meses experimentando en mi propia persona todas las pruebas con las que House tortura a sus pacientes (menos la punción lumbar, y menos mal, porque me han dicho que duele tela, y alguna cosilla más de la que también me libré) en busca del amenazador y devastador tumor cerebral que me habían prediagnosticado y que afortunadamente no apareció, para gran alegría mía y desconcierto de los médicos. El año trajo más penas, pero no las voy a contar para que no se me pongan tristes. Claro, el año ha tenido cosas buenas pero como se me ocurre ninguna, mejor corremos un tupido velo y organizamos una fiesta para celebrar que por fin se termina. El año que viene veremos cómo se ha portado 2111. Pásenlo bien y disfruten las fiestas.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-33554851182441638662010-12-22T03:38:00.000-08:002010-12-22T03:43:35.108-08:00Premio (viva, viva)Stultifer me ha concedido el premio "Blog del día, No sin mi cámara.com" correspondiente al día 25. O sea, yo lo voy diciendo desde ya para que lo sepan y ese día no les pille por sorpresa (que las sorpresas a ciertas edades no son muy recomendables). Lo podrán ver <a href="http://nosinmicamara.blogspot.com/">AQUÍ</a>. Y encima me hacen miembro de la Orden del Stultifer de Oro.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-21321636395561209062010-12-14T04:42:00.000-08:002010-12-15T12:22:16.789-08:00Celo profesionalVaya por delante que me gustan. Lo he dicho siempre hasta la saciedad, que me duelen los dedos de escribirlo, y lo repetiré las veces que haga falta: me gustan los documentales de animales. Eso sí, a base de hincarnos dos o tres a diario, hay temporadas en las que me salen los ñues por las orejas, y ésta es una de ellas, así que con las mismas lo digo: estoy hasta las pestañas del Masai Mara y de sus pobladores, que he visto tantas veces cómo el cocodrilo de la derecha se zampa al tercer ñu del segundo grupo, y el narrador me ha contado tantas veces cómo lo digiere, etc., que estoy a punto de ponerle nombre a sus intestinos. Además, es que me he descubierto utilizando de cuando en cuando la voz de locutora de documental y haciendo comparaciones que a veces resultan, cuanto menos, poco afortunadas. El otro día, por ejemplo, que estaban mis hermanas y mis sobrinos en casa pasando el puente de la inmaculada constitución, comenté que qué bonito era eso de que nuestra familia fuera como una manada de elefantas. Y torcieron el morro levemente y se quejaron. Que si las estaba llamando gordas. Y no. Yo lo decía porque en mi familia cuando estamos todos juntos la cuestión organizativa, el establecimiento de jerarquías, el reparto de roles y trabajos, es bastante fácil. Por ejemplo, tendemos a comunizar la cosa de los cachorros, lo cual resulta cómodo y práctico. Tú traes un bichito nuevo al grupo y todas lo asumimos como nuestro, de modo que nunca queda desprotegido y su progenitora puede relajarse y descansar. Se lo expliqué y se quedaron más conformes aunque sugirieron que a partir de ahora utilice otro símil como por ejemplo, una manada de leonas, que son mucho más gráciles y glamourosas. Menos mal; yo esperaba que se decantaran por las gacelas o algo así de estilizado, y no me apetecía nada porque las gacelas no me gustan y además JB nos ha puesto menos documentales sobre su vida y milagros así que desconozco cómo funcionan. Las elefantas en cambio... pero sí, vale, reconozco que somos más leonas. Rugimos divinamente, cazamos muy bien, y no dudamos en arrimar el hombro cuando se trata de defender a los nuestros de posibles agresores, sean quienes sean y vengan de donde vengan. Aunque vengan del mismo Moscú, y utilicen armamento pesado, como Irina.<br /><br />Irina es una de las guiris de JB. Ya saben ustedes (porque se lo he contado que si no de qué) que JB nos trae a casa los guiris que más le llaman la atención o los que cree que nos la van a llamar a nosotras, y tiene en cuenta nuestras preferencias. Por ejemplo, a Madagascar le trae japoneses constantemente, que así tiene la colección de kesigomus que tiene, porque todos se presentan con una bolsita y se la regalan haciendo muchas reverencias y agachando la cabeza hasta que se les dice “basta”. A Kenya le trae nórdicos, preferentemente suecos, aunque cualquiera de ellos que hable inglés vale. Y a mí me trae a casa rusas. Mira que le tengo dicho que prefiero que traiga rusos, pero entonces me mira y dice “sí, mafiosos como Yuri” y claro, me tengo que callar, que Yuri es muy majete y tal pero le sale la mafia por las orejas y tiene un peligro que no veas. Irina Romanovna Petrova. Del mismo Moscú. Rubia, ojos de color indeterminado pero claritos, bajita pero compacta, de ésas que las ves e instintivamente calibras los posibles daños que te ocasionaría si te diera una galla bien dada. Al principio todo fue bien, JB le enseñó la casa y el jardín, acarició a los animales, admiró las vistas y comparó la casa con la suya, escuetamente, que su nivel de español no es de los más altos que hemos tenido en casa. Conseguimos acomodarnos todos en el comedor (teniendo en cuenta que estábamos la familia más una amiga de Madagascar, el noviete de Kenya, y el hermano del noviete, además de Irina, tuvo mérito que hiciéramos un tetris tan apañao en la mesa) y empezaron a circular los platos y demás con el barullo y la alegría habituales. A los postres (postres, sí, en plural, que hubo variedad de dulces) a todos nos entraron remordimientos por haber sido unos anfitriones tan despegados y comenzamos a charlar con Irina, o al menos a intentarlo.<br /><br />- ¿A qué te dedicas, Irina?<br /><br />Irina miró fijamente a Be1.<br /><br />- No puede decir profesión.<br /><br />- ¿Por qué??? <br /><br />- Porque profesión mía no dice.<br /> <br />Cinco minutos antes nos había importado un pimiento saber a qué se dedicaba aquella mujer, pero con semejante declaración todos empezamos a elucubrar interesadísimos.<br /><br />- Será puta.<br /><br />Todos habíamos apuntado varias posibilidades pero fue Bruno el que dijo lo que de verdad estábamos pensando. Irina negaba con la cabeza. La miramos todos en silencio y contemplamos sus vanos esfuerzos por encontrar las palabras adecuadas. Al final me miró y lo soltó. Me quedé asombrada.<br /><br />- ¿Qué??? ¿qué??? - Faltó que preguntara JB nada más.<br /><br />- Emmm... que dice que trabaja para los servicios de inteligencia militar.<br /><br />- Osti! Es espía!<br /><br />Irina asentía vigorosamente con la cabeza.