sábado, 30 de junio de 2007

Han vuelto... (2)

... pues tardaron poco. Sobre las 12.00, después de haber conseguido rematar un informe entero y justo cuando iba a darle a "guardar", ¡chas!, apagón total. Bajo las escaleras, abro la puerta y oigo un coro de "nozotro no hemo zío". ¡Qué iban a haber sido ellos, si estaban tan ricamente sentados tomándose unas cervecitas mientras esperaban que llegara la excavadora! También he oido un susurro que decía "vaya peloh tiene éhta". No te jode, qué pelos voy a tener si me he tenido que aclarar la cabeza con una botella de agua mineral porque me habéis cortado la tubería del agua. Que no me he tenido que enjuagar con cocacola por los pelos (literalmente).

Vuelve la luz. Al rato aparece en la cocina "Encarnita", la rana del estanque. La cojo y cuando voy a devolverla a su hábitat me encuentro en la puerta a uno de los obreros que me pregunta "que dónde pongo esto", y "esto" son los peces colorados del estanque que como no tienen patas como "Encarnita" no han podido salir por pies. Y los traía en la mano, el menda. Pues hala, ahora están en uno de los cubos de agua de los perros.

Ya se han ido. Antes de irse, muy correctos, han venido todos a despedirse, aunque no sé, la despedida me ha dejado un poco inquieta porque han dicho (sic) "Hala, hasta el lunes, que volveremos a dar un poco por culo". No sé si irme a Alaska o qué.

viernes, 29 de junio de 2007

Han vuelto...

Han vuelto. Como los turrones El Almendro. Claro que ellos no tienen fecha fija para volver. No. Ellos vuelven cuando les sale de la pala. Siempre hacen lo mismo. Llegan, pegan un par de paladas en el jardín, cambian todo de sitio, te llenan la casa de maderas, te imposibilitan el acceso al garaje, y cuando tienes toda la casa al retortero y te ilusionas pensando que solamente serán dos meses, entonces te dicen "señora, que el martes venimos con las vigas de hierro y la excavadora". Claro que los muy listos no te dicen qué martes volverán, y ahí te tiras un mes entero asomada a la balaustrada del jardín y sin salir de casa ni a por el pan, porque eso sí, sales dos minutos y es cuando aprovechan para venir y luego decir "aaaaah... que usted no estabaaaaaa". Ataque de ansiedad. Amago de hiperventilación. No importa, en mi casa hago yo misma el pan así que aquí he aguantado todo el mes sin salir. Y por fin, hoy, han vuelto.
Se ha enterado todo el pueblo, claro, porque se promocionan bastante. Quiero decir, no son nada silenciosos, pero no importa. Se les perdona que a las 8 de la mañana se traigan el camioncito que más chirría cargado hasta arriba de vigas de hierro y que las descarguen usando el método de caída libre acompañado de exclamaciones de ánimo ("Manolo, Manolo, Manooooooloooooooo... la vigaaaaaa".............. ¡Clonk!), y que las vigas hayan sido veinte (aaag, veinte de momento, que amenazan con más). También les perdono que se equivoquen con los botones del portero automático y en vez de dar al que abre la cancela me hayan tocado el timbre de la puerta un puñao de veces, y me hayan apagado y encendido la luz del jardín otras tantas. Vale, no pasa nada. Todo va bien.
Como tienen dificultades para entenderme, JB, que es de aquí y habla como ellos, ha salido al jardín y con paciencia infinita (da clases de español a guiris y la mayoría son japoneses, o sea, paciencia le sobra) les ha explicado "cuidadín, cuidadín, que por aquí van la tubería del agua y el cable de la luz; y eso es el teléfono, no vayan a joderla".
"Dehcuide, efe" ha dicho el capataz, bueno, "er niñorcapatá", que el capataz hoy no ha venido. Siempre picamos. Mira que ya deberíamos saberlo. Que cuando dicen "descuide" quieren decir "mire usted, nos da lo mismo por dónde vaya la tubería, nosotros la vamos a buscar si hace falta y la vamos a romper igual". Y efectivamente, lo primero que han hecho nada más irse JB ha sido cargarse la tubería del agua. Y, por supuesto, estaba en la ducha, así que he bajado con la cabeza llena de champú, y me los he encontrado chapoteando en una especie de piscina de barro que se ha formado en el jardín. "Mire, mire lo que hemozesho". Otro amago de ataque de ansiedad. A ver, respiración profunda, sonrisa sarcástica y, muy seria: "vale, ¿y saben ustedes cuánto van a tardar en romper el cable de la luz y el del teléfono? es por organizarme la mañana".
... y todavía son sólo las 11...

