miércoles, 13 de mayo de 2009

Gurriato

Cada vez que se habla del tema yo suelo decir que no tengo manías. Y es cierto. Bueno, no del todo. Es verdad que no tengo grandes manías, de ésas reseñables que marcan de por vida y se convierten en jocoso tema de conversación en las reuniones de amigos. De ésas no tengo ninguna. Mis manías son, digamos, chiquimanías, tan pequeñas que a veces no las nota nadie a no ser que yo lo diga. Por ejemplo, no soporto los diminutivos, soy incapaz de utilizarlos, antes evito pronunciar el nombre de alguien que llamarle por un diminutivo. Lo siento, es que no puedo, voy a decir, por ejemplo, Paquita o Patri, y es como si la lengua se negara a moverse. Y es sorprendente cómo cuando nace un niño los padres se esfuerzan en elegir un nombre para luego transformarlo en cualquier otra cosa. Hombre, vale, hay nombres que más vale tenerlos escondidos en lo más profundo del carnet de identidad (como Selva del Carmen, o Iloveny, y antes de que lo pregunten: sí, existen, pueden comprobarlo acudiendo al registro civil), pero en la mayoría de las ocasiones la gente es condenada a soportar una humillación ilógica de por vida. Por ejemplo, ¿qué extraño suceso hizo que a Manuela le transformaran el nombre durante la infancia y pasara a ser “Nuli” para siempre jamás? ¿a nadie se le ocurrió quitarle la custodia o lo que sea a la familia que riéndole la gracia a un niño chico que no sabía pronunciar Francisco convirtió a una pobre criatura en “Pantisco”? Verán ustedes, por mí que cada uno se llame como más le guste pero cuando me presentan a alguien que dice llamarse “Pitu” no puedo evitar mirarle con los ojillos así plegaditos como los chinos y pensar que tiene la misma credibilidad que un repollo.

(Nota: si alguno de ustedes utiliza una versión ridíc… digo abreviada de su nombre que haga como si lo anterior no se refiriese a él, o a ella, o a lo que prefiera ser. Mejor: que se lo plantee como una más de mis innumerables taras.)

Ayer tarde tuve que ir al hipermercado a hacer compra. No me gustan los hipermercados. Bueno, sí. Bueno, lo cierto es que mantengo con ellos una relación de relación-odio. Por un lado los mercados me gustan más que a un tonto un lápiz. Por otro lado me parece comodísimo eso de poder comprarlo todo en el mismo sitio y además cogerlo yo misma, evitándome el tener que ir cambiando de puestecito y darle conversación a todo el mercado, que acabo sin saber si la que tiene cuatro hijos y dos juanetes es la pescadera, o si en realidad es la panadera, y el frutero es el que cría perros de aguas. Lo que sí tengo claro es que la de los congelados es la que tiene lunares cancerosos porque cada vez que puede se los enseña a las clientas incautas que le preguntan cómo está. Y son lunares horribles, de esos enormes y negros, como los de las brujas de los cuentos. Cuando construyeron el centro comercial en el pueblo me sentó fatal, ya veía yo esto convertido en una especie de jungla urbana, pero la verdad es que tengo que reconocer que está bien, que tener 20 salas de cine al lado de casa es cómodo, y que no yendo al centro comercial los fines de semana, arreglado.

Yo no sé qué pasaba ayer, que el hipermercado estaba lleno de niños. No iban solos, claro, cada grupo de dos o tres niños llevaba un adulto cerca. Y aquí el concepto “cerca” depende de la edad y tamaño de cada niño. Algunos niños susceptibles de caber en un carrito de la compra iban convenientemente enjaulados. Lástima que a ninguno le funcionara el mando del volumen y estuvieran lanzando alaridos todo el tiempo, que había que ver la carita de culpabilidad de las madres cada vez que los angelitos abrían la boca y soltaban decibelios a cascoporro. A mí lo que más me sorprende es la capacidad de gritar y soltar a la vez mocos y babas. Yo lo he intentado y es dificilísimo, tienes que estar muy atento para no tragarte los mocos y morir del asco, y además hay que dominar la técnica de expulsar las babas con soltura porque si no te ahogas con ellas. También había madres que, en vista de que es más fácil conducir una bandada de gallinas por la carretera que mantener quieto a un niño de siete años, habían optado por dejarlos al libre albedrío, que es una cosa que en teología suena fenomenal pero que en un hipermercado se traduce en pequeños gnomos corriendo por los pasillos, abriendo paquetes de donut, y descolocando estantes de mala manera, ganándose el odio eterno de los reponedores. En la sección de conservas de pescado, por ejemplo, pillé a un reponedor dándole un capón a un niño que había tirado todas las latas de sardinillas en escabeche por el suelo. Claro, cuando me vio se quedó un poco cortado y con carita de “ay, pordiosbenditonodiganada”, pero se relajó cuando vio que yo le sonreía y que incluso me acercaba a darle otro capón al chaval, para que viera que no me pensaba chivar. Y luego está la modalidad de “padres enrollados” (lo siento, señores, pero esto siempre siempre lo hacen los padres) que suben a los niños en una especie de cochecitos de plástico y los pasean por todos lados con cara orgullosa mientras sus señoras aprovechan para llenar el carro. Esos padres no me gustan nada. Y creí que nada podría superarlos pero estaba equivocada. Vaya que estaba equivocada! Ayer salía del pasillo de los lácteos cuando estuve a punto de ser atropellada por dos minimotos de plástico pilotadas por dos chiquitillos de unos cuatro años. Me cagué mentalmente en sus progenitores y no les eché más cuenta pero cuando en la sección de las pizzas Madagascar se quejó de que una bandada de motoristas le había atropellado un pie me di cuenta de que estaban por todas partes. Resulta que alguna lumbrera ha montado un negocio de alquiler de motos de plástico para niños chicos, y las criaturas aprovechan que sus padres hacen la compra para echar carreras por los pasillos. No llevaba más de cuatro frases despotricantes cuando vi a Bruno agachadito debajo de los flanes jugando con un niño de unos dos años.