<br /><br />- Da, da! Espía. ¿Espía?<br /><br />Miró interrogativamente a su profesor buscando el visto bueno a esa palabra nueva, y como JB asintiera la repitió así como doce veces.<br /><br />- Irina espía. Espía. Espía. Espía. Espía. Espía... perrrrrrro...<br /><br />La miramos expectantes. A ver qué soltaba ahora, porque después de decir que era espía no parecía haber nada que lo superase. Pero lo había, lo había.<br /><br />- Perrrrrrrro si tú sabes Irina es espía, Irina debe matarte.<br /><br />Nos reímos así con la boquita pequeña pero no, Irina seguía tiesa como un ajo y seria a más no poder, o sea que no era una broma. Las risas bajaron de tono hasta caer muertecitas sobre el mantel, y empezamos a cuchichear unos con otros.<br /><br />- Una mierda matarnos. A esta tía la podemos entre las tres. Vaya, es que no tiene ni media leche. Va a matar a su madre porque lo que es aquí no va a tocar un pelo a nadie- Be1, que es la que no tiene ni media leche, estaba indignadísima.<br /><br />- Hombre, no sé yo, ten en cuenta que las espías están muy bien entrenadas. Yo creo que ni entre todos conseguiríamos reducirla.- Be2, que sacaba a Irina dos cuerpos de altura, se mostró mucho más realista.- Lo que sí deberíamos es intentar poner a salvo a los niños, por lo menos a los pequeños; los mayores que corran como puedan. Deberíamos buscar una maniobra de distracción...<br /><br />Los niños, por su parte, la miraban encantados y empezaban a hacer apuestas sobre si nos dispararía o si preferiría rompernos el cuello, y en este último caso, si le daría tiempo a matarnos a todos o alguno conseguiría escapar. JB, impertérrito, le sirvió más café.<br /><br />- Mujer, Irina, tampoco es para eso. Yo creo que con que cambiemos de conversación ya está ¿no?<br /><br />- Claro! Por ejemplo... ¿a qué se dedica tu padre?<br /><br />- Padre también espía.<br /><br />- Qué bien, hombre, tradición familiar. ¿Y tu madre? ¿También espía?<br /><br />- Madre coronel. Pero muerta.<br /><br />- Claro- susurró Madagascar – Se enteró de la profesión de los otros y la apiolaron. Fijo.<br /><br />- Vale, pues nada, dejamos de lado las ocupaciones laborales de la familia. Puedes hablarnos... no sé... por ejemplo...<br /><br />En ese momento se abrió la puerta y, para conmoción de Irina, entró Cristo, sonriendo y con un par de botellas en las manos. Agradecida por la interrupción me levanté para acercarle una silla. Be2 se apresuró a abrir el coñac y nos sirvió una ración generosa a las tres. <br /><br />- Bueno, qué, con qué estábais? ¿He interrumpido algo?- Miró a Irina –Anda, una amiga nueva. ¿Quién eres? ¿De dónde? ¿A qué te dedicas?<br /><br />Irina miraba a Cristo como hipnotizada así que contestó Madagascar.<br /><br />- Irina. Es rusa. Es espía y mata a los que saben que lo es. Y a los hombres que van enseñando el culo por el mundo, además, primero les tortura.- Es que Madagascar no soporta el nudismo de Cristo.<br /><br />Cristo sonrió más, se levantó y llenó el vasito de Irina de vodka.<br /><br />- No veas qué bien. Es interesantísimo eso. Espía. Oye, tienes que contárnoslo con detalle. Recuerdo que cuando estuve en Moscú...<br /><br />Cristo no dejó de hablar durante un rato, acaparando la atención de la espía, momento que Be1 aprovechó para ir sacando a los niños del comedor con la excusa de ponerles el ordenador para jugar a Harry Potter. Be2 puso a Madagascar y a Laura a fregar en la cocina, fuera del alcance de la posible agresora, y Kenya, Juanma y Jaime se largaron alegando que tenían que estudiar. Al tercer vasito de vodka Irina estaba tan relajada que hasta conseguía hilvanar frases cortas, pero no respiramos aliviados hasta que nos cantó “Ojos negros”. Cuando finalmente JB la metió en el coche para devolverla a la ciudad nos dimos cuenta de que se había dejado una mochilita de color caqui. Be2 la cogió.<br /><br />- Esto pesa un rato. <br /><br />- Mira a ver, que igual lleva una pistola.<br /><br />- Anda ya, so loca, a ver si te crees que ésta a va ir lanzando disparos a cascoporro.<br /><br />- Claro, tú como la tenías hipnotizada enseñándole el culo, pues tan tranquilo, que no te iba a matar.<br /><br />JB abrió la puerta de golpe. <br /><br />- Que Irina se ha dejado la mochila.<br /><br />Irina miró su mochila, colgando de la mano de Be2, y nos echó una mirada asesina.<br /><br />- Si tú abres mochila de Irina...<br /><br />-...Irina mata- voceamos todos. Y nos dio tanta risa que hasta Irina sonrió.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-1583485045955248142010-11-22T00:52:00.000-08:002010-11-22T01:01:21.553-08:00Las cosas de la churraEsta mañana una compañera del trabajo me ha contado que su prima ha tenido un bebé negro. Nada de negrito, color ligeramente oscurito, café con leche, ni chocolateadito. No, el bebé por lo visto es negro como el culo de un grillo. Muy mono, eso sí. El escándalo, lo que tiene a su prima y al marido lloriqueando todo el día, viene del hecho de que ambos sean de raza blanca. “Pura raza blanca” decía mi compañera. “Fijo que tan pura no era”, he dicho yo, y entonces ella me ha mirado suspicazmente y ha respondido como si fuera gallega. “¿Cómo lo sabes? ¿Te lo he contado ya, o conoces a mi prima?” Le he dicho la verdad: que no tenía ni idea pero que, descartada una posible infidelidad de su prima (si no, no sé a qué tanto lloriqueo en amor y compaña, si hubiera habido desliz en lugar de lágrimas me habría hablado lo menos de gritos, rayos, y centellas), la única posibilidad estaba en algún antepasado de origen oscuro, literalmente. Mi compañera me ha mirado como si yo fuera House, ha hecho un ruidito parecido a “ummm” y se ha puesto a hablarme de los antepasados cubanos del marido de su prima, momento que yo he aprovechado para desconectar de una historia previsible y pensar en guisantes. Mira que me gustan los guisantes. En todos los sentidos. En ese momento me di cuenta de que en el huerto tenemos plantadas dos variaciones de guisantes pero ambos de color verde. Um... creo que hasta ahora no les he hablado del huerto. Bueno, relájense, que no voy a hacerlo (de momento) aunque todo se andará. Yo que siempre había querido sembrar guisantes de colores y ponerme a hacer experimentos con ellos, y a la hora de la verdad solamente hemos puesto de color verde. Vale, ya sé que no iba a ocurrir, pero me hacía ilusión la idea de cruzar guisantes amarillos y verdes y esperar el nacimiento de nuevos individuos a cuadritos, así