jueves, 27 de noviembre de 2008

Lisboa (2)

A Lisboa llegamos así como a media tarde. Conduzco yo. Los amigos nos han recomendado que no nos metamos en la ciudad con el coche pero no hacemos caso (me divierte la forma de conducir tan caótica que tienen los lisboetas) y damos unas vueltas por el centro por el puro placer de callejear hasta que decidimos buscar alojamiento.
Aparco en una bocacalle de la Avenida da Liberdade. El barrio me recuerda a Madrid y me hace sentir a gusto. Nada más salir del coche vemos un cartel que pone “Habitaciones” y subimos a preguntar. La dueña del establecimiento nos mira un poco sorprendida y nos da “su” habitación, la única de la casa que no se alquila porque, nos cuenta, está siempre reservada para ella. Cuando entramos en la habitación los sorprendidos somos nosotros. Está decorada combinando los colores rojo, naranja, y salmón. Las cortinas son de raso, como la colcha, sobre la que descansan unos cuantos muñecos de peluche. En el techo, sobre la cama, hay un espejo de buen tamaño. Al fondo de la habitación, tras un biombo chinesco, un bidé y un lavabo. Las lamparitas de las mesitas de noche están cubiertas por unos pañuelos de gasa color salmón; al encenderlas tenemos la sensación de estar en un club de carretera. Serguei y yo nos miramos de reojo y sonreímos.
Paseamos por Lisboa. Cogemos un taxi para subir al Chiado. Es una taxista. Fuma y lleva puesta una cinta de fados a todo volumen. Conduce tan rápidamente que un policíala para en una callejuela. Deben ser conocidos porque se ponen a charlar; no hay multa.
Recorremos varios bares y terminamos cenando en una casa de comidas con manteles de cuadros rojos y blancos. Bacalo frito con salsa de pimientos, tomates, y aceitunas.
El hotel está animadísimo. Nuestra habitación está junto a la puerta de la calle. La puerta de la habitación tiene una mirilla en forma de ojo. Me paso un rato mirando. Hay una chica que aproximadamente cada hora (o menos) sale y entra con un hombre diferente; las demás llevan un ritmo más lento. Sólo hay un cuarto de baño, común, amplísimo. Dentro, junto a la ducha, una lavadora y una secadora de tamaño casi industrial están trabajando constantemente. El baño y los pasillos huelen a pino con un fondo de lejía. Salgo del baño y me cruzo con la dueña, cargada con sábanas y toallas blancas. Me sonríe. “Todo limpio, ¿eh?, aquí somos muy limpias”. Me gusta el "hotel".

viernes, 7 de noviembre de 2008

Liberación

Abrió el paquete de calcetines y al ponérselos se notó extraño. Asombrado se miró los pies, que saltaban solos. Absurdamente pensó que eran los calcetines y sustituyó los deportivos por unos de tipo ejecutivo. Los pies adoptaron un paso altivo y decidido. Hizo experimentos: comprobó que con estampados infantiles los pies se volvían juguetones y que los colores suaves volvían sus pasos románticos y etéreos. Decidió rescatar sus pies y se puso sandalias. Por fin, aquéllos eran sus pasos, ése era realmente él. Llegó a la oficina con los dedos asomando alegremente por las sandalias y le echaron del trabajo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

La Sirenita

Lo he comentado ya en varias ocasiones: tengo una especie de imán interior que hace que se me acerquen todos los majarones que andan sueltos por la calle. A JB también le pasa pero como él es marciano se nota menos. Por cierto, y por si alguien tenía dudas les informo: esto de la marcianidad es genético así que si sospechan que alguien de su familia procede de más allá de la capa de ozono vigilen a sus retoños porque hay muchas probabilidades de que no se los trajera la cigüeña sino el doctor Spock o similar. Se lo digo por experiencia que yo tengo en casa dos alienígenas de esos. No pasa nada, no crean, es como todo, que a veces es divertido y a veces no. A mí la mayor parte de las veces me divierte aunque reconozco que los que no saben de qué va la cosa pueden sentirse, digamos, un tanto desorientados así que cuando me siento bondadosa lo voy avisando. Lo que no sé es cómo se las apañan los marcianos y los majaras para que haga lo que haga sea yo la que acabe quedando como la mayor chalada del reino.


