miércoles, 23 de septiembre de 2009

¡Vamos a proceder, y procedemos, al bingo!

Yo no duermo siesta. Así puedo estar muerta que soy incapaz de dormir después de comer. Y si es en el sofá menos todavía. Alguna vez, alentada por la entrañable estampa que supone ver a todos los miembros de la familia roncando desparramados por los sofás, que me recuerda aquello a los documentales de la BBC sobre los leones en la sabana, he intentado echarme la siesta y me he metido en la cama para terminar mirando cómo duerme Madagascar, que es especialista en siestas de categoría olímpica. Y casi mejor que no duerma porque alguna vez que lo he conseguido me he despertado con un mal cuerpo que me hacía pensar que hubiera transmutado en boa y estuviera haciendo la digestión de una cría de elefante crecidita. Y mala cara, claro, una mala caraaaaa... unas ojeraaaaas... unas señales de la almohada por todos lados... uf, no quiero ni acordarme. Eli no. Eli en cambio se echa la siesta y aparece después lozana, fresca, rozagante, estupenda de la muerte.

Aquella tarde Eli aprovechó la limpieza de chimenea (no sé cómo pudo, con las voces que estábamos pegando todos) y se durmió una siesta que la dejó lista de papeles para toda la tarde pero sobre todo para el bingo, que era lo que a ella le apetecía. A mí el bingo no me ha llamado nunca la atención, la verdad. Es de esos juegos, como el parchís, que siempre hacen que me pregunte qué es lo que la gente les ve de divertido. O, simplemente, de entretenido, porque lo que es a mí me resultan aburridísimos. Y el bingo, además, estresante, que eso de tener que buscar los números en el cartón a la carrera me parece malo para los nervios. Así que el bingo nunca. Y eso que en el pueblo, no sé por qué, le tienen una querencia tremenda al bingo, que hasta forma parte de la programación “deportiva” el día de la comida vecinal: tira de soga, juego de la rana, petanca, y bingo. Hombre, yo entiendo que las viejas no se van a poner a jugar a tirar de la soga, que luego se caen y se rompen todas, y que el bingo es una actividad mucho más tranquila, pero cualquier día van a provocar un accidente, que a los conductores les parece cuanto menos peculiar eso de ver un bingo en mitad de un prado y se ponen a mirar, y se distraen, y más de uno acabará cayéndose a la cuneta.

Eli se levantó de la siesta, comprobó que la lechuga viajera no había intimado peligrosamente con el cobejo sino que estaba convenientemente a salvo en la nevera, me miró sonriendo, y dijo “hala, vámonos al bingo, que me apetece muchísimo”, y no le pude decir que no. Y allá que nos fuimos, con los bolsillos llenos de moneditas. Por el camino nos encontramos a mi primo Ander, que llevaba un vendaje aparatosísimo en la barbilla.

- ¿Qué te ha pasado?
- Nada, que me he caído jugando al frontón, y me han echado unos puntos.
- Ah, vaya ¿y te duele?
- No, qué va, ya no. Además, cuando fui al centro de salud, el médico de urgencias me miró y me preguntó si era de Bilbao. “¿Y, pues?” le contesté yo. Y me dijo que si sería de otro lado me dormirían la barbilla, pero que a los de Bilbao les ponían los puntos sin anestesia.
- Hala! ¿Y qué le dijiste? – Me dio la risa por dentro porque no hay más que oir a Ander para saber que es “del mismo Bilbao, pues”.
- Pues qué le iba a decir, que sí.
- ¿Y te dio los puntos sin anestesia???
- Pedazo de cabrón, un montón de puntos además. Claro, después de eso lo demás me parecen dolorcillos de nada.

La casa del pueblo estaba llena de bote en bote, que nos tuvimos que sentar en una ventana. Eli compró un cartón y sacó un bolígrafo del bosillo, que iba preparadísima.

- ¿Tú quieres un cartón, Gin?
- No, no, a mí el bingo no me va, me parece un poco estresante eso de buscar los números a toda velocidad, y tal... déjalo, yo miro.