tipo burberrys. Molaría, anda que sí! Quedarían unos platos la mar de curiosos. Claro que para eso lo menos hay que ser monje agustino y vivir en un sitio frío e inhóspito, por no decir mortalmente aburrido, en el que la mayor distracción posible sea jugar a las mamás y a los papás con plantas. Yo, que encima tengo serios problemas de atención, me he dado cuenta de que a lo más que llego es a mirar fijamente las matas un rato como si así fueran a crecer más, y a intentar calcular si tendremos suficientes guisantes para todas las comidas que quiero hacer con ellos. Lo de los experimentos genéticos con leguminosas, por muy tentador que me resulte, de momento lo tengo aparcado. Además, no tengo más que mirar en casa a mis “guisantes” particulares para ver que, efectivamente, las características se transmiten genéticamente. Pero todas, eh, todas, desde el color de los ojos hasta la forma de coger el tenedor, la risa, la forma de caminar, las manías en la mesa, etc. Y es verdad que heredan todo, lo bueno y lo malo, aquellas cosas nuestras de las que nos sentimos íntimamente orgullosos, aquéllas (NOTA: aquí quiero hacer patente mi descontento con las nuevas normas de acentuación pronominal de la RAE; eso y lo de la ye no me gusta ni medio pelo, así que yo seguiré utilizando las tildes donde siempre ha habido que ponerlas igual que, cuando me pongo a ello, el que me sale es el padrenuestro antiguo, el de mi infancia, que por otro lado es el único que me sé) que nos hacen levantar la ceja en un gesto recriminatorio, y aquéllas que si en el progenitor nos resultan sorprendentes, en el vástago no podemos ni creernos. Mis “guisantes” tienen herencias para poner en todos los apartados, sobre todo en este último. Para no aburrirles, simplemente mencionaré la capacidad de JB para atraer a los frikis que sus hijas han heredado. Y para demostrar que la raza mejora, ellas tienen un radar mucho más amplio. Pongamos que si JB atrae a los frikis a diez kilómetros a la redonda, ellas lo hacen como a cien o doscientos kilómetros. O incluso más.<br />Y JB no, pero ellas me los traen a casa.<br /><br />Anteayer, por ejemplo, volví a casa de un seminario en IKEA (sin comentarios ni risitas, eh, que les conozco) y me encontré la casa llena de adolescentes. Por un lado, Madagascar estaba haciendo un trabajo de no-recuerdo-qué asignatura con Kevin, Lidia, y Uli (bueno, en realidad el trabajo lo hacían Mada, Lidia, y Kevin, que Uli está escolarizado en casa, él es así de chulo); por otro lado Kenya se había traído a unos amigos de la facultad para hacer un trabajo de lingüística comparada, o algo así. <br /><br />Cuando llegué ví que entre los cuatro se estaban zampando unas cuantas tabletas de chocolate, con la inestimable ayuda de Bruno. Kevin tenía la cara como descompuesta y me alarmé un poco.<br /><br />-Anda que... os estáis poniendo ciegos a chocolate. ¿Cómo no has sacado otra cosa para merendar?<br /><br />-Es que como Uli es vegetariano... no iba a ponerle un bocadillo de jamón o así. <br /><br />El vegetarianismo de Uli les sirve como excusa para todo, me temo.<br /><br />-Ya... de jamón no, pero de queso sí que podías, que habría sido mejor que el chocolate.<br /><br />-Bah! Qué más da?<br /><br />-Si Kevin no fuera diabético pues sí daría igual, Mada, daría igual, pero mírale, si yo creo que le está dando algo.<br /><br />Kevin tenía la carita ligeramente desencajada. Le quité un trozo de chocolate que tenía en la mano y se lo metí a Bruno en la boca. Ulises se echó a reir.<br /><br />-Qué va, Gin, si ahora está bien. Tenías que haberle visto antes, juá.<br /><br />-El chocolate se lo hemos dado para reanimarle- se defendió Madagascar –Y la culpa la ha tenido Lidia.<br /><br />Ahí me eché a temblar, que Lidia es tremenda. Lidia en cambio se encogió de hombros y siguió zampando chocolate tan pimpante.<br /><br />-Venga, Lidia, pregúntale a Gin- dijo Uli con la boca llena de chocolate.<br /><br />Miré a Lidia con cara de interés.<br /><br />-Gin, ¿tú sabes si a los chicos se les puede dormir la churra? Digo, igual que se nos duermen las piernas, que luego se te ponen así como si te corrieran hormigas por dentro.<br /><br />Madagascar y Uli estallaron en carcajadas. Bruno sonrió ampliamente enseñando los dientes llenos de chocolate. Yo me reí también.<br /><br />-Gensanta, Lidia...! <br /><br />Desde luego, esta chica es sorprendente. Kevin tenía la carita como si le fuera a explotar el cerebro. La verdad es que le entiendo perfectamente. Yo estaba todavía, ahí, intentando recolocar las neuronas, cuando Lidia me miró interesadísima.<br /><br />-Ay, mira, ya que estamos, otra cosa, Gin... emmm... a ver... ¿los rubios y los pelirrojos tienen los pelos de la churra rubios y pelirrojos, o los tienen negros como los tenemos todas?<br /><br />Madagascar y Uli volvieron a carcajearse, que a Uli le saltaban lágrimas y todo. Kevin bajó la cabeza moviéndola ligeramente. Lidia nos miró a todos asombradísima.<br /><br />-¿Qué pasa??? ¿Qué? ¿Eh? ¿Qué pasa? ¿No me va a contestar nadie, o qué? Que no lo sabéis, ¿no? ¿no?<br /><br />Yo salí del salón riéndome seguida por Bruno.<br /><br />-Pst... mamá... ¿qué es la churra?<br /><br />Suspiré. Bruno tiene la cualidad de incorporar a su vocabulario las palabras más raras, las más incorrectas; ésas que los demás utilizamos a modo de divertimento él las utiliza con toda normalidad, convencido además de que son las que corresponde. Así, llama faluendas a los faros del coche, y dice fotohigiénico y altercalar. Me resigné a la idea de que a partir de ahora no tendría pene si no churra, hasta que apareciera otro término peor.<br /><br />-El pene, Bruno, el pene, es que Lidia no es muy fina hablando, ya lo sabes.<br /><br />-Aaaaaaaaaah!<br /><br />Bruno cerró la boca, se estiró el elástico de la cinturilla del chándal con las manos, con lo que se le cayó un trozo de chocolate por dentro del pantalón, y se lo miró pensativo.<br /><br />-Pst... mamá... ¿y se me puede dormir???<br /><br />Ante su carita de preocupación contuve la risa, pero odié profundamente a Lidia.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-89429779254524739502010-11-15T05:02:00.000-08:002010-11-15T05:07:14.780-08:00Café y compañíaRrrrrrrun... rrrrrrrrun... ññññññññññññññ... pof! (el camión de los congelados acaba de aparcar delante de mi puerta)<br /><br />Prrrrrr...Prrrrr... (telefonillo)<br /><br />- ¿Quién es?