martes, 19 de junio de 2007

Demasiado corazón

Cuando le conoció el corazón le dio un vuelco, como a todos los enamorados. Al principio le hizo gracia pero luego, al ver que aquellos saltos en el pecho se acentuaban con su presencia, decidió protegerse y se apartó de él. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, pensó. Y se acabaron los sobresaltos, y le nacieron sensaciones nuevas. Comenzó sintiéndose el pulso en los lugares más insospechados y se asustó pensando que el corazón se le movía de sitio en el cuerpo. Poco a poco se acostumbró e incluso pasó tardes divertidas jugando al escondite con ese órgano errante que un día le latía desde las yemas de los dedos y otro le bajaba por el estómago, le recorría el vientre, amenazaba con escapársele por el ombligo, y parecía estar siempre buscando. Con el tiempo se le serenó, se asentó en el pecho, y notó cómo los latidos le nacían allí y se expandían cada vez más lejos, como hacen las ondas al tirar una piedra en el agua. Cada vez más lejos, cada vez más fuerte, hasta que no fue capaz de oír más sonido que su palpitar. Cuando el corazón llenó todo su cuerpo intentando salir a buscar a aquel que le hacía saltar y comprobó que estaba encerrado en aquel envoltorio olvidado, se detuvo. Tras la autopsia el médico solamente dijo “demasiado corazón”. Nadie comprendió nada.

martes, 12 de junio de 2007

Playa

Hay algunos domingos de playa en el pueblo que resultan impagables.

10.40 am. El día promete ser tranquilo, el agua tiene ese puntito de frescor que te pone los pelos (también) de punta cuando entras, y los vecinos de sombrilla son una pareja de extranjeros de mediana edad que hablan en susurros. Voy a empezar a leer el periódico cuando un camión ("Frutas Bori: melocotones de Almogía") aparca (es un decir), y de la parte trasera se baja una de esas familias que son como las caras de Belmez: que no te crees que existen de verdad hasta que aparecen sin aviso y te dejan marcado para toda la vida. Parecían un batallón pero solamente eran once: tres marías de buen año, dos maridos, tres niñatos como recién salidos de las películas de El Vaquilla (los tres con el Cautivo tatuado en la espalda a tamaño natural, que se daban la vuelta y parecía aquello un desfile de Cristos), dos maris en miniatura, y una abuela vestida de negro que llevaba una faja (negra) hasta las rodillas y un perrillo orejón en brazos. Bueno, también bajó el camionero, Bori, pero solamente para ayudar al desembarco de la legión familiar; luego se subió al camión, que tenía que entregar unas cajas de fruta y se fue después de prometer que volvería a por ellos sobre las nueve. Esto lo sé porque Bori se molestó en gritarlo muy fuerte desde la cabina del camión, no fuera a ser que alguno nos quedáramos sin saberlo. En realidad todos tuvieron la amabilidad de efectuar todas sus conversaciones a gritos para que no nos perdiéramos un minuto de espectáculo.