Y comenzó el bingo. De entrada a mí me dio la risa ver a Justa, que ese día era la encargada del juego, tan solemne, que hablaba a todos de usted como si fueran completos desconocidos (y en una aldea tan pequeña como ésta todos son familia) y decía cosas como “señores y señoras, vamos a proceder a comenzar... y procedemos de inmediato”. El bombo de plástico giró y giró, y empezaron a caer las bolas. Y Justa comenzó a cantar los números. Yo me puse tensa pensando que se me iban a escapar la mitad.

- ¡El doce!...
- ¡El veinte!...
- ¡El cuarenta!...

Al principio pensé que me estaba perdiendo la mayoría de los números, pero no. Justa se tomaba su tiempo y entre número y número podías irte tranquilamente al cuarto de baño (al de tu casa, que allí no hay), echar una charlita por teléfono (en el improbable caso de que hubiera cobertura en el pueblo), adobar un jabalí, o rizarte el pelo tranquilamente. Yo pensé que igual Justa lo hacía tan lentamente por tratarse del principio, y que en cuanto le cogiera el truco la cosa sería más rápida, pero qué va.

- Si véis que voy muy deprisa me lo decís y lo hago más despacio.

Aluciné, y más todavía cuando escuché una vocecilla quejumbrosa que decía todo el tiempo:

- Ay, ay, ya me he perdido otra vez.

Eli anotaba los números con parsimonia mientras charlábamos por lo bajini para no distraer al resto de jugadores, los cuales buscaban frenéticamente los números en sus cartones sin que a día de hoy tengamos claro a qué se debía tal frenesí.

- ¡El veintidós, los dos patitos!... – Justa esperó todavía más por si alguien quería reirle la broma. Ni caso, claro, que ya está muy vista.

Los números iban saliendo leeeeeeeentamente (muuuuuuuy leeeeeeentamente) y a medida que en los cartones iba habiendo tachaduritas las expectativas de conseguir una línea se traducían en un ligero murmullito de fondo.

- Ahívalahostiacoño! A ver si podéis callaros, joder, que no se oye un carajo y así no hay quien se entere de los putos números! Cerrad el pico, leche, que parecéis unas jodidas viejas!

Yo miré alrededor y pensé que qué querría que parecieran, si la media de edad era de más de setenta años. Las viejas se alborotaron porque las habían llamado viejas. Una, la que nunca oía los números, pedía a las demás que le contaran qué pasaba. Eli se inclinó y me susurró.

- Éste también es del mismo Bilbao ¿a que sí?
- No, qué va, éste es de Burgos, pero como si lo fuera.

La cosa se resolvió en seguida porque Justa ignoró la bronca y siguió cantando los números. Así que se callaron todos. Dos bolas después una gritó “¡¡¡línea!!!”, y cinco números después Severino cantó bingo. El afortunado ganador se acercó a la mesa, la presidenta verificó (eso dijo, que se iba “a proceder a verificar la comprobación de la corrección del bingo proclamado”) que los números eran los que debían ser, y se pagó (“procedemos a abonar”) al ganador lo que le tocara.

- Pues menos mal que han cantado el bingo porque solamente quedaban ya dos bolas en el bombo.
- ¿Qué???
- Que solamente quedaban ya dos bolas en el bombo, así que tenía que salir el bingo ya mismo.
- Gin, ¿cómo van a quedar solamente dos bolas en el bombo si todavía no han salido la mitad de los números?

Eli me enseñó su cartón prácticamente virgen de tachaduras. Tal y como yo había dicho, únicamente quedaban dos bolas enjauladitas en el bombo. Extrañados, los demás miraban sus cartones también sin rallajones. Los murmullos comenzaron a extenderse, sin que esta vez nadie protestara, hasta que se oyó una voz:

- ¡Pero amá, si quedan mogollón de bolas en la caja! ¡Que no las habías metido en el bombo!