<br /><br />- Pilaaaaaaaar...??? (voz de barítono muy cascado por la vida, rara, muy rara para Pilar pero quién soy yo para calibrar los estragos de los resfriados en las gargantas ajenas, si la semana pasada yo misma parecía Darth Vader)<br /><br />- Hola Pilar, dime.<br /><br />- No soy Pilar! (el barítono parece ofendidísimo)<br /><br />- Ah! Yo pregunté quién era y contestó Pilar.<br /><br />- No, que estoy buscando a Pilar.<br /><br />- Vive en el número doce.<br /><br />- Pues eso.<br /><br />- Sí, pues eso. Éste es el catorce.<br /><br />- El doce... (voz así como sumamente pensativa, como si acabara de comprender el misterio de los agujeros negros) ¿Y el doce?<br /><br />- Justo al lado de éste.<br /><br />- ¿O sea que éste no es el doce?<br /><br />- No, mire, el doce es otro número distinto, es el que lleva un uno y un dos.<br /><br />- Ah! Y éste ¿cuál es, que no lo veo?<br /><br />- (Suspiro) Éste es el catorce, el uno con el cuatro es el catorce.<br /><br />- Vale, vale, pues llamo al otro, porque será el otro botón ¿no?<br /><br />- (Suspiro más hondo motivado por el hecho de que SOLAMENTE hay dos botones, en uno de los cuales pone 12 y en el otro 14) Sí, efectivamente, caballero, es el otro botón.<br /><br />- Anda! Sí que es el catorce. Jejejejeje. Es que no lo veía porque tenía el dedo encima. Jejejejeje. Entonces “apreto” el otro ¿no?<br /><br />Prrrrrrr... Prrrrr..... (y así hasta diez veces en el telefonillo del vecino)<br />Prrrrrr...Prrrrr... (de nuevo mi telefonillo)<br /><br />- ¿Sí???<br /><br />- Que Pilar no está.<br /><br />- ...<br /><br />- ...<br /><br />- ¿Y...???<br /><br />- Que qué hago.<br /><br />- ¿Me lo está preguntando a mí???? <br /><br />- Claro, a ver a quién se lo voy a preguntar, si su vecina no está.<br /><br />- Y yo qué sé, haga lo que le parezca.<br /><br />- Es que me habíamos quedado a las seis y a ver qué hago yo ahora.<br /><br />- Hombre... teniendo en cuenta que son las cuatro tiene usted dos horas para irse, hacer lo que sea, y volver.<br /> <br />- No, no, que el resto de las entregas está en otra ruta; si me voy no vuelvo hasta otro día.<br /><br />- Pues espérela, qué quiere que le diga.<br /><br />- (Voz abatidísima) Eso tendré que hacer, esperar.<br /><br />Prrrrrr...Prrrrr... (telefonillo, escasamente dos minutos más tarde)<br /><br />- Sí! (este hombre no sabe que yo de paciencia voy fatal, el pobre)<br /><br />- Que... ¿me va a dejar aquí?<br /><br />- ¿Cómo???<br /><br />- Que si me va a dejar aquí en la calle esperando dos horas. Encima que su vecina no está.<br /><br />- A ver, mire, que no es mi problema que usted haya llegado dos horas antes y mi vecina no esté. A mí me deja y se busca la vida. A ver si ahora va a querer que le invite a un café y todo.<br /><br />- Hombre... pues a esta hora es lo que pegaría. Y charlamos.<br /><br />- (El asombro me deja sin habla, así que pausa larguísima)<br /><br />- ¿Sigue usted ahí?<br /><br />- (La pausa continúa)<br /><br />- Señora... señoraaaaa... vuelva!!!<br /><br />Todavía estoy intentando volver, palabra, pero el asombro no me deja.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-971857903374657962010-07-16T14:19:00.000-07:002010-07-16T14:20:15.818-07:00Pero mala remalaÉrase hace muchos, muchos años (muchos pero no tantos, arpías) que existía una época del año maravillosa llamada “vacaciones de verano” que comenzaba un día que tu madre empezaba a sacar de un cajón bañadores y ropa del año anterior para que te la probaras. Como todos los años habíamos estirado (en mi caso a lo alto y a lo ancho, snif) tocaba salir de tiendas para reponer urgentemente el bañador de espuma (de la lycra nadie sospechaba siquiera que existiera), los pantalones cortos, media docena de camisetas, y las bambas, que siempre eran marca “La tórtola” en lugar de las “Victoria” que llevaban las pijas, y que a mediados de septiembre lucían unos boquetes tremendos por los que nos asomaban los deditos. Al principio mi madre sacaba también los flotadores, que eran de una goma gordísima de color azul (azul los nuestros, que los había también amarillos y naranja, pero esos eran horrorosos) que te dejaba el cuerpo desollado vivo con lo que sólo por no ponértelo aprendías a nadar en cuatro días. Eso sí, no había narices de pinchar aquellos flotadores de ninguna manera así que me sorprende que no estén todavía por mi casa. <br /> <br />Las vacaciones comenzaban, pues, con gran despliegue de compreteo y seguían su cauce habitual en el cual cada uno interpretaba fielmente su papel, que en nuestro caso se limitaba a pasarnos las doscientas cinco horas del viaje preguntando “¿cuánto falta?” y “¿falta mucho?” de forma alternativa. Aquéllos eran viajes de alto riesgo. De entrada invertíamos cerca de ocho horas en hacer un viaje que ahora nos ventilamos en menos de cuatro horitas, así que salíamos de casa sobre las 6.30 de la mañana por aquello de no coger calor, una tontería porque tardando ocho horas cogías calor salieras a la hora que salieras y te empeñaras o no en tapizar todas las ventanas del coche con toallas, que era peor el remedio que la enfermedad porque para que se sujetaran había que llevar las ventanillas cerradas y como el aire acondicionadosólo existía a-condición de que soplase pues hala, todos sudando la gota gorda horas y horas. Claro, sí, había que tener muchas ganas de vacaciones para chuparse 500 kms. conduciendo a un máximo de 80 por hora y teniendo que vigilar todo el rato los posibles calentones del motor, sobre todo cada vez que subíamos un puerto de montaña, y nosotros teníamos que pasar así como cuatro. Pero si los conductores y copilotos merecían una medalla imagínense lo que era ser niño en aquellas circunstancias, que lo que te tocaba era ir dando la tabarra todo el camino con el considerable riesgo de que te abandonaran en un arcén, te tirasen por la ventana o, lo que era peor, te cayera un guantazo o varios, que una vez que se calienta la mano es difícil parar.