Por ejemplo, hace unos días vinieron las niñas con la convocatoria de la primera reunión profesores-padres del intituto. Madagascar traía, además, un papelito que resultó ser un cuestionario que su profesor quería que rellenáramos antes de la reunión para tener las ideas un poco más claras. El cuestionario era una pavada, estaba lleno de preguntas con respuestas obvias, pero aun así me puse a contestarlo como una madre aplicada, y al llegar a “¿cómo diría que es su hijo”? me ví obligada a ser sincera y contesté: “mi hija es marciana”. Luego, cuando le di el cuestionario a Madagascar para que se lo entregara a su tutor, se enfadó ligeramente y dijo que cuando preguntaban “¿qué quiere que sea su hijo de mayor?” no se contestaba “feliz” sino médico, azafata, peluquera, maestro, y cosas así. De la marcianidad no dijo nada; pobre mía creo que la tiene asumida.

Al día siguiente se celebraba el bonito encuentro de padres y profesores con meriendita compuesta por viandas caseras traidas a modo de ofrenda de paz por los asistentes así que cogí el paraguas de La Sirenita (ay qué mono es: tamaño sombrilla de playa y estampado con muñequitos de la película de Disney), me calcé las botas de agua y eché a andar cuesta arriba hacia el instituto. Vianda no llevé, que no me acordé y no tenía nada apropiado. Ya casi me había animado cuando divisé al final de la calle a Antonio El Zajorín. El Zajorín tiene como profesión ésa: ser zahorí (ni se imaginan lo que me costó saber a qué se refería cuando me decía que él era zajorín; hasta que me dijo que era tan bueno que a veces encontraba el agua incluso sin varita no caí en lo que me quería decir) pero como eso se requiere poco, se dedica a lo que se tercie, lo mismo te lo encuentras vareando los olivos de los jardines que pescando, pelando almendras, o limpiando motores de barco. El hombre se pone contentísimo cuando me ve y se empeña siempre en regalarme parte del género que lleve, sea el que sea. El otro día había estado pescando como deduje hábilmente al ver que llevaba los pantalones remangados por encima de la rodilla y chanclas de playa. Que además llevara un cubo en una mano y una red llena de pescados coleando en la otra me facilitó bastante la deducción.

Rápidamente utilicé mi visión periférica para echar una ojeadita a ver si tenía escapatoria pero como no había por dónde escabullirse me resigné a lo imprevisible. Total que El Zajorín me vio, gritó “¡Guap-paaaaaaaa!”, se le alegraron las pajarillas, y se puso a contarme lo bien que se le había dado la mañana de pesca y lo mal que estaba el tráfico que había que ver que estaba la carretera llena de coches que cuando no ibas por la acera te atropellaban y todo. El Zajorín entremezclaba los dos temas de conversación (una frase para uno, una frase para otro) y yo decía que sí a todo con la cabeza concentrada en esquivar la mano derecha del Zajorín, que sobrevolaba mi brazo amenazando con cubrirlo de escamas, restos de gusanillo y otras porquerías, cuando me pareció entender que decía algo así como “y mira qué hermosura de caballas y pargos he cogido, quince en total, y te los voy a regalar por ser tan simpática”. Y aun estaba yo intentando procesar si de verdad habría dicho aquello cuando El Zajorín, aprovechando la bajada de guardia, me plantó una mano en la gabardina y con la otra me colgó la red del mango del paraguas “mira lo bien que vas a llevar aquí los pescaítos” y echó a andar cuesta abajo ligerito; ligerito e inmune a mis gritos de “¡PoramordeDios, Antonio, llévese usted estos pescados!” . Es que ni se dio la vuelta, vaya, levantó el brazo derecho a modo de saludo y sin mirarme gritó: “De nada guap-paaaaaa, ya me dirás si te gustaron”.

Se pueden imaginar que la entrada a la reunión fue de todo menos triunfal: empapada tras el rato de charla, con botas de agua, un brazo lleno de escamas y otras porcadas, y una red llena de pescados coleantes colgada del paraguas-sombrilla con una Sirenita sonriente estampada en lo alto. Una peque de unos tres años me miraba extasiada y le decía a su madre: “Mira, mira, es de La Sirenita, por eso lleva tantos pescados”. Una de las madres asistentes me dijo “Pero Gin, hija, ¿te has traido tó eso para prepararnos chuchi?” con lo que se ganó una MIRADA, y me pareció oir susurrar al tutor de Madagascar “pues si ésta dice que la niña es marciana....” mientras movía la cabeza.

Madagascar está un poco enfadada conmigo.