Los murmullos terminaron y dieron paso a los comentarios en voz alta acompañados de tales meneos de cabeza que me imagino que no se les dislocó a todas el cuello porque están más que acostumbradas a esas sacudidas tan violentas. Justa se puso blanca, comenzó a tartamudear, sacó las susodichas bolas de la caja, y miró a la concurrencia con el labio inferior temblón del todo y los ojos empañaditos por las lágrimas, como si el público, en lugar de pedir que Severino devolviera el importe del bingo, estuviera reclamando la cabecita de la binguera sobre una bandeja sanjuanera. Severino opuso una resistencia algo turronera, que de sobra sabía él que lo que tocaba era restituir la pasta, pero en seguida soltó los veinte eurazos. Y todo volvió a la normalidad. Bueno, menos la vocecita de Justa, que sonaba temblorosa perdida cuando proclamó que procedíamos a comenzar de nuevo al bingo. Eli me miró con una sonrisa de oreja a oreja.

- ¿Procedemos a comprar un cartón, Gin?
- Procedemos, procedemos.

12 comentarios:

Cacique dijo...

Lo del bingo tiene su gracia, sobre todo, cuando hay bufé gratis...

Venga,venga, ahora cuenta lo de la chimenea!;p

Carmen Neke dijo...

Su plasmación de la concordancia vizcaína en el relato es digna de Cervantes, Gin

(cuando venga Siberia dicendo "loquéééé??" se lo explica usted, ¿quiere?)

Edda dijo...

Yo cuando voy al médico le digo que soy de al lado, por si acaso :-))

si, bwana dijo...

Nuevamente nos deleita Vd. con otro de sus desternillantes relatos. Muchas veces he sospechado que la bolita correspondiente al número de la lotería que he jugado, también se ha quedado en la caja.

Anónimo dijo...

Qué relato más emocionanteeeee mmmmm,ZZZZZZZZzzzzzzzzzzzzzzZZZZZZZZZzzzzZZZZZZZ...

Almudena dijo...

Estoy de acuerdo con usted, el bingo es muy extresante. Prefiero el parchís.

Anónimo dijo...

Los deportes de riesgo es lo que tienen. Que trombosan arterias de viejas de los puros nervios mientras buscan los números de los coj... cartones.

¡Seño! Digoooo... ¡Gin! La niña de las trenzas, además de descreída en materias litúrgicas, me agrede con los cosos esos adverbiales o disyuntivos o algo.

Siberia dijo...

El anterior soy yo, que se maolvidao poner el nombre.

AlmaLeonor dijo...

¡Hola!
Siberia, ¡¡como si hubiese hecho falta la aclaración!!!jajajajaja
Ahora voy con su relato Gin...
Besos.AlmaLeonor

AlmaLeonor dijo...

¡Hola!
jajjajaja, desternillante, desternillante, jajajajaja
Gin, con usted no podemos sino proceder a reir. Pero eso si, lo de la simbiosis "viejitas=bingo" para mi también es un misterio.
Besos.AlmaLeonor

Wara dijo...

Pues sé de unas cuantas señoras que están esperando que les empiece el curso allá por el Pilar, con partidas de a cinco centímos o poco más, que la cuestión es más pasar el rato. Claro que ellas tienen una compañera cercana a los cien años que de vez en cuando atraviesa episodios depresivos que les ataca los nervios porque interrumpe el juego para proceder a llorar... jajaja.

Ginebra dijo...

Cacique:
Juá, no te hacía yo binguera, fíjate.

Neke:
Jamía, es que son muchos años, que mi padre es del mismo Bilbao.

Edda:
Hace bien, hace bien, no vaya a ser...

Bwana:
¿A que sí? ¿A que nunca salen nuestros números?

Carlos Fox:
Menos coña, eh...

Anjanuca:
Pero... pero... ¿qué le ven al parchís???

Siberia:
Pobres viejas, si no fuera por el bingo no harían deporte ninguno.
Por la hereje no se preocupe, que es que está algo levantisca.

Alma:
Yo estoy temblando por si me ha por ahí cuando cumpla los 80 ó así.

Wara:
Joé, ¿con 100 años y llora en el bingo???