- ¿Me puedo quedar a jugar con Gurriato?
- ¿Se llama Gurriato???

He oído nombres raros, pero raros raros de verdad, pero lo de Gurriato me pareció extrañísimo. Madagascar asintió con la cabeza.

- Sí, sí, yo también he oído a su abuela llamarle así.

Miré al niño. Luego miré a Bruno.

- Vale, puedes jugar con él, pero ya sabes que no puedes coger nada de ningún estante ni molestar a nadie.

Y allí dejé a los pequeños jugando con unos plásticos de colores que no quise ni imaginar de dónde habían salido. Mientras, Madagascar y yo hacíamos la compra. Cuando terminamos, volvimos a la sección de lácteos y allí seguían los dos niños, superobedientes y tranquilitos, colocando los plastiquitos por colores. Bruno se levantó y todos miramos a Gurriato, que seguía sentadito en el suelo. Me alarmé un poco. Eso de dejar a un niño de dos años abandonado en el hiper, aunque sea junto a los flanes, no me parecía ni medio bien, así que le dije a Madagascar que le diera la mano, que íbamos a llevarle a Información. Madagascar se negó, porque el pequeñazo tenía las manos negras y pringosas, y fue Bruno el que le agarró, que él nunca ha sido remilgado. Cuando hablé con la chica de información me miró extrañada.

- ¿Ha dicho que se llama Gurriato?
- Eh… sí, Gurriato.
- ¿Están seguros?

Madagascar, Bruno, y el mismo Gurriato asintieron con la cabeza. La chica suspiró y conectó el micro.

“Por favor, los padres del niño Gurriato… Gurriato, acudan a recogerlo en Información. Graciaaaaas”.

Cinco minutos después nadie había ido a reclamar al susodicho.

“Por favor, tenemos en Información un niño de dos años. Está perdido. Responde al nombre de Gurriato. Que vengan sus padres a recogerlo. Graciaaaaaas”.

Nada. Yo sugerí que teníamos que irnos y la chica de Información me miró alarmada. Abrió de nuevo el micro.

“A ver, los padres de un niño de dos años vestido con una camiseta del MálagaCF y mocos por todos lados, que se llama Gurriato, que vengan a por él, que está perdido, se ha meado, y no deja de llorar. Gracias!”

Después de semejante mensaje Madagascar y yo nos miramos intentando no reírnos aunque era difícil de narices. Además lo que había dicho la chica era mentira, Gurriato estaba tan pimpante y ni lloraba ni nada. A los pocos minutos aparecieron dos mujeres, madre e hija, haciendo aspavientos y gritando desde el final del pasillo. Cuando llegaron se pusieron las dos a hablar a voces al mismo tiempo. La más joven, la madre del niño, regañaba indignada a la chica de Información por haber llamado Gurriato a su Javierito. La chica no sabía qué decir, y se deshacía en disculpas, hasta que todos nos callamos: la abuela del niño se lo estaba comiendo a besos escandalosamente mientras le llamaba “gurriatillo”, “mi cerdito”, “bombón”, y no sé cuántas cosas más.

- ¿Ves?- dijo Bruno con voz alta y clara – Se llama Gurriato, que la agüela lo ha dicho. También se llama Cerdito y Bombón.

Madagascar no pudo controlar la ironía.

- Pero esos deben ser los apellidos.

Fue la chica de Información la que se dio cuenta de que tenía el micro abierto.

13 comentarios:

Outsider dijo...