<br /> <br />Echo de menos aquellas vacaciones. En realidad lo que echo de menos es mi papel en ellas, o sea, yo no tenía que preparar nada. Porque se lo crean o no, preparar las vacaciones es un estrés que te mueres. Yo no sé si es que la misma energía pre-vacacional que despedimos provoca una especie de conjunción cósmica que hace que si algo puede estropearse justo antes de las vacaciones, se estropee. Y si pueden ser varias cosas, mejor. En mi caso los desastres llevan unas semanas avisando de a poquito. Por ejemplo, hace unos diez días el microondas se puso chulito y no tuvo más ocurrencia que echarme un pulso a ver quien ganaba sin saber que no iba a poder conmigo, con lo que se consiguió un fantástico pase al basurero (o al menos al punto limpio que es donde se dejan los cadáveres de los cacharros estos) y fue sustituido por un micro nuevo, más grande, más potente, más bonito, y más dócil. Después fue el coche el que empezó a hacer ruiditos extraños y a enseñarme por todos lados luces de varios colores que yo no sabía ni que tenía. Y cuando volvía de dejar el coche en el taller, la lavadora me escupió dos cubos de agua extrañamente pestilente por el boquete del filtro, después de haber reventado convenientemente dicho filtro, claro. Yo todavía no me explico dónde narices estaba guardada esa cantidad de agua, y qué tenía para oler así, que al principio yo estaba segura de que iban a empezar a salir trocitos de algún animal en pleno proceso de descomposición. Tampoco me explico qué eran los extraños pegotes negros que salían mezclados con el agua, y eso mejor no saberlo nunca, que se me dispara la imaginación, y luego vomito y me pongo malísima. Todo esto, recordemos, a dos días de irme de vacaciones a tierra de lobos con la pandilla de adolescentes en pleno, que no sé por qué me dejo yo engañar.<br /> <br />Ayer por la mañana recogí el coche del taller después de escuchar estoicamente las explicaciones del mecánico que se empeñaba en contarme que al principio pensaba que los ruidos eran culpa de la sinembló pero luego resultó que no. Yo, como ya conozco a la sinembló, le miré sin pestañear y le fastidié el juego porque no le pregunté qué era, que es lo que él estaba esperando. Es que les gusta eso, eh, soltar una explicación incomprensible y que tú preguntes “pero ¿eso qué es?” para mirarte con cara de infinita conmiseración y contarte que hay un tornillo suelto como si te estuviera explicando la fisión nuclear. Con todo, igual que los albañiles y fontaneros me inspiran un recelo de proporciones casi cósmicas, los mecánicos me caen bien. Sobre todo desde que un domingo, justo antes de volver a casa después de un congreso, la tapa del delco (¡sí, existe!) estalló en mil trocitos y me vi tirada en medio de la plaza de Cáceres, y entonces apareció el señor Antonio, que me hizo un apaño con unos trapos y me llevó a su casa donde su señora me preparó un bocadillo para el camino y le obligó a llamarme cada media hora para comprobar que todo iba bien. Y no sólo eso sino que tuve que jurar que le llamaría en cuanto llegara a casa, que había que ver la cara de JB cuando me escuchó hablar por teléfono y me preguntó con quién hablaba. Bueno, pues ayer el mecánico se quedó sin contarme lo que era la sinembló (que a mí me caerán bien pero una vez que sé de qué va una pieza no me gusta que me lo repitan, quiero historias nuevas) y yo cogí el coche y me planté en el pueblo tan contenta. <br /><br />El contento me duró lo que tardamos JB y yo en intentar llegar a Fuengirola, porque fue salir del pueblo y volver a encenderse la bonita luz amarilla que anuncia siempre lo peor. Y entonces al coche le dio por ponerse en plan dama de las camelias y a ralentizar la velocidad de forma lánguida, así como si se estuviera desmayando. Y se desmayó. Y nos dejó tirados de mala manera, que me estuve acordando de la madre que parió a la sinembló mil pares de veces. <br /><br />Volvimos caminando a casa, cuesta arriba y a pleno sol y cuando llegamos me dispuse a tomar una ducha fresquita. “¿Están todavía los obreros por aquí?” pregunté entrando en el cuarto de baño. “Estamos aquíí” contestaron los susodichos a coro “pero no miramos, puedes mear tranquila”. Esto último lo dijo una voz que salía de una cabeza que asomaba levemente por el boquete del cuarto de baño pero me importó un pepino si miraban o no, yo solamente quería ducharme. Como desde que los obreros pegaron el pepinazo en la pared del baño tenemos un boquete permanente, no hacen más que entrar bichos, así que no me había extrañado nada encontrar dos días antes una salamanquesa medianita de color blanquecino en medio del cuarto de baño. Paquita la he llamado. Me da una pena tremenda porque cada vez que me ve se asusta muchísimo y se pone a temblar pero me da que debe ser un poco torpe porque no encuentra un escondite apropiado y siempre me la encuentro: sobre el papel higiénico, junto al cepillo de dientes, acurrucada en mi toalla de baño… Descartada la sugerencia de Cacique de machacarla a golpes y tirarla a la basura (¿cómo voy a matarla si me encantan, son medio primas de las salamandras, y llevo una tatuada en una pierna?) he optado por dialogar con ella. En realidad monologo porque hasta la fecha no me ha contestado ni mú. Ayer Kenya me pilló dándole varias razones por las cuales mi toalla no es el mejor sitio para vivir y me llamó friki. Menos mal que Bruno estuvo al quite y le dijo que más friki es ella, que charla con el pescado cuando lo pongo a descongelar en el fregadero. “Al menos ella habla con seres vivos” dijo Bruno. “Bah, para lo que le contestan…” Total, que allí estaba yo en el baño, siendo discretamente no-observada por los obreros, y peleando con una salamanquesa por la posesión de la toalla, cuando algo hizo “paf” y se apagaron todos los aparatos eléctricos de la casa. Paquita se dio un susto tan grande que se cayó en el bidé y se ha tirado allí toda la noche, que como se le resbalan las patitas no puede salir. Y yo a punto estuve de ponerme a llorar sólo de pensar en la cantidad de cosas que podían haberse escacharrado pero me fijé en que el apagón había sido general en el pueblo. Que cansada estoy de preparar las vacaciones. Menos mal que mañana me marcho porque si no creo que no llegaría al final.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-15917461335700857592010-07-09T04:40:00.001-07:002010-07-09T04:40:44.584-07:00He debido ser muy mala en otra vidaLlegaron anteayer y ayer ya quería matarles a todos con la muerte más dolorosa que se pueda imaginar. Y todavía les quedan al menos tres semanas. No sé, creo que esto terminará en tragedia.