Bori se marchó (haciendo sonar el claxon del camión, mooooc, mooooc) y las marías tardaron solamente diez minutos en montar un tenderete a base de colchas y sábanas viejas unidas con pinzas donde cobijaron dos mesas de aluminio con sus respectivas sillas, y empezaron a sacar tarteras y más tarteras de comida (y eran solamente las 11.00 am). La abuela no ayudó porque llevaba en brazos al perrillo ("eres muuuu lihta tú, omá" le decían las marías sin parar de colocar cosas) y cuando aquella especie de carpa de circo estuvo lista (por Dios, los gitanos del Circo Rubí, que actuaban en el descampado frente a mi casa cuando era pequeña, se habrían avergonzado de la cantidad de colorines y estampados que tenía aquello) puso al perrillo en el suelo. Claro, el perrillo tardó medio minuto en salir pitando playa arriba playa abajo saltando por encima de las toallas de todo el mundo, así que la abuela optó por atarlo justo en el postecillo de una señal que tenía dibujado un perro tachado con una cruz.

Una maría sacó de una bolsa de plástico una sandía enorme como el mundo y le encargó a los niñatos que la enterraran en la orilla para que estuviera fresquita, y que la vigilaran (será para que no huyera nadando la pobre porque a ver quién iba a robar semejante bola) así que se pusieron a jugar al fútbol. "Mira, omá, mira, como el mono Burgos" gritaba Cal-los, y echaba una pierna al aire y se dejaba caer de costalazo en la arena. Así todo el tiempo, sin tregua. Las mini-maris se pusieron a jugar a las casitas y empezaron a barrer levantando tal polvareda que nuestros vecinos de sombrilla (los extranjeros) casi mueren asfixiados. En éstas las maris y uno de los maridos empiezan a ovacionar a Paco, el otro marido, que había ido a la gasolinera a por hielo y volvía cargado con cinco bolsas. Paco deja el hielo, se lía una toalla a la cintura y cuando se la quita aparece ataviado con una braga de agua de las que se llevaban hace 30 años y que ya resultan (afortunadamente) imposibles de encontrar. Fijo que era con la misma que iba a Torremolinos cuando era un chaval. Bueno, pues enciende un cigarrito, grita "me voy a dar un paseo", y se marcha por la orilla con aire de Tarzán mirando a todas las bollycaos de la playa. Yo miro a JB, "¿se lo dices tú, que hablas como ellos?" Y él ni se inmuta, "déjalo, ya lo pregonará una chillona de éstas". Efectivamente, cuando Paco vuelve de su paseíto, una de las maris chilla (con ese timbre de voz inconfundible que utilizan para llamar a los niños a merendar y que tan bien imitan Los Morancos) "Pacooooo... ponte bien el mandao, que llevas un güevo fuera del bañador". Creo que todos metimos la cara en la arena para reirnos a gusto.

Ahí se oyen gritos por la playa y por una vez no eran ellos sino el hombre de las pasas, que baja todos los días andando desde una cortijada con un burrito cargado de pasas, uvas moscatel y vino de Málaga. Paco y el cuñao le compran una garrafita de vino de Málaga y mientras lo abren y se lo beben (por Dios, que era vino dulce, calentorro, y hacía un calor de muerte, sólo de pensar en beberse aquello y daban ganas de vomitar) suben a las minimaris al burro. Claro, estuvieron luego todo el rato rascándose porque el borriquillo tenía pulgas. Y en medio de ese ambientillo así como de feria merdellona se oye un alarido (otro más), y es que Cal-los (el de "omá, mira, como el mono Burgos") había efectuado su enésimo costalazo pero esta vez encima de la sandía. Ahí no me enteré muy bien porque gritaron los once a la vez (y el perillo se infló a ladrar) pero parece que Cal-los se había roto algo y había que llevarle al centro de salud, pero claro, como Bori ("melocotones de Almogía") no volvía hasta las nueve, montaron al niñato en el burrito de las pasas y se fueron en peregrinación al centro de salud dejando a la abuela con las minimaris y el perrillo en la playa. Os juro que habría dado cualquier cosa por verlos llegar al centro de salud, pero JB no me dejó ir.