He leido, y comprado... libros con menos arte que lo que cuentas... ¿te pasan todas esas cosas?, si no es así... tienes una imaginación que seguramente envidiarían muchos escritores, y si te ocurren tu labia escribiendo causaría la misma envidia.

Por cierto... un gurriato es un pollo de gorrión... así que si además es cerdito y bombon... pues me imagino un cerdito de chocolate con alas.

Sota dijo...

JAJAJAJAJAJAJA!!!

si, bwana dijo...

En el Super donde suelo hacer la compra no acontecen cosas tan interesantes. Solo en la Caja acostumbro a llevarme algún berrinche, debido al truco de ciertas personas de dejar parte de la compra en la cola y seguir comprando; es algo que me cabrea al máximo.
Coincido en la manía a los diminutivos y derivados como, por ejemplo, de Francisco a Paco a Curro a Paquirrín; y otros que mejor no recuerdo para evitarme alteraciones nerviosas.
El post de hoy, como siempre, maravilloso.

La Lupe dijo...

Ginebra-no-Gin, éstos me gustan sin parar de gustarme.

Gabriel Ramírez dijo...

Hola, soy Gurriato. Y me siento ofendido. Es un nombre como otro cualquiera.
Me las pagarás "GIN".

(Ja, que no le gustan los diminutivos dice)

:)

Cacique dijo...

Lo de los nombres-motes es la caña. Aquí hay uno al que llaman el Moco.

Laslo a Sotavento dijo...

A mí Gurriato me suena a personaje de Delibes, a niño rapado de postguerra, al inclusero tísico de melodrama neorrealista. Es un nombre que me gusta.

Reconozca Vd. que por lo menos algo se salvaron no llamándole Gurriatito.

Almudena dijo...

Odio los diminutivos. Mi nombre es propenso a quedarse en la mitad cada dos por tres, y a mí se me ponen las gafas verticales de la mala leche.

Creo que vamos al mismo supermercado.

Carmen Neke dijo...

Gin, si no le gustan los diminutivos o los sobrenombres raros, eligió mal sitio para vivir. Pero eso lo sabe usted mejor que yo, ¿a que sí?

(Lo que daría yo por saber cómo la llaman a usted en el barrio!!!!)

Edda dijo...

¿y usted se queja de los diminutivos? ¿y si su nombre ligeramente modificado, lo llevase una canción verbenera, qué?

Anónimo dijo...

Mírele el nombre estampado en la camiseta del Málaga. No siempre se estampan con los nombres de jugadores de fútbol, en ocasiones se seriegrafía con el nombre del niño. Pero prepárese para aguantar la risa que entre papás creativos, empleadas de tiendas deportivas dispersas e impresores cabroncetes los "Quebin" y "Yonhatan" florecen como setas. Le evito la ortografía cuando, para darle aires de virtuoso del balón, agregan la forma diminutiva brasileña al nombre del mocoso.

Saludos,
Arc

Ginebra dijo...

Outsider:
Muchas gracias. A todo el mundo le pasan cosas así, se trata simplemente (como decía John Travolta en no recuerdo qué película) de contarlas como es debido.

Sota:
Sí, jajaja porque a usted no le ha atropellado ningún niño en el híper.

Bwana:
Uf, odio a esos, normalmente retiro su cesta con el pie disimuladamente o se la escondo debajo de la cinta transportadora y cuando vuelven pongo carita de "y yo qué sé".

Lupe:
Hombre, Lupe también me gusta, que las excepciones son las excepciones.

Gabriel:
Chitón, gurriato!

Cacique:
Y no podemos imaginar el por qué (puaj)

Laslo:
Gurriatito sería ya la caña de España, juá.

Anjanuca:
Es que, desgraciadamente, creo que son todos iguales.

Neke:
Ya, hija, ya lo sé, a veces me cuesta mucho enterarme de los nombres; entre que los cambian y que no entiendo el idioma...

Edda:
Jajajaja... pero no era tan fea, hay canciones mucho peores (dé gracias a que no se llama Noelia, por ejemplo)

Arc:
Jo, tiene razón, les ponen nombres horribles y encima los estampan en las camisetas. Hace un rato en el Lidl le he dicho a un niño como de seis años: "déjame pasar, Kevin Chamorro" y me ha preguntado asombrado "¿¿¿cómo sabes mi nombre???". "Joé, chaval, porque lo llevas escrito en la camiseta". Y me ha dado pena porque ha musitado: "aaaaaah... o sea que eso es lo que pone..."

Sota dijo...

Noooo, que va...

(bueno, vale, desde hace un tiempo, menos. Básicamente, desde que decidí que cualquiera que se cruzase en mi camino cuando voy andando lo hace a su cuenta y riesgo. Desde entonces, atropello yo. Y tan feliz, oiga)