<br /><br />Todo empezó hace ya nueve meses. Un día el cielo se cubrió, empezó a llover salvajemente, y no paró de llover en seis meses. Unos días llovía más fuerte y otros de una manera todavía más brutal, pero durante seis meses estuvo cayendo agua en ésta que llaman “Costa del Sol”. Al principio todo iba más o menos bien. Yo había desenterrado del vestidor las botas de agua y asumí sin complejos un look un poco Isabel II de Inglaterra de vacaciones en Balmoral. Sólo omití los horribles perrillos esos ratoneros que lleva siempre alrededor y el bolsito colgado del antebrazo. Ambas omisiones fueron por motivos obvios, a saber: los perrillos porque no los tengo y no los tendría ni loca, y el bolsito porque hay que ver que cosa más incómoda y más fea, por Dios. Dado que entre las botas de agua, la gabardina, y un paraguas de golf que compré el año pasado no me mojaba ni medio, que lloviera no me importaba mucho. Es más, me gusta la lluvia, me encantan las tardes lluviosas, ésas de chimenea, librito, tele, té, madalenas, bizcochitos, galletas digestive... Claro, eso me gusta pero moderadamente, o sea, cuando llevas ya dos meses así empiezas a aborrecer hasta los bizcochos y comienzas a sustituir el té verde por lingotazos de coñac para sobrellevar tanta agua. Hasta que un día entré en el vestidor a buscar la ropa para el día siguiente y vi unas extrañas manchas en el techo. Eran como las caras de Belmez pero en versión marciana, o sea, de color verde así como en un tono entre pistacho y melón temprano. Ahí me alarmé y me dediqué a controlar su expansión y la posible aparición de nuevos manchurrones. Y efectivamente, al poco todos los techos del piso de arriba se volvieron de color verde que te quiero verde, y empezaron a brotar unas colonias de mohos capaces de producir penicilina para controlar las epidemias del tercer mundo durante diez años. Yo entiendo que igual es verdad que soy una histérica (que no lo soy ni de coña) y que puesta a ser alarmista yo lo soy a lo grande, pero también hay que entender que NO soy Bob Esponja ni Miss Marihache y NO quiero vivir en Hogar Dulce Piña bajo el mar como la Sirenita, y eso de encontrarme con que mi casa está siendo poseída por el espíritu del agua pues como que no me moló nada. Pero lo que se dice nada; como que me entraron ataques de ansiedad hasta el punto de inspeccionar periódicamente a los niños buscándoles brotes de escamas y branquias, y una vez incluso creí verle a Bruno membranas interdigitales en los piececillos. Con todo, todavía estaba por venir lo peor. Y lo peor fue el diagnóstico del técnico que vino a ver cómo arreglar aquello. La solución: quitar las tejas, impermeabilizar de nuevo el tejado, poner tela asfáltica y no sé qué más historias, y retejar con unas tejas nuevas de hormigón más feas que la mar pero que son tan resistentes que se puede caminar tranquilamente por el tejado sin miedo a que se rompan (“mmm... perfecto... porque eso lo hacemos todas las noches, subir la familia entera al tejado a ver la puesta de sol”, lástima que la ironía de Kenya resbalara por el cerebro del técnico como si le hubieran echado aceite johnsons). Eso, y luego pintar la fachada con una pintura que parece goma, arreglar las paredes interiores y pintarlas, y volver a bañar con resina el cemento impreso del jardín. El técnico hablaba y yo iba por un lado sumando dinero y lo más peligroso de todo, sumando tiempo de convivencia doméstica con obreros, pintores, y demás hierbas. Cuando terminó no sabía si lanzarme por la balaustrada del jardín (el jardín está como tres metros por encima del nivel de la calle), liarme a lanzar alaridos y arrancarme los pelos de la cabeza como si estuviera poseída, o dejar la mente en blanco. Al final opté por lo último mientras JB, con toda la tranquilidad del mundo, y los ojos brillantes por la perspectiva de una obra (cómo le gusta a este hombre tener albañiles en casa, es casi una perversión) procedía a contratar la obra en firme. Como eso fue hace casi cinco meses yo me olvidé. Sí, era algo que había que hacer, pero en un tiempo lejano. Lo malo del tiempo es que pasa, tú te crees que no pero pasa, y encima pasa corriendo, y así, sin ser yo consciente de ello, llegó el Día D, que fue anteayer.<br /><br />Anteayer cojo el autobús para el pueblo, como todos los días, y nada más bajarme del autobús, desde la carretera, veo dos figuritas sobre el tejado de mi casa. Me estremecí levemente y recordé que algo de eso había comentado JB el día antes, pero ni haciendo esfuerzos conseguí recordar lo que había dicho, y es que mi mente tiene una portentosa capacidad (y autonomía, que lo decide ella sin que yo se lo mande) para olvidar piadosamente lo que no me apetece archivar. Entré y rodeé la casa por el jardín hasta llegar a la parte de atrás, y efectivamente, tal y como me temía, allí estaban ellos, agachaditos enseñando medio culo cada uno, que yo no sé cómo lo hacen pero se pongan lo que se pongan acaban siempre con el pantalón mucho más debajo de lo que mis ojos preferirían. Debe ser una asignatura de los módulos de la FP: “enseñar constantemente la hucha”; y estos habían sacado matrícula de honor, que aquello en vez de hucha parecía el Banco de España. Miré el tercer culo (éste entero y muy familiar) y saludé a Cristo, que estaba encantado dándoles conversación. Me identifiqué como la dueña de la casa, cosa que pareció imponerles un pimiento, y me fui a comer arrastrando a Cristo. Y el día acabó bien. Más o menos. Pero me acosté con el alma llena de oscuros augurios, que dirían los poetas griegos.<br /><br />Ayer llegué a casa toda pizpireta, contentísima porque estrenaba vestido y me veía supermona monísima, y me crucé con los albañiles que se iban en un todoterreno. Me extrañó porque me miraron con expresión huidiza, así como si hubieran hecho algo malo, más con menos con la misma cara que le pone el perro a JB cada vez que le da por desenterrar plantas (al perro, claro, JB es el que las planta y se mosquea cuando el otro las saca). Pero estaba tan contenta que no eché mayor cuenta y entré en la casa como en estampida diciendo “voy a hacer pis, que me vengo meando (a ver, qué quieren, cada uno en su casa habla como quiere), y preparo la comida”. Me extrañó el coro de gritos de “noooo, noooo, no entres al bañoooo”, y contesté “claro que entro, que me meo” mientras abría con ímpetu la puerta y me quedaba petrificada, como si fuera de escayola al ver justo debajo de la venta un boquete rectangular del mismo largo de la ventana y un palmo de alto, y todo lleno de cascotes: suelo, váter, lavabo... había piedras hasta en el vaso donde guardo la prótesis mandibular para dormir. “No dice nada” susurró Bruno segundos antes de que yo comenzara a dar alaridos. “Pero... pero... ¿pero esto qué es lo que es????” Subieron todos y JB me miró sin inmutarse por los gritos. “Nada, que estaban quitando las tejas del alféizar y dicen que la pared era muy fina y muy mala y se ha roto”. “Pero... pero... pero... si aquí no tenían ni que tocar”. Yo notaba que empezaba a hiperventilar. “Mira la vena, mira la vena!” susurró Madagascar a Bruno. “Hala, es verdad, tenías razón, le va a reventar” contestó él en el mismo tono. “La verdad es que la vista desde aquí es de lo más chulo”, Cristo había vuelto a subirse al tejado y la combinación de ventana más boquete nos ofrecía una perspectiva enmarcada de sus partes nobles. JB me pasó la mano por el hombro. “Venga, mujer, ¿por qué no te vas una semana de vacaciones?” “O tres”, apuntó Kenya. <br /><br />Me pasé el resto de la tarde esperándoles para liarles una pajarraca pero no vinieron, los muy cobardes. Hoy se enteran.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-29659599426612091202010-04-13T04:55:00.001-07:002010-04-13T04:55:48.796-07:00IluminaciónTras el divorcio todo se volvió oscuro, llovía constantemente, los precios subieron, dejó de llevarse el malva, “su” color, y hasta las bombillas de la casa parecían más mortecinas. Un mes después de firmar el acuerdo reparó en el nuevo establecimiento del barrio y pensó que le vendría bien un cambio de imagen. Al terminar se sorprendió. En vez de las mechitas discretas que había pedido, la mujer del espejo lucía un rubio luminoso y brillante. Se sintió llena de luz y pensó que la lluvia le permitiría lucir la gabardina roja espectacular que vendían en la tienda de enfrente.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-39044328832214155022010-03-30T04:59:00.000-07:002010-03-30T05:07:13.042-07:00CeeseíA los seis años Madagascar se negó a aprender a leer. Durante los tres años anteriores se había dedicado con ahínco a hacer todas las tareas escolares que le mandaban, a saber: pegar bolitas de papel arrugado en cartulinas de colores, modelar muñecos de plastilina para aplastarlos después con entusiasmo, hacer collares de macarrones, morder a los compañeros (esto no había mucha falta que se lo dijera nadie), pintar con los dedos, etc. Incluso había aprendido números y letras, y sabía firmar todos sus dibujos (excepcionalmente buenos, por cierto) con su nombre completo, que ya tiene narices. Pero al llegar a primero de primaria se declaró en huelga de neuronas caídas y no hubo manera de que aprendiera a leer. Y al principio se limitó a no aprender ella pero al poco, escandalizada por la actitud colaboracionista de sus compañeros quienes se pasaban el día leyendo que sus mamás les mimaban, se dedicó a entorpecer el desarrollo intelectual de los demás niños por el simple procedimiento de entretenerles paseándose sin parar por la clase charlando y cantando. Tras un durísimo interrogatorio (en el que bastó una sola pregunta) nos miró y confesó que la razón de no querer aprender a leer era que no quería crecer, que ya había visto que en el colegio de los mayores se pasaba mucho peor que en el de los niños chicos porque era muchísimo más aburrido. La niña lo explicaba con tal claridad y lógica que descubrí a su padre asintiendo con la cabeza con tanto entusiasmo que tuve que darle un pisotón para arrancarle de la infancia perdida y devolverle a su actual status de padre responsable y preocupado por el proceso de aprendizaje de sus pollos. Le planteamos a Madagascar la posibilidad de sacarla de su curso y devolverla al fascinante mundo del corta-pega de los niños de tres años. Echó un vistazo a sus posibles futuros compañeros, y se lo pensó un momento antes de decir que no. Ella quería no crecer, no pasarse el día rodeada de niños mucho más pequeños que ella (y llenos de mocos hasta la barbilla, con el asco que le han dado siempre, que es ver un moco y vomitar como la niña del exorcista) y parecer Gulliver en Liliput. Así que suspiró resignada y aprendió a leer en una semana, y dedicó al ejercicio de la lectura el mismo entusiasmo que antes había dedicado a boicotear las clases. <br />Desde entonces no habíamos vuelto a tener problemas hasta que se ha aproximado a un curso en el que tiene que tomar la decisión de elegir qué asignaturas quiere cursar el año que viene. Hombre, dicho así suena muy solemne pero en realidad la elección se limita básicamente a ciencias o letras. Dada la evidente incapacidad que manifestamos todos los miembros de la familia para realizar cualquier operación numérica parecería lógico que Mada se decantara por las letras. Pero como esas cosas las carga el diablo de momento nos limitamos a esperar su decisión sin presionarla, vaya sin siquiera sugerir nada. Al día de hoy dice que quiere ser intérprete y traductora de japonés, aunque duda un poco por aquello de que el sushi no le gusta ni medio pelo y tiene claro que para aprender japonés tendrá que vivir allí unos cuantos años. Ella duda un poco pero sus compañeros de curso, en cambio, lo tienen todos decidido. El noventa por ciento de los niños quieren ser futbolistas, el nueve por ciento detectives, y el uno por ciento restantes “lo mismo que mi padre” sin que hasta la fecha hayamos podido enterarnos de a qué se dedica el susodicho padre porque ni el mismo niño ha sido capaz de explicárnoslo. En cuanto a las niñas, hay un amplio porcentaje que quiere dedicarse al diseño de ropa (siempre y cuando sean famosas, ellas claro, no las usuarias de sus diseños), algunas quieren ser peluqueras, en un derroche de coherencia una quiere ser “médico o nadadora”, y otra “criminóloga canina”. A mí lo de la médico que nada no me llama mucho la atención pero la elección de ser criminóloga canina me tenía francamente asombrada hasta que nos explicó que en realidad quería ser o veterinaria o criminóloga y que había pensado que igual podía ser las dos cosas. Y andábamos comentándolo cuando Kenya, que se había pasado la mañana en una jornada de puertas abiertas en la universidad, nos informó de que a partir de ahora se puede estudiar criminología. Nos lo contó muerta de risa porque todos los alumnos de su curso habían decidido que querían hacerlo y de momento solamente hay 60 plazas. Claro, es lo que tiene pasarse el día viendo series como “Bones” o “CSI”, que te lo crees y te imaginas que vas a pasarte el día solucionando crímenes a partir del análisis científico de medio escupitajo fosilizado que te encuentres en el escenario de un robo. Y no. Que no, vaya, que no. Que luego las cosas no funcionan así.<br />Hace unas semanas, por ejemplo, estuvimos en Torremolinos en la presentación del libro de un amigo. Nos juntamos un puñao de gente y como el acto fue muy divertido decidimos ir a cenar todos juntos. Ahora que lo pienso la culpa de todo la tuvo la climatología, porque si hubiera hecho una noche buena, de ésas en las que no te importa caminar un poco, habríamos encontrado un sitio más apañao, pero como hacía un frío capaz de congelar a un pajarito en pleno vuelo, nos metimos en el primer local que encontramos, que resultó estar casi puerta con puerta con el local de la presentación.<br />Ya de entrada a mí me pareció un sitio un poco raro, así como todo desconchado y rotillo, pero algunos de los que venían dijeron que habían estado otras veces y que se comía bien así que pensé que se podía perdonar la cutrez. Nos acomodamos los 25 en una mesa larga, como de boda, y empezamos a pedir. Cada vez que decíamos un plato el camarero (porque sólo había uno) suspiraba y bajaba la cabeza murmurando “sí... sí...” pero sin apuntar ni nada, lo cual era un poco raro porque dado que éramos 25 personas nos liamos todos a pedir cosas de lo más variopinto. Ya nos pareció un poco extraño que trajera 20 copas de vino y al resto le pusiera vasitos cutrones de duralex, y más raro todavía que cuando le preguntamos por qué no traía más copas respondiera lacónicamente “es que no tenemos” mientras levantaba los ojos al cielo que parecía que le iban a dar vuelta a la cabeza. Luego empezó a traer, poco a poco, platitos de postre con muestras de lo que habíamos pedido: cuatro croquetas, tres medias patatas asadas, dos huevos rellenos partidos por la mitad adornados con algunos hilos de lechuga... y cada vez que dejaba un platito en la mesa murmuraba “ayquépenamáhgrandediohmío” que parecía que les estaba quitando las croquetas de la boca a sus hijos. Al principio nos repartimos la comida pensando que en cualquier momento sacarían la cena de verdad pero cuando fue evidente que el camarero no iba a sacar nada más para comer, nos peleamos como lobos (educados, pero lobos) por las croquetas y las medias patatas. Yo fui afortunada porque aunque no pillé croquetas (JB fue muchísimo más rápido que yo, el jodío se comió dos) me hice con media patata asada y un currusquillo de pan del día anterior y me tiré un rato largo entretenida royéndolo. El camarero estaba quitando platitos cuando Eli volvió del lavabo. “No veas, Gin, hay en la pared del baño un boquete por el que cabe un rinoceronte, una cosa mala”. El camarero fue oirla y redoblar los quejíos, que no paró hasta que conseguimos sonsacarle que la noche antes habían entrado a robar en el restaurante. “Nos han robao todo, y lo que no han robao lo han roto, las copas, tó. Habíamos decidido no abrir hoy y por eso no tenemos de ná, ni pan, pero como habéis llegado tanta gente...”<br />Claro, normal, había que hacer algo de caja para recuperar. “¿Y qué ha dicho la policía?” “No, si lo que estamos es esperando a que venga la policía científica ésa, para tomar huellas”. Eli y yo le miramos con incredulidad. ¿Huellas? ¿huellas? Pero si éramos veinticinco personas tocándolo todo, moviéndonos por todos lados, entrando la lavabo... “Sí, sí, usted no se preocupe que el ceeseí de aquí lo va a averiguar todo”. Yo tuve que volver la cabeza porque Eli lo dijo toda seria y a mí se me salía la risa pensando en la escena del crimen tan manoseada que se iba a encontrar la policía. “Ay, quépenamahgrandediohmío!”. Diga usted que sí.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-22705655686061547122010-03-09T03:45:00.000-08:002010-03-09T03:49:00.163-08:00El hombre sin gracia (es que ni para hacer un cumplido, vaya)Llega buscando a un informático y, como éste está hablando por teléfono, decide hacer tiempo pululando por los despachos cercanos así que se asoma como con desgana al despacho de Ginebra, que por un error totalmente imperdonable tiene la puerta abierta, y saluda. Ella le mira de refilón, y saluda también sin dejar de mirar la pantalla del ordenador. “Qué bien estás aquí, eh”. Ella responde “Ajá” sin mirarle. “Con tanta luz...”. “Ajá”. Él (que no sabe que ella no soporta que hagan eso) pasea por el despacho cotilleándolo todo y se fija en la foto que tiene colgada en el corcho, una foto de desmelene de la única comida de la empresa a la que ella ha asistido en toda su vida. Hace otra cosa que ella no soporta: se acerca mucho a la foto, barriendo uno de los cubiletes de los bolígrafos con el abrigo, y columpiando la bufanda por delante de la pantalla del ordenador, y la estudia atentamente mientras se lanza en caída libre al abismo de la verborrea descontrolada. “Anda, si ésta eres tú” (ella vuelve a murmurar “Ajá” pensando que a ver quién pensaba encontrar allí, ¿a Naomi Campbell?) Él sonríe. “Fíjate qué largo tienes aquí el pelo, y qué bonito”. Ella abre la boca para decir “gracias” pero él sigue hablando y sonriendo sin dejarla meter baza. “Hay que ver los puntos que has perdido desde que te lo cortaste”. Claro, ni gracias ni leches; ella deja de mirar la pantalla del ordenador, gira el sillón y se queda de frente a él mirándole fijamente a los ojos sin mover ni un músculo. Él sigue hablando, hala, hala, que no decaiga. “Es que aquí se te ve así, tan voluminosa...” Ella espera que él se refiera a la melena pero le cabe la duda de que la esté llamando gorda así que mueve algunos músculos, los justos para levantar la ceja izquierda, eso sí, sin decir nada. Él deja de sonreir y se azora un poco.“Y tan larga, la melena me refiero, no a tí, tan bonita, la melena digo no tú, quiero decir... pero claro te la has cortado y estás bastante peor”. La ceja izquierda sube un poco más. “Tienes que dejarte crecer otra vez el pelo... es que, no sé, deberías cultivarte”. La ceja izquierda ya no puede subir más, ha alcanzado su tope. En ese momento la providencia hace que el informático cuelgue el teléfono y él, hecho un manojo de nervios, se despide aturulladamente y sale. Mientra se alejan ella le oye decir: “joder, conversar con esta tía me pone de los nervios”.Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-7338776804821012322.post-87448155254978935402010-02-04T23:32:00.000-08:002010-02-05T07:32:30.853-08:00Mr. Wittford me perdoneSé que robar está muy feo, pero no he podido resistirlo.<br /><br />http://unabitacoradecuadritos.blogspot.com/2010/02/amor-esdrujulo.html<a href="http://unabitacoradecuadritos.blogspot.com/2010/02/amor-esdrujulo.html"></a>Ginebrahttp://www.blogger.com/profile/10039856154993986147noreply@blogger.com13